jueves, 7 de noviembre de 2013

Entrevista a Luis Benítez

«La poesía se queda y es para siempre»



Luis Benítez en el I Festival de Poesía de Mendoza 2013 (foto: Camila Toledo)


Por Fernando G. Toledo

Profeta en su tierra y en tierra ajena: Luis Benítez es de esa clase de autores cuya obra le permite ser reverenciado en el país que lo vio nacer y también ser disfrutado en otras latitudes, por el privilegio que representa ser un autor generosamente traducido.

Nacido en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956, Benítez irrumpió en el panorama de la poesía argentina en 1980 con un libro de juventud, pero de poderosa voz: Poemas de la tierra y la memoria. Ese libro, aun evidenciando la resonancia de poetas formadores (Dylan Thomas y Jorge L. Borges, puntualmente), instaló a Benítez como uno de los poetas más interesantes de su generación. Pronto el autor se deshizo de la potencia de las voces referenciales e impuso la suya propia, con títulos como Mitologías/Balada de la mujer perdida o Behering y otros poemas, que también mostraron esa profundidad metafísica ampliando el discurso hacia la narratividad, la elusión, el juego intertextual de diálogo con otros autores. Construyó así una admirable obra poética que ha mantenido hasta hoy el mismo afán inquieto por seguir explorando las posibilidades de la lengua, por no repetirse, y al mismo tiempo, por trazar una admirable arquitectura poética en la que el lector ingresa como a un portentoso edificio de palabras. Sin embargo, y a pesar de que es reverenciado y admirado por un nutrido número de contemporáneos y por generaciones más jóvenes, su nombre no aparece en antologías y referencias que el peso de su obra parecía pedir a gritos. Basta sin embargo toparse por primera vez con su obra (una manera puede ser la antología preparada por Elizabeth Auster, por ejemplo) para que ese desenfocamiento ponga las cosas en su justa perspectiva: estamos, con Benítez, ante uno de nuestros grandes poetas vivos.

A poco de participar del Primer Festival de Poesía de Mendoza y con un nuevo libro de poemas recién editado (como particularidad: antes en francés que en español), el también novelista y ensayista se sentó a repasar su obra y su presente en esta entrevista en la que quedan pocos aspectos sin tocar y en la que se vislumbra, también, parte de su mirada sobre las cosas.

Dans la langue français

–Acaba de publicarse tu nuevo libro de poemas en Francia, Les Imaginations, con la particularidad de que esos poemas verán la luz antes en el idioma galo que en el español en que fueron trazados. Quisiera saber cuál es el concepto y tono de esos nuevos poemas, y qué representa esa curiosidad idiomática para un poeta ya ampliamente traducido como vos.

Les imaginations, traducido
al francés por Jean Dif.
Les Imaginations, tal el título del libro al que aludís, traducido al francés por el poeta Jean Dif, y que mientras hacemos este reportaje recién acaba de ser lanzado en Francia por Éditions L’Harmattan, me llevó tres años de trabajo, seguramente porque marca un cambio en mi poética. En Les Imaginations empleo un lenguaje más coloquial, creo que menos rígido que en mis entregas anteriores, y además acuso una influencia de mis lecturas de los imaginistas norteamericanos, señaladamente Marianne Moore. En verdad, se publicó más o menos casualmente. Nicole Barrière, la directora de la colección Accent Tonique, donde se publicó, quería editar un libro mío ya aparecido en Argentina en 1985 y luego en México en 1995, Bering y otros poemas. Justamente cuando me reuní con la editora francesa en Buenos Aires, estaba por salir traducido al sueco, como Bering och Andra Dikter. Lo pensé mejor y le propuse a la editorial francesa que editara Las Imaginaciones, que yo acababa de terminar de escribir; felizmente lo aceptaron. Uno siempre tiene más cariño por su hijo recién nacido. Lamentablemente, no aceptaron hacer una edición bilingüe –lo que me hubiese gustado porque facilita hacerlo circular por el ámbito hispanoparlante– por una cuestión de costos y distribución, desde luego que muy entendible. Que haya salido en francés, en una excelente traducción del poeta Jean Dif, me llena de satisfacción doble: porque haya sido Dif el traductor, quien es un poeta admirable, y porque hasta ahora yo no tenía una edición francesa de un libro mío, a pesar de que llevo años publicando en revistas de ese país y de Canadá. Y de rebote, creo que la aparición de Les Imaginations por Éditions L’Harmattan colaboró para decidir a otra editorial francesa, Éditions La Résonance, a editar en 2014 la versión gala de una antología de mi poesía compilada por Elizabeth Auster, quien primero la publicó en Rosario, Provincia de Santa Fe, en 2008 y luego en Inglaterra, hace unos meses, por The Littoral Press. También hay una edición española, de descarga gratuita.  Tener libros editados en un país facilita seguir haciéndolo en  la misma región.

