lunes, 19 de agosto de 2013

Una plegaria para sí mismo



Nos lo decía Alejandro Crotto (Buenos Aires, 1978) en su primer libro, Abejas: «la materia / es difícil, sagrada». En Chesterton (Bajo la Luna), su nueva colección de poemas, ese hombre que mira con fascinación todo lo que lo rodea vuelve a pronunciar, con timidez, con mesura y pasmo, el espectáculo del mundo.

Crotto sigue viendo que nada es profano cuando uno se detiene en los detalles. Todo está atravesado por un misterio maravilloso que a veces se escapa en el vértigo diario, o se esconde incluso, empañándose, cuando se lo hace institución. El poema que abre Chesterton lo expresa con una anécdota: unos niños se divierten en una pileta, solos y llevados por los juegos. Y mientras «los grandes / ya se fueron a misa» a «rezarle a Dios, que no se ve y es santo», uno de esos niños se mete entre las ramas de La lambersiana –así se llama el poema– para encontrar otro mundo, donde los rayos se filtran y cambian la mirada: «la luz, la fresca luz / filtrada, que me dura». Allí lo sagrado se expresa como materia omnipresente, pero que hay que mirar con otros ojos.

Alejandro Crotto.
Quizá por entender ello es que Chesterton orbita alrededor de lo religioso sin entrar cabalmente en templo alguno. ¿Por qué? Porque eso equivale ir a misa, donde ya está todo dicho, instituido, y de manera pomposa y estridente. Es posible, igualmente, evocar alguna fórmula, algún rezo, pero desde una intimidad nueva que resguarde al poeta de todo ello: Crotto puede salmodiar a Belén y al Cordero, pero su oración será casi secreta: una plegaria para sí mismo que, gracias a la poesía, nosotros podemos leer.

En este sentido, es curioso el título del libro. Si refiere al gran escritor Gilbert K. Chesterton, está claro que Crotto en nada se parece al modo con que ambos eligen cantar a la santidad de lo real. Chesterton lo hizo predicando públicamente su catolicismo (al que se convirtió después de ser primero agnóstico y después anglicano). Crotto no predica: sólo escribe que esto que tanto lo maravilla, y que parece común y sencillo, es todo lo contrario. Es difícil y sagrado.

Crotto no es el primero en maravillarse por el espectáculo de la realidad: poetas como el argentino Enrique Molina supieron loar con versos esa «maravilla», sólo que el autor de Abejas no elige el canto alucinado y caudaloso, sino por el contrario, elige la cautela, la brevedad e, incluso, las formas clásicas como el soneto, y algunos recursos puntuales, como la rima: «Que sea nuestro cuerpo la pupila / que se abre si hace falta y no vacila».

Así, la inextricable naturaleza de la mujer, la mole imponente de un rinoceronte, el pastar de unas vacas, el caminar ridículo de una gallina, todo es un misterio, todo una maravilla para Crotto. Y esa maravilla, cree él, pide al menos una palabra que la nombre. Aunque sea con pocas palabras, lo haga un religioso o un ateo. Lo haga un poeta verborrágico o uno conciso, aunque sea un trabajo interminable. Aunque la sed por seguir nombrándola persista. Porque, dice Crotto, «esta sed –que uno sacia / cuanto quiera en el agua– saciándose perdura».


Tres poemas de
Chesterton
de Alejandro Crotto

La lambersiana

Detrás de la pileta hay una lambersiana
del color del limón. Es mediodía
y reverbera el aire en el calor
de febrero y la quieta resolana. Los grandes
ya se fueron a misa,
van a rezarle a Dios, que no se ve y es santo;
mientras tanto los primos nos metemos al agua,
nos secamos tirados entre risas al sol.

Después yo entré en la lambersiana. Era otro mundo
ahí dentro, como ver otro lado en las cosas,
lo que las sostenía. Afuera los penachos amarillos
en el aire caliente, y una estructura adentro
de ramas resinosas y la luz, la fresca luz
filtrada, que me dura.


Como creciendo en el carbón la brasa

Entonces, de repente, percibir,
como creciendo en el carbón la brasa,
en cada cosa, ahora, alrededor,
y dentro, una sal brusca, una promesa
a punto de cumplirse, o ya cumplida,
que te busca, quemándose de nuevo,
o, como anima al ojo la mirada
atenta, una corriente, un pulso vivo;
un pulso incandescente en la rendija,
una sal de latidos diminutos,
un filo que rozándote se aleja,
un brillo oscuro en los segundos quietos.

Que sea nuestro cuerpo la pupila
que se abre si hace falta y no vacila.


Así

Que sea pura desmesura compactada.
Armada la cabeza a ras del piso.
Macizo, la piel gruesa, un poco cosa:
una forma monstruosa de belleza.

Mucho, inquietante, gris blindado.
Potente, amontonado hacia delante.
Monte indolente. Así: rinoceronte.

0 comentarios: