jueves, 26 de diciembre de 2013

Entrevista a Tamara Kamenszain

«Quiero transitar hacia el neoborroso»

Tamara Kamenszain.


Por Fernando G. Toledo

«Deseo puro y salvaje». Así describe Tamara Kamenszain su pulsión por la escritura poética. Un oficio que sale a flote en 1973con De este lado del Mediterráneo, compuesto por poemas en prosa– y forma una zigzagueante estela hasta La novela de la poesía (2012), el conjunto de poemas que da nombre, además, a la obra en verso reunida por la editorial Adriana Hidalgo y que la poeta presentó en la Feria del Libro de Mendoza 2013.

Kamenszain es dueña de una obra referencial en el paisaje poético argentino y, sobre todo, de una voz inconfundible, aunque siempre «en mutación». Las pruebas las pone a la vista el volumen de su poesía completa (La novela... fue elegido como mejor libro de 2012 según la Fundación El Libro). Allí va de la prosa frondosa y husmeante del primer título hasta esa manera de esfumar los límites de la poesía y la confesión en su última obra y otras como El eco de mi madre; del cuidado formal y la voz baja de La casa grande al sonoro afán «neobarroso» de Vida de living. Así, estas 400 páginas de la poeta son muestra de su gusto por el cambio constante que no mengua una constante personalidad poética construida a través del seguimiento del curso que el propio fluir del poema va marcando.

La también ensayista, que dictó un taller de escritura poética en Mendoza, se presta a esta charla en la que confiesa esa búsqueda de eso que nosotros también advertimos: el intento renovado de romper con lo ya hecho.

–¿Qué reflexión sobre su propia poesía le despierta la observación de toda su obra, escrita durante 40 años, y reunida en un solo volumen? 

–Curiosamente los dos libros incluidos en este volumen que más me preocuparon en cuanto a cómo iban a ser tomados por los lectores fueron el primero y el último. El primero, De este lado del Mediterráneo, porque se agotó hace muchísimo y nunca lo quise reeditar. Me daba como vergüenza (no por nada en general los escritores reniegan de su primer libro…). Es que en general son libros un poco naïves, escritos como por fuera de las convenciones literarias que uno después aprende a usar y a abusar. Y mi último libro, La novela de la poesía, también me preocupaba por razones opuestas y parecidas, porque ahora me quiero sacar de encima, como en ningún otro libro, esas convenciones literarias aprendidas con los años. Es un libro que de algún modo también se vuelve naïf y me deja un poco desguarnecida. Es decir, entonces, que el principio y el final se tocan para armar la obra…Reunirla es volver al deseo puro y salvaje que despuntaba en el primer libro pero de otra manera y desde otro lugar.

–El libro más nuevo, y que da nombre a la colección completa, es La novela de la poesía. Se trata de un conjunto de poemas en el que parecen confundirse las fronteras entre el ensayo, el borrador, el diario personal y la poesía. ¿En qué momento advirtió que debía tener forma de versos? 

–Fue al revés, no es que los escribí en prosa y que después pidieron ser versos. Siempre el corte de verso se me impone, pero a la vez me pasa que cada vez necesito llevarlo más al límite, ya no puedo cortar el verso como un puro formalismo. Tengo que dejarlo estirarse al máximo en sus posibilidades de caminar hacia la prosa («partire per prosa» les pedía Dante a los poetas). En esa intersección donde todos los géneros conviven pero manteniendo sus diferencias –no me interesa la «hibridación» de géneros que practicaban las vanguardias– es donde la poesía se enfrenta con nuevas posibilidades.


–Su poesía, lo podemos ver claramente en La novela de la poesía, ha llevado un camino sinuoso en la búsqueda de su forma, de su estilo, aun manteniendo la claridad de su voz, personal y reconocible. Pero si bien ha sido ubicada en las coordenadas del neobarroco (o «neobarroso», en la más precisa y resonante denominación de Perlongher), eso pudo corresponder a un momento. Hoy quizá su poesía sea, como la ha llamado usted, una «post poesía». ¿Eso significa «dejar la poesía atrás» o «descubrir una poesía otra», quizá con el aspecto narrativo sugerido en el término «novela»?