–Has expresado en varias ocasiones –una de ellas, en el prólogo a tu libro Manhattan Song– que todo
Traducción de Flavia Cosma al italiano de
Manhattan Song. Cinco poemas
occidentales,
de Luis Benítez.
poema es un fractal (así se llama otro de tus libros, por cierto). ¿La escritura poética ha sido para vos una vía para el conocimiento o, quizás con más precisión, para el autoconocimiento?


–Creo que ambas comarcas del conocimiento son franqueadas gracias a la poesía. Como si ella abriera un contacto más íntimo con el inconsciente, donde almacenás datos, sensaciones, visiones, percepciones que no recordás a voluntad; allí sabés más del afuera y del adentro de lo que vos podés recordar o siquiera imaginar. La poesía reactualiza esos conocimientos, los que tenés del macrouniverso y los que poseés del micromundo que vos sos. Además, el lenguaje mismo es otro universo, uno tercero, donde el afuera y el adentro se conjugan. Si tenés esas claves, entonces los tres mundos se hacen más nítidos y uno de ellos es intrínsecamente vos. Ciertamente, la poesía es un don, no un regalo de los dioses –que no existen más que como símbolos– sino un obsequio que viene quién sabe de dónde, pero que no reparamos muy seguido en agradecer, cuando las peripecias de estar vivo nos hacen olvidar, por un momento a veces muy largo, qué suerte tenemos de disfrutar de él, que no se «vaya» al despertar, como cuando recibimos un regalo en sueños y abrimos los ojos buscándolo inútilmente por la habitación. La poesía, en cambio, se queda y es para siempre.

Constante evolución

–Al repasar tu extensa obra se ve una búsqueda constante por no repetirse en temas y tonos, pero al mismo tiempo se mantiene una voz personal y reconocible. ¿Cómo considerás en ese sentido tu propia evolución poética, desde el primer libro, Poemas de la tierra y la memoria, hasta esta nueva publicación?

–Fue un proceso largo, muy largo; no creo yo que haya terminado; al menos en mi caso creo que no va a culminar hasta que yo termine de andar por «aquí». Creo que el arte implica renovación constante, avance permanente hacia nuevos mundos y novedosos lenguajes para referirnos a él. Un autor está acabado cuando incurre en la autofagia, cuando empieza a repetirse, y eso es algo que encontrás en algunos de los mejores, cuando se abandonan a la mera retórica propia, a repetir sus temas y los tratamientos que les dan a sus temas, los tonos de abordaje y los núcleos de sentido de sus poemas. Claro que es más cómodo armarse una retórica y sentarse sobre ella a escribir más o menos los mismos poemas. Algunos hipócritas llaman a eso «coherencia»; yo lo denomino «facilismo» y como decía bien Thomas Sterns Eliot, «ni siquiera en el verso libre hay facilidades para el muchacho trabajador». Repetirse es estancarse, simplemente porque estás cómodo allí y la poesía más bien es el lugar de las incomodidades. «Crisis», en griego, quiere decir «cambio» y el cambio, lo dinámico del cambio, es un síntoma de que se está vivo. Una poesía que no está en crisis permanente debe comenzar a preocuparse seriamente por su salud. Las fases que atravesó mi poética se inician con una búsqueda de influencias –porque las influencias pueden ser buscadas– como la de Dylan Thomas y Jorge Luis Borges, dos pilares de mi construcción inicial. Luego busqué «digerir» mejor esas voces, sintetizarlas (con los distintas que ellas son) y amplié mi registro a la historia, lo enigmático del mundo natural, el misterio de la escritura poética en sí misma. También se fueron agregando otras indagaciones, otros asombros: el tiempo, la vida, el amor, la muerte, el miedo, la situación del hombre histórico y del específicamente contemporáneo, tratados ya desde una óptica más mía. Esto coincidió con mi descubrimiento de la gran poesía norteamericana, gracias a Jorge Luis Borges: yo, un atrevido que había publicado mi primer libro, a comienzos de los ’80, se lo obsequié en el tercer piso de la Sociedad Argentina de Escritores. Él era un hombre dotado de esa virtud rara en la actualidad: la cortesía, y por eso me pidió que le leyera un par de mis poemas, tras agradecerme el obsequio de mi primer libro, Poemas de la tierra y la memoria. Escuchó mis poemas con atención y me dijo que si tanto me gustaba Dylan Thomas, bien podía incursionar en la obra de Walt Whitman, como me dijo Borges, «el autor de otras epifanías». Con esa petulancia que sólo se tiene a los 20 años, le dije a Borges que ya lo había leído, pero que no me había atraído demasiado. Él me dijo entonces que lo leyera de nuevo, pues «los libros siempre nos esperan». A partir de ese consejo de Borges, comencé a prestarle más atención a la poesía norteamericana y con los años, aunque no lo vi más, nunca dejé de agradecerle sus palabras. Mi registro poético se amplió aun más desde entonces, aunque sigo buscando nuevos territorios donde hablar con voz propia. Insisto: creo que es un trabajo que no se termina jamás.

