miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Desaguadero / Número 8



«La poesía es un intento de avizorar el futuro»

por Fernando G. Toledo

«Atreverse a leer el mundo con otros ojos»

por Paula Seufferheld


NOTAS Y ENSAYOS


por Hernán Schillagi



EL REPORTAJE HAIKU


por Hernán Schillagi



RESEÑAS CRÍTICAS


por Damián López



por Sergio Pereyra



BIBLIOTECA EL DESAGUADERO


Presentación de José Luis Menéndez



NOTICIAS Y ADELANTOS


por Hernán Schillagi

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Entrevista a Rubén Valle

«Atreverse a leer el mundo con otros ojos»




por Paula Seufferheld

Tupé es el quinto poemario que acaba de publicar el poeta, narrador y periodista Rubén Valle. Editado por Libros de Piedra infinita, editorial dirigida por Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi, este volumen representa para el sello el mejor modo de festejar sus ocho años de vida. El cuidado diseño del libro estuvo a cargo de Fabiola Prulletti y se publicó con el financiamiento de la Municipalidad de Rivadavia.

Hablar con él era una cita ineludible. Si bien el motivo de la entrevista era conocer el revés de Tupé, descoser sus hilos y así develar su hechura; el diálogo se bifurcó por senderos generosos donde el escritor reflexionó además sobre sus obsesiones, sus procesos creativos y su doble oficio como poeta y narrador. De manera contundente, también opinó acerca del devenir de la poesía local en los últimos años.




Tengamos el tupé

-En la cita de la contratapa del poemario decís: «Cada libro supone el desesperado intento por registrar el estado de una obsesión», ¿qué obsesión nueva intentás registrar en Tupé?

- En Tupé me interesaba poner en acción ese «derecho de autor» que se arroga el poeta para jugar a ser una suerte de Dios pero al revés: deconstruir lo que se ve para darle una nueva arquitectura, un nuevo destino. Suena pretencioso, pero como dice el epígrafe inicial: «El maestro dijo Escribe lo que ves/ Pero lo que veo no me emociona./ El maestro respondió Cambia lo que ves». Ese el eje de Tupé, atreverse a «leer» el mundo con otros ojos. En realidad, nada muy distinto a lo que hacen todos los poetas.

-Tupé tiene versos de largo aliento donde la afirmación, a veces con fuerza de sentencia, está más presente que en tus otros libros de poemas, ¿a qué certezas ha llegado el poeta?

-Por suerte, no he llegado a ninguna certeza. Precisamente ese es el motor para seguir escribiendo. Los interrogantes, los finales abiertos, los mundos a descubrir, siguen siendo la principal razón para no dejar de escribir. Encontrar respuestas significa cerrarse puertas, al menos en el hecho creativo. Es cierto que alguno poemas tiene ese tono casi imperativo, pero tiene más que ver con recuperar cierto dramatismo, cierto nervio, que veo que la poesía está perdiendo en ese afán de realismo que, en muchos casos, la convierte en un relato meramente descriptivo del propio yo y su circunstancia.

-Si la poesía no puede hacer volar los barcos a contramano ni cambiar una realidad cuadrada como aseverás en el poema «Derecho de autor», ¿qué sí puede hacer para que valga la pena su escritura y su lectura?

- No, la poesía puede eso y mucho más, lo que yo reivindico es ese derecho del autor de infundirle al poema esa enorme capacidad transformadora donde un náufrago se escriba a sí mismo, los camaleones sean de un solo color o el mundo vuelva a ser nuevo e igual de cuadrado. Escribir y leer poesía siempre valdrá la pena por una simple razón: de una u otra forma, habla de nosotros aunque no lo sepamos.

-Una de las secciones del poemario de titula «z de la belleza», ¿la belleza es un fin último, casi una ascensión para el poeta o se puede ir saboreando y vislumbrando en cada letra del abecedario?

- Prefiero la segunda opción; es decir, ir encontrándose de a poco con ella. Además, es un concepto bastante subjetivo y cada lector puede entender como tal distintas imágenes. Ojalá el lector de Tupé pueda llegar a la z de la belleza sin demasiado esfuerzo, pero quién sabe.

-El último poema, «Arriba», es un homenaje a Fernando Lorenzo, ¿cómo influye ese «viento en altura» en la escritura de Rubén Valle?

- Para muchos escritores de mi generación, Fernando es un referente insoslayable, más de una ética de la poesía que de una estética determinada. El nos enseñó con su ejemplo pero también con lo que escribía que no hay que hacer concesiones ante los mediocres y los estúpidos; que siempre hay que nutrirse de la pasión y la belleza que está en las personas y en las cosas. Sólo hay que saber mirar y, sobre todo, escuchar atentamente. Por ese sendero trato de que discurra mi poesía.

Fraguar la belleza

-¿Cuáles son los puntos de partida de tus poemas?

-Pueden ser imágenes o palabras. A veces un verso se dispara completo y con él cierto «espíritu» que guía para darle su apropiada forma. Tupé, por ejemplo, más que a un poema dio pie al concepto del libro ya que ni siquiera un poema lleva ese título.

-¿En qué momento considerás que ese material mental está listo para «la traducción» en versos?

-Es relativo, porque a veces hay palabras sueltas, posibles títulos, versos aislados, que en el momento menos esperado se encuentran con lo que les hacía falta para tomar cuerpo y ahí es cuando el poema «aparece». Son como epifanías; una extraña sensación donde esa magia que se le asigna a la poesía se revela misteriosamente.


-¿Terminás los poemas en tu cabeza y después solo los escribís?

-Nunca los termino en mi cabeza. El proceso es similar a lo que decía Truman Capote a la hora de explicar su método de trabajo: «oda mi estrategia se resume en construir un roble para luego reducirlo a la semilla». Es decir, escribo un poema más bien rústico para después pulirlo hasta dejar «eso» que resonó primero en la cabeza. A veces, que quede como se pretende puede llevar años. El poema reposa y después el oficio o el olfato determinan que ya maduró lo suficiente como para ganarse el lugar en un libro.


-¿Qué momentos del día y lugares elegís para escribir poesía?

- Si hay algo buenísimo que tiene la poesía es que irrumpe en cualquier momento y en cualquier parte. Mañana, tarde o noche. Afuera o adentro. Con lluvia o con sol. No exige sentarse determinadas horas por día, como ocurre con una novela, para darle continuidad a una historia. Eso no quiere decir que la poesía no exija trabajo, pero tiene una amable «portabilidad» que facilita la creación. Por caso, un simple papel mientras vamos en el micro basta para capturar esa idea o ese verso que surgió de pronto. Habitualmente escribo los poemas a mano, en una pequeña libreta, después los transcribo y si siento que les falta, vuelvo todas las veces que sea necesario para que sean lo más parecido a lo que intuí. La semilla de Capote o algo así.


-¿Cómo separás, a la hora de escribir, al poeta y al narrador que conviven en vos? Te lo pregunto porque es bastante diferente el estilo del cuentista, tan despojado, casi minimalista -muy «norteamericano», si me permitís esta opinión- al del poeta que satura los versos con imágenes y metáforas tan potentes.

-Me alegra que se note la diferencia porque mi intención con la narrativa siempre fue evitar caer en la prosa poética. No obstante, cierta mirada poética se cuela, pero pongo el acento en contar historias. Hay como otra libertad, en lo formal, cuando cuento esas historias. También creo que me permito un humor que suelo sublimar en la poesía. Me oxigena pasar de un registro a otro; hay ideas o imágenes o frases que desde el vamos ya tengo en claro si serán un poema o un relato corto.


El compromiso ético de ocupar un lugar

-Es imposible negar tu visibilidad e influencia en el panorama de la poesía mendocina actual, ¿este lugar destacado te genera responsabilidades extras frente a tus pares, los viejos y nuevos lectores, los investigadores que se acercan a tu obra?, ¿o Rubén Valle, ante todo, escribe para sí mismo?

