sábado, 30 de noviembre de 2013

El Desaguadero / Número 14



ENTREVISTAS

«El público mendocino se deja siempre avasallar por la poesía»
por Paula Seufferheld

«La poesía se queda y es para siempre»
por Fernando G. Toledo


NOTAS Y ENSAYOS

Por Sergio Pereyra

LA HISTORIA DE UN POEMA

por María Teresa Andruetto

por María del Carmen Colombo

por Fabián Soberón

por Álvaro Mata Guillé


RESEÑAS CRÍTICAS

por Fernando G. Toledo

por Hernán Schillagi

Erosión, de María Centeno
por Daniel Dragomirescu

por Hernán Schillagi

por Fernando G. Toledo

EL REPORTAJE HAIKU

por Hernán Schillagi



miércoles, 27 de noviembre de 2013

Reportaje haiku a Valeria Cervero, como mordiscos al idioma

  




Valeria Cervero (Buenos Aires, 1972) es una de esas voces poéticas a las que, seguramente, la inspiración la encuentra siempre trabajando, como decía Picasso. Parte activa del equipo de redacción de la revista comandada por José Villa, Poesía Argentina, correctora literaria en distintas editoriales, agitadora cultural (integró el grupo de poesía Abriendo la boca, participó de la primera época de la revista Boca de sapo, coordinó talleres de escritura para chicos en centros culturales de la ciudad de Buenos Aires) y poeta tan inquieta como versátil en su estilo; ya que desde el inédito en papel madrecitas, aunque publicado por la Biblioteca Virtual de Regale Poesía, allí ya se observa un juego en cuanto a lo espacial sobre el lenguaje con caligramas y tabulaciones extremas. En 2011 aparece cadencias con una precisión minimalista expresada en breves textos, para después editar la plaqueta el agujero negro de lo dicho en 2013. Acaba de presentar escondidas una experiencia poético/plástica con la artista Vivi Chaves plasmada en un libro hermoso y lleno de felicidades.  Difunde poesía propia y ajena en la trinchera de su blog Mordisco y promete, antes de contestar estas tres preguntas, que tiene un libro llamado equilibristas que pide pista. Bienvenida, entonces, una poeta con conocimiento de causa, con prepotencia de trabajo y con una obra para respaldarlo.   


1-EN ESTE MOMENTO

*Luego de tu primer libro cadencias (2011), el inédito madrecitas (que incluye NOvenTAS) y la edición de el agujero negro de lo dicho (2013), ¿qué nuevas realidades «mordisquearon» (como te gusta decir) en cuanto a lo formal y las temáticas tus poemas del reciente libro/álbum escondidas?

-Si bien escondidas se publicó en septiembre de este año, el tiempo de su escritura y el
intercambio con la ilustradora Vivi Chaves durante el trabajo de ella fueron paralelos a la época en que escribí cadencias. En lo que hace a temáticas, creo que en escondidas hay elementos que también están en cadencias y otros de mis libros: el agua, el mar, el aire, la infancia, lo visible y lo no-visible. Pero aparecen integrados desde otra perspectiva y otro decir, que intenta acercarse a la riqueza de la mirada y de los juegos de lenguaje de los chicos. El libro estuvo muy vinculado a cierta etapa de juegos con la palabra con y de mis hijos, y lleva mucho de esos momentos. De todos modos, en lo formal creo que no se distancia tanto de recursos que usé en otros casos: en madrecitas, sobre todo, pero también después (separación o unión de palabras, determinado uso del espacio y de ciertos signos, etc.). Lo que la palabra esconde y lo que hace aparecer es algo que para mí está muy ligado a lo lúdico, de lo que intento no desvincularme.

2-EN ESTE LUGAR

* La revista que propulsás con infatigable pasión tiene el nombre tan generalizador como desafiante de Poesía Argentina. Además, en uno de tus poemas decís: «si pudiera / por fin atravesar esa distancia / y no ser más afuera…».  ¿Notás una línea unificadora que atraviese y acorte las distancias en la nueva poesía escrita en este territorio?

-Creo que las nuevas posibilidades que nos dan los medios virtuales y las redes sociales permiten cuestionar ciertas distancias en cuanto a lo que accedemos a leer. Pero yo no hablaría de una línea unificadora, aunque a veces aparezcan ciertos puntos de contacto en escrituras que se producen en espacios geográficos del país distantes entre sí. Creo que el panorama de la poesía«argentina» escrita actualmente es heterogéneo, y eso es lo que me interesa justamente que se conozca. No puedo pensarla solo como la que suele ser más difundida en ciertos medios (que en general es una parte de la que se escribe en Buenos Aires y algunas otras pocas ciudades). De todos modos, unas cuantas experiencias recientes y el mismo proyecto de poesiaargentina.com apunta a desafiar esas distancias, que no siempre son geográficas. 


3-UNA REFLEXIÓN

*Con la misma revista están preparando y publicando diversas antologías regionales (como Código urbano, de Rosario, o Tigre y caramelo, de Entre Ríos). ¿Cuál es el valor (o las diferentes funciones) de una antología, entonces,  más allá de la consabida difusión?

-En principio, la función primera de difundir no me parece menor, justamente por lo planteado antes en relación a la posibilidad de acceder a la lectura de lo que se viene escribiendo en distintos lugares. Las antologías —y buena parte de los libros de poesía en general— que se editan en papel no tienen tanta circulación por fuera de las propias regiones en que se publican. Lo que venimos editando en formato e-book de descarga gratuita, más allá de sus limitaciones, abre caminos de lectura a veces hasta inesperados. Esto lo vemos no solo en el número de descargas de las antologías, que realmente ha llegado a sorprendernos si pensamos en lo que suelen ser las tiradas de poesía en papel, sino en la diversidad de lugares desde donde se descargan y en las repercusiones de otro tipo que se dan. Me refiero al aprovechamiento de esos materiales en distinto tipo de experiencias y también por quienes abordan algunas investigaciones sobre la poesía argentina actual.
Por otro lado, los criterios con que se encararon las dos antologías que mencionás así como otras que están en preparación son diferentes, lo que permite reflexionar sobre las distintas formas de acercarse al material. En el caso de Tigre y caramelo, se abordan las producciones de los poetas más jóvenes de Entre Ríos en su relación con la tradición de la poesía de la región. En el caso de Código urbano, la propuesta fue establecer un posible recorrido por las escrituras vinculadas a distintos espacios de la ciudad de Rosario. Las próximas antologías que daremos a conocer se basan en otros criterios de aproximación a ciertas poéticas.
Un caso aparte es el de Poeplas. Antología de poesía argentina para chicos. Si bien este libro surgió para una propuesta puntual que nos hicieron para la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires, decidimos aprovecharlo para empezar a fortalecer los cruces con la poesía «para chicos». Abrimos así un camino más para la lectura de poesía en escuelas, en bibliotecas, en otros espacios vinculados con la infancia y los jóvenes y en los de formación de docentes. Por dar algunos ejemplos, no solo sabemos de docentes, bibliotecarios y talleristas que están usando la antología con chicos, sino que la nueva Cátedra Libre de Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad de la Patagonia ha decidido presentar Poeplas en la apertura de sus clases y la propone como material de lectura.