El metro universal, 
novela de Luis Benítez.
–A la par de tu elogiada y difundida obra poética, has construido también una obra ensayística y narrativa, con la aparición casi simultánea de tus novelas El metro universal y Sombras nada más. ¿Cómo se da en tu caso la elección, a la hora de escribir, sobre qué género o registro será el elegido (un poema, una narración)? ¿Se impone en algún caso alguno de los escritores? En el sentido de si sos más bien un narrador lírico o un poeta narrativo, si es que cabe la disyunción.

–Yo creo que no elijo a qué género asignarle una idea, mejor dicho una sensación, que es el «fantasma» mental, esa cosa todavía sin forma, algo monstruoso, que es lo primero que surge previamente a un texto del género que sea. Ese espectro señala por sí mismo, cuando va tomando nitidez en nosotros, a qué género pertenece: si es novela, relato o poesía el destino de su monstruosidad.  Así, hay ideas y sensaciones que se condensan mejor como poema que como relato, otras que cuajan mejor en el molde de un ensayo; hay fantasmas que encarnan mejor como novelas. Lo importante, en todo caso, es no forzar el asunto y querer meter una novela de 200 páginas en los 20 versos de un poema o diluir en un relato de 30 páginas ese extracto de sentido que es un poema. Cuando cuaja en nosotros el espectro, vemos que elige en nuestra mente y nuestra sensibilidad unas palabras para expresarse y descarta otras; de igual manera, por cómo se ordenan las palabras, apreciamos a qué género pertenecen. La sintaxis de un poema no es igual a la del comienzo de una novela; el oído siempre debe atento a todo, a todo lo que nos dicen las palabras: ellas saben muy bien lo que hay que hacer. En ocasiones, en este segundo paso del asunto, cuando la sensación, el «fantasma» al que me refería antes, ya eligió sus palabras iniciales, lo único que tenemos es el comienzo, quizá parte del desarrollo, muy raramente en mi caso, el final del texto en cuestión: pero eso ya contiene la clave de qué tipo de texto literario será y desde luego, no podrá ser plenamente otro. En letras, no conviene desperdiciar las pocas certezas que uno tiene y esta es una de ellas. Yo creo que soy un poeta y un narrador y que en la narración cabe la lírica, del mismo modo que en la poesía puede tener lugar la narración; esos son recursos y cada género los aprovecha como debe.

Modus operandi

–A propósito de la pregunta anterior, siempre resulta interesante conocer cuáles son los rituales, momentos o preparación para la escritura. En tu caso, pareciera, por lo prolífico de tu obra, que no hubiera momento en que no escribieras. ¿Es así?

