martes, 22 de diciembre de 2015

Entrevista a Sergio Pereyra

«En mi vida no hay otra pasión más perdurable que la palabra escrita»




Entrevistar a un amigo que se conoce bien tiene algo de puesta en escena. Hay que sacar la regla larga y trazar distancia. Olvidar los guiños, las frases que empieza uno y termina el otro,  los secretos «de estado» compartidos, el tramo de vida que llevamos conociéndonos. Borrar sus posturas, su lenguaje gestual y el tiempo que tardamos en aprender a descifrarlo. Si el amigo es escritor, como en este caso, es conveniente también ejercitar la desmemoria. No lo hemos leído y releído durante diez años. No se nos ha ocurrido criticarlo y también admirarlo. Jamás osamos hacerle correcciones. Estamos frente a él, despojados, buscando la sorpresa de la respuesta, el knock out que no duele.  
Por suerte –si no era un plomo–, esta pseudoteoría de cómo hacer entrevistas a seres queridos se desmorona por completo cuando Sergio Pereyra, el entrevistado en cuestión, sube por las escaleras de mi departamento. Viene a la cita en bicicleta, como un viejo cartero y trae lo pedido: tequila. La secuencia parece y será previsible con el paso de las horas: charla, risas, pucheros –el alcohol es un enfermo ciclotímico– y dolor de cabeza. La distancia también se desvanece ante la primera papa frita disputada en la generosa picada preparada para nutrir la conversación. (Confieso: nunca tuve regla larga). La excusa es hablar sobre su primer poemario, Un objeto transparente (Libros de Piedra Infinita, 2015), pero la noche tiene una verborragia meandrosa, impone temas, quiere saber más del que escribe, del que se cobija en sus textos. La periodista, sometida a estos designios nocturnos, terminará por esbozar un retrato completo, pero muy a su manera, del que está del otro lado de la mesa.

-Es inevitable preguntarte por el título del libro, ¿por qué Un objeto transparente?, ¿para mostrar un vacío, un desamparo? ¿Para mostrar un lleno?
-El título es una deformación del último verso del último poema, poema que armó el libro, porque percibí que en él había un hilo del que, por supuesto, tiré. Entonces, me di cuenta de que los textos, escritos a lo largo de bastante tiempo, hacían una especie de inventario de mis múltiples intentos (una vez, y otra, y otra más –títulos de las secciones que componen el poemario-) por apreciar mi vida como un todo compacto, como un cristal reluciente. Ahora que lo pienso, la imagen era la de una copa. Pero como los años no vienen solos, en algún momento me topé con la certeza de que uno nunca sabe todo. Con mucho esmero apenas puede llegar a saber algo de sí mismo. Y fue allí cuando el objeto transparente original se enturbió en un objeto casi transparente.  

-El libro se sostiene en columnas de materiales muy opuestos: por un lado, la levedad de tus poemas de tópico amoroso, casi siempre crónicas nocturnas entre juguetonas y melancólicas; por otro, el peso y la profundidad de los versos donde evocás escenas familiares, momentos de la infancia. Ese tránsito entre lo trivial y lo denso, ¿es un efecto buscado?, ¿tiene que ver con la forma o con los contenidos?
-Creo que todo este asunto de escribir no tiene que ver con otra cosa que con la forma. Los contenidos, sospecho, están bien para los científicos. Si un médico, por ejemplo, en un congreso dice una perogrullada es muy probable que lo expulsen de la asociación que integra. Para los poetas todo pasa por la forma. Ojo, tampoco es que podamos mandar fruta, onda: «aprovechá este día porque es el único que tenés», o algo por el estilo, porque si bien nadie te va a echar de ningún lado, lo más probable es que se te rían en la cara. Con respecto a eso que preguntás sobre levedad y densidad, puede ser que la mirada sobre la noche sea más lúdica, más alcohólica que la mirada sobre la infancia que tiene siempre algo de elegíaco.