Selección de cadencias (Buenos Aires, edición de autor, 2011)*

tu espada
  mide
posibles distancias
al triunfo
de la espera

como en el viento
el día afuera del ser

  p r e g u n t a s:

caminos sin cuándo
y una voz
  que guía
desencuentros
en el final de cada cuerpo

* * *

a   penas
nada

de cada acá
escucha
ríos

y sola   vez
se estanca
en

lo que no ve
de cuerdas
aguas

un pacto
pleno
de estar

ahí





Selección de el agujero negro de lo dicho (plaqueta, Bahía Blanca, Colectivo Semilla, 2013)

alguien puede
en lo oscuro
nombrar
para dejarnos ver

* * *

si pudiera
atravesar por fin esa distancia
y no ser más afuera
o más bien
borrarme
para todas
esas otras cabezas que me piensan
deshacer la costumbre de palabras
todas
cada
palabra sin duda
y no decir
ya no decir sin el silencio

Una imagen de escondidas (Ediciones del Eclipse, 2013)



Selección de equilibristas (inédito)

I

12

cuando apenas estoy
en la sombra de lo que crece
ruedo a adivinar
la cruz y el mapa
delonuestro

bosquejos de hablas partidas
a casi futuro

respirar es el mito cotidiano que no se abandona


16

cenizas dese canto
hasta la crin del día

cuesta ver
loquehay
bajo los vértigos
casi más que bramar
o rendirse

en vuelo plano
caí:
la cura de los equilibristas


II

3

no hay mapa que seguir

un relevo de cartas
de recorrido incierto
como la dicha


***

*Los poemas fueron elegidos por la autora.

sábado, 23 de noviembre de 2013

En la luz de lo apacible

Foto: Soy Librero (Mercado Libre).


Líneas de una mano, de Santiago Kovadloff (Editorial Vinciguerra, 2012)

Por Fernando G. Toledo

«Lo suyo es siempre», dice Santiago Kovadloff en el verso final de un poema de Líneas de una mano (Editorial Vinciguerra, 2012). ¿Quién es la dueña de esa persistencia? Pues, no es otra que la muerte.

La muerte ronda en cada uno de los poemas de este hermoso libro, que, sin dudas, parece un eco, más sombrío acaso, e igual de inspirado, del poemario anterior de este filósofo y poeta argentino.

Pero si en Ruinas de lo diáfano la idea de precariedad de lo aparente era la que motorizaba los versos, aquí esa misma precariedad –que Kovadloff atestigua, como un cronista de los días– avanza de manera ineluctable hacia la bruma oscura de lo que, pronto o tarde, va a acabar.

El poeta elige un tono crepuscular, de eterna tentativa por atrapar lo que lo rodea y que va derroyéndose de a poco, declinando como la luz del día. Eso lo hace andar con cuidado, y el libro adquiere así, poema a poema, un carácter primoroso, en el que cada texto parece estar escrito en el vapor momentáneo de un cristal que luego el frío o el calor van a borrar con la misma indiferencia con que el viento golpea sobre una moribunda hoja otoñal: «Un sí que es no, puente partido / entre nadie y el que llama; / hilo de voz, deriva, / un aquí hubo y ya no, / tubo en la mano / de uno que se apagó, / vapor, / ausencia oscura».

Si la muerte acecha y el poeta lo advierte, Kovadloff no declama, no llora frente a ella: simplemente se permite ir descubriendo los signos que muestra su ronda eterna y silenciosa, tanto en las cosas que lo acompañan como en su propio cuerpo. El poeta asiste con serenidad a ese destino y detecta todas sus señales, las de la muerte, e incluso sus disfraces, que usa «para hacerme creer, mientras cava y roe, / que nada pasa, / que nada nos sucede»

Líneas de la mano es un libro susurrado y sutil, delicado como una escultura hecha en la arena. Y es esa belleza en apariencia provisoria, tan cercana a lo que quiere cantar, la que nos hace tenerlo entre los libros que cobijaremos con cuidado, para que dure como un eco en nosotros, hasta que se apague al fin, hasta que no haya un nosotros.

* * *

Poemas de Líneas de una mano
de Santiago Kovadloff


Última hora de luz

No hay hora más riesgosa
que esta última hora de la tarde.

Algo se dibuja en todo lo que toca
que no sólo delata mi ausencia venidera
sino mi ausencia de siempre,
mi eterna ausencia actual,
los vacíos que anudan mi cuerpo compacto,
lo que jamás remontaré con las palabras,
lo mucho que deshice,
días inhabitados,
lo que ya no tolero recordar.

Sólo mis muertos vuelven mansos a esta hora.
Sólo ellos saben acercarse y repetir,
con sus voces consumidas,
que ser es siempre a medias;
fervor, estertor, haber podido a medias,
agotarse con las manos extendidas.


La muerte

Hablo de últimos gestos.
De palabras que fueron, sin saberlo, terminales.
Lo que precede, por ejemplo,
al segundo
en que alguien cae fulminado,
roto el corazón al recoger
un pantalón recién planchado.
O al salir rozagante de unas aguas cristalinas
luego de siete largos impecables.
(Era una espléndida mañana de verano).

Ella vendrá, vendrá.
Vendrá envuelta en la luz de lo apacible.

Lo suyo es siempre.


Teléfono

Levanta el tubo, dice sí, un sí agotado.
Un sí que advierte a quien lo llama
que de él nada se espera ni de nadie.
Sí residual, pantano y ruina,
un sí que viene
del silencio consumado,
de allí donde ya nada
esconde su derrumbe.

Un sí que es no, puente partido
entre nadie y el que llama;
hilo de voz, deriva,
un aquí hubo y ya no,
tubo en la mano
de uno que se apagó,
vapor,
ausencia oscura.


jueves, 14 de noviembre de 2013

Para alimentar lo imposible



El pan de la soledad, Paula Seufferheld. Libros de Piedra Infinita, Mendoza, 2013, 44 págs.


            En la sociedad actual, las palabras resultan ser migas que tiramos para desandar un camino que hemos olvidado. No hay GPS, satélite ni Google Maps que nos indiquen las coordenadas buscadas. Así, como lectores de un guion interrumpido, transitamos el camino buscando atrapar a esos pájaros hambrientos que se robaron nuestro mapa inverosímil. Tal vez por eso, la mendocina Paula Seufferheld (Palmira, 1974) se propone en su primer libro, El pan de la soledad, alimentar lo imposible y hasta lo prohibido: los recuerdos, la distancia y la misma temida soledad.