–Creo que todos los artistas (poetas incluidos) trabajan siempre en contra de lo que ya lograron, en ese sentido son siempre «post». Vale decir que si uno repite constantemente un formato que ya había alcanzado antes, se podría decir que está en problemas… Por eso yo creo que en un sentido todo poeta es «vanguardista» en relación a su época, las vanguardias como un movimiento acotado que intenta romper con modelos establecidos es un concepto un tanto cuestionable y ya bastante anacrónico. Porque sin rompimiento nunca hay arte (aunque este rompimiento no tiene por qué ser resonante o disparatado). En ese sentido y volviendo a lo mío, digo que si Perlongher pasó del neobarroco al neobarroso, yo quiero transitar hacia el «neoborroso». Una categoría donde los dualismos se borren, y si el dualismo es narratividad versus poesía, vamos a tratar de romperlo, aunque sea llamando a esto «novela», aun cuando sabemos que estamos pidiéndole el término prestado a otro género (el problema después es lidiar con los intereses que te cobran por los préstamos…).

–Hay un aspecto en su escritura poética que advierte Enrique Foffani en el prólogo de La novela de la poesía, pero que queda dicho a gritos en libros como La casa grande, El ghetto, El eco de mi madre o La novela…: ¿es para usted la poesía una autobiografía?

–Acá estamos de nuevo ante ciertos dualismos con los que vale la pena lidiar. Yo diría que trabajo una especie de «autobiografía ajena». No sólo por el consabido «yo es otro» de Rimbaud que ya muestra que es imposible pensarse como una persona unívoca, sino también porque todo mi esfuerzo de escritura me lleva a querer situarme entre lo universal y lo singular. Es decir, cada vez que me doy cuenta de que estoy hablando de mí misma me viene la pregunta «¿y esto a quién le importa?», y ahí es cuando fuerzo la enunciación hacia otro lado, hacia el diálogo, hacia la inclusión del otro, ahí lo que escribo se vuelve esa autobiografía ajena. Pizarnik decía en su Diario que quería escribir «una novela autobiográfica en tercera persona», algo así de paradojal sería lo que me interesa. Pero cuidado, no es que, por ejemplo, si uno se pone a escribir en tercera todo se resuelve… se puede escribir en una tercera ególatra al máximo y también en una primera que se dirija a los otros…

–¿Cuáles son sus rituales, si los hay, de la escritura poética? ¿Ha cambiado la manera y los momentos en que escribe así como se observa una búsqueda y un cambio en sus propios poemas, libro a libro?

–Qué increíble, el ritual de escritura permaneció intacto a lo largo de los años. Siempre escribí en los bares, siempre me gustó escribir a mano, después en mi casa pasarlo –esto antes o después de la existencia de la computadora- después imprimirlo y tener una copia nueva para volver al bar a corregirla. «De casa al bar y del bar a casa» sería la consigna medio peronista de mi manera de trabajar (para los que no lo saben, digamos que Perón decía «de casa al trabajo y del trabajo a casa»).

–En sus epígrafes y referencias aparecen nombres como los de César Vallejo, Osvaldo Lamborghini, Héctor Viel Temperley o José Lezama Lima. ¿Han sido ellos poetas que la influyeron? ¿Qué otros autores cree usted que estimularon especialmente su escritura?

–Sí, son los poetas sobre los que escribo también en mis ensayos, más que influirme tengo que decir que son mi familia literaria, son los que me obligan a escribir, me dictan lo que tengo que decir, me provocan. Escribo ensayos sobre ellos para entender mejor cómo escriben, para espiarlos. Hay  otros, claro, y también los nombro en mis poemas: Pizarnik, Amelia Biagioni, Perlongher... no son figuras literarias a las cuales rendirles culto sino que son los dueños de mi lengua materna. Se las robo, claro, me la apropio, pero es como robarle algo a la madre, después te perdona.

–El dictado en Mendoza de un taller seguramente le ha permitido conocer voces nuevas. También, desde el ensayo, se ha ocupado de la poesía contemporánea. ¿Cómo ve el paisaje poético actual en la Argentina? ¿Hay líneas claras o más bien una multitud muy diversa de voces? ¿Hay un nivel de calidad importante o estamos, como dijo Ernesto Cardenal en estos días, ante un presente más bien malo en la poesía escrita en español?

