lunes, 26 de agosto de 2013

La historia de un poema de María del Carmen Colombo



(Especial para El Desaguadero)


El poema elegido está incluido en mi último libro editado, La familia china. Forma parte  de ese conjunto que irrumpió  y se fue gestando paralelamente a la escritura de otros poemas como una escritura secreta. Y digo secreta porque pasó mucho tiempo hasta que la hiciera conocer. Es que esa irrupción fue desconcertante para mí, que no atinaba a dar cuenta de lo que en ese momento estaba pasando con mi poesía.

Desconcertante pero también gozosa. Porque al dejarme llevar por esa nueva música  iba ocupando el espacio de la página (llenando el espacio con letras). Y con la forma del «poema en prosa», con esos poemas achaparrados y compactos, sentía que me liberaba  de esos otros poemas, delgados, casi raquíticos, y de gran concentración  de mis libros anteriores.  Creo que en ese aspecto tuvo mucho que ver el encuentro con  los textos de Osvaldo Lamborghini, en particular con Matinales.  La sonoridad  alucinatoria de ese texto obró como un disparador para la entrada de ritmos hasta entonces nunca abordados por mi escritura. Lo leí y releí hasta casi memorizar algunos fragmentos;  siempre como «poema» y sin reparar en que el autor y los críticos lo catalogaban como «cuento».

El elemento oriental fue aportado por «los chinos de acá», como llamaba yo a una familia  que ocupaba un departamento de la casa donde vivía, en el barrio de Villa Crespo. Encontraba  al padre de esa familia -integrada además por su mujer y dos hijas- en las reuniones de consorcio. Me causaba gracia la respuesta que ese hombre daba a cualquier pregunta incómoda: «no entender, no entender», repetía.  Pero la frase quedaba resonando, como un mantra que parecía traducir mi propia desorientación.

Ese hombre inspiró el poema elegido para la sección «La historia de un poema», que fue uno de los primeros que escribí, basándome sólo en ciertos detalles  que creí evocaban lo oriental  (un ejemplo es el uso de palabras del tipo «biombo», «bambú», «abanico»).

Lo oriental así entendido, y como elemento de mediación, también me permitió tomar distancia y a su vez acercarme de otra manera a un territorio familiar, que no sólo incluye la lengua del Río de la Plata, sino además una tradición literaria, con la que trabajé en libros anteriores. Me refiero a ciertas voces del gauchesco, a Esteban Echeverría, Girondo, Artl, Discépolo. Dentro de esta «familia», también se incluyen «parientes lejanos», como Rimbaud o Elisabeth Bishop. Todo mezclado con retazos de elementos biográficos y de discurso político (este último encarado en forma  panfletaria). Mezcolanza, entonces. Y también humor, el encuentro de lirismo y humor. Un humor más emparentado con la sonrisa que con la carcajada –el sonreír de los tontos-, que a veces roza la ironía, pero que nunca llega a la mueca.

Mi hija Soledad fue la primera lectora: su entusiasmo me alentó a continuar. Y sus acertadas indicaciones me sirvieron en la etapa de  corrección. Ella  me convenció de que el título era el adecuado, por el doble sentido de la expresión «familia china»: uno, el evidente; y el otro, el que alude en nuestra lengua coloquial a una particularidad inextricable. Más tarde, la lectura de Antonio Moro, amigo y poeta cordobés, resultó fundamental para que pudiera seguir adelante. Cuando creí que el libro estaba concluido, entregué el material a otro amigo, el poeta y dramaturgo Alfredo Rosenbaum, quien llevó a escena los poemas, en el Teatro Rojas.

El estreno de esa obra coincidió con la publicación del libro, editado por José Luis Mangeri, en Editorial Tierra Firme. La salida del libro me conmocionó. Pero asistir como espectadora al estreno y a las sucesivas representaciones fue una experiencia impactante. Creo que fue gracias a esa conmoción que comprendí hondamente el sentido de los poemas de ese libro.  Hilos Editora lo reeditó en 2012, en una versión que incluye tres textos inéditos.       



*
Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra
el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene
miedo el padre chino de que el calor de sus hijas
desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma
paciencia por sus antepasados.
El miedo le hace pitar de una boquilla elongada
hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su
boca evaporada por el humo se desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya. Es
el opio de los pueblos con que carga su boquilla el
que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta.
“Esas tintoreras –dice de sus hijas– calientan la pava
y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben
ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta hacer de
mi alma este biombo musical que sólo los hombres
chinos saben desplegar con dignidad.”
Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión.
Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre
recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.


