miércoles, 24 de septiembre de 2014

Entrevista a Hernán Schillagi


«Con Ciencia ficción exploré zonas poco transitadas por la poesía»




por Paula Seufferheld

Hernán Schillagi (San Martín, Mendoza, 1976) es artífice de una obra poética que no deja de sorprendernos desde su primer poemario Mundo ventana (2002) por sus continuos cambios temáticos y estilísticos o como él los llama «golpes de timón». Desde la sencillez de los poemas primeros, influidos por la brevedad y contundencia filosófica de la poesía oriental, pasando por Pájaros de tierra (2007) donde sobrevuela lo cotidiano con un acento nostálgico, íntimo, muchas veces autobiográfico hasta llegar a Primera persona (2008, ganador del Gran Premio Vendimia de Poesía) que marca una etapa de madurez en su escritura. En esta obra plantea un proyecto conceptual donde los poemas son piezas de un rompecabezas donde un yo lírico febril pretende armarlo valiéndose solo de la ayuda de su memoria. Para quienes hemos transitado este caleidoscopio de versos, no nos sorprende la aparición de Ciencia ficción (2014). El género elegido propone tomar conciencia de los límites, pero entendiendo que son solo eso, barreras y como tales pueden ser rotas, traspasadas, vulneradas incluso en sus núcleos más duros. De nuevo el poeta, como en cada uno de sus trabajos, camina por la frontera y nos invita a cruzar con él a un mundo nuevo, igual a sí mismo y distinto de todos.

Todos los libros tienen su tiempo de decantación. Ciencia ficción se gestó entre 2006 y 2010. Como nos dijo su autor, fiel a los tópicos del género que eligió: «no hay máquina del tiempo ni acelerador de partículas que apure el proceso». Así, entre los intersticios en blanco de un tiempo lleno de responsabilidades laborales y familiares, fue dando forma a una obra originalísima en el panorama de la poesía argentina. El plan de escritura no era sencillo: tomar algunos motivos sci fi para luego desandar un camino inverso donde los ambientes de la ciencia ficción funcionaran como disparador y fondo de un microrrelato que abriera una grieta a lo cotidiano y tuviera el ritmo propio de los versos de amplio período. ¿Se cumple este plan en las expectativas del lector? El poeta mendocino Rubén Valle que escribió la contratapa del libro está totalmente seguro cuando afirma sobre el poeta: «alinea versos como si de planetas se tratara y los hace brillar en una noche atemporal».


 -En el texto «Antes de la travesía» que oficia de prólogo de tu poemario, afirmás que la ciencia ficción propone explorar todas las posibilidades del género humano como un sueño con los ojos abiertos. ¿Qué te llevó a recorrer esas posibilidades que parecen tan íntimas e insondables desde el extrañamiento espacio-temporal?, ¿es posible auscultar el corazón de un hombre desde la lejanía de una estrella?


-Creo que lo primero que me llevó a explorar zonas poco transitadas por la poesía fue la necesidad de dar un golpe de timón a lo que venía escribiendo. Es decir, la enorme poesía que se desprende de las obras narrativas de ciencia ficción (ya sean novelas, cuentos o historietas) me hizo pensar que bien podría escribir poemas en verso que tomaran algunos motivos sci fi (los viajes interplanetarios, la vida artificial, el efecto mariposa, por caso), para luego hacer el camino de regreso de este modo: los ambientes de la ciencia ficción como disparador y fondo, la potencia feroz de un microrrelato en el centro, más el ritmo propio de unos versos de amplio período. El resultado, por supuesto, lo deben evaluar los lectores; sin embargo no tardé en comprender que la conciencia de los límites es lo que nos hace avanzar, querer traspasarlos intempestivamente. Así, este género tan lateral en sus comienzos es el que más ha explotado esta pulsión humana. Es por eso que el «auscultamiento» del corazón y sus oscuridades solo es revelador en el justo momento en que decide atravesar una frontera prohibida o imposible.


 -Hay un hilo transparente que une el primer poema «cuando llama la puerta» y el último «la travesía» o quizás sea una sonda que orbita alrededor de los dos para decirle al lector que aunque la curiosidad lo lleve a mirar por una cerradura equivocada vale la pena abrir la puerta –todo el libro supone esa acción-, abrazarse a lo desconocido y dejar que dos corazones comiencen a unirse. ¿Cuánto pesa el tópico amoroso en Ciencia ficción?


