jueves, 31 de diciembre de 2009

El Desaguadero / Número 5


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Donde confluyen la nueva poesía y la reflexión


ENTREVISTAS


Ulises Naranjo y su documental sobre F. Lorenzo,
por Fernando G. Toledo


NOTAS Y ENSAYOS

Éramos tan inéditos,
por Hernán Schillagi

La poesía como última noticia,
por Hernán Schillagi


EL REPORTAJE HAIKU

Facundo López y su moledora de palabras,
por Hernán Schillagi


LA HISTORIA DE UN POEMA

Resistencia,
por Claudia Masin


INFORMES Y CRÓNICAS

Una maleta cargada de lluvia,
por Paula Seufferheld

Las lecciones del destino,
por Sergio Pereyra


NOTICIAS Y ADELANTOS

Una antología que dará que hablar: prólogo de Promiscuos & Promisorios,
por Dionisio Salas Astorga


RESEÑAS CRÍTICAS

La invasión de las «antojolías»,
por Fernando G. Toledo

Aquel que ayer nomás decía…,
por Gastón Ortiz Bandes

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Entrevista a Ulises Naranjo

«Su obra maestra es toda su obra»

Fernando Lorenzo, Luis Ábrego y Ulises Naranjo.


por Fernando G. Toledo


No es lo mismo tener noticia de Fernando Lorenzo que haberlo tratado en persona. No es lo mismo leer, hoy, sus poemas perennes que recorrerlos a pie con las plantas de su voz. Por eso Ulises Naranjo, poeta y periodista mendocino, además de amigo del recordado Fernando, ha intentado reunir esas dos maneras de conocer al autor de Segundo diluvio. Y el modo que ha encontrado es a través de un documental, que se llama Fernando Lorenzo, extranjero en su tierra, y se estrenó recientemente en Mendoza.
El retrato de Fernando es, justamente, el de un poeta omitido por quienes están fuera de un círculo más o menos reducido de amigos, conocidos, familiares, lectores ocasionales y algún que otro académico. Por lo demás, su suerte ha sido mucho más aciaga que la de otros escritores locales: no tiene ni la popularidad de Armando Tejada Gómez, no goza de la reverencia mítica que se cierne sobre Jorge E. Ramponi ni resuena su nombre con aire a canon como sucede con Abelardo Vázquez o Ricardo Tudela.
Naranjo propone en el documental una especie de expedición de rescate. Una expedición relacionada, incluso en lo «externo», con lo que es su pasión personal: el montañismo. Por eso las imágenes iniciales son las de un niño llevado de la mano por un hombre, quienes inician un camino en subida por un terreno precordillerano. Hacia allá viajará Naranjo (poeta en guardia) para recopilar entrevistas, datos de rigor, las canciones compuestas con su hijo y archivos fílmicos en pos de descubrir y revelarnos que, desde la propia perspectiva del poeta (una entrevista a poco de su muerte que Naranjo realizó en donde Lorenzo trabajaba como corrector), Lorenzo siempre fue un escritor hacia adentro, de esos que en sus novelas, cuentos, obras teatrales y sobre todo poemas, esquivó las luminarias (ilusorias o reales) de cualquier notoriedad.
Ulises Naranjo entiende que ese carácter callado de Lorenzo, sumado a la desidia acostumbrada del mendocino para con sus artistas, hacen que Fernando siga siendo, como quien lleva una condena, un extranjero constante.

El solitario
–¿Por qué la figura de Fernando es la de un «extranjero en su tierra»? ¿A qué se debe el «olvido» de su obra?
–Tiene que ver con una conducta muy mendocina: soslayar u olvidar a personas que dejaron grandes aportes para la cultura de este pueblo. Además, vos lo sabés, Fernando era una persona tan culta como discreta, tan sabia como alejada de los gustos populares. Fernando no fue el gran Tejada Gómez; su camino es distinto, más íntimo, menos transitado, más solitario y menos recompensado. Fernando Lorenzo vivió y murió como un extranjero en su propia tierra.

–¿Qué hizo de Fernando uno de los grandes escritores de Mendoza? ¿Cuál es su obra maestra y por qué?
–Su obra es compacta y su discurso, definitivo. Fernando Lorenzo trató con extremo esmero a la palabra: la cuidó hasta que se hizo y grande y después la levantó con un carácter de existencia perdurable. Y con ella también delató lo absurdo del mundo y algún puñado de cosas que merecen ser salvadas. Su obra maestra es toda su obra, por esto de ser compacta. La intensidad de su poesía se condice, por ejemplo, con la pregunta por la vida que brota de su dramaturgia. Fernando levantó una cosmovisión, una integridad, a fuerza de la palabra.

–Uno de los momentos neurales del documental es la entrevista que le realizaste a Fernando en la redacción de Diario Uno, poco antes de su muerte. ¿Cómo creés se veía por entonces la figura de Lorenzo y cómo creés se la ve ahora? ¿Ya era un extranjero?
–Fernando siempre fue un extranjero: por propia elección y por determinación del entorno mendocino. Este hecho, creo, no logró menguarse por la profunda admiración de que gozó de parte de los jóvenes escritores de entonces, como Patricia Rodón, Luis Ábrego, Rubén Valle, Pedro Straniero, Adelina Lo Bue o incluso sus compañeros del grupo literario El Aleph. Fernando en Mendoza nació extranjero de Mendoza y él mismo lo dice en la entrevista.

–¿Cómo fue la experiencia de trabajar en un formato como el de documental?
–Lo he trabajado en los últimos 16 años de mi vida. He investigado y escrito guiones y montajes en casi veinte documentales y he co-dirigido uno con Carlos Canale. Esta vez, me largué a la dirección solitaria, pero con la edición de Verónica Gai y Carlos Canale y la producción general de Francisco Gabrielli.

–¿Cuál será a partir de ahora el recorrido de la película sobre Fernando?
–Una primera y gran noticia es que Cultura de Mendoza se ha comprometido a publicar su obra escrita. Habrá que seguir ese proceso y apoyarlo. Respecto del documental, la intención es que llegue a la mayor cantidad de personas posibles. Yo estoy disponible para eso.

–Suponiendo que pueda creerse en esa promesa del Gobierno, ¿te sentís responsable, sentís que esto surge gracias a tu película?
–No quiero obviar el hecho de que el documental y la respuesta del público fue el disparador de la decisión oficial, pero lo cierto es que la obra de Fernando Lorenzo es tan nutritiva que resultaba llamativo justamente lo contrario: el hecho de que no se la hubiese editado aún.

–¿En qué escritores actuales se detecta el «legado» de Lorenzo?
–Creo que Patricia Rodón sintetiza una mirada mayor a partir de las candelas que dejó Fernando. Y noto búsquedas paralelas o similares en la poesía de Julio González y Carlos Levy. También se nota su impronta en dramaturgos como Sonnia De Monte. Íntimamente, ya como escritor, espero haber aprendido yo mismo algo de él.

Poeta al acecho
–Dentro de poco se cumplirán 15 años de la edición de tu único libro de poemas, Big bang, que fue presentado justamente por Fernando Lorenzo. ¿Cómo ves hoy ese conjunto de poemas?
–Me siguen representando y siguen manteniendo en pie mi decisión de no volver a publicar un solo poema hasta que ese texto sea parte de una búsqueda mayor, diferenciada y que represente un aporte real. Si así no son las cosas, no habrá publicaciones poéticas.

–Recuerdo haberte oído decir hace mucho algo así como que directamente «no eras más» poeta, cosa que resultaba rara venida de quien no sólo se preocupaba por «poetizar» desde cuentos y notas periodísticas hasta los epígrafes de las mismas, sino que era nombre referencial de cierta generación poética por entonces. ¿A qué se debió ese «dejar de ser»? ¿Ya dejó de dejar de ser?
–En Big Bang se plasmó una búsqueda poética de 15 años intensos. Cientos de poemas quedaron reducidos a 50, con aquello que más me desvelaba de la experiencia de escribir poesía: obtener un bloque conceptual que se explicara a sí mismo, sin discursos paralelos. No he vuelto a sentir eso ni estoy buscándolo deliberadamente, por lo que mi futuro poético es más que incierto.

–Y a propósito de lo mismo, ¿has seguido escribiendo poesía en verso o en prosa? ¿Tenés proyectos de alguna publicación?
–Escribo, siempre escribo, pero no tengo proyectos editoriales. Tal vez en algún momento, el año que viene o el otro, tenga que revisar esta actitud. O tal vez no. La literatura goza de buena salud por afuera de mis dudas.

–Decime brevemente dos cosas, una «mundana» y otra «poética» que hayás aprendido de Fernando Lorenzo.
–Mundana: su manual de estilo para seducir señoritas... Poética: No publicar un libro a menos que sea estrictamente necesario...

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Video con fragmentos de Fernando Lorenzo, extranjero en su tierra




Ficha técnica:
Investigación, guión, entrevistas: Ulises Naranjo. Producción General: Francisco Gabrielli. Edición para Estudio Exagrama: Verónica Gai y Carlos Canale. Cámaras y sonido: Carlos Canale. Música original: Ramiro Lorenzo. Poemas: Fernando Lorenzo. Arte Digital: Marcelo Tobares. Diseño Gráfico: Javier Zarzavilla. Material de archivo: Familia Lorenzo, Carlos Levy, Patricia Rodón, Luis Abrego, Cheli Díaz Araujo. Dirección: Ulises Naranjo.


Un poema de Fernando Lorenzo

Tumbas
Tumbas están abriendo a pala, señora mía, noche.
¿Ves? Son para nosotros. Para el último asalto.
Hemos sobrevivido hasta aquí y el horror que gotea
nos hace amar la muerte que lavará los ojos.
Llegará a tiempo la guerra. Seremos
esa mesa tendida a los caníbales, ese mantel piadoso
y el vino alzado. Moriremos.
Tumbas están abriendo a pala, señora mía, noche.
¿Persistirán nuestras sombras a la luz de la lámpara?
¿Persistirán los ojos de mi abuelo de Asturias?
Ay, noche, señora mía,
mi añadidura,
en tus altas alfalfas yo creí en el amor
como el deshielo del instinto que hace un lago en la altura.
Moriremos.
Moriremos bajo atroces bengalas sin ruido, sin ruido,
que abrirán en el cielo.
Inmerecida mano defenderá, ya tarde,
los ojos y la boca.
El clarecer, entonces, llegará más oscuro que la muerte.