-Como todo escritor, uno primero escribe para sí mismo, pero no todo el tiempo de uno mismo. Uno es el primer y más duro lector de la propia obra; una vez que el poema pasa esa peligrosa frontera éste busca completar el circuito con la mirada ajena. En cuanto al «lugar» que cada uno ocupa, el mío –independientemente de si importante o no- se sustenta en haber tratado siempre de mantener una coherencia ética y estética, con mucho laburo hacia dentro y hacia fuera. El resto, por suerte, es tarea de quienes se encargan generosamente de analizar y divulgar en círculos académicos nuestra producción. Aquí me gustaría destacar el trabajo incansable de gente como Gustavo Zonana y Marta Castellino. La responsabilidad, la única, ante uno y los demás, sean estos colegas o lectores, es que cada libro sea mejor que el anterior. Hay pactos que se dan por sentados si uno se considera escritor y no mero armador de versos. Seguir aprendiendo de los poetas de ayer y, por qué no, de hoy, es parte de ese impredecible camino que abre la escritura.

Poesía mendocina actual: culto del yo y falta de rigor

-¿Cuál es tu opinión de la poesía que se viene gestando en la provincia en los últimos años? ¿Qué diferencias encontrás (tópicos, modos de circulación, influencias) con la que se hacía en los 90?

-Veo una producción tal vez excesiva, poco rigurosa, cuyo principal tópico es el ombligo, el culto al yo, y cuyo talón de Aquiles es la jactancia de que se puede prescindir de la lectura de los grandes y de cierto rigor en la puesta a punto del poema. Desconfío de los escritores que no son buenos lectores. En cuanto a los modos de circulación, sin dudas que Internet (y todos sus caminos y atajos) ofrece una maravillosa posibilidad de globalizar lo que uno hace, ya sin la necesidad imperiosa -como ocurría en otras épocas- de publicar «en papel» para «existir». En los 90 tal vez había menos producción, menos vedettismo y mayor autenticidad. De todos modos, como ha pasado siempre, hay que esperar los tiempos literarios para ver claramente qué pasó el cedazo y que quedó, justicieramente, en el olvido.


-Uno supone abultados los borradores de un escritor prolífico como vos, ¿querés contarnos algo de tus nuevos proyectos de escritura?

- Siempre suelo estar trabajando en varias cosas a la vez. Acabo de terminar un libro muy cortito que se llama También vuela la piedra y más lentamente avanzo en Islas para leer en un poema desierto, con un concepto bastante abierto en lo temático. Por otra parte, con una selección de los textos del blog la pereza le di forma a un segundo libro de relatos cortos que se titula Desperté en el bosque después de haber soñado un bosque (el primero -también inédito- es Preferiría no hacerlo).

Paradas obligadas de su ruta poética

Museo flúo (1996)
Los peligros del agua bendita (1999)
Jirafas sostienen el cielo (2003)
Placebos (2004)

Totalmente pájaros


Ella tenía
dos palomas tiernas
atrapadas
en la arena de sus
pechos
dos lunas inquietas
en la marea
roja del deseo
Tenía
-repito,tenía-
hasta aquel domingo
de invierno
en que abrió
en forma piadosa
su suéter
sobre un escenario
de colmillos afilados
de labios chupasangre
Ese día
los niños de la calesita
inmóvil
nos volvimos totalmente pájaros.


de Museo Flúo




Puzzle


Ella es
un arma cargada

Ella le dispara
a ella
en el espejo

Cae su imagen

otra vez
un rompecabezas
de ella

la réplica
el rito de volver
a ser ella

Ella es
lo que era
ella
antes de dejar
de ser

de Los peligros del agua bendita



20


Hagamos un pacto
con el cielo de testigo
Hagamos con el cielo
un bolero de año nuevo
Hagámoslo con las manos
Hagámoslo con la boca llena

de Jirafas sostienen el cielo



El otro yo


Debería robar un banco con el poder de la fe,
travestirme de austronauta cosmopolita
o capturar un ángel entre dos silencios
para ganarme tu confianza,
para que me absuelvas
del mar que se hunde en tu pañuelo.
Debería, me digo, darte mis manos
para que las leas como un libro encantado.
Debería irme o quedarme como un perfume,
dilucidando acertijos en la borra del café que nos enfría.
Debería huir como el ladrón inexperto
disparándose a sí mismo,
como el ángel enredado en una discusión de sordomudos.
Debería admitir que hay amores que nos pasan
como inocua música de aeropuerto
y así abrirle mi caja negra a lo trágico y a lo absurdo,
a tus llegadas con escalas,
a tus constantes viajes sin retornos.

Debería, te digo, estar más atento.


de Placebos



Poema para leerle a un pez


No soy el anzuelo
para que me mirés con la boca
abierta como una pecera del grito.
Igual podés escucharme desde tu silencio
arañando el vidrio. El mar o este símil
en modesta escala también es un bosque
donde se dilapidan las palabras o se las come el oso.
No me mirés así con ojos de puerta sellada
escapar de la sed vale tanto como volar en tierra
o poner el cuerpo a las balas. Inútil pájaro de agua
cara a cara nuestro monólogo fluye como un mantra
No tener amor es como nadar en la nada nadar la nada nadar nada.

de Tupé

jueves, 18 de noviembre de 2010

La plenitud, nuevo libro de Claudia Masin


por Hernán Schillagi

La poeta nacida en Resistencia (Chaco), Claudia Masin, acaba de publicar en octubre el esperado libro de poemas La plenitud. El poemario fue presentado en Buenos Aires  bajo el flamante sello Hilos editora. La autora  publicó, además, los libros de poesía Bizarría, Geología, la vista, El secreto (antología 1997-2007), Abrigo, y El verano (editado esta semana). Su libro la vista obtuvo el II Premio Casa de América de España en 2002 y fue editado por Visor.


 Algunos poemas de «La plenitud»

 


La helada


Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada
cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,
su necesidad de caer, había esperado
-formándose lentamente en el cielo,
en el centro de un silencio que no podemos concebir-
su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías
vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,
aunque en ese rapto destroces la tierra,
las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,
en el trabajo de mantener el mundo a salvo,
durante largas estaciones en las que el tiempo se divide
entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aún el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados.



*


El talismán


Los ojos de los que estamos continuamente al borde de la caída
o del tropiezo, no saben despegarse de la tierra. De qué sirve
una belleza material que no pueda tomarse entre las manos
como una piedra y ser llevada siempre encima del cuerpo
igual que esos objetos insignificantes
que un niño acarrea consigo donde vaya, y que lo hunden
en el terror o el desconcierto si se pierden.
No hay belleza para mí en las cosas
que no pueden volverse talismán contra las fuerzas
del desamparo o de la pena, y ninguna palabra podría hacer eso,
sólo la presencia física de lo que fue elegido por un amor oscuro,
cuyas leyes desconocemos, para preservar nuestra vida intacta
entre todos los peligros y accidentes que la acechan, a pesar
de que es ella, esa presencia amada, el peligro mayor,
porque no puede protegernos de su pérdida.


*

La estela


Que no debía ser tan complejo, me decías ¿Y por qué no?
¿Acaso no es complejo el sutil mecanismo
que pone en conexión al polen y la abeja, o las infinitas
transformaciones químicas que sufre un pequeñísimo
grano de arena hasta llegar a ser parte, ya irreconocible,
del cuerpo del diamante? Es complejo encontrarnos
y perdernos, los que andan por el fondo de la tierra
buscando el tesoro de una cueva inexplorada lo comprenden,
no es al heroísmo ni a la astucia sino al azar o al misterio
que se debe el descubrimiento: ese cruce fatal, inevitable
entre quien busca y lo buscado, ese momento de arrebato y mutua
entrega. ¿Por qué debería ser fácil dar con aquello que esperábamos
ya de niños en el jardín del fondo de la casa,
sin saber que se trataba de una espera esa curiosidad honda
y atenta a cada ruido de la siesta, a una rama
que se agrieta en el calor, al paso de sombra de un lagarto
en la humedad de las paredes? ¿Por qué hemos olvidado,
si lo que sí sabíamos entonces es que es difícil
cierta clase de belleza, dar con ella, estar despiertos
cuando cruza por delante de nosotros, no para atraparla,
sino para quedarnos a vivir en la estela que deja?