            Como todo buen poemario meditado, aquí nos vamos a encontrar con más de una lectura. Seufferheld suelta los poemas como pájaros mendaces que simulan un vuelo solitario, pero para volver por las noches a picotear la cabeza de su autora: «violentarte, silencio / y recortar en tu centro / con estos filos oxidados / un poema mínimo…» («Arte poética», p. 7). Es decir, el dolor de lo callado le provoca al silencio «grietas/poemas», donde la mano poética simplemente tocará (en el sentido de ejecutar un instrumento).  Por lo tanto, los lectores vamos a entrar en una primera parte, Sillas junto al vacío, donde los textos hablan a ritmo de tango, bolero y balada. Las referencias a la música popular son evidentes y decisivas: Cadícamo hace llover en la oscuridad, tanto como el mítico Sandro da nombre al libro en un gesto melodramático. Pero los poemas, además,  tienen calle, sudor de cuarto de alquiler, visiones afiebradas desde una ventana, fuego propio de una «hembra dragón» que escribe sobre la página como sobre una cama arrugada y feliz, todo fundido a plomo, como en un vitral: «el semáforo ordena colores a esquinas desiertas / dos trabajadores sueldan una vía en silencio / alguien escribe en la mesa de un bar / ocupación efectiva para distraer la vida o desnudarla…» («Vitreaux», p. 12). Al mismo tiempo, todo melodrama oculta una trampa abierta y luminosa, esa que pisamos intencionalmente para hundirnos y elevarnos en el lenguaje. Entonces, la infancia aparece como un pan duro que queremos morder a costa de nuestras heridas y de nuestros dientes. Porque todos los adultos tememos siempre estar fuera de juego.

            Luego de una propuesta miscelánica e intensa, una segunda parte despliega una serie de poemas -llamada Distancia- donde las palabras intentan reunir los fragmentos de un amor desastrado, una historia que se construye desde las migajas de dos amantes que tienen un abismo que llenar: con cables eléctricos que se cortan, puentes con las orillas dinamitadas, hogares de techo volado y silencios sin respetar: «cerrá la puerta con mucha suavidad / así la tragedia de tus pasos por el pasillo / solo pintará de tristeza las paredes» («VII», p. 34). Toda verdadera tragedia, entonces,  empieza por casa; aunque los poemas aquí funcionan como un testimonio lúcido en la tormenta, como paraguas abiertos a la intemperie sin concesiones ni engaños. La realidad salpica de todos modos y la que habla, avanza sobre el daño cometido.

            Para definir de algún modo la poética de Elizabeth Bishop, María Negroni dice: «La poesía no es solo eso. No es solo decir ‘sufro’, ni siquiera decir ‘sufre el paisaje’. Es, si se puede, lenguaje sufriendo, tensión avara, quiebre…» Por lo tanto, muy pocas veces un libro propone quemarnos las manos mientras lo vamos leyendo, partir sus poemas en pedazos para compartirlos y morder sus silencios para sentirnos, de una buena vez, menos solos.



Algunos poemas de «El pan de la soledad»

          

El pan de la soledad

                                                                         Con el pan de la soledad esa vida fue creciendo. 

                                                                         (A fuego y piel, Sandro- R. López- V. Caro)


mantel de hule
olor lejano pero exacto
a lavandina
se asienta de un golpe seco
el pan de la soledad

guiso de arroz
el sonido de noticias
siempre ajenas
ella cruje con el pan
en el borde de una silla
pan que alimenta
su muerte mínima
pan abismo
cayendo en su hambre
pan duro
que arrastra la piedra
de sus días

*

Vitreaux

la anciana duerme su siesta
en la mesa de luz su dentadura tirita en un vaso
el locutor se pregunta quiénes lo estarán escuchando 
en la calle un niño patea una piedra 
y se sienta en el cordón de la acequia
un colectivo frena muy cerca de sus dedos 
y el chirrido de los neumáticos 
espanta a las palomas que lo acompañan 
el cajero de un banco se limpia despacio las manos
trata de recordar el nombre del líquido 
que podrá limpiarle sus uñas ennegrecidas 
la mujer dormita en el ómnibus
su reflejo tiembla en un vidrio sucio
ese espejo ocasional poco sabe del persistente sueño 
que trae una y otra vez el rostro de un hombre 
que dejó un beso y una promesa antes de irse a España 
la enfermera baja las persianas se descalza sonríe 
un somnífero y a la cama
el semáforo ordena colores a esquinas desiertas 
dos trabajadores sueldan una vía en silencio 
alguien escribe en la mesa de un bar
ocupación efectiva para distraer la vida o desnudarla 
alguien escucha una canción pasada de moda 
se rasca la cabeza y se la vuelve a rascar 
ese tic nervioso no apartará la tristeza
alguien se persigna en una iglesia vacía
el sonido de los dedos sobre la piel 
elimina el silencio y quizás la comunicación
pocos minutos después el templo queda desierto
en el piso se proyecta la instantánea de estos hombres anónimos 
pronto los vidrios de colores se reordenan
de nuevo componen las figuras de un grupo de apóstoles
sin testigos el milagro se repite todos los días

*
I


temo tu silencio, mi habilidad
para descubrirte se gasta como los días
en la punta de los zapatos
no terminés el cuento que inventaste
donde una nena está perdida en el bosque
y necesita de tus palabras para correr
concedeme un final feliz
del otro lado de los muros verdes
quizás la enredadera del miedo
suelte mi garganta allá afuera


*

III

como ese telegrafista
escucho sonidos largos y cortos
la plegaria de tus palabras
se aburre antes de rozarme

y el telegrafista quiere irse
dejar de convertir ruidos
en rayas y puntos
terminar su té
salir
descansar su vista
en un árbol frondoso
o en la indiferencia
de dos palomas que comen
en el andén
quiere ajustar su bufanda
respirar hondo
treparse al frío de la tarde
llegar a su casa alta
y mirar cómo un rayo
corta los hilos de la estación

el telegrafista y yo
sonreímos otra vez
el fuego nos encuentra liberados
antes de irnos a dormir

jueves, 7 de noviembre de 2013

Entrevista a Luis Benítez

«La poesía se queda y es para siempre»



Luis Benítez en el I Festival de Poesía de Mendoza 2013 (foto: Camila Toledo)


Por Fernando G. Toledo

Profeta en su tierra y en tierra ajena: Luis Benítez es de esa clase de autores cuya obra le permite ser reverenciado en el país que lo vio nacer y también ser disfrutado en otras latitudes, por el privilegio que representa ser un autor generosamente traducido.