-Hay algo que me propuse desde muy joven y fue no escribir nunca poemas de amor, por pudor y piedad con los lectores, o al menos evitar textos que hicieran recordar infectamente a los de Neruda o Benedetti (no es necesario precisar cuáles). Prejuicios que le llaman, es cierto. Sin embargo, uno se define más por lo que esquiva que por lo que elige en poesía. Así y todo, este libro ya me encontró transitando la treintena y, justamente, uno de mis límites era el tópico amoroso. Entonces pensé en las barbaridades –para bien y para mal- que la especie humana ha hecho en nombre del amor y, más modestamente, en cómo nos corre de nuestro eje para dejarnos en la más completa intemperie (La intemperie es uno de los posibles nombres que barajé para este este libro). De un modo enrevesado, pero libre de prevenciones, encaré algunos poemas como los que nombrás desde el amor, como un viaje a lo desconocido, como un miedo a enfrentar.


-Al releer tu obra queda claro que has tratado de no repetirte en tópicos, de experimentar con distintos recursos y voces. Cada poemario goza de total autonomía y puede analizarse como un todo sin reconocer antecedentes, ¿por qué cuando comenzás un libro preferís el riesgo de lo nuevo a la profundización de temas y tonos tan frecuente en otros poetas?


-Sin caer en la petulancia, la idea siempre fue esa, cambiar radicalmente como un Fernando Pessoa que prescinde de los heterónimos y da tercamente el mismo nombre a cada uno de sus libros. Todos los artistas que respeto han dinamitado lo creado cuando ya les resulta cómodo: la variedad barroca que le dicen. Allí los Beatles, Piazzola, Charly García o Gustavo Cerati en la música; como también Oliverio Girondo, Borges (aunque no parezca), alguna etapa de Gelman, Alejandra Pizarnik, Mirta Rosenberg o Jorge Aulicino, en la poesía. Mudar de formas, saltar de género en género, contaminarse de tramas híbridas para luego volver al poema transido por el más lenguaraz de los idiomas. Esto no quita que admire a poetas como Juarroz o Giannuzzi que mantuvieron una línea estética en sus obras y tomaron riesgos desde otro lugar. Es el desafío de mantener una voz, un decir, pero en ámbitos hostiles lo que me hace que avance por caminos diferentes. Eso sí, siempre aprendo de las diferentes experiencias. Sé que no podría haber intentado profundizar en el poema narrativo en este libro, sin antes no haber ensayado en el poema en prosa o en el cuento breve.


-Escribir poesía puede ser  vía para transmitir una idea pero también vehículo para compartir un sentimiento, ¿cómo mantenés  en tu obra el equilibrio entre el tono intelectual y el sentimental?


-La imagen es la siguiente: la del trapecista que avanza sin red por la soga. Sabe que dar un paso atrás es solo para confirmar el avance. Así el equilibrio se mantiene en medio de titubeos y cargas inexactas, sin embargo la meta es clara: no caerse para llegar. Es decir, siempre voy detrás de una idea, ya que no escribo una sola palabra sin antes tenerla medianamente clara. A veces se confirma en la escritura, o se modifica parcialmente porque una metáfora (por decir un recurso) cobró más fuerza que las demás. El azar siempre tiene un lugar en la poesía (un azar muy programado en mi caso). Demás está decir que los sentimientos juegan su papel, aunque es tan denodada la lucha racional con el lenguaje que toda mi atención está puesta en la construcción del poema. Eso sí, la pasión es la misma siempre.


-¿Cuáles son tus prácticas de escritura poética?, ¿han ido mutando con los años desde tu primer poemario?


-Es inevitable el cambio de prácticas, ya que el mundo ha cambiado. Quiero decir que, hace más de 20 años, escribía en cuadernos o papeles sueltos con una lapicera. Con el tiempo, tipeaba los poemas en una Olivetti y corregía in situ. Esa era una manera de fijar en molde la escritura. Después, con los procesadores de texto de las computadoras de escritorio cambió todo y me volví anfibio: redactaba en papel y lo terminaba en el Word. Hasta que un día prendí la 486 y tecleé el primer verso. A partir de ese momento, la escritura a mano se volvió más esporádica o solo para tomar apuntes en libretas furtivas que se me viven extraviando. Al contrario de lo que se piensa entre los poetas, necesito de cierta presión para escribir y también de algo de metodología. Siempre estoy entre los horarios de salida de la escuela de mi hija o apremiado por el trabajo docente y, como no creo en la inspiración, provoco situaciones. Las netbooks han venido a solucionar algunos problemas de logística, ya que no hay que ir al escritorio para escribir; sino que tomando mate en la cocina, o friendo las milanesas, uno puede ir picoteando el teclado. En cuanto a Ciencia ficción tuve que trazar un plan para no ser reiterativo en los motivos del género, como también poder ser justamente «equilibrado» con respecto a las referencias literarias. No quería abrumar al lector. Sabía que no podía ser un libro de muchos poemas y que lo cotidiano de algún modo tenía que estar presente. Tardé cuatro años en escribirlos, de 2006 a 2010 y otros cuatro en corregirlo, ordenar la secuencia de textos, considerar títulos alternativos y notas aclaratorias. No hay máquina del tiempo ni acelerador de partículas que apure el proceso.


