sábado, 27 de julio de 2013

Un sembrador en el desierto

Teny Alós (1959-2013)


Por Fernando G. Toledo

El poeta mendocino Teny Alós, de 54 años, murió el 26 de julio, víctima de un cáncer contra el que luchaba desde hace tiempo, pero que no le impidió celebrar el 18 de junio de este año la presentación de su último libro de poemas, Semillas de oceanidad.

Teny, nacido el 18 de febrero de 1959, había sido uno de los «agitadores» poéticos de fines de los ’80 en Mendoza, al integrar el «grupo parapoético» Las Malas Lenguas, con Patricia Rodón, Rubén Valle, Carlos Vallejo y Luis Ábrego.

Su obra es breve e intensa. Su primer libro, titulado Poemas, apareció en un lejano 1987, bajo el seudónimo de Hualpa. A ese libro le siguió uno que ha de estar entre lo mejor de su producción hecha pública: Radio Chaplin, de 1991, ilustrado por Oscar Reina.

Luego vendría un largo silencio poético, un extenso período de escritura secreta.

Algunos de los poemas de Teny, sin embargo, y de sorpresa, adornaron a principios de este siglo algunas paredes céntricas de la calle Colón de Mendoza. Parecía estar diciendo, el escritor, que seguía latiendo en él la poesía, y por ello también, en los albores de los blogs, despuntó su vicio en esas lides virtuales.

Hasta que en 2011, apareció un nuevo libro, de modesta difusión: La isla encendida, que lo traía de vuelta a la letra impresa y encuadernada, 20 años después. En 2012, ya con el diagnóstico de su enfermedad declarado, regresaba a los recitales de poesía en el bar Los Tres Viejos, invitado por Dionisio Salas Astorga. Allí compartió la gala con Hernán Schillagi y Cecilia Restiffo.

Y en junio de este año, Semillas de oceanidad, un libro largamente «sembrado» en soledad, era presentado en el Espacio Julio Le Parc. Allí estuvo acompañado por su amigo, el poeta y periodista Ulises Naranjo, quien no duda en calificar esta obra de Teny como «uno de los mejores libros de poesía que se han editado en Mendoza en los últimos años».

Alós (quien ganaba su pan como empleado bancario) fue también un destacado personaje de la radio mendocina, con programas como Tatuaje falso y La sed de los peces.

La semilla de su poesía, en fin, ha florecido.

Dos poemas de Teny Alós

02

Vivimos en la fiebre.
Somos felices allí.
Se nos termina el mundo allí.
Vivimos los días.
Nos resbalamos por ellos.
Caemos en sus oscuridades.
Afinamos en la nota de los sueños.
Somos melodía.
Melodía y ritmo.
Canciones que alimentan la soledad.
Que desenvainan el secreto de la especie.
Vivimos entre el desconsuelo
y la evidencia.
Uno de nosotros toca la campana y corremos al recreo.
Trabajar anestesia la pregunta
que nos trajo hasta aquí.