–Me interesa particularmente lo que escriben nuestras nuevas generaciones. Hablando de robo, también a ellos de algún modo les robo, pero de un modo diferente que a mis maestros. No creo que un escritor que no lee a los más jóvenes pueda escribir algo interesante, pero no es que tenga que copiarlos, porque eso lo haría quedar como un viejo ridículo… Leer a los nuevos nos permite descreer un poco de nuestros viejos supuestos, esos que solemos tomar como dogmas inamovibles. Para mí no existe el «todo tiempo pasado fue mejor». Creo que pensar eso es estar muerto como escritor. Hay excelentes poetas en nuestro país, cosa que también comprobé en este taller en Mendoza. Desde la llamada generación de los ’90 (los que empezaron a publicar en el 2000) hasta hoy, hay una producción riquísima. Pero hay que poder leerlos con la cabeza abierta, sin esperar que nos imiten a nosotros, más bien es loable que escriban en contra, que sean un poco «post».

–¿Está trabajando en nuevos poemas? ¿Resulta difícil hacerlo después de cierto aspecto de «cierre» que tiene el hecho de recopilar todos sus poemas en un solo libro?

–Por suerte, como sabía que me podía llegar a dar ese síndrome del cierre –de hecho todos me lo vaticinaban– lo conjuré metiéndome enseguida en un libro nuevo que ya estoy terminando. Se titula El libro de los divanes y tiene que ver con mis experiencias «psi», muy típicas de mi generación, por cierto…

–Hace poco se realizó en Mendoza el Primer Festival de Poesía, en el marco de la Feria del Libro.
¿Cree usted que estimulan esta clase de iniciativas (festivales y ferias) la lectura en general y de la poesía en particular? ¿Sigue siendo en este sentido la poesía un género marginal?

–Creo que la poesía tiene la maravillosa cualidad, a diferencia de los otros géneros literarios, de ser una práctica más colectiva. Es importante la voz del que lee, el ritual colectivo y además, la poesía tiene la gran ventaja de ser más corta y acotada, de que los libros son más bien «libritos». Eso le permite una circulación más vital, más ligera. Me parece que los festivales en ese sentido son modos maravillosos de hacer circular nuestros productos, en forma oral y escrita a la vez y, además, de permitir que nos relacionemos con otros poetas como en una gran familia. Yo no creo que la poesía sea marginal, creo que tiene otras reglas dentro del mercado que no deben compararse con las de la narrativa, y menos todavía con la que sueña con ser best-seller.

* * *

Tres poemas de La novela de la poesía (Poesía reunida)
de Tamara Kamenszain


Venere manda Cupido sulla terra

Miro tu ojo a través de un objeto cilíndrico
arrastro la mano por sobre una mesa de café
me acerco me alejo no sé si la desnudez es buena
pero pongo una pierna sobre tu pierna
y ese gesto hace que la aureola del ángel se vuelva nítida
que sus flechas causen el efecto que somos
que sus manos de niño bajen a la tierra con un fin determinado
y se posen sobre mis hombros como una presencia anónima
que es imposible ignorar.

(de Poemas inéditos 1971-1974)



Se interna sigilosa la sujeta
en su revés, y una ficción fabrica
cuando se sueña. Diurna, de memoria,
si narra esa película la dobla
al viejo idioma original. (Escucha
un verbo infantil el que descifra
una suma que es cifra de durmientes
delirios conjugados en pasado.)
¿Quién por boca habla de los sueños
cuando hacia ellos la vigilia va o
cuando lo envuelto con ellos en esa
pantalla de la sábana se escribe?

(de La casa grande, 1986)


Hay que seguir hay que seguir
hablo sola debajo del cuaderno
llevo un diario de los días que vuelan
miro hacia atrás miro hacia adelante
es el lujo que me doy con el secreto
si lo guardo termino hablando de nada
y si lo ventilo tengo que inventar una novela
y eso no es hablar de la muerte.
Se me aclara el panorama:
cuando me detengo la mentira
en una bicicleta fija me empuja
el motor del sufrimiento.
¿Y si sigo?
Perlongher pedaleó hasta alcanzar al Padre Mario
le pidió que en los suburbios lo salvara de sí mismo
que el milagro le evitara novelar
su propia muerte.
¿Es eso hablar de la muerte?

(de La novela de la poesía, 2012)








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