Nacido en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956, Benítez irrumpió en el panorama de la poesía argentina en 1980 con un libro de juventud, pero de poderosa voz: Poemas de la tierra y la memoria. Ese libro, aun evidenciando la resonancia de poetas formadores (Dylan Thomas y Jorge L. Borges, puntualmente), instaló a Benítez como uno de los poetas más interesantes de su generación. Pronto el autor se deshizo de la potencia de las voces referenciales e impuso la suya propia, con títulos como Mitologías/Balada de la mujer perdida o Behering y otros poemas, que también mostraron esa profundidad metafísica ampliando el discurso hacia la narratividad, la elusión, el juego intertextual de diálogo con otros autores. Construyó así una admirable obra poética que ha mantenido hasta hoy el mismo afán inquieto por seguir explorando las posibilidades de la lengua, por no repetirse, y al mismo tiempo, por trazar una admirable arquitectura poética en la que el lector ingresa como a un portentoso edificio de palabras. Sin embargo, y a pesar de que es reverenciado y admirado por un nutrido número de contemporáneos y por generaciones más jóvenes, su nombre no aparece en antologías y referencias que el peso de su obra parecía pedir a gritos. Basta sin embargo toparse por primera vez con su obra (una manera puede ser la antología preparada por Elizabeth Auster, por ejemplo) para que ese desenfocamiento ponga las cosas en su justa perspectiva: estamos, con Benítez, ante uno de nuestros grandes poetas vivos.

A poco de participar del Primer Festival de Poesía de Mendoza y con un nuevo libro de poemas recién editado (como particularidad: antes en francés que en español), el también novelista y ensayista se sentó a repasar su obra y su presente en esta entrevista en la que quedan pocos aspectos sin tocar y en la que se vislumbra, también, parte de su mirada sobre las cosas.

Dans la langue français

–Acaba de publicarse tu nuevo libro de poemas en Francia, Les Imaginations, con la particularidad de que esos poemas verán la luz antes en el idioma galo que en el español en que fueron trazados. Quisiera saber cuál es el concepto y tono de esos nuevos poemas, y qué representa esa curiosidad idiomática para un poeta ya ampliamente traducido como vos.

Les imaginations, traducido
al francés por Jean Dif.
Les Imaginations, tal el título del libro al que aludís, traducido al francés por el poeta Jean Dif, y que mientras hacemos este reportaje recién acaba de ser lanzado en Francia por Éditions L’Harmattan, me llevó tres años de trabajo, seguramente porque marca un cambio en mi poética. En Les Imaginations empleo un lenguaje más coloquial, creo que menos rígido que en mis entregas anteriores, y además acuso una influencia de mis lecturas de los imaginistas norteamericanos, señaladamente Marianne Moore. En verdad, se publicó más o menos casualmente. Nicole Barrière, la directora de la colección Accent Tonique, donde se publicó, quería editar un libro mío ya aparecido en Argentina en 1985 y luego en México en 1995, Bering y otros poemas. Justamente cuando me reuní con la editora francesa en Buenos Aires, estaba por salir traducido al sueco, como Bering och Andra Dikter. Lo pensé mejor y le propuse a la editorial francesa que editara Las Imaginaciones, que yo acababa de terminar de escribir; felizmente lo aceptaron. Uno siempre tiene más cariño por su hijo recién nacido. Lamentablemente, no aceptaron hacer una edición bilingüe –lo que me hubiese gustado porque facilita hacerlo circular por el ámbito hispanoparlante– por una cuestión de costos y distribución, desde luego que muy entendible. Que haya salido en francés, en una excelente traducción del poeta Jean Dif, me llena de satisfacción doble: porque haya sido Dif el traductor, quien es un poeta admirable, y porque hasta ahora yo no tenía una edición francesa de un libro mío, a pesar de que llevo años publicando en revistas de ese país y de Canadá. Y de rebote, creo que la aparición de Les Imaginations por Éditions L’Harmattan colaboró para decidir a otra editorial francesa, Éditions La Résonance, a editar en 2014 la versión gala de una antología de mi poesía compilada por Elizabeth Auster, quien primero la publicó en Rosario, Provincia de Santa Fe, en 2008 y luego en Inglaterra, hace unos meses, por The Littoral Press. También hay una edición española, de descarga gratuita.  Tener libros editados en un país facilita seguir haciéndolo en  la misma región.

–Has expresado en varias ocasiones –una de ellas, en el prólogo a tu libro Manhattan Song– que todo
Traducción de Flavia Cosma al italiano de
Manhattan Song. Cinco poemas
occidentales,
de Luis Benítez.
poema es un fractal (así se llama otro de tus libros, por cierto). ¿La escritura poética ha sido para vos una vía para el conocimiento o, quizás con más precisión, para el autoconocimiento?


–Creo que ambas comarcas del conocimiento son franqueadas gracias a la poesía. Como si ella abriera un contacto más íntimo con el inconsciente, donde almacenás datos, sensaciones, visiones, percepciones que no recordás a voluntad; allí sabés más del afuera y del adentro de lo que vos podés recordar o siquiera imaginar. La poesía reactualiza esos conocimientos, los que tenés del macrouniverso y los que poseés del micromundo que vos sos. Además, el lenguaje mismo es otro universo, uno tercero, donde el afuera y el adentro se conjugan. Si tenés esas claves, entonces los tres mundos se hacen más nítidos y uno de ellos es intrínsecamente vos. Ciertamente, la poesía es un don, no un regalo de los dioses –que no existen más que como símbolos– sino un obsequio que viene quién sabe de dónde, pero que no reparamos muy seguido en agradecer, cuando las peripecias de estar vivo nos hacen olvidar, por un momento a veces muy largo, qué suerte tenemos de disfrutar de él, que no se «vaya» al despertar, como cuando recibimos un regalo en sueños y abrimos los ojos buscándolo inútilmente por la habitación. La poesía, en cambio, se queda y es para siempre.

Constante evolución

–Al repasar tu extensa obra se ve una búsqueda constante por no repetirse en temas y tonos, pero al mismo tiempo se mantiene una voz personal y reconocible. ¿Cómo considerás en ese sentido tu propia evolución poética, desde el primer libro, Poemas de la tierra y la memoria, hasta esta nueva publicación?

