domingo, 30 de septiembre de 2012

La historia de La reina tuerta, de Griselda García



(Especial para El Desaguadero)


La reina tuerta

Hasta un ciego con memoria del tacto
podría servirme,
lo guiaría el olor de la sal, la tibieza,
la humedad silenciosa.

Detrás de él vendrían cientos,
aceite en el cabello,
olor acre de la orina.

Yo sólo tendría que yacer inmóvil,
palmear alguna espalda, quizás.
Lo mejor es lo que más tarde llega,
una noche, sin ser esperado,
delicado como un ladrón,
mil veces más silencioso.

¿Soy aquella niñita de pollera al viento
bailando entre altos pastizales?



de La ruta de las arañas. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2005.



            Este poema forma parte de La ruta de las arañas, libro reseñado por tres poetas que ya murieron: Jorge Orozco, Javier Adúriz, Jorge Santiago Perednik. Aprendí mucho de ellos en el breve tiempo en que nos frecuentamos -a veces se nace muy tarde o muy temprano-, y la mayor parte de las cosas que dijeron las entendí años después. Fueron ayudas, como el rebencazo en las paletas en Don Segundo Sombra o el golpe en el punto de encaje de Don Juan. Cuando se presenta un libro -llamamos a otro escritor para que hable de él, le imponemos su lectura-, por lo general es difícil escuchar realmente lo que dice. Uno está en estado de trance; la soledad se le pobló de amigos. Le vuelven interpretaciones, intervenciones, de todas partes y la química del cuerpo cambia, como en un examen o ante novio nuevo.

            Creo que explicar un poema es arruinarlo. Como revelar el truco. Pero no hay truco. Es lo que es. Por lo general los versos son una cifra a descifrar. Pero para eso se necesita tiempo, un bien de lujo. Arruinemos, empezando por el final: la niñita soy yo en una foto donde aparezco no con pollera sino con malla infantil a rayitas rojas y blancas entre pastos de Ezeiza. Íbamos de picnic con mis abuelos en el Fiat 600. Mi abuelo juntaba bosta de caballos en bolsas de arpillera. Decía que eran buen abono para los almácigos. La poesía que me interesa leer está hecha de un modo similar, como plantas que hay que regar y cuidar.

            Escena que abre el texto: una monarca en un gang bang imperial. Silencio. El silencio es tan preciso. Cura. ¿Para qué le sirven esos cientos de seres, oleosos y fragantes?, eso me pregunto, y: ¿cómo perdió el ojo? Se pregunta lo que se sabe. Es obvio que ya no es aquella niñita. Y si no se espera ¿cómo saber si lo que llega es lo mejor? No sé. Algunos dicen que se escribe para intentar responder. Pero por cada pregunta que se responden, aparecen otras, nuevas. En eso estamos.


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