Ronda de tequila

-Hoy es noche de «rondas», tomá el vasito de tequila fuerte, acá tenés el limón y la sal; ahora, contestame estas preguntas antes de que esta alegría falsa encuentre su amanecer. Sospecho que detrás de muchos versos estás vos, descarnado. Nada de «yo poético», «autor desprendido de su obra», si te he visto, librito, no me acuerdo. El juego es el siguiente: vas a intentar responderle a tus versos, ¿preparado?

-¿Te parece? 

(Hay resignación pero también curiosidad en sus ojos).

-Me parece.

(Sergio se inquieta, quizás deba elaborar respuestas impensadas y alivia su tequila con gaseosa de lima limón).

-Tarde, muy tarde, ¿has llegado a casi todo?
-Sí, he llegado tarde a todo. Creo que cuando uno es demasiado analítico corre el riesgo de irse a la banquina. Yo lo hice. Me fui a la banquina y allí estuve mucho tiempo, cavilando y cavilando. Y la gente cavilosa, como todo el mundo sabe, no es muy dada a la acción.

-Los álamos de la infancia, ¿siguen siendo centinelas erguidos?
-Lamentablemente, no. Esos álamos fueron talados por orden de algún propietario que, no sé por qué, se creyó con derechos sobre lo público. Bah, sí sé por qué. Todos conocemos el modo de proceder de los patroncitos de finca.

-¿Con el día llega el miedo y con el miedo la noche?
-A veces sucede que a uno lo agarra una sensación o una idea durante mucho tiempo y,  sin que nos percatemos, aparece la noche. Pero, por suerte, no poseo una personalidad trágica. Los años adiestraron mi cerebro para hacer foco en lo absurdo, de los otros y de mí. De manera que, cuando se me viene la noche, la carcajada suele iluminarla.

-¿Es falso que vivas solo para vos?
-Los solitarios, desde afuera, damos la impresión de estar entregados a una insufrible egomanía. Y aunque en parte es real, en mi caso también vivo para mi familia, mis amigos, mis alumnos, algún amor. Sería muy aburrido estar todo el tiempo con el ojo apuntado a mi ombligo. Esto por un lado. Por el otro, siento una gran curiosidad por la gente. Por lo tanto, presto una atención intensa a lo que se me cuenta, a lo que escucho por ahí; en principio, supongo que es una consecuencia del entrenamiento adquirido en el chisme de pueblo, pero pasada esta instancia medio morbosa, siento un interés genuino por la historia del otro, concretamente por los detalles de su historia.

-El aroma animal de un cuello, ¿puede arrastrarte al principio de la historia, Adán hechizado?
-En alguna oportunidad he experimentado esa sensación. Sé que otros también lo han hecho. Un aroma hace que uno olvide quién es, de dónde viene, adónde va. Uno se convierte en pura nariz. Es muy primitivo y fascinante.

-¿Qué oscuros presagios carga un cuerpo deseado?
-Cada persona que nos cruzamos tiene un pasado. Si esa persona se convierte en una persona querida o amada, esto tan obvio se vuelve lamentable. Uno quisiera que al conocernos esa persona olvidara todo, que nunca hubiera tenido otros amigos, otros amantes. Marguerite Duras, en alguna entrevista, dice algo muy genial. Dice que si las personas que están comenzando a amarse hablan de la infancia es porque quieren extender los dominios del amor hacia el pasado. Lo que, por supuesto, es una empresa destinada al fracaso. En cualquier caso, el peor presagio que podemos leer en un cuerpo deseado es su falta de deseo hacia nosotros.

-¿Todavía desempolvás el gorro gris para inaugurar tus inviernos?
-Un gorro gris que no era mío, que era un recuerdo. Sospecho que, como canta Érica García, «el tiempo hace poesía con los errores». O sea, uno siente que hizo todo mal, que metió la pata, que podría haber funcionado. Pero no funcionó y no ha quedado nada. Excepto un gorro gris que uno se calza hasta las orejas. Así, como quien no quiere la cosa, alguien que ya no está cerca, por obra de la materialidad de la lana, no solo está fuera sino también dentro de nuestra cabeza. Y con esa presión sobre la sien uno sale a pagar las cuentas.

