sábado, 24 de octubre de 2009

Una antología que dará para hablar (y leer): Promiscuos&Promisorios


Ya está en prensa y sale el mes que viene. Promiscuos&Promisorios contiene a poetas mendocinos que van del '60 al '79. El sello es Ediciones de LunaRoja, que arranca con esta primera obra, a su vez se presenta como la primera de tres antologías: Juego de damas (Antología de la poesía femenina en Mendoza para el siglo XXI), Quién dijo que Comala (Antología de narradores en Mendoza para el siglo XXI). Todos los títulos están ya en preparación.
La dirección de esta editorial la comparten el poeta y docente Dionisio Salas Astorga con Juan Redmond, mendocino licenciado en Filosofía que se está doctorando en la Universidad de Lille, Francia. Cada antología tiene un consejo editorial que se renueva. En Promiscuos... fueron Juan López, poeta y periodista, Alejandro Frias, escritor y editor de la revista Serendipia y Fernando G.Toledo, periodista y poeta. Se trata de construir independientemente (pero no en contra) de los avales de la academia o el canon, una parte de la historia de esta literatura.

La revista El Desaguadero ofrece a sus lectores un adelanto: el más que inquietante y nada complaciente prólogo a la antología.


Promiscuos&Promisorios

Antología de la poesía en Mendoza para el siglo XXI. Ediciones de LunaRoja.


Por Dionisio Salas Astorga*




Los poetas de esta antología tienen en común sus diferencias. Comparten el envasado en origen de Mendoza, pero no a todos los ha deshojado por igual la rosa del viento Zonda del siglo XXI. Por más que desilusionen a un romántico lector, no hicieron sus primeras letras sobre la arena de desierto que aprieta a la ciudad. No gritaron a un amor perdido desde la altura del Aconcagua -6969 m sobre el nivel del mar-; no distinguen los matices del blanco andino ni se han bañado cuando chicos en las sospechosas aguas de las acequias que refrescan el cuerpo de sus calles. Son mendocinos, pero algunos toman gaseosa.

De sus improbables pecados, el de Edipo o Electra no los atormenta cuando llegan a la almohada. Son hijos/hijas de una familia numerosa, «moderna» así empujan con serenidad su filiación literaria. Cierto que estudiaron en escuelas con nombres de probos escritores mendocinos, pero esa literatura húmeda y pastoril al modo de Tudela o Bufano, andina o telúrica a la manera de Ramponi y Tejada, no llegó a cismar sus destinos.

Los poetas mendocinos del s. XXI, entonces, no son extraños o bárbaros a los hombres que habitan más allá de las columnas de Hércules (Arco del Desaguadero, Uspallata, Luján). A su birome rara vez la inclina la presencia magnética de los Andes y su verso no es más diáfano por la sola presencia de los ríos que hacen trekking. La poesía de los poetas del sol y el buen vino para el tercer milenio -como la poesía de Santiago, Rosario o Córdoba- sufre de claustrofobia y agorafobia, de ombliguismo, del síndrome del hermano del medio y otras tantas cosas que acosan también al resto de los organismos vivos, escritores o lectores del reino de este mundo.

Ninguno/a alegaría responder a un plan providencial para sus vidas poéticas. Los/la/el poeta está fundido con su circunstancia: es un ser indefenso frente al televisor, los mismos canales y el inestable servidor de Internet. Viaja por el mundo desde su casa, come sobras de pie, escribe crónicas de municipio o policiales o dicta clases a adolescentes que siguen por ventanas sin vidrios las huellas del mensajito en el que sin saber –por no prestar la atención debida– pudieron digitar algo de poesía.

En las noches de San Rafael, en San Martín o Las Heras, desde Chapanay (aterrorizados por la factura del gas cuando preparan la milanesa de rigor), ninguno -o casi ninguno- aceptaría ser un instrumento en la orquesta de la Providencia.

No impera ni opera sobre ellos ninguna definición de escuela secundaria sencilla que los pueda desordenar: la poesía mendocina actual es narrativa, concreta, hermética, transparente, barroca, neo barroca, coloquial, realista, neo romántica, objetiva, estética, experimental, canónica, de barrio. A veces quiere comunicarse, otras no tiene crédito para nadie. Unos se asoman hasta el borde de la página –prefieren como el Axolotl mirar detrás del vidrio de la literatura– porque para ellos el lenguaje es un acuario confortable, el único territorio. Otros, sobrevuelan las calles del Borbollón en plena siesta, cuando el techo de un Falcon en llantas es cama solar sin regulador o una atalaya desde donde calcular a las cajeras del súper. Los más, juegan a la rayuela buscando en la extensa nube de la hoja limpia flechas o carteles que conduzcan su nave hacia el sentido irónico de las cosas o las cosas sin sentido.

