sábado, 21 de junio de 2014

Jacobo Regen: la poesía en claroscuro

Umbroso mundo. Poesía reunida de Jacobo Regen.


La poesía de Jacobo Regen es, en el canon de la lírica argentina contemporánea, algo así como una anomalía. El autor (nacido en Salta en 1935) no ha sido tocado por corriente alguna y por eso, quizás, su poesía se ha mantenido como una joya en estado puro, intocada y aún apenas descubierta (excepto, acaso, por sus coterráneos y por algunos célebres admiradores).


El poeta tiene 27 años cuando publica sus primeros poemas, en 1962. Al año siguiente, con su libro Canción del ángel, obtiene un prestigioso premio, y demora luego ocho años en dar a luz otra obra (Umbroso mundo, 1971). Esa irregularidad es acompañada, además, por una concentración notable: pocos poemas, muchos de ellos brevísimos, en los que Regen no atiende al coloquialismo propio de los ’60 ni tampoco al sesgo «militante» de gran parte de los poetas que publicaban en aquellos años: Gelman y Bignozzi, entre ellos.

Jacobo Regen.
Frente a ese cauce, acunado por la época, Regen se paró desde el principio desde una isla imprecisa. Sus poemas tendieron, en lo estilístico, al preciosismo verbal y al uso de recursos clásicos, especialmente la rima y la métrica. En lo temático, en tanto, el autor salteño trazó una sostenida elegía a la pérdida en todas sus formas.

Umbroso mundo, la colección de sus poemas completos que acaba de aparecer por el Fondo Editorial de la Provincia de Salta, permite recorrer la obra de Regen y dejarse estremecer una vez más por una poesía atemporal y poderosa, aun en su aparente ascetismo y su brevedad.

La tarea de la poesía de Regen –una tarea de invariable empeño– es la de ser un prisma que deja que la luz pase a través de sus palabras, se descomponga y deje ver su compleja hechura. Un prisma, claro está, que no siempre alcanza a filtrar las luces del mundo, de por sí, sombrío («umbroso») y en el cual el poeta ha de cantar, antes que nada, su propia oscuridad.

La dialéctica de luz y bruma, de mundo interno y exterior, funciona en casi todos los poemas, con un sentido doliente e irresuelto. Uno de los poemas de Regen que mejor expresa esa pulsión, y que ha de estar entre los más hermosos y estremecedores de toda la poesía argentina jamás escrita, es aquel que estaba en Canción del ángel y que canta, precisamente, a la luz como interlocutora de su canto:

«Sé dura, oh luz, conmigo.
No regañes a flor de piel: inquiere
lo que en el fondo busca tu castigo
y, sin descanso, hiere.
 Hiere profundo, profundo.
Que es mucho lo que perdí,
rodando… (no por el mundo
sino por dentro de mí)».

El hecho de que Jacobo Regen parezca desentenderse de las oleadas líricas de su presente no debe hacer pensar que la suya será una poesía vetusta o anticuada. De hecho, no lo es. En ella, en ese lirismo siempre dolido y melancólico, cabe no sólo su romántico paisaje interior, sino también el de las urbes modernas y sus habitantes:

«En un edificio de la ciudad
he visto cómo sus moradores
arrojaban por el tobogán,
desde lo alto de sus altos pisos,
los residuos del día y de la noche (...)
Y un sabio dijo: ‘La ceniza es pura’ (…)».

Y cabe, en estos poemas, del mismo modo, la ironía (tocada por un sutil cinismo) y hasta el humor, como se advierte en esa estocada verbal que es el texto La fiesta:

«Fin de año. ¿Año del fin? ¡Quién lo sabrá!
Papá Noel ya no regala: pide.
Borracha de odio cruza la farándula.
Dos zapatitos en la sombra gimen».

Densa, precisa y vibrante, la obra de Regen merecía un rescate como el de esta edición de sus poemas reunidos (bellamente ilustrados por Silvia Katz). El canon, quizá, siga impertérrito. Pero aunque sea lentamente, la luz de estos poemas seguirá hiriendo profundo, profundo.


Una versión de esta reseña fue publicada originalmente en el suplemento Escenario del Diario Uno de Mendoza.