-¿Tu optimismo ya sabe ordenar las piezas del rompecabezas de lo vivido?
-Mi optimismo es a prueba de balas. Incluso en los momentos en los que siento que nada tiene sentido, que el universo es una gran porquería, veo algo, mínimo, y a eso me aferro como lo haría el héroe de una peli de la soga de un globo aerostático para zafar de una muerte segura. A veces, esa soga es la poesía, la que intento escribir, pero sobre todo la leída. No porque lea poetas especialmente jocosos, sino porque me conmueve una existencia dedicada a la creación de belleza. Sí, eso, que en el mundo haya poesía y poetas, artistas en general, me lo vuelve más respirable.

-¿Ningún caramelo endulza cuando el insomnio persiste?
-Es muy hijo de puta el insomnio. Impide pensar con claridad. Uno quiere estar dormido, hace fuerza para dormirse y mientras más fuerza hace, más se aleja del objetivo. Y, en el estado de agotamiento que sucede a esta batalla, no es extraño que solo aparezcan imágenes horribles. En mi caso particular, el insomnio es doblemente perjudicial, pues no solo me estropea la cabeza, también me arruina los pulmones: nunca fumo tanto como durante mis insomnios.

-¿Cuándo la confianza en las palabras comienza a flaquear?
-Afortunadamente, no muy a menudo. Tengo confianza en las palabras. Tengo amor, devoción. Me gusta su sonido, me fascina su forma escrita.

-¿En qué momentos practicás la sonrisa de Elvis en el espejo?
-Cuando quiero darme aliento, cuando quiero ser seductor, cuando me siento lujurioso, porque como dice Gonzalo Rojas en unos versos que cito en el libro: «no todo será lujuria pero qué portento / es la lujuria». ¿No es hermoso?

-¿Soñás la escritura de poemas concebidos de un tirón?
-Sí. Me encantaría que un poema me saliera de un tirón. No pasa, sin embargo, de una fantasía infantil. Como poeta soy el editor de un filme de Maurice Stiller. Es decir, escribo poemas largos (llenos de anáforas y paralelismos bobos) que luego de varias semanas, incluso meses, se reducen. De cualquier modo, no es una operación que me resulte especialmente ingrata. Al contrario, me divierte.

-¿El pescador impenitente conoce el riesgo de hundir las redes en el pasado?
-Como tengo la cándida obsesión de ser completo (yo y los que fui), me irrita el olvido. Pero soy obsesivo, no estúpido. Entonces, aunque sé que al hundir la red en el mar del pasado puedo encontrarme con alguna que otra piraña, igual, con cautela (como verás estoy muy spinoziano), la hundo. Prefiero arriesgarme a un mordiscón que habitar el desierto de no saber quién soy o de dónde vengo.


Ronda de café

El juego termina. La noche se pone sobria. Se abriga. Este noviembre, atípico, está enfermo de invierno. La entrevista toma un cauce más convencional sin perder interés. Hace falta un café, un trozo de chocolate y concentrar la atención en la historia de un adolescente que se introdujo en la lectura gracias a una vecina que le prestó algunos best sellers de los 70 y 80, Harold Robbins, Sidney Sheldon, entre otros para luego deslumbrarse con libros más serios. «Simone de Beauvoir fue la primera autora que conocí (y amé). Todavía hoy, cuando la releo, me impresiona su inteligencia. Con ella descubrí que la literatura era algo más que contar una historia».

-¿Cuándo comienza tu escritura poética?
-Comenzó hace muchos años. Casi intuitivamente. Si bien no había leído mucha poesía, sí escuchaba y, esto es fundamental, copiaba canciones. Si a eso le sumás que era un adolescente ansioso por hacer catarsis, la cuenta cierra. Entonces, así comencé, hablando de mí por escrito. Luego, por supuesto, avergonzado me percaté de que «eso» no tenía nada que ver con la poesía. Pero en el medio estuvo la facultad de letras, años durante los cuales no escribí casi nada.

