jueves, 28 de agosto de 2014

Señales de un humo personal




Humo. Antología personal, Irene Gruss. Ediciones La Palma, Colección: eme,

Madrid, 2014.





El arco que Irene Gruss (Buenos Aires, 1950) tensa con su poesía, entre 1982 y 2012, deja como resultado un repaso tan íntimo como intenso por cada uno de sus diez libros publicados. Así, la editorial Ruinas Circulares editó en 2013 Humo -Antología personal- y allí su autora dio cuenta de una selección reflexiva de poemas y exploró afilada -machete en mano- por libros como La luz en la ventana, el primero, hasta llegar a Notas para una tanza. Pero este año, la editorial española La Palma toma esta recopilación con el añadido siempre prometedor de algunos poemas inéditos.

Humo integra la auspiciante colección de poesía y ensayo «Eme: Escritura de Mujeres en Español» que edita a autoras insignes como María Negroni, Julia Otxoa, María Antonia Ortega y la misma Gruss. El propósito de la colección es, como dice su creadora Nuria Ruiz de Viñaspre: «visibilizar la buena literatura escrita por mujeres, para ofrecer un amplio catálogo femenino de voces españolas junto a otras hispanoamericanas de gran calidad».

Lo primero que un lector atento se pregunta ante un libro que propone, en principio, una lectura cronológica y de afinidades electivas personales es sobre el criterio para elegir y descartar los poemas. Si bien en 2008, la editorial Bajo la Luna había reunido en La mitad de la verdad toda la obra de la poeta, aquí Gruss aprovecha el rescate de los libros de sus comienzos y privilegia -en cuanto a cantidad de poemas- estos inhallables de la década del ‘80 a los últimos; ya que de los recientes La pared y Notas para una tanza recoge nada más que un puñado, secundados por el solitario Música amable al fin, que fuera ilustrado originalmente por Cecilia Alfonso Esteves.

Al mismo tiempo, mediando la antología, aparece el notable Solo de contralto (1997), donde la maquinaria poética de Gruss ya ha tomado una voz potente e insoslayable. Entonces, como si fuera un eje central, el libro se demora, es profuso y generoso en cantidad de textos, con un gesto unificador sintetizado de este modo: «veo marcas que una burla desecha, / y lenta, tiernamente abro / el puño, dejo caer / la arena, vuelvo a tomarla». Luego, seguirán capítulos breves de En el brillo de uno en el vidrio de uno (2000) o La dicha (2004), hasta el final.

Por otro lado, las distintas estaciones temporales que representan estas obras recogidas buscan ser huellas de su paso por el planeta, señales de una causa personal, al decir de Joaquín Giannuzzi. De este modo, Irene Gruss utiliza los versos como ramas secas para frotar con denuedo y provocar el «humo» de un fuego interior, oculto y condensado en poemas breves, que dialogan con otros poetas desde los títulos o desde su propio cuerpo, en «remates compartidos» como citas apropiadas y devueltas con nuevo brillo. Al mismo tiempo, esta mujer -que se sabe «irresuelta» en un mundo incompleto- es una voz poética, no autobiográfica, con una respiración que varía de serie en serie. A veces se oculta a medias de la realidad: «Yo estuve lavando la ropa / mientras mucha gente / desapareció», para decir más adelante: «y mientras pasaban / sirenas y disparos, ruido seco / yo estuve lavando ropa, / acunando, / cantaba, / y la persiana a oscuras.». En otra oportunidad, el aliento se vuelve entrecortado, asmático, sin serlo, para dar testimonio de un ahogo feroz: «Si el aire sale por mi boca / se me escapa / el alma. Si se me va / el alma por la boca, muero, / madre…». Para luego, como proponía Alicia Genovese, buscar un tono en una «doble voz», una que expresa en un mismo gesto el silencio y las palabras, la interioridad femenina y el discurso que se rebela: «Mi voz dice lo que no quiero decir, / mi voz tiene otro tono, lo que quiero decir no lo dice, / dice otra cosa…».

            Finalmente, la propuesta de Humo es múltiple y desafiante: una calma alerta, la mirada y sus ópticas, la dicha de los sentidos, una pared para borronear poemas o una tanza que busca su anzuelo en lo vano. Cada capítulo/libro, entonces, intenta ser un conjunto de piedras oscuras que se friccionan entre sí para alumbrar, con la chispa de sus palabras, a una ahumada realidad que no deja ver, pero que se vislumbra en los imprescindibles poemas de Irene Gruss.


*Esta es una versión ampliada de la reseña publicada originalmente en la revista Poesía Argentina el 04 de diciembre de 2013.