–Hace años que me impuse alguna disciplina, que resulta bien provechosa, por cierto. Lo ideal, particularmente en narrativa, es reservar por lo menos dos o tres horas diarias, esto quiere decir exactamente «todos los días» y ello significa «todos los días del año», para escribir y nada más que escribir; si nada surge, es un saludable ejercicio y mantiene caliente la mano, algo de lo más importante. Y si nada escribimos durante esas horas, también es fundamental que hayamos reservado ese espacio diario, sin teléfono, sin gente, sin otra ocupación. Stephen King es muy práctico al respecto: él dice que para escribir una novela, es prudente escribir una página diaria, pero de las buenas, cada día. Cuando llega Navidad, tenés sobre el escritorio una novela de 360 páginas lista. Escribir poesía es otra cosa: las «inspiraciones poéticas» hoy suenan como una mala palabra, pero como sucede con las brujas, actualmente nadie dice creer en ellas pero que las hay, las hay. Tiene que venir ese asunto hasta uno, leyendo un libro, escuchando algo por la calle, leyendo el diario, viendo distraídamente televisión, como sea; después todo es trabajo y mucho.

La edición inglesa de la antología
compilada por Elizabeth Auster
(traducción de B. Allocati).
–En su prólogo a la Breve antología poética, Elizabeth Auster establece un elenco de nombres de autores que probablemente resultaron referenciales para tu propia formación. De Dylan Thomas (que resuena en tu primer libro) hasta Borges, pasando por un amplio abanico de autores argentinos. ¿Cuáles fueron los poetas que resultaron fundamentales para tu propia decisión de convertirte en poeta? Por lo que sabemos no sólo has leído a grandes de nuestro tiempo, sino que estableciste relación de amistad con muchos de ellos.

–Respecto de la poesía, mis primeros intentos se produjeron alrededor de los 15 años, más bien como consecuencia de mi afán por las lecturas de los clásicos españoles del siglo XIX y XX. Aprendemos por imitación, ya sabemos. Luego descubrí a los vanguardistas franceses, y, posteriormente, hacia mis 20 años, a la poesía inglesa, que le dio un giro fundamental a mis intentos. Los poetas que más me impactaron fueron los románticos ingleses: Byron, Coleridge, Shelley, Keats; luego T.S. Eliot, Ezra Pound, y fundamentalmente, Dylan Thomas, para mí quizás el autor más importante. Y por supuesto, los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII, que son una lectura ineludible. Además de los que ya referí, desde luego Pablo Neruda (influencia de la que felizmente ya me liberé) y César Vallejo (influencia que me gustaría que se hubiera acentuado más en mi obra). También numerosos autores norteamericanos, como Allen Ginsberg, Allen Tate, Edgar Allan Poe, Denise Levertov, Richard Wilbur, Theodore Roetke, Amy Lowell y su sobrino (como poeta, menor que su extraordinaria tía) Robert Lowell, Emily Dickinson y en menor medida, Gregory Corso. Actualmente, como ya dije, una influencia importante es Marianne Moore; asimismo  John Ashbery y Mark Strand, a quienes conocí cuando viví en Nueva York, en los ’90. Entre los argentinos, desde luego Jorge Luis Borges y también Juan Laurentino Ortiz, Joaquín Giannuzzi, Olga Orozco, Francisco Madariaga y Enrique Molina. Estos dos últimos fueron mis amigos, amigos entrañables, inolvidables. Mi generación, la del ’80, fue muy afortunada: cuando tenías alguna duda, podías preguntarle a Molina, a Madariaga, a Giannuzzi, a Olga Orozco… eran grandes poetas y los distinguía un sello inconfundible: una gran humildad y una enorme sinceridad, algo que se extraña en estos tiempos, por su ausencia en algunas figuritas de reparto con veleidades más farandulescas.

Luis Benítez, Fernando G. Toledo y Santiago Sylvester
en el Primer Festival de Poesía de Mendoza (2013).
Foto: Camila Toledo. 

Lo poético y lo extrapoético

–Has podido tener contacto con numerosos escritores de todo el país. ¿Cómo se te aparece hoy en día el panorama de la poesía argentina actual, no sólo en cuanto a estilos, sino en cuanto a nivel general?