–Fue un proceso largo, muy largo; no creo yo que haya terminado; al menos en mi caso creo que no va a culminar hasta que yo termine de andar por «aquí». Creo que el arte implica renovación constante, avance permanente hacia nuevos mundos y novedosos lenguajes para referirnos a él. Un autor está acabado cuando incurre en la autofagia, cuando empieza a repetirse, y eso es algo que encontrás en algunos de los mejores, cuando se abandonan a la mera retórica propia, a repetir sus temas y los tratamientos que les dan a sus temas, los tonos de abordaje y los núcleos de sentido de sus poemas. Claro que es más cómodo armarse una retórica y sentarse sobre ella a escribir más o menos los mismos poemas. Algunos hipócritas llaman a eso «coherencia»; yo lo denomino «facilismo» y como decía bien Thomas Sterns Eliot, «ni siquiera en el verso libre hay facilidades para el muchacho trabajador». Repetirse es estancarse, simplemente porque estás cómodo allí y la poesía más bien es el lugar de las incomodidades. «Crisis», en griego, quiere decir «cambio» y el cambio, lo dinámico del cambio, es un síntoma de que se está vivo. Una poesía que no está en crisis permanente debe comenzar a preocuparse seriamente por su salud. Las fases que atravesó mi poética se inician con una búsqueda de influencias –porque las influencias pueden ser buscadas– como la de Dylan Thomas y Jorge Luis Borges, dos pilares de mi construcción inicial. Luego busqué «digerir» mejor esas voces, sintetizarlas (con los distintas que ellas son) y amplié mi registro a la historia, lo enigmático del mundo natural, el misterio de la escritura poética en sí misma. También se fueron agregando otras indagaciones, otros asombros: el tiempo, la vida, el amor, la muerte, el miedo, la situación del hombre histórico y del específicamente contemporáneo, tratados ya desde una óptica más mía. Esto coincidió con mi descubrimiento de la gran poesía norteamericana, gracias a Jorge Luis Borges: yo, un atrevido que había publicado mi primer libro, a comienzos de los ’80, se lo obsequié en el tercer piso de la Sociedad Argentina de Escritores. Él era un hombre dotado de esa virtud rara en la actualidad: la cortesía, y por eso me pidió que le leyera un par de mis poemas, tras agradecerme el obsequio de mi primer libro, Poemas de la tierra y la memoria. Escuchó mis poemas con atención y me dijo que si tanto me gustaba Dylan Thomas, bien podía incursionar en la obra de Walt Whitman, como me dijo Borges, «el autor de otras epifanías». Con esa petulancia que sólo se tiene a los 20 años, le dije a Borges que ya lo había leído, pero que no me había atraído demasiado. Él me dijo entonces que lo leyera de nuevo, pues «los libros siempre nos esperan». A partir de ese consejo de Borges, comencé a prestarle más atención a la poesía norteamericana y con los años, aunque no lo vi más, nunca dejé de agradecerle sus palabras. Mi registro poético se amplió aun más desde entonces, aunque sigo buscando nuevos territorios donde hablar con voz propia. Insisto: creo que es un trabajo que no se termina jamás.

El metro universal, 
novela de Luis Benítez.
–A la par de tu elogiada y difundida obra poética, has construido también una obra ensayística y narrativa, con la aparición casi simultánea de tus novelas El metro universal y Sombras nada más. ¿Cómo se da en tu caso la elección, a la hora de escribir, sobre qué género o registro será el elegido (un poema, una narración)? ¿Se impone en algún caso alguno de los escritores? En el sentido de si sos más bien un narrador lírico o un poeta narrativo, si es que cabe la disyunción.

–Yo creo que no elijo a qué género asignarle una idea, mejor dicho una sensación, que es el «fantasma» mental, esa cosa todavía sin forma, algo monstruoso, que es lo primero que surge previamente a un texto del género que sea. Ese espectro señala por sí mismo, cuando va tomando nitidez en nosotros, a qué género pertenece: si es novela, relato o poesía el destino de su monstruosidad.  Así, hay ideas y sensaciones que se condensan mejor como poema que como relato, otras que cuajan mejor en el molde de un ensayo; hay fantasmas que encarnan mejor como novelas. Lo importante, en todo caso, es no forzar el asunto y querer meter una novela de 200 páginas en los 20 versos de un poema o diluir en un relato de 30 páginas ese extracto de sentido que es un poema. Cuando cuaja en nosotros el espectro, vemos que elige en nuestra mente y nuestra sensibilidad unas palabras para expresarse y descarta otras; de igual manera, por cómo se ordenan las palabras, apreciamos a qué género pertenecen. La sintaxis de un poema no es igual a la del comienzo de una novela; el oído siempre debe atento a todo, a todo lo que nos dicen las palabras: ellas saben muy bien lo que hay que hacer. En ocasiones, en este segundo paso del asunto, cuando la sensación, el «fantasma» al que me refería antes, ya eligió sus palabras iniciales, lo único que tenemos es el comienzo, quizá parte del desarrollo, muy raramente en mi caso, el final del texto en cuestión: pero eso ya contiene la clave de qué tipo de texto literario será y desde luego, no podrá ser plenamente otro. En letras, no conviene desperdiciar las pocas certezas que uno tiene y esta es una de ellas. Yo creo que soy un poeta y un narrador y que en la narración cabe la lírica, del mismo modo que en la poesía puede tener lugar la narración; esos son recursos y cada género los aprovecha como debe.

Modus operandi

–A propósito de la pregunta anterior, siempre resulta interesante conocer cuáles son los rituales, momentos o preparación para la escritura. En tu caso, pareciera, por lo prolífico de tu obra, que no hubiera momento en que no escribieras. ¿Es así?

–Hace años que me impuse alguna disciplina, que resulta bien provechosa, por cierto. Lo ideal, particularmente en narrativa, es reservar por lo menos dos o tres horas diarias, esto quiere decir exactamente «todos los días» y ello significa «todos los días del año», para escribir y nada más que escribir; si nada surge, es un saludable ejercicio y mantiene caliente la mano, algo de lo más importante. Y si nada escribimos durante esas horas, también es fundamental que hayamos reservado ese espacio diario, sin teléfono, sin gente, sin otra ocupación. Stephen King es muy práctico al respecto: él dice que para escribir una novela, es prudente escribir una página diaria, pero de las buenas, cada día. Cuando llega Navidad, tenés sobre el escritorio una novela de 360 páginas lista. Escribir poesía es otra cosa: las «inspiraciones poéticas» hoy suenan como una mala palabra, pero como sucede con las brujas, actualmente nadie dice creer en ellas pero que las hay, las hay. Tiene que venir ese asunto hasta uno, leyendo un libro, escuchando algo por la calle, leyendo el diario, viendo distraídamente televisión, como sea; después todo es trabajo y mucho.

La edición inglesa de la antología
compilada por Elizabeth Auster
(traducción de B. Allocati).
–En su prólogo a la Breve antología poética, Elizabeth Auster establece un elenco de nombres de autores que probablemente resultaron referenciales para tu propia formación. De Dylan Thomas (que resuena en tu primer libro) hasta Borges, pasando por un amplio abanico de autores argentinos. ¿Cuáles fueron los poetas que resultaron fundamentales para tu propia decisión de convertirte en poeta? Por lo que sabemos no sólo has leído a grandes de nuestro tiempo, sino que estableciste relación de amistad con muchos de ellos.