***

Algunos poemas de Humo

 



de El mundo incompleto


MUTATIS MUTANDIS



Por favor no sufran más
me cansa,
dejen de respirar así,
como si no hubiera aire
dejen el lodo, el impermeable,
y el vocabulario,
me cansa,
la mujer
deje de tener pérdida ese chorro sufriente,
los padres dejen el oficio de morir,
el daiquiri o el arpón
en el anca, y aquel perfume matinal,
la Malasia,
y el Cristo
solo como un perro,
y al amor como
un fuego fatuo, y a la muerte,
déjenla en paz,
me cansa,
(¿algo ha muerto en mí?:
tanto mejor).
Así que,
valerosos,
amantes,
antiguos,
huérfanos maternales que acurrucaron
al mundo
después
de la guerra,
dejen el rictus,
oigan
y despídanse,
por primera vez
sin grandeza.


*

de La pared


I

Le hablo a la pared.
Hay quien escribe poemas
en un muro y luego se despide, tira
la carbonilla a un lado.
Lo mío es hablarle siempre a la pared,
antes de que la derrumbe un fuego
o el tiempo simple.

Ah, ilusa,
empecinada en atender lo que calla,
lo que dice.


*


de Sobre el asma


I

La realidad es que el aire no sale
pero la impresión
es que el aire,
no entra, ¿el alma,
el asma de quién?
no abras la puerta,
las ventanas, la realidad, la
enfermedad es el alma, el asma, el aire
que no sale
(pero la impresión…) ahoga.


*


de Notas para una tanza


El carozo


Y lo que en vano hice y quise
no cayó a un pozo ni fue desperdicio; en vano, sí,
por cosa vana, banal, me digo, juego sólo
de palabra. Antes bien, más quisiera pero hice y quise
tocar el cielo y lo he tocado, en vano, en el vano de Su puerta golpeé
y Él me dijo: en vano tocas ahora lo que no es
todavía, ser o estar, la ambigüedad
en el nombre y en lo que no supe ahondar: ah, del carozo,
hincar el diente hasta romperlo y entonces, sí, subir,
subir lejísimo allá a lo alto
y conceder
lo que se hizo, lo que se ha mordido en vano.





domingo, 3 de agosto de 2014

La poesía es una red que sólo recoge los peces del silencio

Templo de pescadores,  
de Denise León. 
Alción Editora, 2013. 
64 páginas


por Fernando G. Toledo

¿Es todo el lenguaje una gran red, la poesía un pez atrapado para alimento de una boca que, más que hambre, tiene sed?

En esa pregunta sin respuesta se recuesta Templo de pescadores (Alción, 2013), el libro de la poeta tucumana Denise León que obtuviera en 2012 el segundo puesto en el Concurso de Poesía Premio Fundación Banco Ciudad.

Como una especie de contraparte a su poemario anterior, El saco Douglas (construido por espesos fragmentos de prosas poéticas), aquí nos encontramos con una serie de poemas breves compuestos por versos brevísimos, casi balbuceos que con timidez perturban el silencio de un paisaje quieto y solitario: el paisaje de un pescador ante la mudez apenas inquietada del agua.

Aunque está dividido en tres partes, el libro tiene una unidad imperturbable. En la primera, parece trazarse el tono general: el de una voz imprecisa que susurra, como para sí misma, reflexiones breves y a la vez poderosas sobre el paso del tiempo. Un paso que no es limpio como una cuchillada, sino brutal y demoledor como un estallido en el interior del ser.

Así lo canta la voz poética, que nos dice (en uno de los pocos poemas titulados y que lleva el nombre de la obra):

«...todo
puede ser perdido.
Inútiles castillos
se levantan
y
–más allá–
se abren
y se cierran
las semillas». 

Aparece, en esa constatación lírica de la expoliación del tiempo, un segmento de Salmos, en los que el interlocutor (nombrado como «Señor») es casi un apoyo vacío, incapaz de responder.

Buscando en ese vacío, hablando al silencio desde el silencio, Denise León construye un poemario de extraña y queda belleza. Una red sin peces, pero con las palabras justas, peces sin agua en la red del poema.



Tres poemas de
Templo de pescadores
de Denise León


Por qué lanzas tu red,
Señor.
Todo esto
te pertenece.
Yo
–en cambio–
planté semillas
que no florecieron.


*

Cumple tus promesas, Señor:
No te despiertes de mí
ni me prohíbas
el dolor
con tu razón traidora.
Mi cuerpo
se ha enfriado
como los barcos
desnudos.
Han cambiado
tantas cosas.
Pero el dolor
arde
como la fiebre
o
como otro corazón.

*

Ahí
donde a veces
estaba tu cuerpo
los días
se caen.