-Sabemos de tu paso por la carrera de Abogacía, ¿qué hizo que decidieras abandonarla y comenzar Letras?
-No sé por qué entré. Sé por qué salí: me aburría como un hongo. Y leía literatura. No estudiaba Derecho por estar dale que dale con las novelas. Sin embargo, ahora no rechazo ese período, todo lo contrario, porque a veces me descubro diciendo algo que no sé cómo sé. Más tarde, cuando lo analizo, caigo en la cuenta de que lo aprendí con los cuervos.

-Recuerdo los poemas en prosa que publicabas en los comienzos de tu blog Planeta Sergio, ¿ya escribías en verso o a partir de esos textos comenzaste a buscar una forma más rítmica a tu producción?
-La realidad es que siempre escribí en verso, pero como le profesaba un respeto casi reverencial, en cuanto terminaba un poema, lo prosificaba para publicarlo. De alguna manera me sentía menos expuesto a las críticas respecto de lo formal, que en esa época manejaba con menor fluidez.

-Transmitir una idea, expresar un sentimiento, un estado de ánimo; la poesía es vehículo para lo uno y lo otro, ¿cómo lográs armonizar el tono intelectual y el sentimental en tus poemas?
-Yo, como Sandra Mihanovich, soy el que soy. O sea, soy una persona bastante sensitiva pero también un ratón de biblioteca. Eso y, además, la infancia en el campo que también ha dejado su huella. A mis amigos, suelo decirles que soy una especie de «María de nadie» que pasó por la universidad. Es decir, cuando estoy en el proceso de edición, vigilo que esta mezcla se produzca sin que ninguna faceta se imponga sobre las demás.

-¿Cuáles son tus prácticas de escritura?, ¿han ido mutando con los años?, ¿de qué manera?
-Como te decía antes, escribo mucho. En un cuaderno. Con una lapicera que me regaló una amiga poeta. Me gusta ese trazo grueso. Escribo como siguiendo un dictado. Luego, tacho, corrijo y vuelvo a tachar. Más tarde tipeo. Allí comienza la odisea por convertir esa masa informe en un poema aceptable. Trabajo sobre varios aspectos. El central es el sonoro, pues para mí, como dice la gran Idea Vilariño: «un poema es un hecho sonoro o no es nada». Un trabajo que, en ocasiones, demora meses. A ver, te lo grafico. Me levanto, enciendo la computadora (que está en la cocina) y, mientras, pongamos por caso, lavo el piso, leo en voz alta y corrijo. Esta es una de las razones por las cuales mi casa no está nunca del todo presentable.

-¿De qué modo marcó tu escritura haber sido becario del Taller del Fondo Nacional de las Artes que dictó aquí en Mendoza Tamara Kamenszain en 2013?
-Fue una experiencia muy agradable. Por Tamara que, además de una poeta hermosa (El libro de los divanes es lo más interesante que leí este año), es una persona encantadora. También por los compañeros del taller. En cuanto a la escritura en sí, me volví más reflexivo sobre algunas cuestiones técnicas. Por ejemplo, el tema (tan espinoso siempre) del corte de verso, el uso o no de encabalgamientos, cuándo echar mano a la tercera persona, entre otras. 

-¿Qué preocupaciones formales tenés en la actualidad?
Por estos días mi preocupación más intensa es que mi lengua escrita simule mi lengua oral, mezcla de lengua del campo mendocino con la lengua de un universitario. Por ejemplo, dudo entre «perro» y «choco». Por ahora, elijo «perro» porque mi mamá nunca dijo «choco». Quizá si ella lo hubiera usado… De repente pienso en la influencia enorme de la lengua materna en cada uno de nosotros.

  -Y ya que trajiste al choco… creo que se puede hacer poesía sobre cualquier tema: lo cotidiano, lo fantástico, lo existencial, lo trascendente. ¿Sobre qué tópicos te interesa escribir hoy?
-Me interesa todo lo que sucede a mi alrededor, siempre y cuando pase por mis ojitos. En los últimos meses me he encontrado escribiendo sobre asuntos ya antes abordados. Cuando me percato de que está sucediendo, y a riesgo de repetirme, no me detengo, sigo. Quiero contrastar mi mirada de hoy con la antigua. En general, percibo que ya no miro igual. De algún modo, poesía y análisis, en tanto revelan aspectos desconocidos de las cosas y de mí, me han obligado a dejar de lado la ingenuidad y la queja.