Esta noche

Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Esta noche no prevé revancha alguna.
Esta noche la fe es dinamita al fin de la mecha.
Esta noche lo que creo está supeditado a lo que siento.
Esta noche es noche de probanzas.
De anestesias vencidas.
De dolor dibujado en las entrañas.
Esta noche existir es despellejar viva tu acrobacia.
Es rellenar con insuficientes pesadillas el miedo.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Esta noche no tiene regreso.
Esta noche es necesaria toda la poesía.
Esta noche, todo apostado a la magia.
Esta noche lo que soy, lo que fui, busca un canal en la sed.
Un agujero en la libertad de tristeza.
Una grieta que habilite los pasados como albóndigas de carcajadas.
Esta noche no hay explicación que sirva.
No hay herida sin sal.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Si pienso que puedo transmitir algo con palabras, esta noche tengo que llegar a vos.
Esta noche tengo que ser capaz de inventar un artilugio que una la alegría de haberte tenido con esta penosa ausencia.
Esta noche lo inexplicable nos tiende un puente.
Esta noche estoy más muerto que vivo.
Esta noche estoy más cerca tuyo.
Esta noche transpiro jugos fríos.
Mi sangre reparte vinagres por todo el cuerpo.
Esta noche no tiene consuelo.
Esta noche no hay llamado que te salve.
Esta noche llorar es apenas una exacerbación, un manifiesto de centellas arrojadas a la inmensidad para que el universo sepa.
Esta noche soy guacho otra vez.
Esta noche el mundo se me rompe en mil pedazos.
Esta noche los recuerdos están desteñidos.
Esta noche exijo más.
Esta noche la vida parece una caricatura mal pintada.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
No hay cementerio que calme.
No hay voz que llegue hasta donde están desayunando tus rapiñas.
Esta noche todo es negro.
Esta noche nada tiene sentido.
Veinte años doliendo calladamente, calando mi hombría, garrapiñando en mis ganas.
Veinte años diciendo papá a los precipicios de la mente.
Veinte años de la paliza más brutal que me dieron.
Veinte años de insomnios incurables.
Esta noche me pesa en los testículos.
Esta noche es una avería insalvable.
Esta noche tengo que ir y mirar a los ojos a mi madre y decirle ya sé, los dos sabemos.
Y abrazarla para que las esquirlas del cosmos no nos vacíen los ojos.
Esta noche.
Ahora.

domingo, 21 de julio de 2013

En busca de la musa







Si la terapia sirve para algo, queridos lectores, es para definir búsquedas. Fue así que emprendí una de mis nuevas búsquedas vitales: hallar a la Musa y no cualquiera: a la poética más precisamente. Salí de mi covacha y en la calle me tomé un taxi. «A la Musa, por favor», le dije al trabajador del volante. Silencioso, hizo como 100 cuadras y tuve que pagarle con todos los billetes y monedas que llevaba. Me dejó en la esquina de La Pampa y La Vía. Debo decirles que el lugar estaba atestadísimo. Me acerqué a una chica más pálida que yo, vestida de negro que cantaba una melancólica canción en inglés. Todo el tiempo recogía papeles del piso y anotaba su contenido. «¿Viniste por la Musa?», me preguntó. Sonrió al verme asentir y me pasó su libreta: «Acá está: arbitraria, real y sucia». Leí: sugus – pico dulce – si querés aprender computación vení a – total: $14,30 – la bolsa de Japón cayó - ¿nos rateamos mañana? «¿Ves mi poema?», me preguntaba con insistencia, «¿Lo ves?, ¿lo ves?». Asustada, me fui corriendo después de tirar al piso a un anciano que le recitaba a la luna parado en un banquito.

El viejo, antes de que comenzara mi rauda huida, me detuvo con su mano huesuda de parca y me invitó a que tomáramos unas ginebras en el bar de la esquina. Sentados y al abrigo de nuestros vasos, lancé mi interrogante infernal: «¿Dónde diantre está la Musa poética?».  Su respuesta no se hizo esperar: «Cuando joven, querida, la Musa se me presentaba con forma de mujer de generosas proporciones, era una Bardot susurrante que me dictaba al oído letras pegadizas y sensuales. Después, en los años duros del desamor y la madurez en soledad, fue un fantasma que se aliaba con la noche para inspirarme un atado de poemas que cargo en mis espaldas. Amiga, busque en los cuerpos, inquiera a la noche, salte al alcohol y sus posibilidades; quizás su Musa esté esperándola sentada en un bar como este. Ahora me voy. Tantas añoranzas me han inspirado sin necesidad de luna ni de banquito». 