–Respecto de la poesía, mis primeros intentos se produjeron alrededor de los 15 años, más bien como consecuencia de mi afán por las lecturas de los clásicos españoles del siglo XIX y XX. Aprendemos por imitación, ya sabemos. Luego descubrí a los vanguardistas franceses, y, posteriormente, hacia mis 20 años, a la poesía inglesa, que le dio un giro fundamental a mis intentos. Los poetas que más me impactaron fueron los románticos ingleses: Byron, Coleridge, Shelley, Keats; luego T.S. Eliot, Ezra Pound, y fundamentalmente, Dylan Thomas, para mí quizás el autor más importante. Y por supuesto, los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII, que son una lectura ineludible. Además de los que ya referí, desde luego Pablo Neruda (influencia de la que felizmente ya me liberé) y César Vallejo (influencia que me gustaría que se hubiera acentuado más en mi obra). También numerosos autores norteamericanos, como Allen Ginsberg, Allen Tate, Edgar Allan Poe, Denise Levertov, Richard Wilbur, Theodore Roetke, Amy Lowell y su sobrino (como poeta, menor que su extraordinaria tía) Robert Lowell, Emily Dickinson y en menor medida, Gregory Corso. Actualmente, como ya dije, una influencia importante es Marianne Moore; asimismo  John Ashbery y Mark Strand, a quienes conocí cuando viví en Nueva York, en los ’90. Entre los argentinos, desde luego Jorge Luis Borges y también Juan Laurentino Ortiz, Joaquín Giannuzzi, Olga Orozco, Francisco Madariaga y Enrique Molina. Estos dos últimos fueron mis amigos, amigos entrañables, inolvidables. Mi generación, la del ’80, fue muy afortunada: cuando tenías alguna duda, podías preguntarle a Molina, a Madariaga, a Giannuzzi, a Olga Orozco… eran grandes poetas y los distinguía un sello inconfundible: una gran humildad y una enorme sinceridad, algo que se extraña en estos tiempos, por su ausencia en algunas figuritas de reparto con veleidades más farandulescas.

Luis Benítez, Fernando G. Toledo y Santiago Sylvester
en el Primer Festival de Poesía de Mendoza (2013).
Foto: Camila Toledo. 

Lo poético y lo extrapoético

–Has podido tener contacto con numerosos escritores de todo el país. ¿Cómo se te aparece hoy en día el panorama de la poesía argentina actual, no sólo en cuanto a estilos, sino en cuanto a nivel general?

–La poesía argentina es dinámica, cambiante, está viva, pero es lo extrapoético lo que complica su desarrollo. Adolecemos todavía de un marcado centralismo, donde parece absurdamente que toda la actividad generadora de cultura radica en Buenos Aires, cuando hay 23 provincias que generan poesía, búsquedas estéticas propias, obras valiosas que, por ese centralismo disparatado, no circulan como debiese suceder, y eso desde hace mucho. Esa parálisis empobrece, frena, detiene; por simple aritmética, la mayoría de los autores argentinos no viven dentro de la Capital Federal; entonces, ¿cómo es posible que las obras que mayoritariamente circulan sean de autores de Buenos Aires? Hay todo un aparato de lobbies culturales, de intereses –insisto: elementos extrapoéticos– que operan para producir esto. Si pudiésemos contemplar el fenómeno de la poesía argentina en su conjunto, cabalmente, veríamos que es algo mucho más rico que las cuatro o cinco líneas poéticas que dicta Buenos Aires. Es lo que le sucede a cualquier investigador extranjero del género que llega a la Argentina: si se queda con lo que lee y aprecia en Buenos Aires, casi no ve nada. Hay muchos más estilos, hay mucha más poesía de la que se ve o circula en los medios; inclusive más de la que circula en Internet, que es un instrumento precioso para vulnerar este encapsulamiento porteño, pero hace falta más, mucho más. No podemos entender qué estilos existen hoy y cuál es el nivel general si no apreciamos el fenómeno en su conjunto; por eso trato de acceder a lo que se escribe en todo mi país, no solamente en la porción donde me tocó nacer, que es tan pequeña en relación al conjunto. Mientras no acceda a una buena parte de cuanto se escribe en Argentina, ¿cómo yo podría contestar a tu pregunta? Más autores de todo mi país conozco, más rico me parece el género nacional. Si me refiero a lo que conozco, me limito a Buenos Aires y a lo que por suerte y con esfuerzo leo de otras partes de Argentina, pero eso no es un fundamento válido, en mi opinión. Creo que así se entiende mejor la gravedad de la cuestión, pese a que se editan periódicamente antologías y pseudoantologías que dicen resumir, contener 10, 20, 50 o 200 años de poesía argentina, un fenómeno en un 90% desconocido para los mismos que dicen ser especialistas en el tema. Siempre desde lo que veo en Buenos Aires, el panorama ofrece la maduración de las obras de autores de la generación intermedia, quienes están escribiendo sus mejores trabajos y están en plena producción. Tras la disolución de los movimientos propios de la generación de los 80, se impuso la búsqueda estética personal que estábamos ya desarrollando entonces los autores genéricamente denominados como «los independientes». Paralela y afortunadamente, el público lector va descreyendo de ciertos autores que se aplicaron a una poesía buscadamente superficial, propia del final del siglo XX, lo que yo llamo «el intimismo bonaerense marquetinero», donde hablaba un sujeto aislado, que había digerido mal el minimalismo norteamericano, confundiendo «síntesis» con «chiquitito», porque muy pequeño era su registro; una especie de Raymond Carver diluido con agua, mucha agua. Con la imagen de un tipo que cierra la puerta de su departamento y se olvidó las llaves adentro no se hace un poema, aunque ello no es sólo un problema de «tema», sino también de capacidades. Ciertamente los medios especializados y un sector del criterio académico apoyaron esa mala praxis poética como una «novedad» –el esnobismo es una plaga mediática y académica muy contagiosa–  y algunos de sus autores alcanzaron una mediana notoriedad, convirtiéndose en modelos para una parte de los nuevos autores que los siguieron: inclusive imitar las letras de las canciones de rock fue visto como «un aporte novedoso» a la poesía argentina. ¿Puede ser una pobre imitación entendida como un aporte válido? Si tenés el aval interesado de algún medio sí, y si te canonizan algunos académicos después, mejor. Tales cosas suceden en Buenos Aires y se venden por todo el país, como efectivamente se hizo en estos y en casos aun peores. Podemos decir que en la sección final de la poesía argentina del siglo XX hubo una sostenida arremetida contra la lírica característica de las obras de las generaciones anteriores, cuando la lírica es parte indispensable de un poema y está presente hasta en autores tan imperfectos como Charles Bukowski. Aquí, en Buenos Aires, ello sucedió también gracias a la herencia del llamado neobjetivismo, hoy entendible como una ilusión tan ingenua como la escritura automática que impulsaban los surrealistas; estos suponían poder escribir «sin censuras subjetivas ni objetivas», algo imposible, mientras que los neobjetivistas locales pretendían que era posible suprimir el sujeto en sus textos. Del mismo modo, también ayudó la herencia del neobarroco, otra baladronada poética, donde se suponía que la poesía es forma y pura forma, en desmedro del significado. Esta barricada estética motejó a los autores no coincidentes con su postura de «contenidistas», como si fuese posible, en poesía, separar forma de contenido, cuando están tan unidos como la madera en el árbol, según la fórmula feliz de Vicente Huidobro. ¿Alguien puede separar la madera del árbol sin destruir el árbol entero? En plena posmodernidad, estas corrientes –el neobjetivismo y el neobarroco– pugnaban de modo clásicamente modernista por imponerse como vanguardia superadora de lo anterior. ¿Qué quedó de ellas? Prácticamente nada y es una suerte; pero ayudaron a darle base al «intimismo bonaerense marquetinero» del que hablé antes. Afortunadamente, la poesía es el género de relectura por excelencia y las relecturas suelen ser impiadosas, más experimentadas, y por ello mismo más justas. En cuanto a los más nuevos, el porvenir parece auspicioso, porque he leído una muy buena antología publicada en 2010, con trabajos de autores muy jóvenes y de varias localidades del país, donde se aprecian nuevas búsquedas y una repulsa general por los postulados de ese «intimismo bonaerense marquetinero» tan fláccido y tan publicitado de los años inmediatamente anteriores. Se llama Si Hamlet duda le daremos muerte. Antología de poesía salvaje, lo editó Libros de la Talita Dorada, de La Plata, Provincia de Buenos Aires, y se puede leer gratis en Internet; recomiendo atentamente su lectura, pues en sus páginas están algunos de los autores y autoras que vamos a seguir leyendo en esa todavía bruma que es el mañana. Causó mucho revuelo en Buenos Aires y en su momento la aparición de esta antología que reúne a 52 autores jóvenes, y bien se ve por qué: altera el ordenado mundo que pensaban heredar los lobbies y sus estrellitas de ocasión.

