domingo, 25 de marzo de 2018

Entrevista a Enrique Campos



El oro del sentimiento

Por Augusto Munaro
Especial para El Desaguadero

Hoy es lejano (Ivan Rosado), el quinto libro del poeta Enrique Campos se afirma sobre una escritura que ha sabido tejer en la unidad de sus temas, en la persistente y singular mirada que enriquece la experiencia, un tono personal, un pequeño universo que se construye y renueva en cada lectura. Versos que transmiten sensaciones a través de atmósferas que no eluden la emoción. Porque para Campos, el núcleo de la verdadera poesía ha sido y será siempre el sentimiento. 

–Hoy es lejano, me refiero literalmente al título, desprende una connotación un tanto nostálgica.
–La verdad es que no escribo poemarios pensándolos como tales. Escribo poemas sueltos y al cabo de un tiempo, cuando veo que llego a un cierto número, o cuando noto un cambio de tono o de emoción, suelo decir «basta» y releerlos. En esa relectura me vuelvo consciente de algún hilo que quizás me atravesaba en el tiempo que escribía esos poemas y en esa línea intento estructurar el poemario. Generalmente el principio y el fin de ese proceso coincide con alguna vivencia personal, una etapa que termina o algo así. En el caso de Hoy es lejano no me es tan claro porque lo dejé medio de lado al escribir, corregir y publicar mi siguiente libro, que aunque salió antes, es más mi último libro que éste. Así que al volver luego a Hoy es lejano, porque no me gusta dejar sin publicar las cosas mientras tenga la oportunidad de hacerlo, noté que no tenía mucha conexión con el sentimiento que había detrás. Era como si estuviera corrigiendo poemas ajenos. De ahí quizás el título y la idea de lejanía. No sé si fue intencional la verdad, ahora me gusta pensar que sí… Pero en realidad no lo sé. Es mi libro menos mío de alguna forma. Donde esa lejanía me puso en un lugar en el que no había estado antes. Fue distinto. Suelo estar emocionalmente más cercano al corregir y esta vez estuve más frío.

–En Hoy es lejano, como en el resto de tu obra, hay versos alucinados que elaboran paisajes oníricos. «Sólo están los pinos ahogados en la / niebla; una muralla acostada sobre los huesos / sin / nombre». O bien: «En la oscuridad de los puertos que seca el tiempo, / entre la arena y el barro, se asoman las manitos de / uñas cortas». ¿Pensás que existen vínculos relacionables entre tu poesía y los sueños como espacio de creación?
–Sí, totalmente. No es algo buscado. No me levanto con un bloc y una birome en la mano y escribo un sueño, pero sí soy muy consciente del mundo interior que tenemos. El mío propio lo cultivo desde que tengo memoria. Es casi como una vida paralela de sueños, ilusiones, fantasías y dolores desgarradores, que muchas veces es hasta más fuerte que mi mundo real. No porque esté loco, sino porque es un lugar de mucha riqueza creativa. La vida también lo es, y ese mundo onírico obviamente nace de esa realidad concreta, pero luego se transforma en algo más lúdico y maleable, menos rígido. Y eso me gusta. No me parece que lo onírico sea opuesto a lo costumbrista o a lo cotidiano, me parece que conviven dentro de uno mismo. Y lo que para muchos puede ser algo alucinado o surreal, para mi generalmente, mientras no pierda conexión con el sentimiento, es algo completamente verosímil.

–Resulta evidente tu interés por el surrealismo…
–Me parece que el surrealismo es algo que se me vuelve completamente cotidiano. Me interesan los límites de la racionalidad y me interesa pasarlos y ver qué hay después. Y creo que lo que más me interesa de lo que hay después son los sentimientos o las emociones, en el estado más puro. Sin tener que ajustarse a ninguna lógica de la razón, o a la imágenes preestablecidas que las identifican. El sol, la luz, el calor no necesariamente tienen que indicar amor, cariño, valentía, etc. Al igual que la noche, el frío y la oscuridad, no tienen por qué necesariamente indicar miedo, dolor, angustia y soledad. A veces sí, y está perfecto, pero a veces hay otras imágenes, y pararme sobre esa barrera mirando hacia los dos lados me parece un desafío que disfruto mucho. No hablo necesariamente del surrealismo como movimiento artístico, hablo de una conexión personal con ese otro lado de la razón, de una cierta idea de diálogo, y me encanta.