En la calle de nuevo, pensé que el lirismo romántico del anciano poeta atrasaba 100 años. «Cualquiera puede escribir un poema si tiene algo que decir», intenté autoconvencerme mientras me encaminaba lentamente y más confiada, casi con el ritmo de un soneto, hacia el taller literario del grupo de poesía vocacional Erato y Euterpe. Allí me recibió la fundadora de esta pléyade, Renata Rufini de Ortega, con encantadores modales. «La Musa, querida joven, está en todo lo que nos rodea. El creador, en su infinita bondad, ha puesto al alcance de nuestros sentidos la perfección de la Naturaleza para inspirarnos humildes versos. Mire la variación de colores que el paso del día imprime en la montaña, escuche el rumor del agua en las acequias, huela la madera noble del vino, pruebe sus graves esencias aterciopeladas, aceche a las palomas en las plazas e intente un vuelo con ellas, camine los surcos arrugados de una hilera, sienta la sed aturdidora del desierto...», «Sí, sí, Renata, tomaré en cuenta sus dichos», le grité desde lejos mientras huía en dirección contraria. Minutos después, todavía podía oírse la voz de la coqueta dama enumerando la vastedad del universo.

Por fin, recalé en el bunker de unos poetas amigos. «La poesía es trabajo y lo de la Musa un verso malo», afirmaron todos al unísono. «También es lectura, empaparse de los otros para encontrar la propia voz». «El esfuerzo comienza acá», dijeron dos señalando su cabeza, otra el corazón y uno sus partes pudendas. La variedad de sitios no me desconcertó, supuse que la poesía no solo era mental sino, esencialmente, visceral. Los dejé escribiendo / corrigiendo y decidí por unos días seguir el consejo de todos los consultados: recogí papeles y anoté prolijamente su contenido en columnas; imaginé que la poesía era un macho cabrío y tuve sexo con el patovica de un boliche; aguanté dos noches de insomnio tomando alcohol puro; subí al techo un día de lluvia invernal para ver los colores de la montaña; recorrí toda Mendoza para encontrar una acequia con agua; fui al desierto y conocí la ferocidad de las hormigas coloradas (¿o eran alacranes?, el médico nunca me dio una certeza); aceché a las palomas y… lo del vuelo es material para otra crónica. Después de 20 días de infecciones, picaduras, dos ingresos al hospital por coma profundo y neumonitis aguda; después de dejar a mi hígado gravemente comprometido y sin haber escrito un solo verso, volví a mi covacha. En la tranquilidad de mi espacio privado, me puse a leer, a pensar, a escribir. Surgieron algunos poemas que curaron las heridas de mis andanzas. Finalmente, agradecí tener amigos sensatos que cortaran mi carrera suicida hacia la Musa.


jueves, 11 de julio de 2013

Palabras sin envolver


 


 La envoltura, Raquel Sinelli. Del Dock, Buenos Aires, 2012, 56 págs.


por Cecilia Restiffo



Pensar en nuestra casa a menudo nos consuela, sobre todo cuando hemos tenido un día difícil, o estamos en otro lugar de viaje. La envoltura provoca en el lector esa misma sensación, esa certeza que nos previene de la angustia, ese consuelo a futuro que conjura el pesar del presente.

El lenguaje utilizado por Raquel Sinelli (Buenos Aires, 1954) se desnuda para ampliar el espectro de alcance, cada palabra presenta una espesura que no agobia, pero hace volver al texto para entender, para sentir, para mirar otra vez:



Del otro lado de la pared

Vuelves a oír
a la niña pequeña, de meses,
sentada en la rodillas de la madre;
a caballito, un suave trote y una canción.
La risa se confunde con el llanto
y cuesta distinguir.
Los sonidos atraviesan la medianera
y traen la escena que añoras
Sin recordar, sin saber siquiera
si existió.