–La poesía argentina es dinámica, cambiante, está viva, pero es lo extrapoético lo que complica su desarrollo. Adolecemos todavía de un marcado centralismo, donde parece absurdamente que toda la actividad generadora de cultura radica en Buenos Aires, cuando hay 23 provincias que generan poesía, búsquedas estéticas propias, obras valiosas que, por ese centralismo disparatado, no circulan como debiese suceder, y eso desde hace mucho. Esa parálisis empobrece, frena, detiene; por simple aritmética, la mayoría de los autores argentinos no viven dentro de la Capital Federal; entonces, ¿cómo es posible que las obras que mayoritariamente circulan sean de autores de Buenos Aires? Hay todo un aparato de lobbies culturales, de intereses –insisto: elementos extrapoéticos– que operan para producir esto. Si pudiésemos contemplar el fenómeno de la poesía argentina en su conjunto, cabalmente, veríamos que es algo mucho más rico que las cuatro o cinco líneas poéticas que dicta Buenos Aires. Es lo que le sucede a cualquier investigador extranjero del género que llega a la Argentina: si se queda con lo que lee y aprecia en Buenos Aires, casi no ve nada. Hay muchos más estilos, hay mucha más poesía de la que se ve o circula en los medios; inclusive más de la que circula en Internet, que es un instrumento precioso para vulnerar este encapsulamiento porteño, pero hace falta más, mucho más. No podemos entender qué estilos existen hoy y cuál es el nivel general si no apreciamos el fenómeno en su conjunto; por eso trato de acceder a lo que se escribe en todo mi país, no solamente en la porción donde me tocó nacer, que es tan pequeña en relación al conjunto. Mientras no acceda a una buena parte de cuanto se escribe en Argentina, ¿cómo yo podría contestar a tu pregunta? Más autores de todo mi país conozco, más rico me parece el género nacional. Si me refiero a lo que conozco, me limito a Buenos Aires y a lo que por suerte y con esfuerzo leo de otras partes de Argentina, pero eso no es un fundamento válido, en mi opinión. Creo que así se entiende mejor la gravedad de la cuestión, pese a que se editan periódicamente antologías y pseudoantologías que dicen resumir, contener 10, 20, 50 o 200 años de poesía argentina, un fenómeno en un 90% desconocido para los mismos que dicen ser especialistas en el tema. Siempre desde lo que veo en Buenos Aires, el panorama ofrece la maduración de las obras de autores de la generación intermedia, quienes están escribiendo sus mejores trabajos y están en plena producción. Tras la disolución de los movimientos propios de la generación de los 80, se impuso la búsqueda estética personal que estábamos ya desarrollando entonces los autores genéricamente denominados como «los independientes». Paralela y afortunadamente, el público lector va descreyendo de ciertos autores que se aplicaron a una poesía buscadamente superficial, propia del final del siglo XX, lo que yo llamo «el intimismo bonaerense marquetinero», donde hablaba un sujeto aislado, que había digerido mal el minimalismo norteamericano, confundiendo «síntesis» con «chiquitito», porque muy pequeño era su registro; una especie de Raymond Carver diluido con agua, mucha agua. Con la imagen de un tipo que cierra la puerta de su departamento y se olvidó las llaves adentro no se hace un poema, aunque ello no es sólo un problema de «tema», sino también de capacidades. Ciertamente los medios especializados y un sector del criterio académico apoyaron esa mala praxis poética como una «novedad» –el esnobismo es una plaga mediática y académica muy contagiosa–  y algunos de sus autores alcanzaron una mediana notoriedad, convirtiéndose en modelos para una parte de los nuevos autores que los siguieron: inclusive imitar las letras de las canciones de rock fue visto como «un aporte novedoso» a la poesía argentina. ¿Puede ser una pobre imitación entendida como un aporte válido? Si tenés el aval interesado de algún medio sí, y si te canonizan algunos académicos después, mejor. Tales cosas suceden en Buenos Aires y se venden por todo el país, como efectivamente se hizo en estos y en casos aun peores. Podemos decir que en la sección final de la poesía argentina del siglo XX hubo una sostenida arremetida contra la lírica característica de las obras de las generaciones anteriores, cuando la lírica es parte indispensable de un poema y está presente hasta en autores tan imperfectos como Charles Bukowski. Aquí, en Buenos Aires, ello sucedió también gracias a la herencia del llamado neobjetivismo, hoy entendible como una ilusión tan ingenua como la escritura automática que impulsaban los surrealistas; estos suponían poder escribir «sin censuras subjetivas ni objetivas», algo imposible, mientras que los neobjetivistas locales pretendían que era posible suprimir el sujeto en sus textos. Del mismo modo, también ayudó la herencia del neobarroco, otra baladronada poética, donde se suponía que la poesía es forma y pura forma, en desmedro del significado. Esta barricada estética motejó a los autores no coincidentes con su postura de «contenidistas», como si fuese posible, en poesía, separar forma de contenido, cuando están tan unidos como la madera en el árbol, según la fórmula feliz de Vicente Huidobro. ¿Alguien puede separar la madera del árbol sin destruir el árbol entero? En plena posmodernidad, estas corrientes –el neobjetivismo y el neobarroco– pugnaban de modo clásicamente modernista por imponerse como vanguardia superadora de lo anterior. ¿Qué quedó de ellas? Prácticamente nada y es una suerte; pero ayudaron a darle base al «intimismo bonaerense marquetinero» del que hablé antes. Afortunadamente, la poesía es el género de relectura por excelencia y las relecturas suelen ser impiadosas, más experimentadas, y por ello mismo más justas. En cuanto a los más nuevos, el porvenir parece auspicioso, porque he leído una muy buena antología publicada en 2010, con trabajos de autores muy jóvenes y de varias localidades del país, donde se aprecian nuevas búsquedas y una repulsa general por los postulados de ese «intimismo bonaerense marquetinero» tan fláccido y tan publicitado de los años inmediatamente anteriores. Se llama Si Hamlet duda le daremos muerte. Antología de poesía salvaje, lo editó Libros de la Talita Dorada, de La Plata, Provincia de Buenos Aires, y se puede leer gratis en Internet; recomiendo atentamente su lectura, pues en sus páginas están algunos de los autores y autoras que vamos a seguir leyendo en esa todavía bruma que es el mañana. Causó mucho revuelo en Buenos Aires y en su momento la aparición de esta antología que reúne a 52 autores jóvenes, y bien se ve por qué: altera el ordenado mundo que pensaban heredar los lobbies y sus estrellitas de ocasión.