*

La plenitud


Hay una historia que quiero contarte: a veces,
en medio del bosque abrupto y solitario, crece un árbol
demasiado delicado y tímido para sobrevivir sin que las ramas
se tuerzan, decaigan, pierdan fuerza cada día,
como si no hubiera nacido preparado
para enfrentar la dificultad del suelo áspero y las plagas,
y su propia debilidad lo llevara a empequeñecerse
hasta casi desaparecer, tapado por una vegetación
que pareciera nutrirse de la audacia
que a él le falta. Pero una sola vez en toda su vida
-que no es larga- florece. Sucede en la estación de las lluvias,
y su flor es la más extraña que pueda concebirse,
no necesariamente bella ni cargada de polen.
Me dirás que ceder lo más valioso que se tiene
a una forma de vida que explota y se retrae en unas horas
no es un acto razonable, que es mejor la lenta construcción
de una fuerza que no pueda doblegarse y se sostenga
en lo que acumula año tras año. Sin embargo,
imagino que no debe existir nada más hermoso de ver
que ese momento de plenitud, cuando la materia que parece vencida
ofrece todo su poder de una vez a un mundo
que no lo necesita ni lo espera, para después retirarse,
como si el bosque fuera un cuerpo amado
e indiferente al que va liberando suavemente de su abrazo.
Yo quisiera ser así, capaz de soportar la plenitud
sin anhelar la abundancia. Que eso sea todo:
el puro deseo de dejar lo poco o mucho que se tiene
a quien se ama, aunque no le haga falta,
y vivir por un rato rodeada de las cosas que realmente le importan:
las tormentas, los animales feroces, la exuberancia del verano.

viernes, 29 de octubre de 2010

Reportaje haiku a Fabricio Capelli



por Hernán Schillagi


Intro

La sección consiste en que los poetas nos respondan tres preguntas (tres versos tiene el haiku) que están referidas a las tres características esenciales -según Matsuo Basho- del haiku japonés: en este momento, en este lugar, atravesados por una reflexión.

Fabricio Capelli, poeta y narrador nacido en San Rafael en 1972. Una vez terminados sus estudios universitarios se mudó a Campana, Buenos Aires, donde hoy reside. Junto con el grupo «La Secta Literaria» agitó las tierras sureñas a través de diversas publicaciones y fue partícipe de un Manifiesto estético y social de la Neovendimia. En 2005 publicó su primer libro, La Belleza del Mal. Actualmente está lleno de proyectos que traspasan las fronteras literarias y llega hasta las orillas de El Desaguadero para reflexionar en tres disparos certeros.


1-En este momento

Entre tus proyectos más inmediatos se encuentran un corto y un libro de poemas ¿Podés contarnos en qué consisten y cómo suenan en vos las cuerdas del lenguaje poético con las del cine?

El más inmediato es el corto cinematográfico La era de los milagros, que se estrenó en Campana (Bs. As.) en el mes de julio. El corto narra la historia de Ricardo, operario de una empresa siderúrgica, y de Damián, gerente comercial de la misma empresa. A raíz de unas marcas de óxido sobre una barra de acero que son interpretadas como el rostro de la Virgen, se desencadenan una serie de sucesos que pondrán en conflicto dos mundos disímiles: el de la fe religiosa, por un lado, y el de la cadena productiva y comercial de una empresa, por el otro.

Es mi primera experiencia como guionista y co-director, y puedo decir que fue un trabajo muy intenso (¡la cantidad de horas que se necesitan de filmación para un corto de 12 minutos!) pero muy, muy grato. Lo que había escrito en el living de mi casa, los diálogos pensados con mis voces mentales, los personajes imaginados en mi cabeza; de repente se transformaron en actores con voces, modismos y rostros reales, locaciones de filmación, tomas, ángulos, fotografía. Y finalmente en el proceso de montaje, en música, tiempos de relato, lenguaje narrativo. Todo muy intenso, como suelen ser las primeras experiencias, donde todo es nuevo y estimulante.

Y para 2011 tengo planeada la publicación de Los perros mecánicos, un libro de poemas donde dejo un poco de lado los universos oníricos de mi primer libro y exploro más la cuestión social, siempre bajo un código experimental. En este caso estoy tratando de experimentar la irrupción del relato dentro de los poemas, como así también la polifonía, dejando de lado el yo narrativo y encarando cada poema como si fuera un microrelato, con personajes que entran y salen del poema. ¡Veremos qué sale de todo esto!... El libro ya está casi terminado y ahora empiezo la tarea de corrección y de diseño gráfico de la página web. La idea es publicar tanto el libro como la plataforma web al mismo tiempo.


2-En este lugar

Como un autor mendocino que reside lejos ¿Qué aspectos te has replanteado para actualizar tu «manifiesto de la Neovendimia?

El Manifiesto de la Neovendimia lo publicamos junto a Paco Sabio y Marcelo Melchor Montoya en el 2005, una época que abarcó unos dos o tres años en los que estábamos como afiebrados, con una productividad literaria muy alta, dentro del grupo La Secta Literaria. Como suele suceder con casi todo lo experimental que se publica en San Rafael (¿en otros lugares también?), el Manifiesto pasó desapercibido sin pena ni gloria. Pero nosotros nos quedamos enamorados de esa publicación, en la que pudimos combinar lo experimental con lo social como nunca antes lo habíamos hecho.
Y ahora después de 5 años decidimos resucitarlo y colgarlo en la web (pensamos hacerlo a fines de este año, principios del que viene) para darle una mayor trascendencia y dotarlo de la vitalidad que siempre nos imaginamos para el Manifiesto: que sirva de plataforma para que otros artistas tomen en espíritu de la Neovendimia y puedan tal como dice el Manifiesto en su punto 19:
Neovendimia no busca instalarse y perdurar.
Neovendimia debe estar obligada a no durar. Debe pasar rápido, debe quedar obsoleta en poco tiempo, porque quedará sepultada por la reescritura que ella misma engendre. Neovendimia nacerá y ya mismo será fecunda, ya mismo hará nacer. Para que otras la reemplacen y la mejoren y la perfeccionen. Debe asimilarse y escurrirse rápido. Debe molestar y debe provocar y debe conmover y debe REVELAR.

3-Una reflexión

En tu ars poética de Promiscuos&Promisorios decís: «Escribo por el horror de tu belleza» ¿A qué otros abismos/verdades debe enfrentar el poeta a sus lectores?

Esa frase está alineada con la hipótesis de escritura planteada en La Belleza del Mal, que era la de tomar esos símbolos emparentados con el mal (dentro de la lógica evaluativa del cristianismo) o esos elementos que causan horror, y transformarlos en objetos poetizables. O sea, tomar por ejemplo la figura del Maligno, hacer un poema sobre él y lograr que sea bello. En esa transición me ubiqué como poeta, y desde ese lugar me animé a ver ciertos abismos y verdades que ojalá haya podido mostrar a los lectores.
Me gustan esos riesgos y naturalmente me siento atraído hacia la experimentación, el vértigo de lo nuevo, lo inexplorado. Entonces, cuando emprendo la aventura, deseo que los lectores me acompañen, aunque me dé cuenta que la mayoría de las veces me quedo un poco solo. Pero es la triste ventaja del escritor que no puede ganarse la vida con sus poemas: puede animarse a riesgos, suicidios estéticos, rutas imposibles, sin miedo a espantar a sus editores.


Algunos poemas de Fabricio Capelli

El perro viejo


Mi triste tristona es un hueso
con patas de gallo muy finas
muy de tiempo acumulado
en días
que siguen a los días
proletarios
en los bordes cenagosos patronales
en días
que cabalgan en los días
del pasado adolescente
en los bordes líquidos del verano.

Mi triste tristona es un hueco
muy profundo universal
en cada parte de mi parte
los huesos reumáticos
secados al tiempo
con paciencia siderúrgica
rumiando el tedio mecánico
y el lomo resignado
al ritual del explotado
despojado de sustancia
con recuerdo lagañoso
del hermoso aire suasorio
de las fábricas de Behrens
de los ruidos sincopados
que perfuman el verano.

*

El superdescriptor


Esta noche
en que tomas a tu palma de la mano
en que llorando arena
le has tirado al hombro un manto
y has salido presuroso
poniéndole pasos al patio
has salido de memoria
sin verdadera prisa
más por salir
más por manto y hombro.

Hacia el cometa has ido
a la altura de los astros
lejos del patio y del rastrillo
y de los trastos cotidianos.

Esta noche
en que el sol se eclipsa
por una mota de polvo
has salido venturoso
buscando las ganas de ser
un pobre alegre entre los pobres
más que
un pobre triste entre los ricos.