–El libro está estructurado en dos partes: I. Un paseo que tanto se parece a la imperfección y II. Así la tarde de espinas… ¿Por qué?
–No hay mucha justificación para eso en mis libros en general. Suelo ser bastante intuitivo en el armado y el ordenamiento de los poemas. Los títulos, en todos los casos, siempre surgen de mi libro anterior, son versos de mi libro inmediatamente anterior. Tanto los capítulos internos como los nombres de los poemarios. Salvo el primero que lo tuve que inventar, y el que saldrá a fines de este año, para el que decidí salirme de ese gesto innecesario que me tenía un poco preso. No me gusta ponerle títulos a los poemas, siento que estoy induciendo al lector a leer desde alguna óptica o algo así. En cambio no me parece mal dividir un libro en partes, si es que dentro de cada división hay una cierta lógica narrativa, aunque sea sólo para mí. Además como lector me gustan los capítulos en general, siento que me dejan abrir y cerrar una puerta chiquita en contraposición a tener que abrir y cerrar toda una casa, o lo que es peor, irme a dormir sin terminarlo y dejar la puerta de la casa entreabierta. Miedo.


–¿Te identificás con alguna tradición poética?, ¿algún autor que haya despertado tu interés en particular?
–Aunque suene quizás medio adolescente, me identifico bastante con el surrealismo y el decadentismo, desde los poetas malditos hasta los beats. Me fui volviendo un poco más romántico me parece, hasta barroco por momentos quizás, pero una cosa no quita la otra. Tampoco tengo una formación literaria muy profunda, no leí tanto como me hubiera gustado ni estudié historia o teoría literaria como para poder contestar esta pregunta con un poco más de información y respeto. Empecé a escribir por Rimbaud, como seguramente muchos poetas lo hayan hecho. Y aunque no lo releo hace mucho ni consulto a ninguno en particular, me suscribí instantáneamente a esa forma de escribir mucho más visceral, impulsiva y emocional, que a las vertientes más academicistas, correccioncitas o metódicas.

–Me gustaría saber sobre el modo en que construís las escenas de tus poemas. Leo un ejemplo: «Contra las tumbas frescas de niños guerreros, / crecen a resguardo visiones encantadas como / espigas de trigo». ¿La imagen precede a la palabra o viceversa?
–Puede pasar de las dos formas. Suelo escribir muy rápido. Como intentando escaparle a la mente racional que acecha. Y muchas veces se me imponen imágenes y otras veces frases. Palabras no. Tengo un tema con las palabras sueltas, me generan una cierta extrañeza, intento escribir fácil y que la imagen sea la protagonista. Pero en el fondo, mucho antes que la imagen o que la frase, está el sentimiento. Si la frase rompe la conexión con ese sentimiento, la cambio, y si la imagen no logra a mi juicio transmitirlo, la saco. Transmitir sentimientos es básicamente lo único que intento hacer. Lo demás esta todo en función de eso.

–En una extraña coreografía de objetos, a través del poemario se nombran velas, espejos, alas, nubes… ¿Pensás que tu poética ritualiza ciertos objetos para resignificarlos?
–No es mi intención consciente, creo, resignificar nada. Sí creo que puedo a veces utilizar cierta idea detrás de algún objeto como símbolo para construir una imagen y, de nuevo, transmitir una emoción. Pero lo hago desde un lugar muy personal, no es una búsqueda que pase por dirigir o manipular al lector, sino más bien desde una búsqueda estética por expresar algo de una forma más clara. Y las simbologías también surgen de mi propio imaginario. Los espejos o las velas no significan lo mismo para todos, y esa construcción que se genera sobre la significancia de determinados objetos o imágenes entre el que escribe y el que lee, me parece increíble. Si y solo si, ese diálogo existe desde la emoción.

–¿Qué significa para vos el lenguaje?, ¿cómo lo domesticás a tus obsesiones?
–Es un medio, un instrumento. Como lo puede ser la música, la pintura, la matemática… No soy para nada un defensor del lenguaje per se. Intento en vano domesticarlo a veces escribiendo algunas palabras de forma distinta, no poniendo doble signo de pregunta o interrogación, usando muchos guiones o comillas, etc.., pero siempre termino cayendo en la idea que en realidad es disruptivo innecesariamente. Es decir, me interesa escribir sobre sensaciones, sobre lo que sentimos cuando vivimos, cuando morimos y renacemos. El lenguaje en sí no me importa mucho más que como una herramienta para comunicar eso, me parece casi anecdótico en sí mismo. Si me hubiera dedicado a la pintura la respuesta sería la misma. 