Luis Benítez, Carlos Levy, Leandro Calle y María Negroni
en la mesa sobre «Poesía y traducción» del Primer
Festival de Poesía de Mendoza. Foto: Camila Toledo.

–En Mendoza participaste, como parte del Festival de Poesía, de una mesa dedicada a la traducción, desde el punto de vista de un autor ampliamente traducido. Allí mencionaste la importancia de hacer conocer nuestra obra en distintos idiomas. ¿Dónde se funda tal importancia?

Bering Och Andra Dikter, de Luis Benítez,
según la traducción al sueco de Maria
Nääs (editorial Siesta Förlag).
–Estimo que el autor contemporáneo será internacional o no será. El desarrollo de la tecnología informática nos permite contactar e interactuar hoy con el resto del mundo, tanto en el aspecto literario intrínseco como en la participación en el mundo editorial. Ya no es posible pensar en lo local solamente, sino que el desafío es insertarse en la dinámica del género a escala mundial. De hecho, así sucede: los autores se contactan con revistas y editoriales, con colegas y nuevos estilos en un horizonte internacional que acercó el mundo hasta nosotros al tiempo que amplió –como era impensable antes de Internet– nuestras posibilidades. Ello hace necesario que logremos hacer traducir y publicar nuestros trabajos en otras regiones. A escala de nuestro país, ayudó muchísimo el Programa Sur de apoyo a las traducciones de autores argentinos, impulsado desde 2009 por la Cancillería argentina, que ya subsidió la traducción y edición en el extranjero de más de 500 títulos de autores nacionales, con un efecto aparejado: teniendo libros publicados en el exterior, es más fácil que las editoriales extranjeras acepten editarte por su cuenta, más allá del referido subsidio. El problema es que, dentro del país, las editoriales locales siguen sin poseer una política de apoyo a los nuevos autores, al menos no sucede eso a la escala deseable. En el caso específico de la poesía, en Buenos Aires hay muy contadas editoriales que acepten arriesgarse y editar por su cuenta y cargo un libro de poemas, aun en el caso de autores de la generación intermedia o de los que ya acreditan una consagrada trayectoria. Entonces, ¿paradojalmente?, es más fácil editar en el exterior que aquí, tal mi experiencia, y el resultado es que hoy hay varios, hay muchos poetas argentinos lanzados a editar sus títulos en el exterior, por las primeras razones que ya dije y también por las segundas, las locales. En ese contexto, la labor de los traductores será de primera importancia, pues es imprescindible que lo que se escribe en el género local sea difundido y apreciado en el exterior, rompiendo toda posibilidad de insularidad de la poesía argentina. No se puede vivir aislado en el mundo cultural actual; esto es un movimiento general en Occidente, la participación en la interculturalidad, el «lado bueno de la globalización», con las diferencias y los matices que le imprimen al conjunto cada una de las culturas que intervienen en él.