Este poema fue publicado por primera vez en la hoja Tiburón Amarillo (Mendoza, abril de 1997).

lunes, 14 de diciembre de 2009

La poesía como última noticia

Producción fotográfica: Cecilia Restiffo


por Hernán Schillagi

La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente…

Joaquín O. Giannuzzi

(en Señales de una causa personal, 1977)

Cada domingo a la mañana, un ritual urbano y pedestre conecta a miles de personas: levantarse a leer el diario mientras unos mates destapan las cañerías de nuestros cerebros dormidos. Ese día los periódicos son bien diferentes, vienen más voluminosos con su cargamento de revistas dominicales, suplementos infantiles y análisis sesudos de la opereta política y económica semanal. Es decir que toda la familia se informa a su manera.

¿Pero cómo era esta práctica cotidiana en un pasado remoto? Si bien la crítica debate hace más de cien años el modo en que surgieron los «cantares de gesta» (Collin Smith vs. Menéndez Pidal), se sabe que hacia los siglos X al XII un juglar se apersonaba en una plaza castellana y –a voz en cuello- hacía gala de una memoria prodigiosa para cantar/contar determinados acontecimientos sobre campañas militares, acciones de guerra, hazañas de héroes enormes como el Cid Campeador o Carlomagno. Su finalidad, por tanto, era informar al público medieval con breves composiciones en verso, los llamados «cantos noticieros», que sin exageración se podrían comparar con las actuales notas periodísticas, crónicas policiales o gestas deportivas.

Sin embargo hoy, la parafernalia informativa ofrece flashes cada media hora onda TN, actualizaciones instantáneas en Yahoo, 24 horas de noticias en unos 5 canales de cable, lectura de las portadas de los diarios en la radio y más y mass. En síntesis, «demasiada información», como decía Duran Duran, para poder hacerle frente a la realidad con la cabeza clara y atenta.

Es por eso que ahora, las mañanas me encuentran con la pava a punto y con tres o cuatro libros de poemas sobre la mesa. Contrariamente a lo que se cree, leer poesía no es una abstracción y mucho menos una evasión de la vida cotidiana; de todos los medios de comunicación que existen, la lírica es el que más necesito para conectarme con mi entorno, para cargar de electricidad mis antenas, para saber que no puedo aceptar el mundo tal como se me presenta. Un poema es una herramienta aguda para poder observar las profundidades de aquello que nos quieren ocultar o volver confuso los «otros medios» de (des)información. [1]


«Escribir poesía es un acto de amor/ se escuchó a mediodía por la radio», anunciaba el poeta Luis A. Villalba hace unos años; entonces muevo el dial más cerca en el tiempo y oigo un pronóstico de Bettina Ballarini en La cantina del alba que me alerta: «Si en la madrugada/ ella fuera nuestro jardín secreto/ entonces/ sin duda/ sería mejor que lloviera/ mientras esperamos el tiempo/ diluyendo con las manos/ todo nuestro desolado naufragio.» Un doble click en apariencia inocente me sorprende: «A la luz del celular escucho los grillos./ Precoz desperté en el sueño/ y caminé por la ciudad mía,/en el bar mío me senté a tomar./Vi en mi cielo despejado/ una raya de humo que gritó mi nombre» (Leonardo Pedra, Nunca fui tan feliz como cuando era dark).

Con este modo de lectura no quiero etiquetar a los poetas como meros periodistas reproductores de contenidos «massmediáticos». La poesía nos entera, nos abre los ojos de una manera que –sin perder cierta ingenuidad- vuelve nuestras pestañas mucho más filosas, nos transforma –sin más- el ADN para que la sangre nos circule a otro ritmo ante el esnobismo atolondrado y la pereza creativa.

Quizá por eso, una corresponsal mendocina en Buenos Aires nos avisa: «Todo es distinto/ bajo la superficie:// el movimiento lento/ y la luz que reverbera en el fondo/ mezclada con el agua// Imágenes de un mundo/ todavía sin formarse» (Marta Miranda, Nadadora). También desde Córdoba, Daniel Mariani en El ático nos muestra el dolor de la memoria de una infancia incompleta como una pequeña y bella tragedia: «Después de quitar sus rueditas/ la sostuvo/ cuidadosamente/ desde el asiento. / Pedaleá, dijo./ Y corrió detrás de mí/ hasta que me soltó de golpe/ y anduve solo.// A veces caigo/ cuando miro hacia atrás./Ya no hay nadie.» Es el momento cuando entra el móvil de San Juan y Damián López trae las últimas noticias de La otra cara de la almohada: «Si este insomnio es puro capricho/ rincón del hastío en el que ejercito la desgracia/ entonces, cerrarles el mundo de traslamirada/ resulta un viento ajeno y desganado/ un escape hacia la nada.»

Por lo tanto, toda lectura poética se vuelve sospechosa para una sociedad que espera que C5N le avise si puede salir a la calle; ya que en los datos que proporciona un poema están los anticuerpos que identifican y neutralizan las bacterias que nos quieren mantener más controlados y adocenados. Por eso más que nunca la poesía está en riesgo: los poemas se han convertido en formadores de opinión.

¡Último momento! Laura Lovob desde La casa de la abeja declara: «en el piso de enfrente/ apagaron la luz, si el mundo/ no va a estallar/ debería buscar algo que encender…»[2]


[1]Aquí reformulo y amplifico un párrafo del arte poética que me pidieron para «Promiscuos&Promisorios. Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI». LunaRoja, 2009.
[2]Los poemas citados en orden de aparición son:
«Córdoba VII», de Luis A. Villalba, en Hoteles baratos (Diógenes, 1999)
«I», de Bettina Ballarini, en La cantina del alba (Jagüel, 2007)
«Dark». de Leonardo Pedra, en Nunca fui tan feliz como cuando era dark (Carbónico ediciones, 2008)
«Camina por el borde», de Marta Miranda, en Nadadora (Bajo la luna, 2009)
«Bicicleta», de Daniel Mariani, en El ático (Ediciones del Copista, 2009)
«VI», de Damián López, en La otra cara de la almohada (El andamio ediciones, 2007)
«En el piso de enfrente», de Laura Lovob, en La casa de la abeja (Gog y Magog, 2007)

jueves, 3 de diciembre de 2009

La invasión de las «antojolías»

«Antología» significa, etimológicamente, «colección de flores».
Aquí, la pintura Las flores del mal, de Miguel Oscar Menassa.

El autor ofrece aquí una versión más amplia de una nota publicada el domingo 29 de noviembre en Diario UNO y que, por razones de espacio, no pudo incluir más desarrollo en algunos de los análisis
.


por Fernando G. Toledo


«Detesto las antologías» suele decir, con cierto énfasis, un amigo poeta. Su aversión tiene muchos modos: detesta leerlas, detesta lo que representan y lo que aportan. Pero son, piensa, un «mal necesario», y eso quizá haga que deba convivir con ellas y su aborrecimiento recrudezca.
El sentimiento de este amigo ha aflorado últimamente, por razones curiosas. Y es que este año, después de una larga sequía, han aparecido cuatro antologías de poesía mendocina, una verdadera anomalía editorial que vale la pena analizar y que permite de a ratos contradecir y de a ratos acompañar a este poeta en el sentimiento.
Antes de avanzar en el breve análisis del valor de estos cuatro volúmenes, hay que hacer unas advertencias: este que firma está incluido, como escritor, en dos de ellas. Y en una, Promiscuos & Promisorios, aparece como «consejero editorial», cargo que en realidad ha consistido en aportarle al verdadero antologador algunos panoramas, nombres y estéticas de la lírica viva de hoy en Mendoza, habida cuenta de su experiencia como editor. Hecho este «blanqueo», venga también una promesa de imparcialidad en los comentarios que siguen.

Sólo poesía
Comenzamos con dos antologías de poesía a secas, es decir, las dos antologías que reúnen sólo textos poéticos sin combinarlos (de manera desafortunada, en nuestra opinión) con textos narrativos u otros lenguajes estéticos.


La ruptura del silencio, subtitulado «Poesía mendocina contemporánea», es un libro de 197 páginas coordinado por Jorgelina Basile y Diana Starkman y prologado (presentado) por esta última, apasionada por la poesía local e impulsora de diversos ciclos que desde la DGE se realizaron en 2008 y 2009 en sendas ferias del Libro locales. Dicho libro, que se distribuirá gratuitamente en las escuelas, tiene un afán casi de inventario y pretende ser herramienta para los docentes. Según el prólogo de Starkman, está dirigido entonces a la «comunidad educativa» y a «los que disfrutan de la cercanía de un libro»: claro está, apuntamos, que estos segundos no tienen por qué no estar incluidos en los primeros.
La impresión y el diseño de La ruptura… son modestos [1]. Lo que importa es lo de adentro, se dirá. Y allí lo que parece faltar es un criterio, o mejor dicho, un criterio homogéneo: 27 poetas entre éditos, inéditos, jóvenes y viejos, incipientes y consagrados comparten páginas desigualmente (algunos ocupan muchas, otros pocas). Ese criterio impreciso juega en contra y acentúa ausencias, en especial las de Raúl Silanes, Julio González, Luis Villaba y Marta Miranda [2].
En cuanto al ordenamiento, los poetas aparecen en orden alfabético, pero ese ordenamiento clásico, se diluye con el desorden no menos clásico en otros sentidos: hay poetas con biografías kilométricas pero construidas con nimiedades, hay otros con biografías brevísimas que dejan gusto a poco; las fotos no son nada buenas y en casi todas, los rostros de los autores aparecen deformados (como si hubiesen sufrido una especie de «modiglianismo»). ¿Lo mejor de La ruptura…? El rescate de algún que otro poeta que mantenía un largo silencio (el caso puntual de Juan de la Maza) [3].