María del Carmen Colombo, en La familia china





lunes, 19 de agosto de 2013

Una plegaria para sí mismo



Nos lo decía Alejandro Crotto (Buenos Aires, 1978) en su primer libro, Abejas: «la materia / es difícil, sagrada». En Chesterton (Bajo la Luna), su nueva colección de poemas, ese hombre que mira con fascinación todo lo que lo rodea vuelve a pronunciar, con timidez, con mesura y pasmo, el espectáculo del mundo.

Crotto sigue viendo que nada es profano cuando uno se detiene en los detalles. Todo está atravesado por un misterio maravilloso que a veces se escapa en el vértigo diario, o se esconde incluso, empañándose, cuando se lo hace institución. El poema que abre Chesterton lo expresa con una anécdota: unos niños se divierten en una pileta, solos y llevados por los juegos. Y mientras «los grandes / ya se fueron a misa» a «rezarle a Dios, que no se ve y es santo», uno de esos niños se mete entre las ramas de La lambersiana –así se llama el poema– para encontrar otro mundo, donde los rayos se filtran y cambian la mirada: «la luz, la fresca luz / filtrada, que me dura». Allí lo sagrado se expresa como materia omnipresente, pero que hay que mirar con otros ojos.

Alejandro Crotto.
Quizá por entender ello es que Chesterton orbita alrededor de lo religioso sin entrar cabalmente en templo alguno. ¿Por qué? Porque eso equivale ir a misa, donde ya está todo dicho, instituido, y de manera pomposa y estridente. Es posible, igualmente, evocar alguna fórmula, algún rezo, pero desde una intimidad nueva que resguarde al poeta de todo ello: Crotto puede salmodiar a Belén y al Cordero, pero su oración será casi secreta: una plegaria para sí mismo que, gracias a la poesía, nosotros podemos leer.

En este sentido, es curioso el título del libro. Si refiere al gran escritor Gilbert K. Chesterton, está claro que Crotto en nada se parece al modo con que ambos eligen cantar a la santidad de lo real. Chesterton lo hizo predicando públicamente su catolicismo (al que se convirtió después de ser primero agnóstico y después anglicano). Crotto no predica: sólo escribe que esto que tanto lo maravilla, y que parece común y sencillo, es todo lo contrario. Es difícil y sagrado.

Crotto no es el primero en maravillarse por el espectáculo de la realidad: poetas como el argentino Enrique Molina supieron loar con versos esa «maravilla», sólo que el autor de Abejas no elige el canto alucinado y caudaloso, sino por el contrario, elige la cautela, la brevedad e, incluso, las formas clásicas como el soneto, y algunos recursos puntuales, como la rima: «Que sea nuestro cuerpo la pupila / que se abre si hace falta y no vacila».

Así, la inextricable naturaleza de la mujer, la mole imponente de un rinoceronte, el pastar de unas vacas, el caminar ridículo de una gallina, todo es un misterio, todo una maravilla para Crotto. Y esa maravilla, cree él, pide al menos una palabra que la nombre. Aunque sea con pocas palabras, lo haga un religioso o un ateo. Lo haga un poeta verborrágico o uno conciso, aunque sea un trabajo interminable. Aunque la sed por seguir nombrándola persista. Porque, dice Crotto, «esta sed –que uno sacia / cuanto quiera en el agua– saciándose perdura».


Tres poemas de
Chesterton
de Alejandro Crotto

La lambersiana

Detrás de la pileta hay una lambersiana
del color del limón. Es mediodía
y reverbera el aire en el calor
de febrero y la quieta resolana. Los grandes
ya se fueron a misa,
van a rezarle a Dios, que no se ve y es santo;
mientras tanto los primos nos metemos al agua,
nos secamos tirados entre risas al sol.

Después yo entré en la lambersiana. Era otro mundo
ahí dentro, como ver otro lado en las cosas,
lo que las sostenía. Afuera los penachos amarillos
en el aire caliente, y una estructura adentro
de ramas resinosas y la luz, la fresca luz
filtrada, que me dura.


Como creciendo en el carbón la brasa

Entonces, de repente, percibir,
como creciendo en el carbón la brasa,
en cada cosa, ahora, alrededor,
y dentro, una sal brusca, una promesa
a punto de cumplirse, o ya cumplida,
que te busca, quemándose de nuevo,
o, como anima al ojo la mirada
atenta, una corriente, un pulso vivo;
un pulso incandescente en la rendija,
una sal de latidos diminutos,
un filo que rozándote se aleja,
un brillo oscuro en los segundos quietos.

Que sea nuestro cuerpo la pupila
que se abre si hace falta y no vacila.


Así

Que sea pura desmesura compactada.
Armada la cabeza a ras del piso.
Macizo, la piel gruesa, un poco cosa:
una forma monstruosa de belleza.