Pionero digital

–Tu obra también ha sido editada en formato digital, y de alguna manera pareciera que sos pionero en la edición digital en la Argentina. ¿Qué desafíos plantea esta nueva manera de publicar y leer? 

–Cuando hace ya un tiempo una editorial española, PublicaTusLibros.com, me propuso editar mis Poemas Completos (1980-2006) en tres volúmenes electrónicos, me sorprendió que su propuesta se expresara como algo tan natural y habitual, pues no sabía que había tomado tanta relevancia en Europa, que se había vuelto tan común como el formato papel. Cuando en 2012 un editor argentino, Marcelo Caballero, del sello  E-Book Argentino, me propuso publicar tres novelas mías en formato electrónico (El metro universal, Tango del mudo e Hijo de la oscuridad), yo poco más sabía al respecto, pero conversando con el editor aventuré: «esto es el futuro». Ese editor me corrigió. Él me dijo: «esto es hoy». Tenía razón. El formato electrónico implica tantas ventajas de costo, logística y distribución, que ya se está imponiendo y definitivamente el hoy y el porvenir son suyos. Para la literatura es sólo otro cambio de formato, simplemente es eso, un soporte mejor y más adecuado, no para el futuro, sino para el presente. En lo específico del género, la poesía encontró en la tecnología un nuevo medio de llegar al lector y eso ya está siendo aprovechado. De hecho, lo que decidió a la española PublicaTusLibros.com a editar mis Poemas completos, fue que la edición electrónica que subió a la web de la Breve antología poética que de mi obra había hecho Auster en 2008, tuvo 9.000 bajadas en tres meses, apenas subida a la red. Esto te da idea del poder del e-book, respecto de la edición en formato papel. ¿En cuántas librerías –de todo el mundo, porque tales son las descargas de e-books– debe estar presente tu libro para que 9.000 lectores accedan a él? La poesía es lírica, pero también ama lo concreto.

* * *

Poemas de Las Imaginaciones
de Luis Benítez

El róbalo

En el plato que parece pequeño bajo su forma poderosa
El róbalo de ancha escama y enorme boca armada
Todavía muerde el aire que huyó de su último intento
Aunque vencida por las redes de la compañía pesquera
Y traída a la fuerza a este mundo que pensamos
Es más seguro y auténtico que el suyo
La bestia marina sigue acechando al pulpo ocho veces inquieto
En su bosque de corales y sus fuertes músculos
Quieren llevárselo de un rotundo coletazo
Hacia lo negro y profundo de las cordilleras sumergidas
Hacia las islas precipitadas desde la superficie
Hacia las muchas atlántidas que son jardines de algas
Batidos por las corrientes y el paso interminable
De las ballenas que van por el amor hacia lo oscuro
Como un paisaje en lento movimiento
El róbalo en su furia congelada a medias todavía envuelto
En el papel de diario con que lo abrigó el marchante
El róbalo que ayer a mediodía diezmaba a dentelladas
Inmensas columnas de sardinas que se fundían en una
O se dispersaban por el golfo sosteniéndolo
(Parecía) como a un palacio sumergido
La fiera insaciable como un lingote de plata asesinado
Que ya no surfeará las olas con desprecio
Orgullosa del poder de su ancha espalda
Entre las frutas y las botellas de cerveza
Humillada por el hombre que cierra su heladera
Y piensa en otra cosa y rasca su cabeza
Y que es para su dios que brama en las campanas
Lo que el róbalo en el plato.

.
 El décimo círculo 

Soy dante alighieri
Nunca creí una sola palabra de todas las que escribí
Y crucifiqué por escrito el alma de todos los que me precedieron
Fui mejor que la traición porque entendí que la traición
Es lo único parecido al corazón humano
Y que decirlo rectamente era condenarme a la hoguera y al olvido
Vivo en todas las tonterías que se dijeron de mí
Y ése es el mejor tributo que pudieron y pueden darme
Beatriz era una gorda despreciable
El papa al que defendí un adúltero un criminal y un réprobo
No menos atroz que los nobles que en un bosque de siena
Mandaron tres sicarios a cortarme los dedos
Y entendí siempre cada maquinación como el normal movimiento
De la misma máquina que guiaba mis pasos
Ni bueno ni malo es cada asunto
Pero oh qué difícil es explicarlo
Este será un enredo eterno
Soy dante alighieri
Nunca creí en dios