Promiscuos & Promisorios (ed. Luna Roja), al revés de La ruptura…, gana según la medida del círculo preciso que traza. Dionisio Salas Astorga ha seleccionado a 14 poetas nacidos «entre el ’60 y el ’79», y si bien despista un poco la convivencia de éditos con inéditos, el antologador se hace cargo de la elección con un prólogo excelente, que describe el paisaje de autores que recorre, relaciona el presente con el pasado y se parapeta mirando al futuro, haciendo honor a parte de la leyenda que acompaña el nombre de su libro: «para el siglo XXI».
El reparto de las 158 páginas es equilibrado [4], se incluyen fotos de autores acompañadas por biografías y artes poéticas y el diseño es a la vez sobrio y de buen gusto, amén de algunos recursos que sacrifican claridad por estética.
El prólogo, arriba mencionado, por ejemplo, es legible (desde el punto de vista del diseño gráfico) pero menos que los propios poemas: dado que se trata de un texto sesudo y argumentativo, habría sido de agradecer que se apostara también a la claridad en ese sentido; lo mismo puede decirse de las citas o referencias al pie [5].
En líneas generales, Promiscuos & Promisorios sin embargo cumple mejor sus propios objetivos: es una antología precisa, representativa, ordenada, plural y bien editada [6]. Tiene epígrafes que ejercen de directrices literarias (una especie de ars poetica del compilador) y, además, inaugura una editorial que ya promete dos nuevos libros: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI) y Quién dice que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI).

Mejunjes
Las otras dos son verdaderas antologías de la «mezcolanza», como si ya por su naturaleza estas compilaciones no lo fueran.

Policronías II repite la experiencia de 2007, en que el departamento de Las Heras reunió sus poetas en un bonito libro que ahora tiene una segunda parte. Se combinan aquí poemas con relatos, y hasta con reproducciones de dibujos y pinturas de artistas lasherinos.
La impresión y la edición generales son excelentes, casi se diría un lujo, fuera del toque kitsch de la tapa [7]. Los escritores hacen su propia presentación, larga y tendida, y dejan sus direcciones de contacto: una buena idea, que aparecía germinalmente en la primera edición, y que ahora deja sentado un precedente de verdad para imitar.
Pero en cuanto a lo escrito, el nivel es muy desparejo: hay muchos autores muy incipientes, y se nota tanto que están haciendo, muchos, sus primeras armas que al terminar la lectura sobrevuela en algunos casos la sensación de que ha sido imprudente llevar a la imprenta varios de esos textos. Junto a esto, el renombre y la calidad de los artistas plásticos elegidos (entre ellos, Alfredo Ceverino, José Scacco y Roberto Barroso) resulta un contraste brutal en comparación con los escritores. Eso sí, no se explica más que por el «figuritismo» que el antologador, Fernando Adrián Flores, vuelva a aparecer entre los antologados. Un detalle: el prólogo es del intendente Rubén Miranda, y no merece mayor análisis.


Desertikón, finalmente, tiene una «pata bonaerense», ya que aparece por el sello Eloísa Cartonera, fundado por Santiago Vega (Washington Cucurto) y elaborado, a medias, con material juntado por cartoneros: en este caso, la edición de interiores es convencional y de gran calidad, y a ella se le adosa un cartón deliberadamente tosco pero que permite mantener el «look cartonero», al menos en lo externo.
En Desertikón, antología de poesía y narrativa mendocina contemporánea, el verdadero mejunje que significa juntar 25 autores entre narradores y poetas se atenúa por un afán de combinar cierta común estética (difusa), de una vertiente supuestamente antilírica [8]. Pero eso mismo se arruina con la presencia de ¡seis! prólogos a cargo de los antologadores-antologados, la mayoría rimbombantes y vacuos (excepción hecha por el de Leonardo Pedra, claro y conciso, y algunas líneas del de Darío Zangrandi) [9].
Sorprende que justamente se predique en estos prólogos que el volumen representa a las «literaturas marginales», a «una literatura otra», a «ese margen» (que se asume propio de Eloísa), y en ellos abunden el vicio del artificio y las acusaciones enunciadas y no fundamentadas, sea contra «las políticas culturales», la SADE, la Facultad de Filosofía y los mass media, que da lo mismo [10]. Además, que se construya una paradoja: el lamento por la «otredad» no se justifica desde el momento en que si esa antología recoge algunas voces y no otras, provoca el mismo efecto que dice combatir.
A propósito de otra frase de los prólogos, hay algo que no encaja si se pretende publicar este libro «desde ningún poder». Dado que el concepto de «poder» no es unívoco, ¿a qué poder se referirá? Porque «hablar desde ningún poder» es una apariencia: ¿o acaso no hay un poder ya instaurado de parte de quienes consiguen editar un libro? ¿No presupone un poder el tener la posibilidad de contactar a un escritor de renombre como Cucurto, organizar presentaciones, y a través de un sello que ha tenido difusión notable en los mass media? ¿No lo es editar en una editorial que tiene una página web propia, es capaz de alquilar un local (con el poder económico que da la organización de una cooperativa) y que además esté pronta a tener uno propio?
Valen la pena dos apuntes más: el prólogo de Eugenia Segura (el que mencionábamos) afirma, como dijimos, que Desertikón supone un enfrentamiento y un intento de cumplir con lo que no se hace desde esferas oficiales, si es que interpretamos bien la frase «desde acá escribimos, contra la aridez de políticas culturales abocadas exclusivamente al guión de la Fiesta de la Vendimia». Pero resaltemos que la propia Segura está incluida en La ruptura del silencio, libro editado precisamente por la Dirección General de Escuelas del Gobierno de Mendoza (poder político) y del que participa como colaborador incluso Gastón O. Bandes, compilador de Desertikón [11].Nunca está de más está decir que este prólogo desafortunado de Segura [12] no empaña su poesía: una buena cosecha han resultado tres de estos cuatro libros para leer algunos de sus textos, y así, de la autora pedimos, con irreverencia de lectores, se apure la edición de Herencia china, su segundo libro [13].
Por último, y volviendo al contenido de Desertikón, observemos que también reparte de manera desigual las páginas para los poetas, en un libro sin índice y con no menos desiguales mini-biografías al final del volumen.

Antojos
Entre el debe y el haber, sin embargo, ¿qué queda de estas cuatro antologías? [14] Al parecer, un retrato impreciso y monstruoso, como un cuadro de Francis Bacon, que al menos deja constancia de que la escritura, sobre todo poética, en Mendoza está lejos de secarse en este desierto silencioso, y que ni los «antojos» de los antologadores («una antología es una antojolía», opinaba Juan Ramón Jiménez) harán algo, por ahora, en contra o a favor de ese lápiz que justo ahora, quizás, comienza a llenar el papel con el flaco alimento de un verso.

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Notas:

[1] En algún momento se dijo que la edición de
La ruptura... iba a estar confeccionada con tapas duras, pero la dureza de las tapas finales dependerá acaso del concepto de tal cosa que tenga cada uno.
[2] Sí en cambio aparece Jorge Sosa, quien ha publicado varios libros de poemas aunque no suele ser mencionado como referente de la poética local. Si
La ruptura... logra reivindicarlo como tal es algo que merecería ser objeto de otro artículo.
[3] Juan de la Maza sí ha sido un referente para algunos poetas, no sólo de sus generacionales, sino otros más jóvenes. Entre los primeros está otro de los incluidos en la antología, como Rubén Vigo (desconocido para quien esto firma hasta la aparición del libro). Entre los segundos está Rubén Valle, quien compartió algunas experiencias editoriales con De la Maza.
[4] «Equilibrio» se corresponde aquí con el término «equidad», en el sentido de que a los autores les corresponde un número parejo de páginas para cada uno.
[5] Aparecen, sí, en
Promiscuos & Promisorios erratas muy comunes, como la repetición del título del poema en la misma página.
[6] La virtud de representatividad de esta antología tiene mucho que ver con su pluralidad. Asimismo, su «orden» tiene que ver con su «buena edición».
[7] Una de las
Proserpina de Dante Gabriel Rosetti es el centro de la ilustración, cuestión que resulta un poco oscura a la hora de hallar una relación con esta antología lasherina. Además, el sello de la Municipalidad de Las Heras (declaración de interés educativo de la DGE, incluida) está puesto con un autoadhesivo, aunque con mucho cuidado, es cierto.
[8] Nos permitimos usar el concepto de «antilírica» en sentido amplio, aplicado incluso a la prosa. Muchos de los textos tienen temáticas y estilos cuya principal referencia podría ser el propio Santiago Vega. Pero ello no puede aplicarse a los textos de Débora Benacot, Eliana Drajer o, especialmente, Eugenia Segura, quienes no rehúyen en absoluto a la lírica, en especial esta última. En los poemas de Claudio Rosales, a pesar de alguna terminología y el uso de habla coloquial, también subyace cierto lirismo que, por esa combinación, le otorga mayor interés a su poesía.
[9] Algunos ejemplos: «Con pala y pica de alquimista y chupayas de lector herbolario, se empiezan a seleccionar no tanto raíces subjetivas, nervaduras estilísticas o frutos maduros, como semillas multisensoriales, texturas vivientes que conecten (al texto) con la lengua, el cuerpo, la política, el deseo y la cultura, de modo que con ellas nos sea posible hacer llover en medio de la sequía: chamanismo urbano, conjuro político contra la sed. Ah, el problema de las literaturas marginales: soledad, aislamiento, polvo costumbrista, estupidez flaubertiana, el artista como lugarteniente o pelotudo número uno» (Gastón Ortiz Bandes). Otro: «Antologogente que media comunera; y con la cartonera oportunidad ahí , claro. Qué mansas noches ! : atinando o no, pero pillos a la hora de elegir el contenido del envasado. Y a veces E. nos cocinó pastas. Una tarde de sábado L. hizo un asadito… , ese día :manso calor loco» (Claudio Rosales). Otro: «Con que: en el haciéndose hubo Ensayos, amplios, blandos, inesperados, Traiciones a la tradición y el escepticismo, la Hiperlegibilidad de la experiencia cutánea, y mucho Explota-explota-que-expló, explota nuestro corazón. Agüita y azúcar en la olla de campaña de ésta, la escuela del pedemonte (...) El profesar directo, sin rebotes /ensimismada/: la lengua al mismo tiempo, sin antenas /babélica/» (María García).
[10] Veamos esta línea: «Al mismo tiempo, una Facultad de Filosofía y Letras controlada por el catolicismo siniestro -cómplice de la dictadura y sicaria del neoliberalismo- conserva sus momias de lenguaje por deshidratación a secas». Nótese cómo la Facultad (¿el edificio, sus alumnos, sus profesores, sus rectores, sus decanos, sus secretarios, sus trabajos de investigación? ¿Los actuales, los de antes? ¿Todos, algunos?) representaría cosas terribles para Segura, justo el antro académico en el que, por ejemplo, se formaron al menos dos de sus antologados: Benacot y G. O. Bandes.
[11] Débora Benacot, Eugenia Segura, Eliana Drajer y Claudio Rosales participan en tres de las antologías aquí reseñadas.
[12] Hay también un error de concepto: Segura dice en su prólogo que a
Desertikón sólo la precede una antología de editorial Colihue y «una antología temática de Alfaguara, organizada según criterios regionalistas: Mitos y leyendas cuyanas, de 1998». Sin embargo, Mitos y leyendas cuyanos (tal el nombre correcto) no es una antología, sino un libro escrito específicamente a partir de una premisa de esta editorial, que consistía en escribir relatos de ficción inspirados en las leyendas regionales (¿por qué «regionalistas»?). Si nos atenemos al significado etimológico de «antología» (colección de flores), digamos que en Mitos y leyendas… no se recogieron flores del campo crecidas por allí, sino que se plantaron específicamente ciertas variedades para conformar un cantero particular.
[13] Segura y Rosales son dos de los poetas de los que más textos pueden leerse en
Desertikón. Quizá eso influya en una mejor valoración de sus poemas, que resultan, gracias a eso, y a juicio del que esto escribe, los mejores del volumen.
[14] Marcelo Neyra, autor de uno de los cuentos más sexualmente explícitos de Desertikón, tiene una opinión muy elogiosa de esa antología, que invitamos a leer haciendo clic aquí. No nos animamos a considerar lo mismo de la opinión de Luis Álvarez Quintana, dado que el filo de la ironía con que corta sus elogios parece que hace que éstos no sean tales. Otros autores locales se han manifestado de manera privada sobre las ideas que expresa esta columna al autor de la misma, en términos elogiosos algunos y algún otro con evidente enojo, suponemos, dada la cantidad de argumentos
ad hominem vertidos en sus misivas.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Historia del poema Resistencia