*

Succión y expulsión del bicho

Y aunque lo lleve a la muerte el intento
honrará a las moscas que custodien su carne
al carburo del burro que lo cargue en su lomo
mientras le siguen creciendo la barba y las uñas.
Y aunque le lleve este intento la vida
te seguirá peinando
con la palabra cardamomo
muy aromatizada
te nombrará en un susurro
no hablará de tu cuerpo
con la palabra alambre
muy torcido y oxidado
olvidado en un baldío
lamido por un perro.
Te recordará bien
brillando en un espejo
cuando hable de tus talones
y de cómo los días siguen a los días
y de cómo se duplican las cosas
cuando nombrándote en un silencio
te viste y te desviste
usando más de dos palabras.
Y seguirá así
hasta encontrar el punto
que termine de desvestirte
dejándote desnuda
lamiendo los bordes
a los que se atreve la tinta
y la boca se le pondrá negra.
Querrá seguir en vano
con la sílaba evaporada
se irá desvaneciendo
dejando un charco barroso
como esos días de lluvia
y el hastío de las cosas.
Y aunque lo lleve a la muerte este intento
honrará a los nadie en su entierro
a los que se esfuerzan con el llanto
y con el filo oxidado de la pala.


de Los perros mecánicos (inédito)

jueves, 14 de octubre de 2010

Mi pequeño burgués ilustrado




por Sergio Pereyra

 
1. Antes
En una carta de los ’60 dirigida a Guillermo Cabrera Infante donde compara a los escritores latinoamericanos más notables del momento con estrellas de Hollywood, Puig, refiriéndose a Leopoldo Marechal anota: «Jeanette Mac Donald, tan lírica y aburrida». ¿Qué tiene esto que ver con la reseña de un libro de poemas? Algo. Me explico. Mi último encuentro con la obra de Kovadloff fue más bien desdichado, pues Una biografía de la lluvia, pese a sus temas y su agudeza, me produjo la modorra de un Tranquinal. ¿La causa? Justamente su prosa alambicada (que, sospecho -¿proyecto?- era lo que irritaba a Manuel Puig de Marechal). Es que hay que decirlo, así como criticamos un poema por excesivamente prosaico, la prosa con muchos -pero muchos- firuletes suele, en algunos casos, perder efectividad, tornarse in-sopor-table. Con estas prevenciones, entonces, me interno en Ruinas de lo diáfano, precioso libro editado por Nuevohacer.

2. Durante
Con una estructura que suele consistir en la narración de un episodio –por lo común, mínimo- que impresiona los sentidos del sujeto poético y que da pie a la posterior reflexión, en los poemas de Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942), aun con su elegancia un tanto demodé, hay lírica; concretamente aquella en la que una subjetividad se expone pero que, gracias al trabajo sobre el lenguaje, trasciende. Así, en Precisiones, texto en el que aparece el verso que da título al libro, el yo lírico se gratifica en la visión de los estragos que causa el trabajo del tiempo en las cosas y en los seres. Porque:

Nada está a salvo de la vida.
Porque es vida lo que cava, quiebra y oscurece
vida la humedad, los hongos que florecen
en los altos ángulos pasivos
vida lo que roe
vida lo que hiere
vida ese aliento ciego y sucio
que se filtra en la madera y la deshace
en tu piel y la seca
en el pétalo y lo agota.

Sé que podrán objetarme que algunas de las experiencias del yo no están al alcance de cualquiera («Los entusiastas, no obstante, aportan lo suyo:/ un viaje al Canadá, pesca de río/ o una semana de ópera en Milán»), ergo, no son universales, que se trata de un sujeto eminentemente burgués, y estaría de acuerdo. Ahora, ¿hace falta que aclare que un poeta puede ser un burgués, pero no cualquier burgués es un poeta? Y más importante ¿hay regodeo en estas páginas? Aunque en algunos pasajes –pocos- pareciera haberlo, más numerosos y dramáticos son aquellos en los cuales el sujeto se siente asfixiado por el sistema:

Me secaré, me peinaré,
dictaré las siete clases
impuestas por el día
y en un momento dado
mi fatiga me dirá
(y el vino lento)
que el día se habrá ido
sin brindarme su secreto, si lo tuvo;
sin que yo lo haya vivido
como único que fue;
ese uno, ese único, el tan solo,
un veinticinco que ya no,
algo inhallable. (En el baño)

Incomodidad, fastidio, que en otros poemas deviene angustia lisa y llana: «Mientras subo en ascensor cierro los ojos./ ¿Yo soy este hombre?/ ¿Esto hice de mí?» (Claridad)

Pero esta mirada angustiada no es sólo primera persona, también es tercera:

Ellos sí. Van, vienen precisos por la acera.
Cargan rostros tensos, agobiados.
A través del ventanal se puede verlos.
O mejor: quisiera verlos, ver
en cada uno
qué hay detrás de esa expresión
que a todos los iguala. (Un espectro en el bar)

O sea, que el sujeto poético ve idéntica aflicción en otros. Por lo tanto, es aquí donde hallamos lo general, condición sine qua non para la existencia de nuestro género, puesto que se cuentan por millones las personas capaces de atestiguar la dificultad de abrir las puertas de sus casas para, como toreros, internarse en la arena cotidiana.

Consecuencia no menor de este cautiverio en los engranajes de las obligaciones mundanas, es esa que podríamos denominar «contemplación frustrada», ya que uno de los lamentos recurrentes del yo surge de las trabas a su deseo de observar la vida -la propia, la ajena-, sentir que desperdicia su «don».

3. Después
Si como dice de Beauvoir «la lucidez no es la felicidad, pero ayuda y da valentía», Ruinas de lo diáfano cumple con este precepto. Porque afortunadamente Kovadloff se eleva sobre la futilidad de algunos de sus motivos: «¿Dónde puse mis camisas de verano?/ ¿Dónde, cuando empezaron los fríos?/ Perdido en mi propia casa,/ no encuentro mis camisas de verano» (Esbozo de una pesadilla), y crea una poesía dura, amarga incluso, que sin embargo a la postre ayuda -a ver- y da valentía -para enfrentar-. Y esto en textos de notable hechura que, no obstante el abuso de signos de puntuación que entrecortan excesivamente la respiración y tienden a una lectura unívoca, esquivan, por ejemplo, el uso de imágenes «locas» -que a esta altura convencen a pocos-; textos que hacen de la poesía una realidad compleja en cuya recepción se integran lo sensorial con lo intelectual.



Ruinas de lo diáfano, Santiago Kovadloff, Nuevohacer, Buenos Aires, 2009, 57págs.
Algunos poemas de
Ruinas de lo diáfano



DE VUELTA EN EL CAMPO

Me atraen grandes piñas
caídas junto a un árbol.
¿Qué mejor, me digo,
que iluminar con su hermosura
algún rincón del cuarto?
Las tomo, las pondero,
doy con ellas, complacido,
un paseo por el campo.
Pero luego me detengo,
regreso junto al árbol
y las dejo.

Me pregunté mientras iba
con las piñas en la mano,
cuánto tiempo alentarían
el encanto de esta hora;
hasta cuándo me darían
este fulgor de vida cautivante.

Lo cierto es que mis ojos
no conocen
más que efímeros fervores
y el cuarto donde vivo
guarda muchas
huellas secas
de mis amores de un día:
un cenicero azul, dos plumas blancas,
monedas de Tiberio, cerámicas jordanas
y un lapicero hindú.

Es así: mi corazón
súbitamente se alza,
acoge, abraza
y luego cede y pierde,
como se pierden,
en el lecho muerto de un río ,
las piedras secas, las hojas olvidadas.



PALOMAS

Tan altas, lentas y lejanas vuelan las palomas
que a la distancia parecen aves extrañas,
seres venidos de otro mundo.

Me agrada verlas así, raras, no sabidas,
allí donde nadie espera sino palomas.
Renacidas ante mí,
también el cielo donde vuelan
se transforma y yo,
que tan a mano me veía,
igualmente me transformo
y el día, que tan a mano se mostraba,
se abre de repente, se encrespa, se dilata
y alberga señales de prodigio
como si una ley redentora impusiera
a lo gris, un rumbo luminoso
y prestancia a lo marchito
y voz a lo callado,
y de par en par se abrieran
las puertas que no abrí
y aun mi vida,
a la luz de estas aves fabulosas,
fuera otra, cercana y nuevamente mía.