Luis Benítez, Carlos Levy, Leandro Calle y María Negroni
en la mesa sobre «Poesía y traducción» del Primer
Festival de Poesía de Mendoza. Foto: Camila Toledo.

–En Mendoza participaste, como parte del Festival de Poesía, de una mesa dedicada a la traducción, desde el punto de vista de un autor ampliamente traducido. Allí mencionaste la importancia de hacer conocer nuestra obra en distintos idiomas. ¿Dónde se funda tal importancia?

Bering Och Andra Dikter, de Luis Benítez,
según la traducción al sueco de Maria
Nääs (editorial Siesta Förlag).
–Estimo que el autor contemporáneo será internacional o no será. El desarrollo de la tecnología informática nos permite contactar e interactuar hoy con el resto del mundo, tanto en el aspecto literario intrínseco como en la participación en el mundo editorial. Ya no es posible pensar en lo local solamente, sino que el desafío es insertarse en la dinámica del género a escala mundial. De hecho, así sucede: los autores se contactan con revistas y editoriales, con colegas y nuevos estilos en un horizonte internacional que acercó el mundo hasta nosotros al tiempo que amplió –como era impensable antes de Internet– nuestras posibilidades. Ello hace necesario que logremos hacer traducir y publicar nuestros trabajos en otras regiones. A escala de nuestro país, ayudó muchísimo el Programa Sur de apoyo a las traducciones de autores argentinos, impulsado desde 2009 por la Cancillería argentina, que ya subsidió la traducción y edición en el extranjero de más de 500 títulos de autores nacionales, con un efecto aparejado: teniendo libros publicados en el exterior, es más fácil que las editoriales extranjeras acepten editarte por su cuenta, más allá del referido subsidio. El problema es que, dentro del país, las editoriales locales siguen sin poseer una política de apoyo a los nuevos autores, al menos no sucede eso a la escala deseable. En el caso específico de la poesía, en Buenos Aires hay muy contadas editoriales que acepten arriesgarse y editar por su cuenta y cargo un libro de poemas, aun en el caso de autores de la generación intermedia o de los que ya acreditan una consagrada trayectoria. Entonces, ¿paradojalmente?, es más fácil editar en el exterior que aquí, tal mi experiencia, y el resultado es que hoy hay varios, hay muchos poetas argentinos lanzados a editar sus títulos en el exterior, por las primeras razones que ya dije y también por las segundas, las locales. En ese contexto, la labor de los traductores será de primera importancia, pues es imprescindible que lo que se escribe en el género local sea difundido y apreciado en el exterior, rompiendo toda posibilidad de insularidad de la poesía argentina. No se puede vivir aislado en el mundo cultural actual; esto es un movimiento general en Occidente, la participación en la interculturalidad, el «lado bueno de la globalización», con las diferencias y los matices que le imprimen al conjunto cada una de las culturas que intervienen en él.

Pionero digital

–Tu obra también ha sido editada en formato digital, y de alguna manera pareciera que sos pionero en la edición digital en la Argentina. ¿Qué desafíos plantea esta nueva manera de publicar y leer? 

–Cuando hace ya un tiempo una editorial española, PublicaTusLibros.com, me propuso editar mis Poemas Completos (1980-2006) en tres volúmenes electrónicos, me sorprendió que su propuesta se expresara como algo tan natural y habitual, pues no sabía que había tomado tanta relevancia en Europa, que se había vuelto tan común como el formato papel. Cuando en 2012 un editor argentino, Marcelo Caballero, del sello  E-Book Argentino, me propuso publicar tres novelas mías en formato electrónico (El metro universal, Tango del mudo e Hijo de la oscuridad), yo poco más sabía al respecto, pero conversando con el editor aventuré: «esto es el futuro». Ese editor me corrigió. Él me dijo: «esto es hoy». Tenía razón. El formato electrónico implica tantas ventajas de costo, logística y distribución, que ya se está imponiendo y definitivamente el hoy y el porvenir son suyos. Para la literatura es sólo otro cambio de formato, simplemente es eso, un soporte mejor y más adecuado, no para el futuro, sino para el presente. En lo específico del género, la poesía encontró en la tecnología un nuevo medio de llegar al lector y eso ya está siendo aprovechado. De hecho, lo que decidió a la española PublicaTusLibros.com a editar mis Poemas completos, fue que la edición electrónica que subió a la web de la Breve antología poética que de mi obra había hecho Auster en 2008, tuvo 9.000 bajadas en tres meses, apenas subida a la red. Esto te da idea del poder del e-book, respecto de la edición en formato papel. ¿En cuántas librerías –de todo el mundo, porque tales son las descargas de e-books– debe estar presente tu libro para que 9.000 lectores accedan a él? La poesía es lírica, pero también ama lo concreto.

