lunes, 1 de julio de 2013

Biblioteca El Desaguadero: La visión del anfibio, de Hernán Schillagi



por Fabián Almonacid
Especial para El Desaguadero

«Un libro vale a mis ojos por el número y la novedad de los problemas que crea, anima o reanima en mi pensamiento. Las obras que imponen o postulan la pasividad del lector no son de mi gusto. Espero de mis lecturas que me produzcan esas observaciones, esas reflexiones, esas detenciones súbitas que suspenden la mirada, iluminan perspectivas y despiertan de improviso nuestra curiosidad profunda, los intereses particulares de nuestras búsquedas personales y el sentimiento inmediato de nuestra presencia viva».

Estas palabras de Paul Valéry, de un ensayo titulado Swedenborg, bien puede servirme para hablar brevemente sobre La visión del anfibio, de Hernán Schillagi, un libro de ensayos escritos –y revisados– entre 2004 y 2012. En este conjunto de textos, el escritor, al estilo de los clásicos, nos muestra al crítico que lleva adentro, que se asocia íntimamente con sus trabajos. Y el número y novedad de problemas que plantea este libro de Schillagi son de una gran relevancia.

Hernán Schillagi, autor de La visión del anfibio.
Como bien señala el mismo autor en el prólogo, estos ensayos dejan entrever un diálogo –a través de la palabra–, ya sea con amigos o con la lectura, un interrogarse que no busca más que intentar conocer (nos) del modo más acabado posible. Y se habla, se pregunta, por ejemplo, sobre si existe un éxito real en la literatura, a cuento de algunas anécdotas contadas con una naturalidad y una franqueza poco comunes. Y si Schillagi me pregunta a mí, sumaría a este diálogo que propone su libro que éxito proviene de la palabra latina exitus, que significa salida. Por lo que se podría decir que exitoso es aquel que logra encontrar la salida, lo cual no es poco.

Otro de los ensayos se explaya sobre los blogs y este nuevo modo de producción y difusión «virtual». Por demás pertinente, ya que el autor nos regala este libro por esa vía, en un blog en el que publica periódicamente, además de ser esta breve reseña parte también de una publicación on line. Y se interroga sobre el concepto del anonimato, sobre la posibilidad –¿válida?– de que todos tengan acceso para expresarse libremente, sin filtro. ¿No es de por sí una paradoja llevar un diario personal a la vista de todo el mundo? ¿Cómo influye esa mirada al momento de escribir? ¿Qué se busca, en definitiva, al mostrarse?

Además se habla sobre los temas que son propios de Schillagi. Principalmente la poesía, con un apartado titulado «La poesía como última noticia», con varios ensayos para leer no una, sino varias veces, en los que plantea cuestiones de estilo, de fondo, de composición, de estrategias, de herencia y hasta de necesidades –del mismo modo que el vaso de agua que tomamos ayer ya no nos calma la sed de hoy, así con la poesía–.

Tambien se habla de la música, con un amplio espectro en el que entran tanto el Puma Rodríguez como Radiohead, entre otros; recomiendo en especial «El estribillo de tu vida», una delicada reflexión que hasta hoy me tiene en ascuas. Además, aparecen temas relacionados con la literatura en general, con el cine y con todo lo que la pluma, la mirada, del crítico encuentra como motivo de inquietud, de reflexión.

Porque el valor a mis ojos de este libro, retomando a Valéry, es que plantea preguntas, no da respuestas. En ningún momento el «ensayar» es una disertación, nunca pretende ser elocuente –la verdad no lo necesita– ni busca aprobación. Es justamente lo contrario, es un diálogo –«Che, ¿no te parece que...?»–, una constante interrogación; busquen, para comprobarlo, cuántos ensayos contienen preguntas. No procura mostrarnos cuánto sabe, sólo nos comparte sus dudas, sus inquietudes, sus opiniones. Y este lector, como tantos otros, siempre agradece esos gestos de honestidad.

«Los (libros) que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo por teléfono cuando quisieras», se puede leer en El guardián entre el centeno, de Salinger. Yo no tengo el teléfono de Schillagi, pero sí pude comunicarme por él a través de su blog... porque realmente me gustaría, después de leer estos ensayos, que pudiéramos ser muy amigos para que me incluya en sus divagaciones.

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