CLARIDAD

Mientras subo en ascensor cierro los ojos.
¿Yo soy este hombre?
¿Esto hice de mí?

Encerrado en esta caja
de metal y de madera,
ya no me amparan
ni los pasos presurosos
ni el laborioso vértigo del día.
Un hombre sin rumbo
marcha hacia lo alto;
carga portafolio,
mi nombre lo atormenta.
El espejo no refleja: lo denuncia;
atrás quedan los pisos,
abrazos que no di,
puertas perdidas
y cada vez más cerca
las palabras que golpean,
la miseria que sembré,
lo que sé y ya nada aparta
mientras sube el ascensor,
disipa la penumbra
y los ojos con que no miro
todo lo pueden ver




EN EL BAÑO

Cierro el agua de la ducha y pliego la cortina.
Envuelto en el toallón,
dejo correr las gotas por mi cara
mientras miro sin ver la pared resplandeciente
y el vapor que deambula en la luz vaga.

Por la ventana entreabierta,
el estruendo de la calle
sentencia que hoy es lunes.
Me secaré, me peinaré,
dictaré las siete clases
impuestas por el día
y en un momento dado
mi fatiga me dirá
(y el vino lento)
que el día se habrá ido sin brindarme su secreto
(si lo tuvo)
sin que yo lo haya vivido como único que fue
ese uno
ese único
el tan solo
un veinticinco que ya no
algo inhallable.

lunes, 4 de octubre de 2010

Entrevista a Diana Bellessi

«La poesía es un intento de avizorar el futuro»



por Fernando G. Toledo

Lo que uno tiene es esto: la música de dos versos grabada en lo profundo, como una melodía que perteneciera a otro tiempo, propio pero acaso desconocido. Dos versos: «He construido un jardín como quien hace / los gestos correctos en el lugar errado».
Era un poema de Diana Bellessi (Zavalla, Santa Fe, 1946), leído por primera vez en una revista [1] junto a su nombre, en 1993, a poco de la publicación del libro que lo incluía: El jardín. Lo que uno tiene es una relación extraña, gestos correctos en un lugar errado. Un intento por entrar en su jardín poético, no siempre feliz. El regalo de un libro de manos de su editor (José Luis Mangieri, quien le obsequió a quien esto escribe Colibrí, ¡lanza relámpagos! [2]). El encuentro frecuente con el nombre de la escritora, que se agigantaba, y, por fin, la reunión de su poesía en un solo volumen. Tener lo que se tiene, el libro de 1.200 páginas que recopila todos los libros de Bellessi, puede representar para muchos la oportunidad por ingresar, ahora sí, en su poesía. Una poesía «tensa», «rabiosa», pero a la vez «pacientemente dulce», al decir de Jorge Monteleone [3]; una poesía sin media concesión, ardua y límpida a la vez, que su autora presentó en Mendoza, en la reciente Feria del Libro.
Rodolfo Braceli supo preguntarle a la autora de Crucero ecuatorial, Tributo del mudo, Eroica o Sur sobre el hermetismo que acorazaba a buena parte de sus poemas: «me gustaría que fueran completamente claros», reconoció, para luego citar a Girri: «un poema puede ser hermético pero siempre tiene llave y cerradura» [4].
Acaso Tener lo que se tiene sea esa llave maestra, pues su prólogo, el recorrido amplio y paciente por cada verso, permiten una mirada completa a una obra que, con sus pliegues y bordes, parece mostrar, empero, una notable unidad.
Y si esa llave no fuera suficiente, si aún resulta lejana y cerrada la poesía de Bellessi, no dejaría de ser una buena oportunidad para acceder a su poética esta charla, esta cerradura por la que Diana deja que miremos su obra.

–La edición, el año pasado, de Tener lo que se tiene, que reúne toda su poesía publicada hasta la fecha, ofrece la posibilidad de repasar su nutrida obra poética. ¿Qué siente al contemplar ese ancho volumen, todas esas palabras?
–Siento lo que el nombre del libro dice: que es lo que se tiene.

–¿Qué rasgos principales, si es que pueden enumerarse en una mera respuesta, son los que usted sabía que trazaba con su escritura y la visión de toda ella, a través de Tener lo que se tiene, lo confirma?
–Puedo decirte que al construir el archivo del libro completo, al leer todos los libros con cierta atención, lo que sentí es que había coherencia. Coherencia en el pensar y en el sentir, en la exploración de las formas, en los logros y sobre todo en los fracasos, esos fracasos que te llevan a intentarlo otra vez, en un nuevo libro…

–El «decir» de su poesía es múltiple: de a ratos, el tema parece descentrarse, quizá para reproducir cierta inestabilidad, o más bien, inasibilidad del instante. Pero ese descentramiento a la vez, se sazona con palabras tenues, inocentes casi, que remiten a la infancia, a los juegos, al campo. El fondo (el tema) y la figura (la forma) establecen una fascinante dialéctica. ¿Es su poesía un intento por retener a veces, remediar otras, el pasado y el presente?
–Es hermoso lo que decís, ojalá sea cierto… Pero no construyo ni mantengo un programa en mi escritura, lo que descubro como coherencia es algo a posteriori, nunca previo al poema, o al conjunto de poemas que construyen un libro. Lo que sucede es siempre un misterio para mí. Escribo poesía porque haciéndolo no sé qué es lo que hago, ¿me entendés? Y confío luego en lo que el lector dice de ella, allí se termina el poema, o mejor aún, no termina nunca mientras haya un nuevo lector que abre ese poema. A la luz de lo que vos me das en este momento, podríamos decir que es un intento de avizorar siempre el futuro.

–«Yo desaparezco salvo / en la función de tensar el sentido / hacia lo visible» se lee en un poema de Tener lo que se tiene, que es también una celebración del silencio. ¿Esa «función» es la única que justificaría a la poesía frente al silencio?
–Quizás sí, sobre todo porque no es una función, sino la disfuncionalidad del poema la que a veces lo logra, su descentralización, su inestabilidad, como vos lo dijiste hace un momento; el instante es inasible pero creamos –el poeta y su lector– un campo de ilusiones en su lugar, eso es el poema.

–El problema de los llamados «pueblos originarios», la problemática de la vida en las cárceles, la pobreza, son temas con los que también ha tratado en buena parte de su poesía. ¿Es también una poeta «comprometida», para usar una terminología un tanto en desuso?
–Un poeta sólo puede ser comprometido, como un trapecista; te lanzás al aire y sabés que un centímetro de diferencia a tu trapecio o a las manos de tu compañero, pueden significar la vida o la muerte. No hay problema, no hay problemática, hay parientes que te llaman o a los que llamás, y vas con el corazón hacia allí. A veces es un compañero humano y otras es un yuyo, una piedra o un pajarito. Parientes en el campo de ilusiones de la emoción, como decía Muriel Rukeyser: «el universo está hecho de historias y de átomos» [5].

–Sorprende saber que no perteneció a una «familia lectora» y que buscó de manera autodidacta sus lecturas. ¿Cómo fue su acceso a las obras literarias? ¿Qué autores o qué obras la marcaron, la «invitaron» a ser poeta?
–Hay familias que leen, y familias que cantan y cuentan haciendo grandes silencios. La mía pertenece al segundo rubro. Así que en primer lugar, la copla mestiza. El Dante, Juancito de la Cruz, Salgari, los grandes de la ciencia ficción, y andá a saber…

–¿Se puede decir que supo del mundo que la rodeaba, del vasto mundo, a través de la literatura, y luego salió a comprobarlo? Porque uno de sus datos biográficos nos cuenta que recorrió el continente americano durante años [6].
–Colgué una mochila en mi espalda a los dieciocho, era demasiado joven para saber del vasto mundo a través de la literatura, pero los libros colaboraron a la intensa formación del deseo, el deseo de andar por el mundo. Pertenezco a la generación de los setenta, la que elaboró el mito de la patria grande, así que todo el continente era, y aún es, mi casa; y por extensión el mundo entero.

–Hay una tendencia, en la crítica, a hablar de «literaturas de género». Usted encabezaría una larga, y no menos brillante, lista de las llamadas «poetas lesbianas» [7]. ¿Define algo ese género o es absurdo si de hablar de las obras mismas se trata?
–Tuvo sentido hasta los ochenta, cuando ese yo, con esa peculiaridad, la de ser lesbiana, aún no había sido enunciado en la escritura. Creo que nunca, al menos en América Latina, llegó a ser un género, y ahora, rotos los paradigmas del pasado, lo encuentro un tanto anacrónico.