De insistir, se pueden reconocer en su poesía –cuándo no, quién no- «influencias extranjeras» como decían los críticos de antes, lo que no podemos decir ahora es dónde, qué es lo extranjero. O mejor, lo extranjero es el espacio interior que defienden, el lote moral o intelectual que «okupan» en medio o al margen de una sociedad de infinitos guetos y hordas que asolan los muros, de niños que limpian vidrios en las esquinas para que los vean.

Si para los autores latinoamericanos de los ’70 la cuestión era «el compromiso», sin importar el mapa de su geografía intelectual, en los poetas mendocinos montados en la medianera de los dos siglos, las urgencias pasan por otra vereda: el agujero negro en el que se ha convertido el mundo (propio y ajeno), la heladera vacía, su promiscua, adúltera relación con el periodismo o la docencia, la soledad pertinaz que los acompaña por las calles como una mascota sin correa. Son tipos especiales viviendo vidas comunes y corrientes. Ven perder a la selección, compran a desgano en el shopping y lavan el auto los domingos a la mañana (si no les toca cocinar). Uno las/los puede encontrar estacionando en doble fila a la salida de algún colegio, probando el volumen del escote que se impone, acurrucados debajo de una novela aguantando el colectivo, eligiendo costillas, tintura, lavandina sin olor en el súper o mirando libros de oferta unos metros más allá. Los une la corrupción de la lectura, el amor por otros escritores como ellos, pero canonizados por el marketing o por las revistas contra el marketing.

Algunos desaparecerán con el tiempo. ¿Quién no desaparecerá con el tiempo?

Los 14 antologados aquí no tuvieron la suerte ni mucho menos la enorme desgracia de atravesar una guerra civil o mundial declarada; a los grandes dictadores los reconocen por el History y por más que se pellizquen, se emocionan más con los primeros garabatos de sus hijas que con las últimas estadísticas de muertos en Sudán, cuestión que por supuesto cada tanto los hace sentir normales y se preguntan, con justa razón: ¿Ante quién doblar las rodillas? Son casi todos nihilistas, ateos sin vocación de culto y a la fe la ven pasar por las carpetas de la escuela de retoños o sobrinos por los que ya vendieron su alma; fuera de eso, aprenden a perdonar porque dan crédito a la conciencia.

Unos cuantos son hijos no reconocidos del rock argentino (20 años ha), sus poemas saludan a Spinetta desde noches de estricta soledad en compañía. Leyeron lo que había en los primeros casetes y después en la Biblioteca Central, lo que encontraba Susana en la de Filo, los suplementos de Clarín o La Nación atrasados. Cuando vieron que nunca saldrían en sus páginas empezaron a publicar en fotocopias amarillas, a repartir entre las estudiantes de inglés sus poemas de amor encolerizado (serían como precursores del rap latino); entraron a los diarios y fundaron Altillos donde refugiar lo que se pudiera del asalto, echaron a andar editoriales financiando con la amistad y la confianza. Últimamente, y a pesar de las pestes bíblicas que imponen la asepsia comunitaria, se volvieron cíclicos, elefantiásicos; llenan de atriles y cerveza la vieja alameda para proclamar su lealtad condicional a la poesía. Se escuchan como en un coro de sirenas frente a al mercado del puerto.

Escribir no es fácil. Nada es fácil.

El/la poeta de estas latitudes cordilleranas tuvo que asumir con dignidad su existencia ad hoc. Aceptar el equilibrio de elefante con el que se enrosca a su destino. Se pregunta, más o menos como Altazor, quién es él para condenarse por los pecados del mundo. Sabe claramente que no es un pequeño dios sino a penas quien lo niega, un modesto profesor de lengua o comunicación, un periodista escrito por la realidad.

Se les imputa, a algunos, auto legitimarse, pelear en pareja (como los espartanos, los romanos, esa gente), pero quién no ha construido desde el principio de los tiempos su muralla China. Su sintonía con el imperio masmediático y monopolizar los escasos suplementos de cultura. Se sabe: la literatura hispanoamericana está llena de honrosas biografías salvadas por la empresa periodística, sin que éstas sean –por supuesto– mesiánicas. Los escritores de todos los tiempos han estado ligados al tráfico de la información, porque estos silos fueron hasta hace poquísimos años el único sitio donde hacer pública y masiva la palabra, además de los baños y los bancos de la plaza (hasta que los montaron en cemento áspero).