El amor de la albahaca

No es la anónima, la de las grandes plantaciones industriales,
Destinada al secado por toneladas,
La que aflora etiquetada en todos los supermercados de este mundo.
Tampoco la singular, la  noble albahaca que ciñó Virgilio
Entre sus labios y enjugó la mano de Horacio entre los álamos.
Es la rastrera, común albahaca salvaje de los  campos,
La única y la sola que nos mira siempre verde entre las ruinas,
La que saluda desde hace millones de años
Entre las piedras. Allí, donde seguramente no es querida,
Asoma sus muñones empecinada, con la sola ayuda
De unas gotas de lluvia casual, de a cada tanto:
Un gramo de tierra le basta a la paciencia de la albahaca,
Para amar el rincón entre ladrillos rotos que, parece,
Quieren expulsarla para  siempre de su seno.
Persevera sola en su manchón de verde
Entre lo estéril, lo que le niega el sustento
Es aquello que más ama: más quiere agotarla,
Más se empecina; más quiere secarla, más florece.
La indiferencia la abona y riega sus hojas
El desdén. A desplantes crece la pasión
De la sufrida albahaca. Y cuando aquello parece
(Una vez cada año sucede que se ausenta)
Alcanzan cuatro lágrimas celestes
Para que resurja de la nada como antes,
Otro milagro del amor, que no conoce
La muerte, ni el olvido ni el engaño:
Raíz que persiste honda entre cenizas y polvo,
Milagro que florece a solas, prodigio
Sin correspondencia alguna, la albahaca
Es el amor que no se calla ni seca,
Por propia voluntad ni por ajena.


En el cantero arrasado por el frío resistía

(Para José Emilio Pacheco)

Discutíamos tú y yo
Sobre cosas de nuestro amplio mundo,
Hecho de ventanas
Detrás de las que guardamos padecimientos y alegrías,
Como en un acuario
Que creemos aislado de lo que está
Bullendo, cuando
En todo lo que decimos su magma estalla:
El hombre y la mujer
Son dos razas que en medio de su batalla perpetua
Se intercalan.

Más allá ¿recuerdas? Estábamos en el balcón y explotó en abril
Su desusada melodía.
El grillo viejo desde un cantero lejano bramó su partitura,
En el ya frío abril
Del hemisferio sur era su estar lo desusado, lo inaudito:
Nada tenía que hacer
Su sexual sinfonía, trastorno del verano, en medio de la tarde helada
Que abandonaba en su águila
Ese niño furioso que para siempre representará el deseo.

En el cantero arrasado por el frío resistía,
Como un bulbo tozudo,
Como una semilla insistiendo en procrear,
En ser padre tardío
De diminutas larvas que inundaron el aire
Meses antes,
Cuando la escarcha no nublaba el parabrisas
Del hombre cansado
Que por la calle somnolienta conduce el autobús.
Abajo, en la calle,
Alguien grita que tiene odio, hambre y frío;
Entre los bocinazos
Otro cruza la calle frenético en su automóvil
Y un vendedor recita
Su interesada palinodia. Nosotros ante el grillo
Callamos la vergüenza
De ser casi ya viejos y de no ser padres.
No llegará hasta una hembra
Su violín desastroso: en la humedad del cantero
Le cortarán las cuerdas
Entidades más potentes que su canto ridículo:
La niebla de mayo,
El viento de la calle que sembrará otro junio,
Arrasarán el destiempo
De su amplificado rascar los costados gastados
Por un deseo incesante.
Estúpido animal que cuando un silencio momentáneo
Intercede por su apenas, mínima gracia,
Deja oír en toda la calle su humilde esplendor,
Esa insistencia
De otro tiempo simultáneo que no vemos,
Que no oímos,
A no ser por un grillo u otra cosa eterna y fuera para siempre
De este  bien conocido,
calculado y cotidiano mundo que habitamos.

Ciertamente el tiempo
Es un río
Que a orillas de su canto
Se detiene.



2 comentarios:

juan wilfredo dijo...

me gusta los poemas y la lectura ademas escribir historias.

Anónimo dijo...

Muy buena entrevista del querido Luis Benitez. Felicitaciones Hernán y Fernando
Luis pone todo, habla de todo sin tapujos y es humilde en su hablar y profundo

Leandro Calle