(Colaboración especial para El Desaguadero)

Un poema, pienso, empieza a escribirse mucho tiempo antes de llegar a convertirse en palabras. ¿Es de palabras un poema? ¿O es una cierta intensidad, un halo que guarda en sí la calidez del último día de un verano vivido hace muchos años, la aspereza de la textura de la piedra que -de chicos- solíamos llevar apretada en la mano, la frescura de las aguas verdes y doradas de una laguna, cuyo contacto aún nos estremece como si el cuerpo guardara tesoros que salen a la luz en el momento en que algo -una caricia, una presencia, una imagen apenas entrevista- los llama?
«La grandeza del verdadero arte –escribe Proust– consiste en encontrar, volver a captar, hacernos ver aquella realidad lejos de la cual vivimos, de la cual nos apartamos más y más a medida que adquiere más espesor e impermeabilidad el conocimiento convencional con el que la sustituimos, aquella realidad que podríamos morir sin haber conocido, y que es simplemente nuestra vida».

Resistencia es el nombre de mi tierra natal. Siempre pensé que si el modo de ser nombrado determina una posición en la vida, haber nacido en un lugar llamado así no podía resultar inocuo. Y de hecho me dediqué a escribir, que si no hubiera sido un acto de supervivencia, podría también ser pensado como un acto de resistencia. ¿Ante qué? quizás ante los poderes de la fealdad y de la muerte, del dolor y de la estupidez, que siempre están ahí, agazapados en nosotros, porque necesitan, para existir, de toda la fuerza vital de la que carecen por sí mismos.
Resistencia, este poema, nació en las largas horas de las siestas de mi infancia. Para las personas que habitan en las grandes ciudades, la siesta es un momento inexistente. Pero para mí, que nací en una pequeña, es el tiempo más hermoso y más pleno: el tiempo en el que la vida pareciera suspenderse, aletargarse a un punto tal que el mundo, con sus urgencias y sus demandas, se va apagando lentamente. ¿Qué queda entonces? La luz y el silencio. Y cuando digo luz digo: un resplandor crudo, deslumbrante, insoportable, que obliga a guarecerse bajo techo o bajo la fronda de los árboles del jardín. Este poema está hecho de esa materia: el calor y la luz de las siestas de verano vividas a la sombra de un árbol, en el jardín de una casa en la que todos duermen.

«¿Cómo es tu ciudad natal?», me preguntaron muchas veces, «¿es tal como está descripta en tus poemas?». «Resistencia» -debería quizás responder- «no es para mí una ciudad sino mi infancia». Y como dice Bachelard, «toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo». La poesía, según creo, nos da la posibilidad de construir, sobre las ruinas de lo efectivamente sucedido, aquello que debería haber ocurrido y no ocurrió. Nos permite recuperar no lo perdido, sino lo deseado. Escribir, para mí, es un viaje. Es volver, una y otra vez, al lugar en el que todo comenzó. En mi caso, a una de esas siestas de hace tantos años en las que –sin yo saberlo– este poema, y los muchos que vendrían, ya se estaban escribiendo, silenciosos y tercos, en mi cuerpo tendido al sol.





Resistencia

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.
Montañas de utilería para que cuando llueva,
el río, en su crecida, no invada nuestras casas
y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución
de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener
al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia
tenemos para qué levantarnos cada mañana:
quien tiene a qué temer ya no está solo.
Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia
amarillas. Nos sentimos impermeables
cuando caminamos por las calles, cómplices
como sobrevivientes de un desastre secreto.
Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches.
Los chicos soñábamos con la amistad del agua,
salir descalzos a la invasión, cada gota
un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos
tras las trincheras, cristales dibujados al vapor
con nuestros nombres. Casa del agua.
¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.
Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,
una miniatura olvidada en un estante.
Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría
animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.
Por la música que despedían de sí al ser dichas.

¿No es más importante preservar la belleza que la especie?.
Zarparía en silencio hasta que la tierra
se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.
¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye
sirve para huir de la próxima batalla.
¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino
- a lo sumo- presumir bajo el alero?
¿Y si la crecida de las aguas no existiera?
Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia.
Construida para ofrecerse a un ataque imaginario,
a una corriente asesina que no existe. Acuario seco
en que los peces sofocados resistimos
hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto
que en las guerras se venciera por un arte sutil
de resistencia.

Claudia Masin, en Geología (Nusud, 2001)


* Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Desde 1990 vive en Buenos Aires. Es escritora y psicoanalista. Tiene cinco libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires), Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura del Gobierno Argentino; 2001, Nusud, Buenos Aires), la vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (Bajo la Luna, 2007) y El secreto (Antología 1997-2007. Ed. de La Paz, 2007).

jueves, 12 de noviembre de 2009

Éramos tan inéditos

O cómo publicar sin libro



por Hernán Schillagi

Ayer nomás, llevar unos escritos al papel, esperar que la imprenta convirtiera -en un pase mágico- nuestro pequeño hato de ilusiones en un libro era al menos un acto monumental. El «esfuerzo mancomunado» entre el autor y la editorial siempre era digno de destacar en las presentaciones. Ni hablar cuando una revista literaria solicitaba a un poeta en ciernes algún escrito y como a los 6 meses lo veía publicado, para alegría de la abuela y alguna tía, pero con errores. Así y todo, estos pasos en la penumbra iban sacando al poeta joven de su estado de oscura ineditez.

Sin embargo en estos tiempos, la situación ha mutado. Los poetas que no tienen un libro como soporte de su obra entraron sin aviso en una metamorfosis, cuya forma difícilmente sea reconocida con la palabra «inédito». La tecnología 2.0 ofrece, entre otras cosas, la posibilidad de tener un espacio virtual en menos de 5 pasos; donde los poemas, microficciones, anécdotas, diarios íntimos, fotos, videos y hasta la biblioteca de Alejandría tienen entrada. «A falta de papel, buenos son los blogs», dice Patricia Slukich en una nota reciente. Pero ¿es sólo por el alto precio de una edición convencional que los poetas eligen los blogs para expresarse?

Las ediciones de poesía rara vez superan los 500 ejemplares. Se sabe que con este número nuestros nietos tendrán con qué taponar sus puertas cuando por fin se derritan los casquetes polares. Pero en realidad, las tiradas son mucho más cortas. Las hay de 50, 100 y 200 libros, o por pedido. El riesgo es grande y los lectores pocos y hasta desconfiados. ¿Quién es éste que me quiere vender un libro tan chiquito al precio de una entrada de cine?, se preguntará más de un «consumidor». Por el contrario, un poeta blogger se encuentra hoy con una realidad mucho más auspiciosa. Tomemos, por caso, el ejemplo de una lectora porteña de El Desaguadero, Paola Ippolito. Su blog personal de poesía y relatos tiene más de 100 seguidores repartidos en todo el país, Latinoamérica y España; y cada vez que «cuelga» un poema a la semana unos 50 lectores le han comentado, con mejor o peor criterio, su texto. Pero con la edición tradicional de un libro, quizá sólo la hubiesen leído su familia, amigos y algún conocido. Todos con un dejo de forzada piedad.

La poeta Irene Gruss se queja con razón por el tema de posicionarse rápidamente como escritor gracias a las nuevas tecnologías: «En esto veo una diferencia acentuada con la generación anterior, que tuvo que pagar un gran derecho de piso para acceder a publicaciones. Me pregunto qué pasará con esa política de la inmediatez dentro de algunos años, cuál será su trascendencia», inquiere con firmeza. Está bien su postura, pero como decía la canción fuimos «héroes por una vez». Aunque no para siempre. Todavía persiste en nuestro recuerdo cuando con Cecilia Restiffo nos pasábamos noches enteras plegando y engrampando hojas para una revista literaria en la Facultad de Filosofía y Letras, o cuando caminábamos por todo el centro para conseguir apenas dos auspicios, ya que el resto salía de nuestros magros bolsillos de estudiantes. No obstante si hubiesen existido en los ’90 los medios digitales de la actualidad, jamás hubiéramos dudado en utilizarlos.

También Santiago Llach nos avisa: «Lo mejor que le pasa a la poesía argentina lo hacen blogueras, fotógrafos y narradores (…) ¿Dónde están los mejores poemas actuales? Posiblemente en breves posts en prosa que se descubren saltando por los blogs». Sin embargo va más allá el escritor, ya que reflexiona que todo lo que se publica virtualmente es poesía, menos los poemas: «La poesía viene mal cortada» Todo un signo de los tiempos.

Por lo tanto hoy publicar en papel (ya sea en libros, revistas, demos, antologías, ¡¿plaquettes?!) ha dejado de ser un valor, al menos como se lo consideraba en el siglo XX. No me atrevería a pronunciar en la actualidad que bloggers como Paula Seufferheld, Sergio Pereyra (redactores de esta revista), Bibiana Poveda y Débora Benacot –que aún no han visto impresos sus primeros libros individuales- sean autores inéditos. Sus escritos se van construyendo, interviniendo y haciéndose a la vista de todos, ¿qué es, entonces, más «público» que eso?