Los que se asoman al balcón de los 40 han hecho sus primeras armas en las carreras de Comunicación o Letras y, contrariamente a lo que dice el mito, las terminaron. Sus premios y sus libros han trasnochado con ellos y nacieron mientras la ciudad ululaba o los domingos en que los civiles se aferran al mate. Como Carver, no tienen espacio ni tiempo, pero escriben porque una página es todo lo que flota, a veces, después del naufragio.

Los que vienen del fondo del mapa -según cómo pongamos el mapa- sin confesar oficios varios, enumeran sin equivocarse los clásicos del siglo, la selección ideal y su reserva. No sería acertado fotografiarlos profesando algún canon tardío, más bien se abanican con él, deshojan la historia literaria con la irreverencia del que sabe que se puede cortar todo, menos el tallo.

Y dos o tres son peregrinos solitarios. Como los derviches, se tejen sobre la manta del camino que recorren.

Y aunque los más mentados de la academia lamenten que estos últimos años de poesía solo amontonen anécdotas, que nada supera los recursos métricos de Horacio (Anadón) o que la poesía solo hable de la épica del hombre común, lo confesional y la falta de énfasis (Piña) es innegable que esta poesía mendocina de fin y principio de siglo está viva y consciente, contando las pesadillas de este mundo, no del otro. No siente remordimientos «versiculares» y parece saber con más claridad (e ironía) que ninguna, que no puede confiar en un género zurcido de palabras. De ahí que, inaugurales, emergentes o novísimos (Castellino), promiscuos y promisorios, los poetas mendocinos de hoy no recogen las esquirlas del mundo. Escriben para leerse, para que los quieran los amigos, porque el poema es un petroglifo con el que se exorcizan estos años de invierno o porque el lenguaje es un columpio solitario en la plaza una mañana de domingo.

¿Qué es un poema? Una página de color que espera que daltónicos lectores la encuentren en el espacio cibernético. Una voz o el coro que resuena en la caverna informática. Un mensaje en la botella de plástico al costado de la ruta.

O quizá lo que sentenció Teillier mucho antes que nosotros: palabras, palabras, para ocultar quizás lo único verdadero, que respiramos y dejamos de respirar.



Setiembre de 2009

Los 14 poetas de Promiscuos&Promisorios (de arriba a abajo, de izquierda a derecha):


Bettina Ballarini, Patricia Rodón, Juan López, Rubén Valle, Claudio Rosales, Fabricio Capelli, Darío Zangrandi, Fernando G.Toledo, Claudio Ferreyra Barro, Pablo Martín Arabena, Hernán Schillagi, Débora Benacot, Eugenia Segura y Eliana Drajer.


*Dionisio Salas Astorga (1965) ha publicado Sentimiento -Valparaíso, 1982- y Sábanas sin flores -Mendoza, 2003- poesía. Su novela infantil Las aventuras de Cepillo el león -Mendoza, 2007- (financiada por el Ministerio de Turismo y Cultura de la Provincia), fue llevada al teatro en el 2008 y avalada con un subsidio del Fondo (Ubriaco, investigación teatral) para su representación en escuelas primarias de Mendoza ciclo 2009/2010. El 2006 y 2008 obtuvo subsidios para la producción cultural de la Subsecretaría de Cultura del Gobierno de Mendoza. Cursó el profesorado de Lengua y Literatura y la Maestría en Literatura Argentina Contemporánea (2006) en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNC.

21 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

Hago un apunte puramente anecdótico (o más bien geográfico): ¿notaron cuántos poetas de San Martín aparecen en esta antología? Hago el repaso: Eliana Drajer, Hernán Schillagi, Fernando G. Toledo, Rubén Valle y Darío Zangrandi. Digamos que es casi un 36%. Más de un tercio. Y podría haber más. Una más, sin duda.

Juan REDMOND dijo...

Felicitaciones!!!

Damián dijo...

qué alegría leer un prólogo así...

qué alegría no tener nada más para decir que eso (el poeta ama el silencio, el poeta escribe para que el silencio sea posible)

no soy mendocino, pero me siento completamente unido a estas impresiones, lo cual satisface bastante mi sentimiento de soledad.

saludos desde san juan, y a ver si mandan algún ejemplar para acá.

Anónimo dijo...

Damián:por la sinceridad de tu comentario, por el puente que estira tu saludo afectuoso, prometo que te haré llegar un ejemplar ni bien abramos la primera caja. Un abrazo (Dionisio)

Hernán Schillagi dijo...