Raquel Sinelli
El libro se estructura en tres capítulos numerados, cada uno de ellos presenta un plano diferente y exige del lector, una intensidad en la lectura para acompañar el movimiento de los pliegues. En la primera parte el recorrido se produce dentro de la casa: por sus refugios, ahondando en los ritos de un tiempo lejano, se abisma en los recuerdos, en las escenas que constituyen el yo, esas partes de la conciencia que son ejes, que son piedras sobre las que nos edificamos: «La que fui escribía en la cocina: / sobre la mesa de formica / extendía los papeles después de limpiar los restos de la cena». Este ambiente interior no deja de ser natural al ser humano, hay una confidencialidad que está atravesada por lo cotidiano, y es esa perspectiva la que provoca una superación de lo individual en la experiencia, lo que permite que el lector traspase esta intimidad sin sentirse un extraño:



La partida

En la madrugada de la cocina,
todavía oscuro, deja el deshabillé sobre la silla.
Gira y ve a las dos mujeres -una madre con su niña-
aparecidas en el sueño.
Ellas quieren irse
y el forcejeo por evitarlo le tensa el cuerpo.
Cerca de las hornallas
sostiene la postal fugitiva, brumosa,
que no cede, no quiere ser dicha
con las palabras del día.


En la segunda parte del libro, el desplazamiento es al no lugar, hay una pequeña fisura en la envoltura que permite mirar hacia afuera, sin embargo esa mirada se traslada sin espacio y tiempo. Parecería que se inicia una oscilación entre la intimidad y el exterior pero a través del sueño, de la imaginación, de los deseos; es un moverse sin andar, es tal vez correrse a la otra margen del río, es tratar de escuchar los ruidos del afuera que son como «un viento que le va secando el rostro». Este capítulo permite intuir la corteza, la piel, la membrana, la vestidura, con la que la autora acuña las palabras, hay una certeza: el afuera existe, está allí. A veces suave, a veces áspero pero siempre esperando. El afuera puede ser el sueño, pero también puede ser la muerte:

El secreto

Se lleva
como un prendedor del lado de adentro.
Su peso no es material.
Alguien confió, reveló su trama
y las palabras volvieron a ser silencio.

Te lo llevarás a la muerte, dice la sentencia,
como si se tratara de otro lugar.

En el tercer y último apartado, Sinelli asocia algunos elementos naturales a ese paisaje interior que se plenifica y se expande, para albergar a otros personajes que son parte esa trama protectora. Así encontramos a la luna como un testigo niño del amor maternal, y recorremos el cielo con los pájaros que una vecina observa antes de la cena; entramos en un territorio poblado de encuentros y pérdidas, los hijos tan propios y ajenos; o los abuelos que desandaban el trajín en el silencio del aprendizaje:


El regreso

Vuelve al agua, hermana
despliega otra vez
el estilo mariposa.

Brazadas solitarias
entre andariveles,
como de niña
cuando entrenabas
en el Club Gimnasia.

Vuelve a nadar
hasta cansarte
y no escuchar
los gritos de la orilla;
un largo que supere tus marcas
hasta que la tarde cubra la pileta.


La respiración final que propone la autora, está cortada por la cadencia perfecta de la palabra y la experiencia, entonces aparecen las mujeres: las que éramos en los sueños a la hora del té y las que somos a la intemperie de la calle que nos conduce a destino, una calle poblada o solitaria, que exige una envoltura en caso de accidente: «Se ríen fuerte, / sus ropas son chillonas. // En la esquina sentadas / en el umbral de un antigua carnicería / conversan entre ellas / mientras esperan al cliente».

El último poema se espeja con el que abre el libro, ambos se multiplican a medida que nombran y sostienen las partes de un todo que, hacia la última página, en primera persona, se perdona y se permite corregir los errores pasados, para que esa envoltura no se rasgue ni se diluya:


Sobre el camino


Quizá debamos esperar
que la duda macere,
que la intuición
pueda llevarnos de la mano
como cuando éramos niños,

ver opciones, enlaces
para que cada pieza
tenga sentido.

Esto permitiría decir:
no era un error, era necesario.



lunes, 1 de julio de 2013

Biblioteca El Desaguadero: La visión del anfibio, de Hernán Schillagi



por Fabián Almonacid
Especial para El Desaguadero

«Un libro vale a mis ojos por el número y la novedad de los problemas que crea, anima o reanima en mi pensamiento. Las obras que imponen o postulan la pasividad del lector no son de mi gusto. Espero de mis lecturas que me produzcan esas observaciones, esas reflexiones, esas detenciones súbitas que suspenden la mirada, iluminan perspectivas y despiertan de improviso nuestra curiosidad profunda, los intereses particulares de nuestras búsquedas personales y el sentimiento inmediato de nuestra presencia viva».