Al mismo tiempo, la arbitrariedad de la materialización de un libro es dejada de lado por la maleabilidad de lo virtual. El escritor tracción a tinta muy pronto deberá desviar la mirada de las complacientes pelusas de su ombligo, porque en realidad son los lectores los que han cambiado, los internautas que «surfean» por la web, como dice Beatriz Sarlo, sin profundizar en las aguas de los discursos electrónicos. Sin embargo, ¿qué lector de los «antiguos» leía un poema e inmediatamente le escribía una carta al autor? La opción «comentarios» en los blogs invita a los visitantes a reflexionar, a criticar y proponer cambios. ¡Se acabaron las jerarquías poéticas de marfil!

«Siempre se dice que cada nuevo ‘movimiento artístico’ debe crearse también un público ‘nuevo’ que pueda consumirlo. El público ‘viejo’ nada puede hacer con él», proponen Ana Mazzoni y Damián Selci en Poesía actual y cualquierización. ¿Será tan así en la red de redes? La brevedad del género lírico posibilita un acceso atractivo y fácil de asimilar. Tal vez algunos sigan apostando nada más que a la calidez de las páginas, miren de soslayo la incandescente pantalla y acusen a los neopoetas de virtualizarse por conveniencia y de entrar en el juego de intereses posmoderno.

Por el momento, sólo sabemos que la poesía vio luz y subió.


Algunos poemas blogger


HA LLEGADO LA HORA DE NACER

Una letra camina, violácea, enmudecida.
Se ilumina ante el silencio
que desata su cuerda.
Se transforma.Mutación aparente.
Ha llegado la hora, el tiempo de la audacia,
de ser y subsistir al desafío
del blanco papel entristecido.

Te exhortan los relojes a que nazcas,
y mueras y reencarnes en una y mil palabras
que laten bajo tierra,
plagadas de humedades,
afiebradas de anónimos excesos.


Tu máscara se agrieta de tanto renacer
y vuelves a ser letra sumisa por un rato,
violácea en un coágulo de sombras...
hasta que te despierten.


Paola Ippolito

*

DISTANCIA III

Como ese telegrafista
escucho sonidos largos y cortos.
La plegaria de tus palabras
se aburre antes de rozarme.

Y el telegrafista quiere irse
dejar de convertir ruidos
en rayas y puntos
terminar su té
salir
descansar su vista
en un árbol frondoso
o en la indiferencia
de dos palomas que comen
en el andén.
Quiere ajustar su bufanda
respirar hondo
treparse al frío de la tarde
llegar a su casa alta
y mirar cómo un rayo
corta los hilos de la estación.

El telegrafista y yo
sonreímos otra vez.
El fuego nos encuentra liberados
antes de irnos a dormir.

Paula Seufferheld, en Proyecto María Castaña

*

SOLO A VECES

no hay espinas
sabe bien el fruto
es suave el cielo de octubre
y amable la canción

a veces el camino
puede ser plácido

a veces
caminar y deslizarse
se confunden.

Sergio Pereyra, en Planeta Sergio

*

PERPETUA


Los muertos,
más en paz
-igual de muertos-.

Los monstruos
-como siempre-
vivitos
nefastos
impasibles.

Débora Benacot, en Caramelos en el frasco

*

SENSATEZ

imposible permanecer. lo más estable son las nueces que esparzo en los peldaños, para escuchar cuando se va lo que no acaba de subir.
estas ardillas despellejadas, entre la silla turca y los vapores de añejos disturbios, me susurran dentro de las cáscaras que soy una repudrición
de todas mis sensatas intenciones.

Bibiana Poveda, en Vía Pruna

domingo, 1 de noviembre de 2009

Una maleta cargada de lluvia: Crónica de Viajero inmóvil

Crónica de la presentación de Viajero inmóvil, de Fernando G. Toledo.
San Martín, 9 de octubre.


[El amor] «es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente.»
Francisco de Quevedo.


Principio de incertidumbre

En general, esta cronista tiene en su mente «el guión»-como dicen los lingüistas- de lo que puede ser la presentación de un libro de poesía. Ha asistido a algunas y nunca falta la mesa cubierta por un inefable mantel oscuro, el micrófono, cantidades exorbitantes de agua (¡por favor, que alguien me cuente si ha visto deshidratarse a un poeta!), la iluminación tenue, el acompañamiento musical grabado o, en el mejor de los casos, «en vivo», el ritmo cadencioso y expresivo del recitado del artista y el público silencioso que pocas veces está seguro de cuándo aplaudir y cuándo no, como sucede en los conciertos de música clásica.

La presentación del último poemario de Fernando G. Toledo, Viajero inmóvil, destruyó el guión de la que escribe por completo. La noche del 9 de octubre, en el salón del Concejo Deliberante de la Municipalidad de San Martín, esta cronista fue testigo, junto a un centenar de personas más, de una performance «luminosa» a pesar de la obligada oscuridad que fue un elemento escenográfico imprescindible en el espectáculo. Pero no nos adelantemos, también las crónicas tienen un «guión» y entre sus basamentos está el respeto por el orden cronológico de los hechos.

¡Qué comience la función!

De poeta a poeta. Hernán Schillagi, entrañable amigo de Toledo y co-director junto a éste del sello Libros de piedra infinita, es quien abre el fuego aportando algunos datos esenciales del libro mismo y su contexto: primero, Viajero inmóvil es el cuarto poemario de Toledo luego del premiado Secuencia del caos; segundo, el texto tiene un valor agregado: el exquisito prólogo de la poeta Claudia Masin y los diseños e ilustraciones de Romina Arrarás; tercero, la edición del libro no hubiese sido posible sin el aporte de la Municipalidad de Rivadavia, tampoco esta presentación podría haberse realizado sin el apoyo de la Municipalidad de San Martín (la cronista agrega: esta es la verdadera coparticipación municipal). Finalmente, esta obra no es ningún viaje inmóvil para Libros de piedra infinita que con este nuevo capítulo, avanza un tramo más en su largo camino de 14 textos editados.

Luego de estas menciones y agradecimientos necesarios, Schillagi anticipa algo del contenido del texto formulando una pregunta esencial: ¿por qué el poemario se llama Viajero inmóvil? Título extraño. Oxímoron. Viaje a ninguna parte. Pero, ¿a dónde? El poeta da pistas precisas: «un hombre decide ir detrás de una mujer amada y perdida […], antes de dar el primer paso, descubre que el avance se le vuelve imposible porque así crearía una nueva distancia».

El protagonista. El salón se oscurece completamente, el músico y periodista Ramiro Ortiz realiza con su guitarra una magistral improvisación acústica a partir del tema Stationary traveller de la agrupación Camel. En una pantalla comienzan a proyectarse imágenes de un recorrido rural. Un hombre entra en escena, lleva puesto un perramus azul y carga una enorme y pesada maleta. Sabina canta en su tema Mujeres fatal «hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia» y con ello elabora, probablemente, una de las más logradas metáforas sobre la tristeza densa. ¿Este hombre también llevará lluvia en su equipaje? A medida que su voz febril desande los versos de sus poemas, comprenderemos que la respuesta es afirmativa.

A esta altura, la cronista está un poco confundida, ya dijo al principio que su guión «presentación poemario», en esta oportunidad, no le servía. Ahora se enfrenta a un nuevo dilema, ¿quién está en el escenario?, ¿el poeta o su personaje? Como hace habitualmente cuando asiste a una pieza teatral, la que suscribe, decide firmar un pacto de ficción: frente a ella no está el poeta Toledo sino un viajero desencantado. Tampoco ella y el público son simples espectadores, sino mudos testigos de su inútil travesía.

Mientras vemos en pantalla un paisaje de campo que repite su monotonía de pocos elementos: una casa, un viñedo, una hilera de álamos y, de nuevo, una casa, un viñedo…-un círculo en clave de falso avance- y Ramiro continúa corporizando una melodía hipnótica, el viajero habla. Escapando de la espiral visual y sonora que lo envuelve, su voz desata una sucesión de versos apasionados: «Nada encuentro /como todo el que busca/ y por eso insisto/ Con este vicio nómade estancado en la partida». (Poema 1). En esta primera parte, leerá además los poemas 2, 4, 7.

Mod for a Day de Steve Howe (Yes) es el tema que interpretará Ortiz en el primer Intermezzo. Esta breve pausa musical sirve para que esta cronista reflexione y ponga oído a los murmullos generalizados del público: «realmente emocionante», exclama una voz femenina anónima. ¡Qué expresión más cierta!, sobre todo para los que hemos leído algunas veces el texto en forma silenciosa. La que escribe, entrevistando al poeta hace algunos meses, no podía creer que se tratara de un viaje amoroso. Para ella podía ser cualquier travesía: la de Ulises a Ítaca, la del silencio a la palabra, la de lo que somos a lo que queremos, todos recorridos más o menos imposibles. Pensaba, parafraseando mal a Borges, que todos los textos tienen un único tópico: el viaje y que Toledo lo expresaba de manera bella y filosófica. Pero ella ahora siente otra clase de sensación, mucho menos racional, escuchando al viajero: empatía. Sus experiencias amorosas vuelven con sus balances rojos y, por primera vez, esos poemas la interpelan directamente.

La lectura continúa con los poemas 11, 13 y 10. El adjetivo obsceno se repite para remarcar el costado más abyecto del dolor: la distancia crece como hierba obscena (11), los pasos dibujan un círculo obsceno (13). El viajero, consciente del asco que le provoca su inmovilidad, tiende puentes con sus palabras pero ellas, sin haber hecho ningún trayecto, vuelven como piedras para golpearlo y cercarlo.

El segundo intermezzo viene con la contundencia de Tears in the Rain de Joe Satriani. Ortiz deja de nuevo en claro que lo de él es una lección de virtuosismo. En este nuevo corte, la cronista agudiza su sentido de la vista y descubre que entre el público hay reconocidos escritores: Eduardo Gregorio, Roberto Mercado (músico además), Carlos Levy, Débora Benacot y Dionisio Salas Astorga (estos últimos vinieron en la trafic-charter que Toledo y la Municipalidad pusieron a su disposición en el centro de Mendoza para unir el oeste al este en un acto de federalismo y también de cuidada producción).