Más allá de lo que representa una antología: una selección donde queda más gente afuera que adentro: Promiscuos&Promisorios reúne, por sus nombres, distintas aristas de lo que es actualmente la poesía en Mendoza. Poetas éditos, probados, premiados, de voz imponente, de medio tono pero filosa. Cómo así también poetas que no han recogido en libro personal sus escritos, pero que nadie puede negarles un compromiso con el género, a través de performances, organizando encuentros, lecturas interesantes y debates.

¿Qué una antología es un capricho? Sí, pero lo que más me gusta de este prólogo (además del desliz de haber sido elegido, obvio) es que Dionisio no pide disculpas por los que no están. Más allá de consideraciones de propios y ajenos.

Me parece que esta antología, para el que se interese en sus páginas, será como entrar al edificio de la serie "Aquí no hay quien viva". En cada autor encontrará algo que le despierte lo que tenía dormido. Y estoy seguro que estará muy lejos de aburrirse.

Anónimo dijo...

Hernán, una antología es un barco.En la cosat se quedan los que no saben nadar, los que le temen al agua, los críticos de aquí y allá; los que juegan bien al fútbol, los que son una semilla, los que irán en otro barco.(Dionisio)

Anónimo dijo...

"en la costa", quiero decir, si puedes corregilo. Dion

Damián dijo...

Dionisio: más allá de haber ganado la promesa de un libro a fuerza de pura caradurez, te aseguro que el puente está tendido.
El 7 de noviembre estoy por allá, en la presentación del libro de Eliana (una de las antologadas). Tal vez yo pueda entregarte un libro mío primero, para que mi petición no sea tan descarada.
por ahora te dejo una puntita: www.desconfianzacronica.blogspot.com

(me interesa la antología como género, como tema de debate, pero mi hija llora y mi mujer necesita la compu, asi que para despues...)

Hernán Schillagi dijo...

Quiero dar la bienvenida a dos nuevas seguidoras: a la misteriosa la amaya y a Cibele Camargo de Brasil. ¡Gracias por leer la revista!

Hernán Schillagi dijo...

Damián: qué buena tu reaparición por dos motivos. Primero porque tus comentarios son aportes siempre muy valiosos. Yo también pensaba antes que el silencio era el espacio privilegiado y que la palabra era algo inestable que "manchaba" su pureza. Ahora creo casi todo lo contrario: las palabras cargan con el silencio a cuestas, lo portan en su ADN y lo repelen. Todo poeta debe odiar el silencio y desafiarlo hasta su pulverización.

Por otro lado, qué bueno que vas a venir a Mendoza! Y justo ese día y a esa hora que nosotros andaremos dando vueltas por allí por la presentación del libro de Fernando Toledo. Traé un libro más de los tuyo, que si te veo te regalo el mío para que viaje a San Juan.

Damián dijo...

desglosemos entonces el comentario en dos...

por un lado la cholulería:
libros llevo un montón, para traerme un montón (destino trágico del libro de poemas, el trueque), así que a tus secuaces también les va a ir a parar alguno supongo.

ahora lo "otro":

quería, en el comentario anterior, y no pude, dejar en claro un deslinde en el término "silencio". Espero que entre nosotros quede claro que cuando decimos "silencio" hablamos de un espacio ajeno a la represión, al acallammiento, a lo no dicho.
Por lo menos yo, cuando digo silencio, me refiero a un doble estado: por un lado, el sentimiento trágico de la ausencia de la palabra, de la imposibilidad de "encontrar" el poema (encontrarlo en la trastienda de uno mismo, donde se escribe constantemente) y sacarlo de ese estado primitivo, para ejercerle la violencia de las palabras.

y como el discurso es una violencia que le hacemos a las cosas (dice Foucault, no yo) el silencio que sobreviene al poema (incluso al poema ajeno, apropìado y expropiado para uno mismo) revierte esa instancia: es la vuelta a cierto equilibrio, donde las palabras sobran (sin negar que hasta ese momento faltaron severamente).

tal vez, Hernán, la palabra cargue con el silencio. no creo que lo repela. si creo que lo conjura. lo conjura en su forma de carencia, y lo genera como estado de cierta paz (?).

"el poeta escribe para que el silencio sea posible"
dudé un poco de esa frase. ahora que vuelvo a leerla, tal vez la creo un poco más. sí creo que el poeta escribe para que el silencio sea posible. ese silencio que tal vez encontraron otros en el paisaje (urbano o rural), pero que para nosotros está en otra parte. vaya a saber a dónde

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