-Te autodefinís como un ratón de biblioteca pero quienes te conocemos, Pereyra, sabemos de tu pasión por la música pop, por sus referentes. Ratón que sale de la biblioteca y se va a bailar…
El mundo pop es un lugar festivo. La vida como una noche de boliche. Con algunos reveses, por supuesto: la luz cortada, alguien que apaga su cigarrillo o vuelca el fernet sobre tu remera nueva, la persona que te gusta no se va con vos. Esas cosas.

-El director de cine Álex de la Iglesia define estos reveses que describís como una falsa fiesta. La alegría es impostada pero la mantenemos hasta que cortan la música y apagan la luz.
-Algo así. Pero no estoy tan de acuerdo. Para mí, es el sitio donde se comparte la alegría de estar vivos. Auténtica alegría. Entre las personas que más admiro están Morrisey, Federico Moura, Neil Tennant, Gustavo Cerati, Debbie Harry, Andy Bell, Chrissie Hynde. Pienso mucho en ellos. Algún día me gustaría escribir sobre ellos.

-¿Otras pasiones?
-La palabra escrita. Hoy, si miro para atrás, no encuentro en mi vida otra más perdurable e intensa. Suena horrible esto que digo, pero así lo siento.

A la noche todavía le quedan restos de chocolate, una playlist de temas pop de los 80 en YouTube y la despedida al cartero de tequila. Él se alejará mansamente en bicicleta, haciendo pequeños zigzags, como quien piensa andando o escribe mientras suben y bajan los pedales.

***

Tres poemas de
Un objeto transparente
de Sergio Pereyra





Contra el vacío

Como quien agarra el picaporte
lo baja empuja la puerta, escribo

escribo para meterme
en la pieza de los trastos
donde los ojos de la muñeca decapitada
se burlan de mis ganas de fugarme
en el filo de la navaja roja
y tras la polera de cuello diminuto
se esconde la revista que enciende
los deseos prohibidos

escribo para andar a tientas en el desorden
y a tientas tomar un recuerdo
traerlo al presente no para adornar
sino para ser menos
un agujero que un algo colmado
a puras penas pero colmado.


Pero este poema

Las paredes ahora blancas
fueron antes de un rosa tenue
aunque desmejorado
el jardín es el mismo

pero este poema
no debería versar sobre escenarios
debería fijarse en los personajes
sobre todo un chico que en la calle
de los álamos erguidos como centinelas
se pregunta por qué dejar el amor de su casa
en busca del infierno escolar

pero este poema
para no devenir melodrama
debería poner el ojo
en la fuerza protectora del hermano mayor
en la alegría de las mochilas
recogidas en el ropero durante el verano

pero este poema
no debería olvidar que pese a todo
el chico creció, se hizo inmune
a la lengua venenosa del pueblo

como se ve
ni tan dichoso ni desafortunado
este poema que aspiraba al largo aliento
para no caer en fábula didáctica
deja de mover sus labios aquí.


Pescador impenitente

Como lago dormido
en las sombras
yace el pasado

bien lo sé
insobornable

aun así
una vez y otra
y otra más
-pagado el tributo-
hundo las redes en él
en busca del secreto
que vuelva mi vida un objeto
casi transparente.

2 comentarios:

CLAUDIO GOGOL dijo...

Muy buena la entrevista. Me gusto como el entrevistador utiliza un entorno especial para dar forma a la nota.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Gracias, Claudio, no había leído tu comentario. Justamente esa era la idea que me obsesionaba crear la atmósfera de la charla íntima, lo que repite una y otra vez Jorge Halperín sobre la entrevista: "la más pública de las conversaciones privadas".

Paula Seufferheld