-Junto a tu obra poética, muchos hemos tenido el placer de leer tu novela por entregas De los portones al Arco que publicaste en formato digital en tu blog Ciudadeseo entre 2010 y 2013, ¿cómo conviven en vos el poeta y el narrador?,  ¿cada uno tiene su cuarto propio o comparten escritorio y papeles?


-Algo dije en una de las preguntas anteriores: transitar distintos géneros y temáticas no es gratuito para un autor. Cuando regreso al poema, no puedo desprenderme del todo de la ensayística y mucho menos de lo ficcional. Eso sí, al escribir esa novela tenía muy claro que no quería ser poético. Cuánto nos hemos aburrido con algunas novelas líricas, de largas descripciones oníricas y argumentos vagos que se diluyen de un soplido. De los Portones al Arco es una especie de road fiction y la acción me tiraba para delante de una manera casi bestial. Aunque el modo de escritura sí fue el mismo de la poesía (no hay caso, así me formé), ya que no podía dejar de fijarme en la musicalidad de las frases, o la contundencia estética de los remates de cada capítulo. Como también, la corrección obsesiva de cada oración, de cada párrafo.


-Considero que la lectura no solo es lo que ofrece un texto escrito, sino también todo aquello que el sujeto puede «leer» de  otras experiencias culturales como el cine, la música, la plástica, entre otras. ¿Qué lecturas, entendiéndolas en este sentido amplio, han influido en tu obra poética desde sus comienzos?


-La pregunta no por interesante, no deja de ser inabarcable. Ya algo dije de la historieta y la música. Muchos empezamos a leer tiras cómicas y a escuchar rock antes que libros en la infancia. Pero como estamos hablando de este último libro, la lectura de El Eternauta ya te cambia la mirada para siempre y recuerdo, además, las series animadas como Robotech o El Justiciero. También las series y las películas de ciencia ficción fueron fundantes en la primera adolescencia. Principalmente, las distintas secuelas de Viaje a las estrellas, de Gene Roddenberry me acercaron a la cosmovisión inquietante de la ciencia ficción humanística. Al mismo tiempo iba descubriendo las novelas de anticipación de Julio Verne o El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle. Después vinieron Bradbury, Stevenson, Mary Shelley, Wells y otros tantos. Aunque lo aclaro en el prólogo, no soy un fanático de la ciencia ficción, sino que me entusiasma mucho más la lírica poderosa que la atraviesa.


-Como editor y periodista cultural tenés permanente contacto con el quehacer poético de distintas regiones del país, ¿qué comparación podés establecer entre estas producciones poéticas y la que se gesta en nuestra provincia?


-Hace unos meses publiqué un ensayo que se llamaba «La isla de la poesía», donde proponía a Mendoza como una zona poética de paso, es decir, donde la poesía se ha destacado de manera intermitente a lo largo de los últimos cien años. Así, esta «ínsula» se ha sumergido o ha emergido en vaivenes tan intensos como desparejos (la generación del ’25, el Nuevo Cancionero Cuyano, la poesía de los ’90). En la actualidad soy muy optimista con la variedad y la cantidad de producción, las distintas movidas de edición autogestiva y también las performances agitadas por los mismos poetas. Además, tengo que decirlo, hay mucha mezquindad, pereza y miopía en la crítica literaria. Nos mandan libros de todo el país para que los reseñemos en El Desaguadero y casi ninguno de la provincia. Todo un síntoma. Pero sé que esto pasa en todos lados. Esta primera quincena del siglo nos encuentra, en cuanto a estilos y calidad, en un lugar interesante y bastante parejo con respecto a otros lugares centrales como Rosario, Córdoba y Buenos Aires. Quiero decirlo con las palabras precisas: no atrasamos tanto como en otras épocas. Ya la mayoría aprendimos que la poesía descriptiva, laudatoria de la tierra y sus frutos, el octosílabo asonante, la anáfora boba en todo el poema, el corte de verso cuando se termina la idea, la ironía per se  o el erotismo a lo Adrian Lyne no van más. Como también es una realidad que mucho de lo que se publica hoy es una fotocopia gastada de una Xerox maltrecha de los ’90: sin musicalidad ni ideas propias. El agujero del mate de la poesía border ya lo inventaron otros. Nos falta muchísimo, también, para que la poesía producida aquí se haga conocer en el resto del país, que haya presencia de mendocinos en todos los festivales y que empecemos a publicar constantemente en editoriales importantes especializadas en el género (como Gog y Magog, Alción, Bajo La Luna, El Mono Armado o Del Dock). Existen casos honrosos, pero no es lo habitual. Así y todo, la isla está tendiendo puentes que pueden permanecer en el tiempo y conectarnos con más intensidad que nunca.