Estas palabras de Paul Valéry, de un ensayo titulado Swedenborg, bien puede servirme para hablar brevemente sobre La visión del anfibio, de Hernán Schillagi, un libro de ensayos escritos –y revisados– entre 2004 y 2012. En este conjunto de textos, el escritor, al estilo de los clásicos, nos muestra al crítico que lleva adentro, que se asocia íntimamente con sus trabajos. Y el número y novedad de problemas que plantea este libro de Schillagi son de una gran relevancia.

Hernán Schillagi, autor de La visión del anfibio.
Como bien señala el mismo autor en el prólogo, estos ensayos dejan entrever un diálogo –a través de la palabra–, ya sea con amigos o con la lectura, un interrogarse que no busca más que intentar conocer (nos) del modo más acabado posible. Y se habla, se pregunta, por ejemplo, sobre si existe un éxito real en la literatura, a cuento de algunas anécdotas contadas con una naturalidad y una franqueza poco comunes. Y si Schillagi me pregunta a mí, sumaría a este diálogo que propone su libro que éxito proviene de la palabra latina exitus, que significa salida. Por lo que se podría decir que exitoso es aquel que logra encontrar la salida, lo cual no es poco.

Otro de los ensayos se explaya sobre los blogs y este nuevo modo de producción y difusión «virtual». Por demás pertinente, ya que el autor nos regala este libro por esa vía, en un blog en el que publica periódicamente, además de ser esta breve reseña parte también de una publicación on line. Y se interroga sobre el concepto del anonimato, sobre la posibilidad –¿válida?– de que todos tengan acceso para expresarse libremente, sin filtro. ¿No es de por sí una paradoja llevar un diario personal a la vista de todo el mundo? ¿Cómo influye esa mirada al momento de escribir? ¿Qué se busca, en definitiva, al mostrarse?

Además se habla sobre los temas que son propios de Schillagi. Principalmente la poesía, con un apartado titulado «La poesía como última noticia», con varios ensayos para leer no una, sino varias veces, en los que plantea cuestiones de estilo, de fondo, de composición, de estrategias, de herencia y hasta de necesidades –del mismo modo que el vaso de agua que tomamos ayer ya no nos calma la sed de hoy, así con la poesía–.

Tambien se habla de la música, con un amplio espectro en el que entran tanto el Puma Rodríguez como Radiohead, entre otros; recomiendo en especial «El estribillo de tu vida», una delicada reflexión que hasta hoy me tiene en ascuas. Además, aparecen temas relacionados con la literatura en general, con el cine y con todo lo que la pluma, la mirada, del crítico encuentra como motivo de inquietud, de reflexión.

Porque el valor a mis ojos de este libro, retomando a Valéry, es que plantea preguntas, no da respuestas. En ningún momento el «ensayar» es una disertación, nunca pretende ser elocuente –la verdad no lo necesita– ni busca aprobación. Es justamente lo contrario, es un diálogo –«Che, ¿no te parece que...?»–, una constante interrogación; busquen, para comprobarlo, cuántos ensayos contienen preguntas. No procura mostrarnos cuánto sabe, sólo nos comparte sus dudas, sus inquietudes, sus opiniones. Y este lector, como tantos otros, siempre agradece esos gestos de honestidad.

«Los (libros) que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo por teléfono cuando quisieras», se puede leer en El guardián entre el centeno, de Salinger. Yo no tengo el teléfono de Schillagi, pero sí pude comunicarme por él a través de su blog... porque realmente me gustaría, después de leer estos ensayos, que pudiéramos ser muy amigos para que me incluya en sus divagaciones.