Para el final, el poeta elige los poemas 20, 19 y 14. Probablemente el 19 sea el compendio más acabado de todo el camino propuesto por Toledo: «Si no tuviera que buscarte Pero hay solo distancia/ La carne sale a velarse sola antes de estar muerta/ Y te busco sabiendo que nunca he llegado tan lejos». Pero, ¿cómo puede afirmar que ha llegado lejos desde el punto donde está estancado? En realidad, lo que se escapa cuando el cuerpo renuncia a la acción, es EL DESEO. «Quizás el deseo también tiene un mundo/ Y aunque aún no doy el primer paso/ Salgo a buscarte […] como si estuvieses/ Todavía aquí y con una simple palabra pudiera/ Aferrarte».

Una poderosa versión en guitarra eléctrica del solo de Stationary traveller cierra el espectáculo.

Principio de certidumbre

El guión «presentación de libro de poesía» vuelve a funcionar. Las luces se encienden, el poeta agradece la colaboración de quienes hicieron posible la presentación, la atención de los presentes; también nombra a los escritores que vinieron a escucharlo, visiblemente satisfecho de la cantidad de artistas amigos. Luego, Roque Grillo, responsable del Área Letras de la Municipalidad de San Martín, hace lo propio reiterando agradecimientos y destacando la tarea de los gobiernos municipales involucrados (San Martín y Rivadavia) para concretar un acto de cultura de la calidad del que acabábamos de disfrutar.

¿Y qué es una presentación sino concluye en un ágape, copetín o tentempié? ¡Mejor ni pensarlo! Romina Arrarás, esposa de Toledo, además de diseñar, ilustrar y filmar las imágenes vistas, fue la encargada de que este momento fuera abundante y bien regado. Pero los asistentes no sólo brindaron y comieron, también compraron todos los libros del poeta expuestos. Fue en este espacio de distensión y alegría cuando la cronista pudo acercarse al poeta, a quien le preguntó: «¿con el perramus parecías un detective, un inspector de dibujitos o qué?», «Ah, no. Eras el Viajero inmóvil».

sábado, 24 de octubre de 2009

Una antología que dará para hablar (y leer): Promiscuos&Promisorios


Ya está en prensa y sale el mes que viene. Promiscuos&Promisorios contiene a poetas mendocinos que van del '60 al '79. El sello es Ediciones de LunaRoja, que arranca con esta primera obra, a su vez se presenta como la primera de tres antologías: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI), Quién dijo que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI). Todos los títulos están ya en preparación.
La dirección de esta editorial la comparten el poeta y docente Dionisio Salas Astorga con Juan Redmond, mendocino licenciado en Filosofía que se está doctorando en la Universidad de Lille, Francia. Cada antología tiene un consejo editorial que se renueva. En Promiscuos... fueron Juan López, poeta y periodista, Alejandro Frias, escritor y editor de la revista Serendipia y Fernando G.Toledo, periodista y poeta. Se trata de construir independientemente (pero no en contra) de los avales de la academia o el canon, una parte de la historia de esta literatura.

La revista El Desaguadero ofrece a sus lectores un adelanto: el más que inquietante y nada complaciente prólogo a la antología.


Promiscuos&Promisorios

Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI. Ediciones de LunaRoja.


Por Dionisio Salas Astorga*




Los poetas de esta antología tienen en común sus diferencias. Comparten el envasado en origen de Mendoza, pero no a todos los ha deshojado por igual la rosa del viento Zonda del siglo XXI. Por más que desilusionen a un romántico lector, no hicieron sus primeras letras sobre la arena de desierto que aprieta a la ciudad. No gritaron a un amor perdido desde la altura del Aconcagua -6969 m sobre el nivel del mar-; no distinguen los matices del blanco andino ni se han bañado cuando chicos en las sospechosas aguas de las acequias que refrescan el cuerpo de sus calles. Son mendocinos, pero algunos toman gaseosa.

De sus improbables pecados, el de Edipo o Electra no los atormenta cuando llegan a la almohada. Son hijos/hijas de una familia numerosa, «moderna» así empujan con serenidad su filiación literaria. Cierto que estudiaron en escuelas con nombres de probos escritores mendocinos, pero esa literatura húmeda y pastoril al modo de Tudela o Bufano, andina o telúrica a la manera de Ramponi y Tejada, no llegó a cismar sus destinos.

Los poetas mendocinos del s. XXI, entonces, no son extraños o bárbaros a los hombres que habitan más allá de las columnas de Hércules (Arco del Desaguadero, Uspallata, Luján). A su birome rara vez la inclina la presencia magnética de los Andes y su verso no es más diáfano por la sola presencia de los ríos que hacen trekking. La poesía de los poetas del sol y el buen vino para el tercer milenio -como la poesía de Santiago, Rosario o Córdoba- sufre de claustrofobia y agorafobia, de ombliguismo, del síndrome del hermano del medio y otras tantas cosas que acosan también al resto de los organismos vivos, escritores o lectores del reino de este mundo.

Ninguno/a alegaría responder a un plan providencial para sus vidas poéticas. Los/la/el poeta está fundido con su circunstancia: es un ser indefenso frente al televisor, los mismos canales y el inestable servidor de Internet. Viaja por el mundo desde su casa, come sobras de pie, escribe crónicas de municipio o policiales o dicta clases a adolescentes que siguen por ventanas sin vidrios las huellas del mensajito en el que sin saber –por no prestar la atención debida– pudieron digitar algo de poesía.

En las noches de San Rafael, en San Martín o Las Heras, desde Chapanay (aterrorizados por la factura del gas cuando preparan la milanesa de rigor), ninguno -o casi ninguno- aceptaría ser un instrumento en la orquesta de la Providencia.

No impera ni opera sobre ellos ninguna definición de escuela secundaria sencilla que los pueda desordenar: la poesía mendocina actual es narrativa, concreta, hermética, transparente, barroca, neo barroca, coloquial, realista, neo romántica, objetiva, estética, experimental, canónica, de barrio. A veces quiere comunicarse, otras no tiene crédito para nadie. Unos se asoman hasta el borde de la página –prefieren como el Axolotl mirar detrás del vidrio de la literatura– porque para ellos el lenguaje es un acuario confortable, el único territorio. Otros, sobrevuelan las calles del Borbollón en plena siesta, cuando el techo de un Falcon en llantas es cama solar sin regulador o una atalaya desde donde calcular a las cajeras del súper. Los más, juegan a la rayuela buscando en la extensa nube de la hoja limpia flechas o carteles que conduzcan su nave hacia el sentido irónico de las cosas o las cosas sin sentido.

De insistir, se pueden reconocer en su poesía –cuándo no, quién no- «influencias extranjeras» como decían los críticos de antes, lo que no podemos decir ahora es dónde, qué es lo extranjero. O mejor, lo extranjero es el espacio interior que defienden, el lote moral o intelectual que «okupan» en medio o al margen de una sociedad de infinitos guetos y hordas que asolan los muros, de niños que limpian vidrios en las esquinas para que los vean.

Si para los autores latinoamericanos de los ’70 la cuestión era «el compromiso», sin importar el mapa de su geografía intelectual, en los poetas mendocinos montados en la medianera de los dos siglos, las urgencias pasan por otra vereda: el agujero negro en el que se ha convertido el mundo (propio y ajeno), la heladera vacía, su promiscua, adúltera relación con el periodismo o la docencia, la soledad pertinaz que los acompaña por las calles como una mascota sin correa. Son tipos especiales viviendo vidas comunes y corrientes. Ven perder a la selección, compran a desgano en el shopping y lavan el auto los domingos a la mañana (si no les toca cocinar). Uno las/los puede encontrar estacionando en doble fila a la salida de algún colegio, probando el volumen del escote que se impone, acurrucados debajo de una novela aguantando el colectivo, eligiendo costillas, tintura, lavandina sin olor en el súper o mirando libros de oferta unos metros más allá. Los une la corrupción de la lectura, el amor por otros escritores como ellos, pero canonizados por el marketing o por las revistas contra el marketing.

Algunos desaparecerán con el tiempo. ¿Quién no desaparecerá con el tiempo?

Los 14 antologados aquí no tuvieron la suerte ni mucho menos la enorme desgracia de atravesar una guerra civil o mundial declarada; a los grandes dictadores los reconocen por el History y por más que se pellizquen, se emocionan más con los primeros garabatos de sus hijas que con las últimas estadísticas de muertos en Sudán, cuestión que por supuesto cada tanto los hace sentir normales y se preguntan, con justa razón: ¿Ante quién doblar las rodillas? Son casi todos nihilistas, ateos sin vocación de culto y a la fe la ven pasar por las carpetas de la escuela de retoños o sobrinos por los que ya vendieron su alma; fuera de eso, aprenden a perdonar porque dan crédito a la conciencia.

Unos cuantos son hijos no reconocidos del rock argentino (20 años ha), sus poemas saludan a Spinetta desde noches de estricta soledad en compañía. Leyeron lo que había en los primeros casetes y después en la Biblioteca Central, lo que encontraba Susana en la de Filo, los suplementos de Clarín o La Nación atrasados. Cuando vieron que nunca saldrían en sus páginas empezaron a publicar en fotocopias amarillas, a repartir entre las estudiantes de inglés sus poemas de amor encolerizado (serían como precursores del rap latino); entraron a los diarios y fundaron Altillos donde refugiar lo que se pudiera del asalto, echaron a andar editoriales financiando con la amistad y la confianza. Últimamente, y a pesar de las pestes bíblicas que imponen la asepsia comunitaria, se volvieron cíclicos, elefantiásicos; llenan de atriles y cerveza la vieja alameda para proclamar su lealtad condicional a la poesía. Se escuchan como en un coro de sirenas frente a al mercado del puerto.

Escribir no es fácil. Nada es fácil.

El/la poeta de estas latitudes cordilleranas tuvo que asumir con dignidad su existencia ad hoc. Aceptar el equilibrio de elefante con el que se enrosca a su destino. Se pregunta, más o menos como Altazor, quién es él para condenarse por los pecados del mundo. Sabe claramente que no es un pequeño dios sino a penas quien lo niega, un modesto profesor de lengua o comunicación, un periodista escrito por la realidad.