–¿La poesía de qué otros poetas argentinos contemporáneos le parece digna de destacar?
–La poesía argentina es extraordinaria, y desde el Martín Fierro en el siglo XIX ha gozado de gran variedad y de una salud que no han quebrado ni siquiera las dictaduras o la desaparición casi completa de la industria del libro. Hacer nombres sería muy largo, pero te digo dos de mi corazón: Francisco Madariaga y Miguel Ángel Bustos.

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Notas:
[1] En realidad, dos revistas y un diario, que aparecieron casi simultáneamente. El número 24 del
Diario de poesía incluyó algunos poemas de El jardín, y el número 26, una entrevista a Diana Bellessi a cargo de Ricardo Ibarlucía, junto a un adelanto de Sur. Entre ambos, apareció en Página/12 una noticia sobre el libro en que se incluía el poema citado.
[2] En 1996, luego de la publicación de una entrevista con el autor de esta nota, el poeta y editor José Luis Mangieri (1924-2008) le envió a éste como obsequio una caja con libros editados bajo su sello Libros de Tierra Firme.
Colibrí, ¡lanza relámpagos! acababa de aparecer, como número 2 de la colección Poetas de Hoy. «Es una poeta impresionante», había adelantado Mangieri al avisar de la inclusión de ese flamante volumen en el envío.
[3] Son palabras de Jorge Monteleone en
La poesía como tierra sin mal: habla, mirada, gracia y donación, prólogo de la edición de Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo Editora, 2009).
[4] La versión digital de esa entrevista, publicada en el suplemento ADN de La Nación el 24 de julio de 2010, puede consultarse aquí.
[5] Diana Bellessi se permite aquí no una cita, sino una paráfrasis de Muriel Rukeyser (1913-1980), ya que la línea original de la poeta estadounidense, incluida en
The Speed of Darkness (1968), dice: «The Universe is made of stories, not of atoms» («El universo está hecho de historias, no de átomos»).
[6] Lo confirma la propia Bellessi en la entrevista con Alicia Genovese y María del Carmen Colombo, incluida en
Colibrí, ¡lanza relámpagos! (Libros de Tierra Firme, 1996).
[7] En la entrevista con Leonor Silvestri, publicada por Página/12 el 6 de junio de 2008 (ver edición digital aquí), Bellessi se refiere ampliamente a esta cuestión.


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Seis poemas de Diana Bellessi

Persecución del sueño

Cada noche persigo un sueño como a un ciervo
en la pradera. Como a él, apenas lo imagino;
o veo un ojo, el delicado filo de la cornamenta,
el flanco rojo que refulge y se pierde entre
los pastos del sudán.
Pero entonces apareció, entero, sobre el muro de
arena que bordea la laguna. La luna en el agua
lo volvía nítido contra el cielo.
Ella detrás, me miraba.
Empezó a cantar una canción. Rendida de
amor, y de terror, supe que su voz creaba
la mitad secreta del mundo.

(de Tributo del mudo, 1982)


Waganagaedzi, el gran andante


El musgo al tacto como rodar sobre muslos mojados. Silencio. Las nutrias nadando bajo el agua fundidas con el sueño de un doble líquido y perpetuo. Martín pescador, movimiento puro, a lo largo del río que corta como un cuchillo, sin otra dirección que aquella impresa por el ojo, cerrado.

A esta perfecta entropía llegó Waganagaedzi. Y todo se trastocó.

[...]

(de Danzante de doble máscara, 1985)


El Magnificat...

El Magnificat
cae
sobre tus nalgas

Cabalgo

cubriendo de jugo
la grupa entera

Los pechos duros
y aceitados avasallan

El Magnificat
sale de tu boca

Corre por canales
de aire líquido
y leche/entre los labios
de la concha
el matorral de pelo azafranado

Magnífica yegua
que me lleva en su salto

Cae

disuelta en mí

me deshace

Magnificat
entre tus brazos

Abolir
Hilos que sostienen
la contienda

Abolir
Carnadura
de una ilusión idiota

Suelta
Desatada en el tiempo
sale

la pequeña figura
de su traje
Madrenoche que estás
en los infiernos

te busco te abandono

No soy de tú
más que la rata
en el terror desnudo

La envergadura de tus hombros
balaustrada de los brazos
de un castillo en el aire
hacia el que ceso
no
de nadar

Vos sos
magnífica
hermosura
tiene tu cabeza

Y la columna del cuello
que la une
a pechos imposibles
de saquear
De un puño de ceniza
te construyo
radiante tú:
me mirabas
y no era
yo
era eso

sonda de arena
el tiempo

Abolir
De un manotazo
Los hilos que sostienen
la escena
El anfiteatro se llena
de sangre
sangre sobre las gradas
Huye el Coro
Queda la tragedia
sin público ni prueba
Borrada por el rojo
veo
escorzo de cadera
mata de pelo
de fuego
mayor entre tus muslos
que mi mano aferra
Abolir el texto
del drama

La palabra liberada
de deseo deja
de ser palabra

No es a mí
a quien escucha:
Ella sólo rastrea
un fantasma

(de Eroica, 1988)


He construido un jardín...


He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

(de El jardín, 1992)


El regreso


Gajo de mandarina dulce
la luna mengua y se alza al este
hacia las dos de la mañana

Yo vuelvo a casa al trotecito
en la noche inmensa estrellada
con la perra y su rastro fijo

clavado al suelo, equilibrio
entre las dos, así me pierdo
tranquila mirando el cielo

y ella me trae de vuelta al rancho
nuestro como un ángel guardián
Qué buena la noche y el día

si por acá vivir es seda
y me da vergüenza agregar
un susurro de voz, rozar

con mi uña la tela tan tersa
donde la luna mengua y se alza
azucarada mandarina

melancolía del misterio

(de La rebelión del instante, 2005)


Épica

Por qué será que se vuelve a intentar
aquello donde siempre se fracasa,
como la ropa vieja las sentencias
que ayer corrían altivas por las roncas
gargantas quisiéramos reanimar,
o no es a las frases sino a la gente
que se desbarranca de la historia
hacia el cuarto trasero de la casa,
y fracaso mediante se pudiera
fijar ahí el desorden o la creación
organizados por un momento
con su sello de plata, solidarios
como la mano de Dios

(de Tener lo que se tiene, 2009)

viernes, 24 de septiembre de 2010

El verso o la vida



por Hernán Schillagi


Una tenue mujer de provincia, hija de un carpintero, que apenas alcanzó a cursar el primero de la secundaria va y compra una remera verde para su hijo de 10 años. Llega a su casa, envuelve al niño como si la prenda fuera una hoja de parra, lo abraza fuerte y le dice al oído: «Verde que te quiero verde».

A ese niño que era yo, sin aviso, la poesía lo había tomado por asalto. Mi vida, por lo tanto, ya no sería la misma. Qué sucede, entonces, cuando la poesía pierde su estatuto de «arte elevado que se expresa con palabras» para rozarse de igual a igual con el lenguaje cotidiano; qué pasa, además, cuando la forma seudocarcelaria del poema se abre y el autor es un ente anónimo borrado por una maraña de frases mundanas.

Los asiduos lectores de poemas -los raros, como encendidos lectores de poemas- que empezamos anotando versos sueltos en la contratapa de las carpetas, en los diarios íntimos, en las puertas del baño del colegio; sabemos que la memoria se nos fue contaminando, saturando de versos potentes que tomaron vida propia, y saltaron con furia de un soneto a la más desaguisada conversación con un hermano en el momento justo de no saber qué hacer ante los trámites de una herencia: «No nos une el amor, sino el espanto…». ¿Y Borges? ¿Y Buenos Aires? Bien, gracias.

