sábado, 10 de mayo de 2014

Sobre «sacar la poesía a la calle»

Un grafiti del colectivo Acción Poética Mendoza Capital.


por Juan López (*)
Especial

La expresión sacar la poesía a la calle dice mucho más de lo que parece decir. Dice que la poesía debe retomar la discusión pública, volver a investirse como un discurso público más, entre otros discursos: los económicos, los partidarios, los mediáticos, los académicos, los religiosos, los bélicos, los publicitarios, los gremiales, los empresariales…
No es lo mismo, entonces, hacer una reunión privada, en una escuela, en un café, en un restorán, en una casa, en un museo, en un centro cultural, en un sindicato, en un teatro, en una librería, en una bodega, en un centro comercial, para exhibir, leer o comentar lo que cada participante escribe o produce, que hacerla en la calle, que es la vía pública, un lugar que en principio debería pertenecernos a todos, el sitio público por antonomasia.
Todo lo que no es la calle es lo privado, aunque muchos lugares se llamen y consideren públicos porque pertenecen al Estado o él los promueve o mantiene. Ocurre que la calle no tiene puertas para entrar ni para salir, es lo absolutamente abierto (a excepción, obviamente, de los barrios privados y las propiedades cercadas). Por eso sacar la poesía a la calle es un acto ambicioso, cuasi delirante, en un mundo en el que la poesía parecería ser una extraña actividad, ejercida prácticamente a escondidas, en guetos o círculos especializados, realizada sin tomar casi nunca verdadero estado público.
Sacar la poesía a la calle, a un parque, a una plaza, no excluye ni niega ejercerla (escribirla, leerla, escucharla) a puertas cerradas, pero indica una toma de posición, un no renunciar a que la poesía, que es la tensión máxima de la palabra y de la literatura, participe en la discusión pública, puéblica, si se quiere, del o de los pueblos que conforman desde las pequeñas villas a las grandes metrópolis.
La calle, la calle concreta de cemento y demás materiales, es incluso más pública que esos otros sitios donde suponemos que nos encontramos, como ahora: las redes sociales, los sitios web, los blogs y todo lo que se conoce como virtual. La calle es lo público y lo no virtual por excelencia. Nadie puede quitarle ese lugar, justamente porque ella es el único, y más decisivo, lugar público. La web ayuda, pero si la calle no existiera, no tendría sentido.
Recordemos a Juan de Mairena, ese profesor que inventó Antonio Machado, en una de sus clases:

—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle».
Mairena: —No está mal.

La poesía sale a la calle, como sale el teatro, como sale el circo, como salen los músicos, los pintores graffiteros, el movimiento Acción Poética, las murgas y todos los artistas y trabajadores callejeros, tal vez, como ellos… expulsada por los lugares cerrados edilicia y culturalmente, para levantar la voz en el debate público o simplemente por necesidad de habitar y respirar otros aires.

(*) Juan López (Mendoza, 1962). Ha publicado seis libros de poemas: Poemas (1999), Ciclos vitales (2001), Mirá (2005), Arañas (2009), Notas de agosto y otros poemas (2011) y La palabra taxi y otros textos (2013). Es autor del blog «payador incorrecto. Su producción literaria puede consultarse en www.juanlopeztextos.com.ar.

2 comentarios:

Luis Benítez dijo...

Coincido con los dichos del muy buen poeta López, y espero que todos unamos nuestras fuerzas para efectivamente sacar la poesía a la calle, que es su espacio natural desde los comienzos mismos del género.
Un gran abrazo desde Buenos Aires, Luis Benítez

Fabiana Videla dijo...

No sé si comparto que la poesía es “la tensión máxima de la palabra y la literatura”. “Tensión máxima” parecería implicar la laxitud o flojedad o flacidez o por lo menos “tensión no tan máxima” de otros géneros literarios. Y la tensión –lograda por distintos medios y de distintas formas y en distintos tempos- es sin embargo característica común a las obras literarias del género que sean. En mi opinión, la poesía es más espontánea, más instantánea, más corta. Su forma primera es más cercana a su forma última, la poesía concebida se parece a la poesía parida más de lo que se parece la novela concebida a la novela parida. La poesía se arrima más a la foto que a la película o para callejear el símil, se me hace más parienta del grafiti que del mural (¡bien por la campaña, Acción Poética!).
Por eso, aunque éste sea un blog de poesía escrito por poetas, prefiero hablar de “sacar la literatura a la calle” y no sólo la poesía. Y coincido con vos Juan en que la literatura debe ser callejera. Los lugares cerrados edilicia y culturalmente son en esencia lugares para unos pocos (aunque esos pocos sean cientos). Y esos lugares no expulsan a la literatura sino que hacen algo peor: la secuestran, la explican, la suben, la bajan, la encajonan, la monumentalizan, la dejan llenarse de polvo, la minimizan, la asfixian, la reviven, la endiosan, en fin, la convierten en objeto que poseen y la alquilan a los que entran por sus puertas.
Como bien decís Juan, en la calle no hay puertas por las que entrar ni por las que salir. Las puertas marcan el punto en que la calle topa con la propiedad privada. El poeta, el novelista, el dramaturgo, el ensayista y el cuentista tienen el deber cívico de poner su buen decir al servicio de la calle, pues la calle no es otra cosa que la larga, viva y democratiquísima lengua de la comunidad. Cuando eso pasa, la literatura dialoga con los demás discursos ciudadanos, no desde arriba ni desde abajo ni desde adentro, sino frente a frente, como encontrándose en la esquina.
Más que “sacar la literatura a la calle” yo propondría “no sacar a la literatura de la calle”, no meterla por ninguna puerta, no contar con la aprobación de los pares, no pedir turno, no esperar el micrófono, no conseguir el sello, no reservar el salón, no invitar al evento, no tener presentador. Lo que valga la pena decir, merece ser dicho en la calle.
Abrazo,
Fabiana Videla