miércoles, 12 de marzo de 2014

El cartonero de emociones se despide


yu-ye-yu-ye-jop, de Teny Alós. Editorial Espantosa. 2013. 111 pág.


por Rubén Valle*


Difícil, muy difícil hacer la semblanza de un libro cuyo autor fue compañero de ruta, a veces amigo, otras colega y no pocas un eco distante. Teny Alós, contrariamente a lo que él creía, va a dejar huella en la poesía de Mendoza. Si no ocurrió del todo en vida, lo será gracias a las nuevas generaciones de poetas que lo sepan rescatar y poner en su justo valor.

Incansable militante de la poesía como gestor de la revista Matiné y del grupo parapoético Las Malas Lenguas, Teny fue creando a lo largo del tiempo una obra que no se limitaba a escribir un libro y publicar. Su imaginario poético podía decantar en programas de radio como Tatuaje falso y La sed de los peces (por citar sólo dos de sus incursiones en ese medio), en la música como bajista de la banda punk Maldito V o escribiendo esporádicamente ensayos que ojalá alguien se tome la grata tarea de recopilarlos.

Para no sobreabundar en una biografía que le hace justicia, vayamos a yu-ye-yu-ye-jop, su visceral canto de cisne. De cisne negro. Ya consciente de que atravesaba una irremediable cuenta regresiva, a instancias del escritor y periodista Ulises Naranjo, Teny aceptó el desafío de un libro final y se abocó a dar registro de sus últimos días. Sin saberlo, terminaría escribiendo su mejor libro.

A diferencia de sus obras anteriores (Travesía para tropezandantes y orquesta de sobrevivientes, Radio Chaplin), dejó de lado sus bellas y herméticas metáforas para ir al hueso, traducir tanta impotencia y a la vez tanto agradecimiento a la vida en versos de una simpleza que a veces duelen como un cross que no veíamos venir.

Teny se propuso «fundar con el tiempo un nunca verosímil» y lo hace con este yu-ye-yu-ye-jop que no es otra cosa que una suerte de «conjuro-hechizo autóctono contra los males del mundo» que hacía (re) sonar en su interior cada vez que debía enfrentarse a algún veredicto de los médicos o cuando necesitaba arengarse para atravesar los días como si fueran una sucesión de paredes.

«Caminaba yo / hacia lo desconocido / y esperaba yo / que lo desconocido / no tuviera hambre de mí”, apuntó en versos que no tienen miedo de hablar del miedo, que habla de pozos, caídas y vuelos mientras cae, mientras vuela, mientras ama y odia con igual intensidad.

Como bien apunta Naranjo en el prólogo, «las palabras, en este libro, están puestas con la suprema justeza de lo definitivo y así debe ser leído». Pero el espíritu rebelde que caracterizó a Teny toda su vida, disiente y desafía: «el poema no se termina de escribir jamás». Y advierte: «Soy el que calla / para nacer de nuevo». Espíritu punk, hasta el último suspiro.

Y como una humilde despedida, la letanía alosiana se deja escuchar así: «Me voy / y lo que se ve / es un cartonero / de emociones / perdiéndose/ entre la gente».

Para invocar a la tribu poética que deberá recoger la antorcha de aquel poema interminable, no queda otra que hacerlo a su manera, apelando a ese mantra que no deja de agitarnos. Ahí va: yu-ye-yu-ye-jop, yu-ye-yu-ye-jop, yu-ye-yu-ye-jop.

***

*Publicado originalmente en Suplemento Escenario, Diario UNO, 21 de febrero de 2014.




Algunos poemas de yu-ye-yu-ye-jop

1

Ensamblar
el camuflaje.
Aprender
a mirar
los juegos del mundo.
Armonizar
el despegue.
Primero
conseguir flotar.
Estirarse
sobre tu paisaje.
Al principio,
necesitarás 
cerrar los ojos
para abandonar
las cadenas de contención.
Nacer pájaro,
nacer pluma,
nacer viento.
Encumbrarse
sobre lo que pesa
y soltarse
al miedo
y a la libertad.
Pensar
por qué
uno empieza por esconderse.

*

31

aprendo
lentamente
a caer
pero cuando 
me desbarranco
es todo vértigo

trato
de imponer
una velocidad
una obstinación
a la superficie
de un arraigo

mi trazo
es proclive
a lo pendular

aprendo 
a caer
con lentitud

*

/ contra mi voluntad
escribo
lo que no existe
pienso
lo que no existe
traduzco
lo que no existe
me acerco
a lo que no existe
y lo someto a mi mirada
mientras me devora

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