Es que existen, desde tiempos remotos, versos repetidos por los simples mortales (no interesan aquí los eruditos que pueden recitar el Mio Cid en castellano medieval) que son portados en la garganta como el último trago de agua, ante una realidad desértica que nos cubre de cardos y ortigas. Lo insinúa Daniel Link cuando habla de la poesía de Arturo Carrera: «Sí, los versos (sueltos) son una voz inmemorial que canta desde el fondo de los tiempos, un laberinto de pura pérdida que sobrevive en nuestra memoria como la sola promesa del canto, y por eso los recordamos...». Sin embargo, los versos que se dicen casi con inocencia no actúan de manera conclusiva y sabihonda como sí lo hacen el refrán o las frases populares del estilo «Dime con quién andas y te diré quién eres»; sino que un verso incorporado arremete con acierto para zanjar caminos en un diálogo que amenaza con cerrarse y repujar, además, en el metal de los silencios hasta dejar una marca difícil de ser olvidada: «Me gustas cuando callas porque estás como ausente…»; y como en La caída de la casa Usher, un secreto comienza a mostrar su primera grieta. ¿Será por eso que «Cultivo una rosa blanca»?

En el prólogo a El tesoro de la lengua, Ariel Schettini propone realizar «Una antología (razonada) de los versos que se grabaron en la lengua y perdieron su autor (su contexto, su valor de acontecimiento histórico, para contar, ahora, una historia verdadera: pura actualización, puro fuera de contexto, pura posibilidad de redención, a cada momento que se los recita) y se volvieron creaciones de la misma lengua…». La poesía no pide permiso, y mucho menos un verso suelto que desborda vigencia cuando es pronunciado en medio de una transacción comercial por la simpática almacenera que nos tacha de su libretita diciendo: «¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!». El lenguaje, retribuido (ya que fue la cantera donde el poeta buscó) y, de paso, mucho más valioso. No por nada el mismo Schettini nos dispara: «porque un poema existe cuando genera un efecto de verdad».

Por lo tanto, una pregunta irreverente me viene acicateando desde el comienzo: ¿Un poeta escribe con minuciosidad toda una enorme obra para que sólo quede un verso aislado en los labios de la gente, que además ignora su autoría? Termino de escribir el interrogante y el cursor titila malicioso en el blanco de la pantalla, porque intuye que sé la cruda respuesta. Pero es que, como dice Santiago Kovadloff en Sentido y riesgo de la vida cotidiana: «El hombre se ahoga en la literalidad. El hombre es incapaz de vivir sin respirar el aire renovador de la metáfora…». Poetas, vates con el modem desorientado: «Esto es amor, quien lo probó, lo sabe». Además, en un mundo cada vez más aturdido de palabras sin reversos ni sorpresas, donde un coro de toses desafina la última noticia del naufragio; inhalar y exhalar un verso viene a ser el paf que nos abre el pecho y nos devuelve a una realidad diferente, al menos más fácil de respirar.

Lo dicho, hacer un aporte anónimo a la lengua popular con un verso suelto, intoxicar el habla de todos los días con el aire fresco de las imágenes y comparaciones inesperadas, quizá sea uno de los pocos logros concretos de la poesía (y de los poetas) en estos últimos dos mil años. Duele decirlo, pero esas son las cenizas que quedarán de nuestros poemas, aunque tendrán un sentido: «Polvo serán, mas polvo enamorado» [1].





[1] Sin caer en una contradicción, tan sólo por el vicio de citar a los autores y los poemas de donde son extraídos los versos sueltos y para que el lector vuelva a sentir el placer de releer algunos de estos textos, aquí van las referencias:


«Verde que te quiero verde…» de Federico García Lorca en «Romance sonámbulo», de Romancero gitano.
«No nos une el amor, sino el espanto…» de Jorge Luis Borges en «Buenos Aires», de El otro, el mismo.
«Me gustas cuando callas porque estás como ausente…» de Pablo Neruda en «Poema 15», de Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
«Cultivo una rosa blanca…» de José Martí en «Poema XXXIX», de Versos sencillos.
«¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!» de Amado Nervo en «En paz», de Elevación.
«¡Esto es amor! quien lo probó, lo sabe.» de Lope de Vega en «Soneto 126», de El arte nuevo de hacer comedias.
«Polvo serán, mas polvo enamorado» de Francisco de Quevedo y Villegas en «Amor constante más allá de la muerte», de El Parnaso español.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Nuevo libro de Rubén Valle


por Hernán Schillagi

El poeta, narrador y periodista Rubén Valle acaba de publicar su quinto libro de poemas, Tupé. El volumen aparece para festejar en conjunto el octavo año del sello Libros de Piedra Infinita, editorial dirigida por Fernando G. Toledo y Hernán Schillagi.


Valle apareció en la escena poética de Mendoza en 1996 con Museo flúo, a partir de allí se convirtió en uno de los ineludibles referentes al ganar además dos veces el premio «Vendimia» (1997, 2003), obtener en 2007 el «Ciudad de Mendoza» y publicar sin descanso poemarios como Los peligros del agua bendita (1999), Jirafas sostienen el cielo (Libros de Piedra Infinita, 2003) y Placebos (2004).


Los poemas de Tupé no sólo reafirman este tránsito decidido del autor por la poesía, sino que también muestran la inusitada potencia de una voz inagotable que sale a buscar su materia en lugares incómodos y poco transitados.

Dice el poeta: «Cada libro supone el desesperado intento por registrar el estado de una obsesión. Búsqueda que, intuyo -como muestra gratis de un fracaso inevitable-, no culminará con el final de estas páginas. El poema, entonces, como un simulacro de esa imposibilidad. Botella al mar, sin mar»



El libro contó con el cuidado diseño de Fabiola Prulletti, se publicó con el aporte de la Municipalidad de Rivadavia y será presentado en la próxima Feria del Libro de Mendoza 2010 el domingo 3 de octubre a las 18 hs. en la sala de Las Ideas.

Tupé recién salido del horno

Dos poemas de
Tupé
(2010)


El que viene


«A usar tu lengua vienes...»
Macbeth a un mensajero, William Shakespeare.



Maten al mensajero, pronto maten al que vino
a decir que Rimbaud desembarcó de su ausencia,
al que jura que la palabra de Sor Juana sabe tan dulce
como un pezón de luna. Maten al impostor, al que aún bebiendo toda
el aguardiente puede recitar sin respiro un palíndromo, dejarse amar
por cien mujeres y recordarlas brutalmente tan sólo con olerlas
en la penumbra. Maten al malvenido, al inesperado, al homérico.
Ciérrenle la puerta en la cara antes de verlo erguido como un lirio.
No podrán resistirlo, les dirá cómo olvidarse de lo que nunca fueron.
Los dejará en medio del círculo, los invitará a un banquete de sombras.
Maten al mensajero, al palomo malherido, al desbocado juglar
de las tabernas que apestan de solos. Pónganle hartas piedras,
ciérrenle el camino, háganle un pozo de silencio hasta que caiga.
Niéguenle la soga el rezo la rosa el orgasmo, sobre todo la mirada.

Maten al mensajero: la luz que dice traer es la luz que ya encendimos.


El reñidero



Sin la muda belleza de dos gallos
entregados al voluptuoso vals de la muerte
nuestra riña diaria se enciende
ante el mínimo roce de las palabras
y de un plumazo artero llega a su fin
Como doméstico parte de guerra quedan
las vísceras del amor
desparramadas como ropa sucia
a lo largo de toda la casa.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Una crónica del humo



Humo, de Gustavo Sánchez, EFU (Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan), 2010, 45 págs.


por Damián López
(Especial para El Desaguadero)

El humo siempre se camina hacia atrás. Desde la voluta casi inexistente hasta el retazo de la cosa que fue.

El Humo de Gustavo Sánchez (San Juan, 1984) merece la misma actitud. Su sustancia lo propone, lo miremos por donde lo miremos.

Antes que nada, Humo es el intento de recrear un pasado como sólo la poesía sabe hacerlo. Por el libro rondan artefactos de la adolescencia, escenas de desamor, imágenes borrosas de la calle y el barrio: una obsesión nostálgica por las cosas del mundo, siempre lejos, siempre antes:

«...Las cosas ya no valían lo que nos costaron
cuando vendí a un desconocido,
mi adolescencia...»

No hay que desviarse demasiado de la vida para encontrar vínculos con los poemas del libro. Gustavo no pretende con la poesía encontrar geografías extraordinarias en las cosas de todos los días, sino manifestar con la mayor fuerza posible que las cosas de todos los días son una geografía extraordinaria, opacada a fuerza de cansancio, comodidad y rutina. Pero aunque el camino entre la poesía y el mundo sea breve, es intenso, y nos obliga a ser nosotros operadores conscientes de esa máquina de ver la realidad, esa manera de ver hacia atrás, desde la cosa inerte y obsoleta a nuestra propia individualidad que les sopla existencia.