Se les imputa, a algunos, auto legitimarse, pelear en pareja (como los espartanos, los romanos, esa gente), pero quién no ha construido desde el principio de los tiempos su muralla China. Su sintonía con el imperio masmediático y monopolizar los escasos suplementos de cultura. Se sabe: la literatura hispanoamericana está llena de honrosas biografías salvadas por la empresa periodística, sin que éstas sean –por supuesto– mesiánicas. Los escritores de todos los tiempos han estado ligados al tráfico de la información, porque estos silos fueron hasta hace poquísimos años el único sitio donde hacer pública y masiva la palabra, además de los baños y los bancos de la plaza (hasta que los montaron en cemento áspero).

Los que se asoman al balcón de los 40 han hecho sus primeras armas en las carreras de Comunicación o Letras y, contrariamente a lo que dice el mito, las terminaron. Sus premios y sus libros han trasnochado con ellos y nacieron mientras la ciudad ululaba o los domingos en que los civiles se aferran al mate. Como Carver, no tienen espacio ni tiempo, pero escriben porque una página es todo lo que flota, a veces, después del naufragio.

Los que vienen del fondo del mapa -según cómo pongamos el mapa- sin confesar oficios varios, enumeran sin equivocarse los clásicos del siglo, la selección ideal y su reserva. No sería acertado fotografiarlos profesando algún canon tardío, más bien se abanican con él, deshojan la historia literaria con la irreverencia del que sabe que se puede cortar todo, menos el tallo.

Y dos o tres son peregrinos solitarios. Como los derviches, se tejen sobre la manta del camino que recorren.

Y aunque los más mentados de la academia lamenten que estos últimos años de poesía solo amontonen anécdotas, que nada supera los recursos métricos de Horacio (Anadón) o que la poesía solo hable de la épica del hombre común, lo confesional y la falta de énfasis (Piña) es innegable que esta poesía mendocina de fin y principio de siglo está viva y consciente, contando las pesadillas de este mundo, no del otro. No siente remordimientos «versiculares» y parece saber con más claridad (e ironía) que ninguna, que no puede confiar en un género zurcido de palabras. De ahí que, inaugurales, emergentes o novísimos (Castellino), promiscuos y promisorios, los poetas mendocinos de hoy no recogen las esquirlas del mundo. Escriben para leerse, para que los quieran los amigos, porque el poema es un petroglifo con el que se exorcizan estos años de invierno o porque el lenguaje es un columpio solitario en la plaza una mañana de domingo.

¿Qué es un poema? Una página de color que espera que daltónicos lectores la encuentren en el espacio cibernético. Una voz o el coro que resuena en la caverna informática. Un mensaje en la botella de plástico al costado de la ruta.

O quizá lo que sentenció Teillier mucho antes que nosotros: palabras, palabras, para ocultar quizás lo único verdadero, que respiramos y dejamos de respirar.



Setiembre de 2009

Los 14 poetas de Promiscuos&Promisorios (de arriba a abajo, de izquierda a derecha):


Bettina Ballarini, Patricia Rodón, Juan López, Rubén Valle, Claudio Rosales, Fabricio Capelli, Darío Zangrandi, Fernando G.Toledo, Claudio Ferreyra Barro, Pablo Martín Arabena, Hernán Schillagi, Débora Benacot, Eugenia Segura y Eliana Drajer.


*Dionisio Salas Astorga (1965) ha publicado Sentimiento -Valparaíso, 1982- y Sábanas sin flores -Mendoza, 2003- poesía. Su novela infantil Las aventuras de Cepillo el león -Mendoza, 2007- (financiada por el Ministerio de Turismo y Cultura de la Provincia), fue llevada al teatro en el 2008 y avalada con un subsidio del Fondo (Ubriaco, investigación teatral) para su representación en escuelas primarias de Mendoza ciclo 2009/2010. El 2006 y 2008 obtuvo subsidios para la producción cultural de la Subsecretaría de Cultura del Gobierno de Mendoza. Cursó el profesorado de Lengua y Literatura y la Maestría en Literatura Argentina Contemporánea (2006) en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNC.

sábado, 17 de octubre de 2009

Aquel que ayer nomás decía...

Ricardo Strafacce, Osvaldo Lamborghini; una biografía, Buenos Aires, Mansalva, 2008.

por Gastón Ortiz Bandes*
-Colaboración especial-








Osvaldo Lamborghini, una biografía de Ricardo Strafacce es un largo relato, minucioso hasta el mareo, en torno de un hombre que fue leyenda al hacer de su relación con la escritura un solo cuerpo ya violentamente indisociable. Pues pocos textos de nuestra literatura tajean más hasta el hueso el idioma de los argentinos y, con tanta intensidad y crudeza, llegan a desnudar, en el más acá físico de la letra, la monstruosa maquinaria de sexo y muerte que este país pone en marcha con cada acto de habla, que ese conjunto de papeles inacabados que constituyen su (por comodidad llamésmole) obra. Y porque tampoco ningún otro escritor fue venerado con tanto celo y sigilo como este sensei de un grupo de pares que, con los años, vendrían a imbricar -alianzas aquí, trifulcas allá- la red más interesante, quizá, del corpus literario y teórico argentino de los últimos años: César Aira, Josefina Ludmer, Fogwill, Néstor Perlongher, María Moreno, Arturo Carrera, Tamara Kamenszain, Luis Gusman, Héctor Libertella, Daniel Link… Strafacce, contextualizando el trayecto vital de Lamborghini hasta en sus últimos intersticios, pone en crisis las formas de leer y pensar la cultura nacional de los últimos 40 años: aquellos que, al leer literatura, se ufanan por atesorar un “mensaje” edificante o, como diría Macedonio, “alucinar la vida”, suelen –obvio- deleznar a Lamborghini. Sin embargo, su lugar en el canon argentino añuda “la lengua desatada” hacia el pasado (Echeverría, Alberdi, Hernández, Arlt, Girondo, Borges, Gombrowicz) y el futuro: Roberto Bolaño vaticinó que, si hubiera un mañana para la literatura rioplatense, éste sólo podría estar en esa cajita olvidada en el sótano (de la institución literaria) que contiene todo su infierno…

Sabido es que, para crearse alrededor de su persona un mito, a Osvaldo Lamborghini le bastó publicar en vida apenas tres libritos y un puñado de poemas, relatos y artículos en revistas y diarios muy disímiles. En 1969 su carta de presentación fue El fiord, orgía de retóricas imperativos retóricos e idiolectos inconciliables, donde cierta Carla Greta Terón (CGT) paría a un bebé onanista, Atilio Tancredo Vacán (Augusto Timoteo Vandor), en medio de un grupúsculo guerrillero formado por un yo narrador ex-seminarista y antaño militante de la Restauradora, un marxista con look de campo de concentración (Sebas, “bases” al vesre) y una cancerígena burguesa pro-salir-en-manifestación, que aterradamente obedecían a un tal Loco Rodríguez, ultraviolento padre de la malograda “criatura”[1]. En 1973, y siguiéndolo ya el rumor minoritario de poseer genio, Lamborghini publica, dificultosamente, Sebregondi retrocede, nouvelle que contiene “El niño proletario”, narración exasperante en que tres niños burgueses violan y asesinan con saña al típico canillita de la tradición boedista: “Identificarse con el proletariado = Regodearse con los sufrimientos de los oprimidos mediante la coartada masoquista de sentirlos, cómo diríamos: ‘en carme propia’”, aullaba, como correlato teórico, un artículo de la última revista vanguardista de la Argentina, Literal, que por ese mismo año, junto a Germán García y Luis Gusman (entonces compiches y luego enemigos íntimos), urdió. Por una práctica subversiva de la letra en defensa del significante y en detrimento del significado (“Terminar con los juegos de palabras = Conservar analmente la representación decimonónica”), Literal disparaba contra la izquierda biempensante y sus novelas “de denuncia” que pactaban “con la escritura burguesa de los medios de información” fundando “el imperialismo de la representación realista”.

Suficiente entonces para que, miembro VIP de la bohemia setentista, deviniera mito viviente: además de su parla hechizante y una actitud entre histriónica y cimarrona, muchas anécdotas y chismes en torno de sus filiaciones políticas, su sexualidad, sus adicciones (sesenta cigarrillos, codeína y litros de alcohol que no desdeñaban, a falta de whisky, el medicinal 96º) y sus arranques de violencia (televisores, máquinas de escribir y hasta una gata “que lo miraba mal” arrojados por la ventana de octavos pisos, la destrucción del depto de Perlongher en compañía de una suerte de díler proto-skinhead a principios de los ‘80) le dieron, en fin, la típica aura del “maldito”. Su último libro publicado en vida fue Poemas, de 1980, por la editorial Tierra Baldía, de Rodolfo Fogwill, quien divertido propicia unas cartas donde Osvaldo, a causa de los obstáculos tipográficos y de distribución que sufre el poemario, no deja de mostrar su diabólico talento para recontraputearlo: así, el arte argentino de la injuria (Sarmiento, Viñas) llega aquí a su cenit, con un fondo de carcajadas del autor de Los pichiciegos. Tras su reclusión y aparente silencio en Barcelona, Osvaldo muere en 1985. Tres años después Aira, su albacea y “mejor amigo”, reúne su obra narrativa en Novelas y cuentos, dando a conocer los inéditos Las hijas de Hegel, La causa justa y El pibe Barulo, ficciones magistrales que le corroborarían, a un pequeño público ya ávido de devorar al misterioso gólem, su infrecuente genio. Recién en 2001 Sudamericana, otra vez vía Aira, saca en cuatro tomos toda su obra, que incluye todos sus Poemas (1969-1985) y su novela Tadeys.