–¿Existe el estilo en poesía?
–En todo creo que existe el estilo, hasta en la forma en la que uno vive. No lo veo como algo que se crea artificialmente, ni que se busca de forma deliberada. Sí, por supuesto, es algo que se trabaja y que se intenta pulir. Desde un lugar individualista para intentar diferenciarse del resto. Y también desde un lugar más genuino e interesante a mi juicio, que sería el de afinar eso tan íntimo que uno tiene para decir de la forma más universal que se pueda, y a la vez transmitir eso tan universal que uno siente, de la forma más íntima y personal posible.

–Me gustaría te refirieras al aspecto narrativo con que articulás buena parte de tus poemas. Si bien no solés explicitar este mecanismo, es común notar un trabajo notable en torno a la descripción. En ese sentido, cada poema logra atmósferas diferentes.
–Como escribo cada poema por separado, de una forma muy poco disciplinada u organizada, me es fácil encontrarme con imágenes o atmósferas muy distintas entre sí. Se me mezclan mucho en esta repuesta las cosas que dije antes. Para empezar pongo siempre el acento en la emoción, en lo que estoy sintiendo y quiero expresar. Luego aparecen imágenes o frases que me van llevando y termino con un determinado texto. No tengo mucho más para decir que eso. Quizás en la corrección hay una cierta limpieza de todo aquello que siento que está de más. Como en la vida misma, siempre hay cosas que están de más. No vuelvo a leer nada mío una vez publicado porque no puedo soportar no haber sacado más cosas.

–Enrique, ¿cuáles son algunos de los clichés de la poesía contemporánea?
–¡Ay! No me gusta opinar mucho sobre la poesía contemporánea porque no me siento ni con conocimiento histórico suficiente, ni tampoco tan metido en lo que se está haciendo. Sí creo que hay un lado de la poesía, que existió siempre y que sigue siendo un cliché, y es el tema de la pretenciosidad. Me parece que la pretenciosidad es uno de los peores enemigos en cualquier rama del arte. En la poesía se ve muy claramente en dos áreas: en la forma y en las palabras. Alguien que antepone la forma a la emoción, pierde. Y alguien que se endulza con el sonido de ciertas palabras en lugar de intentar vehiculizar una sensación, también pierde. ¡Esto es obviamente mi opinión! Hay mucha gente joven que ama la poesía en verso, la métrica, la rima, y la buscan antes de ver lo que sienten o lo que les interesa transmitir; como también hay gente joven que se esfuerza en grandes descripciones cargadas de palabras inmensas que ni siquiera utilizan en lo cotidiano. Creo que en ambos casos, aunque válidos y hermosos para muchos críticos y lectores, se termina poniendo el carro adelante del caballo. En lo que a mí respecta, nada debe imponerse a la emoción, nada debe estar en un plano superior, y todo recurso que se utilice (palabras, frases, descripciones, imágenes, formas, etc..) debe estar al servicio de eso. Mi intención, y lo digo como lector de poesía, es relacionarme con la emoción, y si algo se interpone, ya no me interesa.

–Por último, ¿qué sentido de realidad te ofrece particularmente la poesía?
–Me ofrece la realidad cotidiana más pura de lo que significa transitar esta vida como un ser humano. Como cualquier otra forma de arte, la poesía, como escritor y como lector, es una forma más de buscar una manera de comunicación de nuestros sentimientos y emociones más universales y a la vez privadas, y al reconocerlos en un texto, es decir, en un otro, no sentirnos tan solos.  

Dos poemas del libro 
Hoy es lejano 
(Iván Rosado) 
de Enrique Campos



Comenzó la lluvia del final del invierno

Contra las tumbas frescas de niños guerreros,
crecen a resguardo visiones encantadas como
espigas de trigo

El viento frena en la puerta donde descansan los
padres huérfanos. Las nubes bajan y bailan en la
inmensidad del silencio.

El gris con el que se tiñen las calles y los ríos se
parece a la nieve. Quizás lo sea con el tiempo.


 *

Bajo un manto nocturno y frío, se escucha el canto
que escapa por sus mangas.

Las burbujas ascienden hacia un claro entre
cuerdas de arpa. Son voces que dicen aquello que
no se escucharía en los ecos de la superficie.

En la oscuridad de los puertos que seca el tiempo,
entre la arena y el barro, se asoman las manitos de
uñas cortas.


Enrique Campos (Bs.As. 1982), publicó Las edades de un monstruo (2009), Uno y todos los posibles (2011), El momento en su boca (2012), y Eterno sólo para él (2016). Ha publicado además poemas en diversas revistas como El poeta y su trabajo, Hablar de poesía, El Banquete y Cuisine & Vins.

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