Leer Humo es arriesgarse a observar:

«...Se puede escuchar
el humo de tu cigarrillo
Calentando el aire...»

«...conozco artesanos.
Gente que despierta cada mañana
con una persona diferente a su lado
yéndose a dormir cada noche
con la misma.»

Cada texto desanda un pedazo de tiempo. Intenta explicarlo, y se contenta con no lograrlo. La materia del poema también de desarrolla hacia atrás, a contrapelo del buen lector que lee de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. La contundencia de las frases que cierran (¿cierran?) cada texto genera la sospecha de que ahí está la semilla de lo que fue antes. El poema no va desenvolviéndose hacia el final, sino que abre los ojos cuando ya está ahí, y después intenta explicar(se) cómo fue que llegó hasta donde está.

Humo es una crónica del ser humano atravesando el mundo. Es el desmontaje de algo que nos es tan obvio: el mundo que nos construimos para vivir. Por suerte, la verdadera poesía no necesita mucho más que eso para salir a la luz. Por suerte, leer una crónica (las aguafuertes de Arlt, las mitologías de Barthes), conlleva la tentación de, desde ese momento, ejercer el rol de cronistas.


Algunos poemas de Gustavo Sánchez


ÉPOCA

Nada ha cambiado
desde que comencé a escribir
y dejé de vivir aferrado a un manubrio, de pie,
sobre un par de pedales:
transpiro
en el esfuerzo analfabeto junto a otros,
buscando las razones del dolor
y cómo recuperarnos.

Las cosas ya no valían lo que nos costaron
cuando vendí a un desconocido,
mi adolescencia.

Parado en la puerta de casa,
lo vi alejarse en mi bicicleta de carreras:
carbono, aluminio, titanio,
una auténtica pieza de ortopedia alejándose,
dejando atrás
lo que suele quedar de toda despedida:
un miembro fantasma.




OBRAS SANITARIAS

Me desvelo.

¿tendremos otra opción?

¿podremos negarnos
a subir escaleras de espalda?
¿ podremos seguir
bajándolas de frente?

Desnudo, camino el pasillo
abro la canilla y sumerjo la cabeza:
por las noches, al igual que el agua,
las dudas son más claras
y tienen más presión.



PREGUNTÁNDOSE

Un gran vaso de jugo de limón
aplaca la acidez;

miles de marineros
siguieron fosforescentes cadáveres
para salvarse de la muerte;

y sentados a una mesa
al costado de la Avenida
-clavándoles los codos
en las costillas-
el silencio de la ciencia
se instala entre la pareja
preguntándose
por qué muere de sed lo nuestro
si más de la mitad de lo que somos
es agua.



MI HERMANO ES UN POETA

Es tarde y hace frío en el taller.
Sólo mi hermano y yo.
Mientras él forja cosas brillantes,
filosas, incisivas,
cebo mates que tomo solo: una voz ajena
al ronroneo de la maquinaria pesada
puede ser la muerte.
Mi hermano trabaja a salvo
del doble silencio del obrero:
cuando deja de retumbar
el martillo sobre el yunque,
deja de retumbar
el martillo sobre el yunque.

Logra, y por eso
guardo la entrada a este espectáculo,
lo que el resto sólo podemos intentar
hacer en el silencio:
domesticar a golpes,
materia al rojo vivo.



CURRICULUM VITAE

He llegado por las noches
A apoyar la cabeza en un callejón sin salida
A acomodar lentamente el cuerpo a la silueta de tiza
Bajo la sábana
Sobre el pavimento mullido.

domingo, 29 de agosto de 2010

Biblioteca El Desaguadero: Diapasón, de Fernando G. Toledo


Clic sobre la imagen de la portada para descargar el libro en PDF

Inauguramos el número 8 de la revista con un nuevo volumen de la Biblioteca El Desaguadero. En esta ocasión, se trata de la versión en formato PDF de Diapasón, volumen de poemas que publicara Fernando G. Toledo en 2002 por la Colección de Poesía Desierta, de la editorial Libros de Piedra Infinita (con diseño de Romina Arrarás).
Dividido en tres secciones, esta segunda obra poética del autor de San Martín proponía, en su primera parte, un Plano secuencia, con miradas reflexivas sobre la realidad cotidiana que rodea a un poeta. La segunda, sin dudas la más compleja, se titula El ansia y es un largo poema conformado por cinco poemas más breves, en los que las citas (a la manera de La tierra baldía, de Eliot) le dan al discurso poético un relieve politonal que busca ser perturbador. Para el final, el autor propone sus Repeticiones, poemas en los que reaparece la reflexión sobre el propio ejercicio de la escritura y en la que se sugieren algunos sonetos (en este caso, sonetos de verso libre) que puede prefigurar los poemas que aparecerían en el libro posterior de Toledo: Secuencia del caos.
A continuación, y para conocer más de Diapasón, ofrecemos una esclarecedora reseña crítica del poeta José Luis Menéndez, publicada en 2003 en el Diario Uno.


Transparencia y lucidez

Por José Luis Menéndez

Poesía reconcentrada y filosa, que no admite distracciones ni prisa. Lo mismo que si fueran alfileres ocultos en el almohadón de una silla, los poemas de este libro se juntan, con todo disimulo, metidos entre hojas pequeñísimas, austeros de extensión, leves de carga, para turbar la paz de los lectores desprevenidos. Este Diapasón resulta, pues, inaccesible sin una predisposición al esfuerzo recreativo y al propio compromiso de quienes hayan de leerlo, porque sus cuerdas producen muy pocos acordes consabidos o neutros, muy pocos versos obedientes al mandato de los sonidos que ya se conocen de memoria. Cada poema contiene, por el contrario, una nueva sorpresa, una revelación lúdicamente escondida.

Se trata, además, de un libro bien demostrativo de los nuevos conceptos que hoy inciden con intensidad dentro del género. Poetas anteriores lo han sido con la idea de que escribían por algo y para algo. Hoy tal cosa parece innecesaria. No para que la poesía se calle (aunque se nutra de silencios) sino para que puje y se disperse (aun como en Toledo, con giros de aparente inocencia) hacia otras búsquedas y otras insinuaciones.

Súbitamente, un poeta joven y cercano protesta contra quienes, desde grandes sitiales, han escritos para otros «las cosas que él necesitaba», y lo han puesto en un tiempo que «no le pertenece». Siente, por lo tanto, el hecho de escribir como una vía para su inserción en un espacio que todavía no existe. Y entonces, con la naturalidad de quien mira cada soledad desde la suya, de quien contempla simplemente la hierba, pero hasta enverdecerse los ojos, Fernando escribe desde la Nada, sabiendo, además, que lo hace casi seguramente para Ninguno.

Su poesía, adquiere, de tal modo, una transparencia exquisita. Y se instala en el plano que sugiere uno de sus referentes visibles: Issa, el gran maestro del haiku: «En este mundo, encima del infierno, viendo las flores». Dicho de otro modo: una poética indiferente a la vaciedad de las salas, incrédula de las propias palabras como constructoras de virtud, pero consciente de que basta que un cuerpo se desnude para que recobre su forma verdadera. Acosada, en suma, por grandes dudas ontológicas, pero serena y digna.

El poeta se apoya, en su camino, sobre una palabra tutelar, una especie de piedra que se llama silencio, y que paradojalmente libera en su caída otras palabras –efímeras y dudosamente necesarias, pero inevitables– en el agua del poema. Deducir entonces: la poesía que nunca habrá de ser oída, es silencio. Un silencio barroco, pesado. Pero nunca vacío sino interrogador. No el silencio del cual «se parte», como un gran desconocimiento originario, sino el silencio del futuro, es decir, aquél adonde «se llega» luego de probarlo todo. El llanto de un bebé –«ese gesto aún sin domar de la especie», como dice el mismo Toledo– que algún día habrá de transformarse en el eco de todas las palabras que han trazado su olvido. Una fervorosa desazón, o el hombre que un día se vuelve incapaz de reconocerse.

Obra, en fin, provocativa y coherente, estructurada desde una vigilia racional, y resuelta sin artificios ni vacilaciones. Escrita con el mismo encanto de quienes van dejando de nombrar las cosas, por primera vez.