96 cartas a Aira, 15 a Fogwill, 42 al matrimonio de Tamara Kamenszain y Héctor Libertella, más muchas otras enviadas también por Lamborghini a sus mujeres, amigos, editores y familiares; archivos públicos y personales; manuscritos, agendas, cuadernos, subrayados de libros, recibos de hoteles; testimonios de 92 personas que conocieron a Osvaldo (de Tina Serrano a Lilia Ferreira, de Jorge Asís a Alan Pauls), inclusive de su su hermano Leónidas (junto a Marechal el más grande poeta peronista, voz inmensa de Las patas en las fuentes y El solicitante descolocado), su hija y su última compañera, Hanna Muck; más una cantidad excepcional de bibliografía, la necesaria para poner a trabajar críticamente esa obra con el resto de cultura latinoamericana. Estos son, apenas, los indicios cuantitativos de la importancia de esta investigación del también novelista Ricardo Strafacce: proyecto hecho sin ningún tipo de ayuda (ni beca, ni subsidios) y largamente esperado por los fans de Lamborghini. Entre ellos, su autor el primero: en 1985 “después de leer ‘La novia del gendarme’ [capítulo de Las hijas de Hegel] empecé a necesitar ese libro que me revelara cómo era Osvaldo Lamborghini. Y me prometí que iba a ser uno de los primeros en leerlo, de punta a punta y a toda velocidad, en cuanto alguien lo escribiera”, confiesa Strafacce. Pero como en la raíz de estas palabras están clavados los años que pasaron y pasaron sin que nadie lo escribiera, entonces, en el transcurso de los 90, decidió ser él mismo quien lo llevara a cabo: diez años de trabajo recopilando datos y relatos en Argentina y España, pero también leyendo y releyendo con lucidez microscópica las inscripciones más herméticas y punzantes que jamás hijo alguno hizo en la carne desnuda de su lengua materna, con una devoción obscenamente extrema para exhumar el secreto letal e indecible de su funcionamiento, de su origen: “Y sin embargo SOY Edipo / Un Edipo que besa los pies de su madre ahorcada / […] / Y arrodillado / Lengüetea Lame / con su única lengua / lengua posible / La vagina todavía tibia de su madre ahorcada: / en el momento crucial”. Trabajo heurístico, pero también filológico, que va desde percibir los cambios de lapicera hasta determinar motivaciones atroces o banales para abandonar o retomar algún proyecto, y que determina, además de fechas de escritura, los porqués de los cambios de palabras, sustituciones y tachaduras entre distintas versiones. Así asistimos al develamiento de sus procedimientos para alcanzar lo más sorprendente e inalienable del estilo de Lamborghini, esa la “prosa cortada” que se respira como verso pero se inscribe “todo seguido”: “cuando se reemplaza una palabra por otra, en ningún caso se trata de sinónimos, sino de palabras que casi siempre tienen la misma cantidad de sílabas y casi siempre la misma asonancia y acentuación”. Música porque sí, música vana…

Como buena biografía “clásica”, ésta se desentiende de las modas universitarias (luego de Barthes y el primer Foucault, conectar vida y obra para interpretar textos literarios implica el ostracismo de la academia) y empieza, tradicionalmente, por “la familia”: orígenes, problemas económicos, la militancia sindical, la fascinación por la gauchesca… Y aquí sí se plantea ya uno de los ejes principales de esta absorbente non-fiction: la áspera e ineluctable relación del menor Osvaldo con el (trece años) mayor Leónidas. Para demostrar esta competencia entre hermanos poetas hipnotizados por la rima octosílaba del Martín Fierro y la terrible ambigüedad de la lengua oral, Strafacce no sólo se sirve de cartas de Osvaldo y otros testimonios, también confronta fragmentos de las obras de ambos cuya carga autobiográfica no deje dudas al respecto: de la violencia anal contra el nalgudo Nal y su goleador hermano Noel (León[idas] al vesre) en El pibe Barulo, hasta la descarnada gritería de las “Diez escenas del paciente” de El solicitante…: “…dando vueltas con eso penetrándolo por detrás / que tenía desde niño / de años / hace años // y trataba de hablarme de eso de clavarme eso […] -¡pero eso fue solo un penetrante accidente! / nada más / le grito violento // entonces / -¡no elijas la inocencia! / me gritó él también”. ¿Abuso infantil, violación?: todo un conflicto familiar que producirá dos de los más radicales deslengües de nuestra poesía, una payada privada y pública que, a la vez, es un siniestro y consanguíneo pacto de silencio alrededor de secreto inenarrable[2].

De entre las muchas tesis o, mejor, revelaciones del libro, quizás tres sean las que posiblemente cambien la forma de leer, si la desordenada biblioteca argentina de los últimos años no, al menos esa temible “cajita de cartón, pequeña, con la superficie llena de polvo” (Bolaño) que comunica con lo más peligroso y socialmente inconveniente de nuestro “salón literario”.

1) La imposibilidad estructural de que la escritura de Lamborghini entrara en el mercado literario de los ‘70, a pesar de los desesperados deseos de su autor por figurar en el pelotón de los “grandes renovadores” de la literatura anti-boom: Puig, Sarduy, Cabrera Infante, Sánchez. Ahora bien, la causa de que la mayoría de su obra acabara –muerto su autor- inédita, no se debió a una política de escritura (caso Macedonio) o a la voluntad más o menos explícita de su autor (caso Kafka, Rimbaud), como muchos suponen (Saccomano, Prieto), sino porque su estilo y su temática, es decir, su propuesta, eran literalmente ilegibles para el negocio editorial de entonces (“impotencia para hacerme un lugar en el mercado”). Y sin embargo, pese a los esfuerzos de Libertella[3], su único amigo entonces “académico”, a Osvaldo, ingenuo pero valiente, indeclinable, jamás se le ocurrió cambiar de modo de escribir, hacerse más “claro”, más soft, más –cómo decirlo- digerible: “Sólo cuando pueda afirmar que ‘naides me entiende’ habré llegado al punto casi de la sabiduría”.

2) La comprobación de que la condición fragmentaria de su obra radica en que fue escrita “desde” la muerte (o el suicidio), como una producción en vida de los típicos papeles de escritor genial hallados post-mortem. Suerte de afasia que Lamborghini padeció durante todos los ‘70 (“Me es difícil escribir porque ya lo hice, porque ya escribí”), pero que, ya tranquilamente radicado en España, desaparecería dando lugar a un frenesí creativo ilimitado, como lo demuestran sus últimas novelas (de su congénere Kafka y sus novelas inconclusas, Blanchot –creo recordar- dijo que ese mismo no acabar era la condición misma de su producción, lo cual puede ser asignable asimismo a la etapa final de Lamborghini).

3) Una insólita concepción del género a partir del deseo masculino heterosexual que, posiblemente, ponga en crisis –fortaleciéndolos- tanto al feminismo como a los queer studies: la idea de que es el deseo de (ser) mujer (es decir, de “poseer” –en todos los sentidos del término- un cuerpo femenino) lo que, “por una cuestión de rigor lógico”, unifica tanto a heterosexuales como a homosexuales en la envidia de la Otredad: una noción que dejaría sin palabras a las propuestas filosóficas más sólidas de este siglo para corroer el sistema patriarcal, tanto al “devenir-mujer” de Gilles Deleuze como a la deconstrucción del falogocentrismo derridiana.

¿Por qué este libro excede por todos lados su propio objeto de estudio? Porque sus derivas cartográficas, al poner la matriz lamborghiniana en relación con lo que se escribía entonces en Argentina y Latinoamérica, ofrecen un panorama espléndido de las líneas de fuerza discursivas, ideológicas y mercantiles en pugna en nuestra cultura contemporánea. Transcripciones de entrevistas; préstamos, homenajes, afinidades electivas, contraseñas, missed readings, debates, peleas. Toda una radiografía espeluznante de una ciudad que entonces bullía de un público ansioso de literatura, filosofía, psicoanálisis, antropología, semiótica, teoría política… Ah, tiempos: el libro de Strafacce es, por último, la crónica melancólica de una época intelectualmente hiperproductiva, y sabiamente tiene como protagonista al más marginal y utópico de sus testigos, el que eligió vivir post-mortem en la más cruda intensidad de su lengua materna.


Enero y octubre, 2009

*Gastón Ortiz Bandes nació en Mendoza en 1977. Es docente, escritor y, eventualmente, periodista y performer. Ha publicado pequeños ensayos sobre literatura en Los Andes. Algunos de sus poemas y narraciones breves serán publicadas este año en las antologías La ruptura del silencio (DGE) y Desertikón (Eloísa Cartonera)".

***
[1] ¿Perón?, ¿el Padre de la horda (Freud/fiord)? El libro de Strafacce torna inconducentes, sin embargo, estas preguntas, pues viene a desmentir la relación causal que la crítica estableció entre el lacanismo y este texto inaugural. “El fiord se abre a la producción literaria que privilegia el discurso psicoanalítico como procedimiento desautomatizante del realismo. Lamborghini (como García) pertenecía al círculo de Oscar Massota”, dice Martina López Casanova en su estudio incluido en la Historia crítica de la literatura argentina (tomo 11) sobre la “narración de los cuerpos” de los ’70. Pero, en este caso inusual, no es una novedad teórica importada de París lo que produce el texto literario, sino que, al revés, Masotta lo utilizará para ejemplificar a sus alumnos ciertas ideas de Freud y Lacan –castración, parricidio, etc.-, que el relato de Lamborghini, en cierto modo, escenifica.

[2] Por qué, siempre, todos los personajes de Lamborghini son violados y, a la vez, ejercen una violencia sexual de la cual la explicitada en la lengua no es más que un preámbulo o un correlato. Cuenta pendiente: pensar las relaciones entre obsesium de escritura –la patografía (Libertella)- y violencia sexual, analizar la configuración de lo simbólico y lo imaginario en textos firmados por sujetos víctimas de abuso durante la infancia. Ahora bien, ¿cómo saber si ha sucedido esto (Strafacce, respetuoso, no indaga demasiado en este punto)? Conjeturo, un poco irresponsablemente tal vez, que el enigma de la escritura de Lamborghini (y de Pizarnik, Silvina Ocampo, Puig y muchos otros), posiblemente radique en cierta marca indeleble en el cuerpo y la psique, cierta herida de silencio central e irreversible en torno de una experiencia impronunciable –iniciación funesta, análogo de la muerte. Una herida áfona, sí, pero por causas menos “platónicas” quizá que las formuladas por Julia Kristeva en su famosa teoría de la khora semiótica.

[3] Libertella lo incluyó como ejemplo de la Nueva escritura en Latinoamérica junto con Puig, Sarduy, Arenas, Elizondo y Lihn, oponiéndolos a García Márquez, Carpentier, Cortázar, Vargas Llosa y Goytisolo, los representantes del canon que Carlos Fuentes instauraba en su Nueva novela en Hispanoamérica (los títulos de ambos ensayos ayudan a percibir las “diferencias” políticas): Strafacce recomienda sopesar cómo y por qué se insertaron en los discursos dominantes las novelas llamadas “de imaginación” (el boom) y no las “del lenguaje” (agrupadas irresponsablemente bajo el sambenito de neobarrocas) e, inclusive, confrontar el destino de los propios autores, bien asentados en los ámbitos oficiales y llenos de salud y responsabilidades cívicas los unos, enfermos, olvidados y en el exilio los otros.