* * *

Poemas de Las Imaginaciones
de Luis Benítez

El róbalo

En el plato que parece pequeño bajo su forma poderosa
El róbalo de ancha escama y enorme boca armada
Todavía muerde el aire que huyó de su último intento
Aunque vencida por las redes de la compañía pesquera
Y traída a la fuerza a este mundo que pensamos
Es más seguro y auténtico que el suyo
La bestia marina sigue acechando al pulpo ocho veces inquieto
En su bosque de corales y sus fuertes músculos
Quieren llevárselo de un rotundo coletazo
Hacia lo negro y profundo de las cordilleras sumergidas
Hacia las islas precipitadas desde la superficie
Hacia las muchas atlántidas que son jardines de algas
Batidos por las corrientes y el paso interminable
De las ballenas que van por el amor hacia lo oscuro
Como un paisaje en lento movimiento
El róbalo en su furia congelada a medias todavía envuelto
En el papel de diario con que lo abrigó el marchante
El róbalo que ayer a mediodía diezmaba a dentelladas
Inmensas columnas de sardinas que se fundían en una
O se dispersaban por el golfo sosteniéndolo
(Parecía) como a un palacio sumergido
La fiera insaciable como un lingote de plata asesinado
Que ya no surfeará las olas con desprecio
Orgullosa del poder de su ancha espalda
Entre las frutas y las botellas de cerveza
Humillada por el hombre que cierra su heladera
Y piensa en otra cosa y rasca su cabeza
Y que es para su dios que brama en las campanas
Lo que el róbalo en el plato.

.
 El décimo círculo 

Soy dante alighieri
Nunca creí una sola palabra de todas las que escribí
Y crucifiqué por escrito el alma de todos los que me precedieron
Fui mejor que la traición porque entendí que la traición
Es lo único parecido al corazón humano
Y que decirlo rectamente era condenarme a la hoguera y al olvido
Vivo en todas las tonterías que se dijeron de mí
Y ése es el mejor tributo que pudieron y pueden darme
Beatriz era una gorda despreciable
El papa al que defendí un adúltero un criminal y un réprobo
No menos atroz que los nobles que en un bosque de siena
Mandaron tres sicarios a cortarme los dedos
Y entendí siempre cada maquinación como el normal movimiento
De la misma máquina que guiaba mis pasos
Ni bueno ni malo es cada asunto
Pero oh qué difícil es explicarlo
Este será un enredo eterno
Soy dante alighieri
Nunca creí en dios


El amor de la albahaca

No es la anónima, la de las grandes plantaciones industriales,
Destinada al secado por toneladas,
La que aflora etiquetada en todos los supermercados de este mundo.
Tampoco la singular, la  noble albahaca que ciñó Virgilio
Entre sus labios y enjugó la mano de Horacio entre los álamos.
Es la rastrera, común albahaca salvaje de los  campos,
La única y la sola que nos mira siempre verde entre las ruinas,
La que saluda desde hace millones de años
Entre las piedras. Allí, donde seguramente no es querida,
Asoma sus muñones empecinada, con la sola ayuda
De unas gotas de lluvia casual, de a cada tanto:
Un gramo de tierra le basta a la paciencia de la albahaca,
Para amar el rincón entre ladrillos rotos que, parece,
Quieren expulsarla para  siempre de su seno.
Persevera sola en su manchón de verde
Entre lo estéril, lo que le niega el sustento
Es aquello que más ama: más quiere agotarla,
Más se empecina; más quiere secarla, más florece.
La indiferencia la abona y riega sus hojas
El desdén. A desplantes crece la pasión
De la sufrida albahaca. Y cuando aquello parece
(Una vez cada año sucede que se ausenta)
Alcanzan cuatro lágrimas celestes
Para que resurja de la nada como antes,
Otro milagro del amor, que no conoce
La muerte, ni el olvido ni el engaño:
Raíz que persiste honda entre cenizas y polvo,
Milagro que florece a solas, prodigio
Sin correspondencia alguna, la albahaca
Es el amor que no se calla ni seca,
Por propia voluntad ni por ajena.


En el cantero arrasado por el frío resistía

(Para José Emilio Pacheco)

Discutíamos tú y yo
Sobre cosas de nuestro amplio mundo,
Hecho de ventanas
Detrás de las que guardamos padecimientos y alegrías,
Como en un acuario
Que creemos aislado de lo que está
Bullendo, cuando
En todo lo que decimos su magma estalla:
El hombre y la mujer
Son dos razas que en medio de su batalla perpetua
Se intercalan.

Más allá ¿recuerdas? Estábamos en el balcón y explotó en abril
Su desusada melodía.
El grillo viejo desde un cantero lejano bramó su partitura,
En el ya frío abril
Del hemisferio sur era su estar lo desusado, lo inaudito:
Nada tenía que hacer
Su sexual sinfonía, trastorno del verano, en medio de la tarde helada
Que abandonaba en su águila
Ese niño furioso que para siempre representará el deseo.

En el cantero arrasado por el frío resistía,
Como un bulbo tozudo,
Como una semilla insistiendo en procrear,
En ser padre tardío
De diminutas larvas que inundaron el aire
Meses antes,
Cuando la escarcha no nublaba el parabrisas
Del hombre cansado
Que por la calle somnolienta conduce el autobús.
Abajo, en la calle,
Alguien grita que tiene odio, hambre y frío;
Entre los bocinazos
Otro cruza la calle frenético en su automóvil
Y un vendedor recita
Su interesada palinodia. Nosotros ante el grillo
Callamos la vergüenza
De ser casi ya viejos y de no ser padres.
No llegará hasta una hembra
Su violín desastroso: en la humedad del cantero
Le cortarán las cuerdas
Entidades más potentes que su canto ridículo:
La niebla de mayo,
El viento de la calle que sembrará otro junio,
Arrasarán el destiempo
De su amplificado rascar los costados gastados
Por un deseo incesante.
Estúpido animal que cuando un silencio momentáneo
Intercede por su apenas, mínima gracia,
Deja oír en toda la calle su humilde esplendor,
Esa insistencia
De otro tiempo simultáneo que no vemos,
Que no oímos,
A no ser por un grillo u otra cosa eterna y fuera para siempre
De este  bien conocido,
calculado y cotidiano mundo que habitamos.

Ciertamente el tiempo
Es un río
Que a orillas de su canto
Se detiene.