Mucho, inquietante, gris blindado.
Potente, amontonado hacia delante.
Monte indolente. Así: rinoceronte.

viernes, 9 de agosto de 2013

La historia de un poema de María Teresa Andruetto




De Torino a Barcelona, hay un puente que cruzar...
 
por María Teresa Andruetto

(Especial para El Desaguadero)


Mi padre era turinés, llegó a Argentina antes de los treinta, armó su vida aquí, y nunca quiso regresar. A comienzos de los noventa, fui a visitar por primera vez a mi tía y mis primos, días de intensa vida familiar en los que no sabría decir si era yo o era él quién estaba con los

suyos. Regresé en 2003, después de un evento literario en Berlín, antes de seguir viaje a Barcelona; había descubierto a precio inmejorable, un ómnibus que podía llevarme desde Torino. Mi prima estaba preocupada por las condiciones de aquel ómnibus – «es para ilegales», me dijo- y por el insólito precio del pasaje, que se compraba ahí nomás, como si se tratara de un urbano. Arriba había ecuatorianos, cubanos, peruanos, gitanos, marroquíes y eslavos, desechos periféricos en la Europa de 2003. Mi prima quedó en el andén, con la mano en alto. Como sucede cuando se viaja, uno sale antes que el vehículo se ponga en movimiento, sale ni bien sube y se sienta, el ómnibus (o el avión) todavía no ha partido pero nosotros estamos ya en otro sitio, conversando con el pasajero a nuestro lado, metidos en un libro, en las cuentas que quisiéramos pagar o en la novela que nunca escribiremos. A mi lado, un muchacho muy joven, casi un niño, con el que hablé buena parte del viaje en un idioma extraño un poco español, un poco italiano, un poco inglés. Se llamaba Alexander y era ucraniano, me dijo. Su familia había tenido una fábrica de ropa en Sebastopol, siempre habían vivido bien, pero luego algo pasó en su país y perdieron todo; todo menos la casa. Así fue que la madre se instaló en Torino para limpiar un albergue y el padre en Gerona como jardinero; Alexander hubiera querido quedarse en Ucrania cuidando su casa, pero la familia había decidido que lo hiciera su hermano, que tenía catorce, y que él saliera también en busca de trabajo. En eso estaba ahora, en viaje a Gerona, para reunirse con su padre. El padre vivía con otros dos ucranianos en una pieza en la que pensaba instalarse también el hijo. Le habían dicho que se ganaba bien allá y además, la pieza era grande, podían caber ahí los cuatro. Cada tanto yo miraba hacia el andén y descubría que estaba todavía en Torino y que mi prima, allá abajo, levantaba la mano. En algún momento del viaje, que duró aquella tarde y su noche, Alexander me dijo «hablo tres lenguas, ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve en España». Eso sí que es ser inmigrante, pensé, hablar varias lenguas y convertirse, de un plumazo, en analfabeto. Lo último que recuerdo antes de dormirme, es el paso por Niza; cuando desperté estábamos en un parador en Gerona. Bajamos. Alexander compró una porción de tortilla, levantó la mano y se fue…, yo regresé al ómnibus y anoté un par de frases en una libreta. Después, en Barcelona, transformé al muchacho en una chica, por razones musicales hice que la madre se mudara a Milano, trasladé al padre a Valencia para que la diáspora fuera mayor, y escribí Muchacha de Ucrania / 2003 (*).



¿Cómo van en tu tierra las cosas?, pregunto.
Siempre peor, me responde, es todo una mafia.
Mi prima allá abajo levanta la mano. La chica
se llama Alexandra y va a trabajar a Gerona.
Tiene a su padre en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en Milano.

                                                 Su hermano,
que cumple catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa. Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve
en España. En el bus van gitanos, letones y húngaros,
y esta chica que tiene a su madre en Milano.
También va una mujer de Trujillo que no tiene
papeles, me lo dijo comprando el pasaje. Hay
un sitio mejor y está lejos.

                                                 (Por la tarde
                                                 he llamado a mis hijas.
                                                 No estaban)


                                                Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.


Sueño americano, Caballo negro editora, 2009

sábado, 3 de agosto de 2013

El Desaguadero / Nº 13



ENTREVISTAS
«Jardinero del lenguaje»
por Fernando G. Toledo


NOTAS Y ENSAYOS
por Paula Seufferheld


LA HISTORIA DE UN POEMA
por Marcelo Leites

por Fabián O. Iriarte


RESEÑAS CRÍTICAS
por Cecilia Restiffo

por Hernán Schillagi

 
INFORMES Y CRÓNICAS
La poesía militante de Ernesto Cardenal, de pie
por Hernán Schillagi

 
NOTICIAS Y ADELANTOS
por Fernando G. Toledo

por Fernando G. Toledo

por la Redacción


BIBLIOTECA EL DESAGUADERO
por Fabián Almonacid