-En el poema «el contador de estrellas» el yo lírico le habla a un personaje que recorre la oscuridad sin esperanza pero de algún modo lo tranquiliza diciéndole que los deseos encienden luces en el abismo. También es el deseo el que pone palabras en el abismo de la página en blanco de un escritor, ¿en qué “proyecto-deseo” estás trabajando ahora?


-El deseo es lo que moviliza absolutamente todo. Por eso no hay deseo verdadero que pueda ser reprimido. Los proyectos, entonces, tarde o temprano se van concretando, como el de salir a defender este libro Ciencia ficción de un modo diferente: performances en cuanto bar o feria me abra las puertas, en lugar de una presentación convencional; cruzándolo también con el cine o la música y con la voz de otros poetas. Al mismo tiempo, estoy terminando de escribir los poemas de un nuevo libro llamado Lengua padre, donde lo cotidiano se hace presente para reflexionar sobre la figura paterna, la herencia de una voz oscura y apenas trascendente. Si la lengua materna es la primera, tal vez la poesía venga a ser la última. En fin, como decía Viel Temperley: «voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo».

***

Tres poemas de Ciencia ficción,
de Hernán Schillagi 




cuando llama la puerta



has asomado tu curiosidad a la cerradura equivocada
pero tus ojos que esperaban una historia
de pesadillas y espejos negros comienzan a brillar
como si lo visto viniera del mejor de los futuros
y poco a poco y simultáneamente y atravesándose
las imágenes golpean tu retina tu rutina
y forman una aleación con el miedo
entonces la puerta es una nueva frontera
la línea de sal que cauteriza los prejuicios

tu cuerpo por tanto es una región a explorar
una nebulosa carne que se revuelve
tu cuerpo avanza sin sombra
tu cuerpo ya ves se enciende como un sacrificio
por cada paso que das en la piedra
«no hay dolor en el riesgo» te escucho decir
y tiendo mis manos hacia otra dimensión
pero lo que toco es un reflejo
el humo de tu fuego clandestino

acaso tu cuerpo sea también un mecanismo
que fabrica fantasmas de este lado de la puerta
para regresarme al olvido

*


mary shelley no dice



es cierto hay algo que se filtra por instinto
cuando has decidido sujetar entre los dientes
un secreto es cierto ya que en la boca
se dibujan unas arrugas como de flor marchita
donde la savia detenida se acumula
hasta hacer estallar todas las dudas
pero para adentro

un golpe sordo que hace eco en la cueva
viene a revelar la tinta seca sobre el papel
que igual siempre mancha
y no hay sangre que controle la electricidad
y no hay barro que dé forma a los pensamientos
sin embargo es cierto algo se filtra
como un soplo rastrero que hace abrir los ojos
al monstruo de los deseos
criatura sin dios ni vientre en la memoria
que cuando quiera entregar su llanto de mortal
el hilo de la vergüenza le comerá los labios

*


luces extrañas


¿Qué es lo que hace
que una vida funcione y avance?

Fabián Casas


posiblemente no exista un camino cierto
que me conduzca hacia la imagen soñada
de lo que debería ser y no ser mi paso
callado fugaz y sin marca por esta roca azul
que gira fría en el infinito

pero sin vacilar tomo la ruta solitaria
atrás he dejado el humo geométrico de una ciudad
atrás también quedan las ventanas iluminadas
como cruces de fuego con pequeños epitafios
atrás sí bien atrás aúlla el lobo metálico del tren
de nuestra historia interrumpida

y avanzo con el gesto de los trapecistas
observo la línea latente con el corazón como un satélite
que hace subir la marea de mi condena
estiro mis brazos hacia el volante para lograr equilibrio
entonces la velocidad se lleva los recuerdos
y son migas de pan que arrojo a los pájaros del pasado
que amenazan con su vuelo de luto

«voy hacia un encuentro» me digo y la voz
retumba en la oscura cabina del auto
para que unas palabras regresen sin orden a mis oídos
que repiten «todos deseamos que nos olviden
para así nacer de nuevo»

es por eso posiblemente que no me asombre
al ver las luces extrañas que vendrán a buscarme
es por eso que me dejaré llevar a otro planeta
donde seguro mis pasos irán tras tu ciudad tu ventana
tu epitafio para comprobar si has resuelto
nacer conmigo otra vez
    

jueves, 11 de septiembre de 2014

La belleza atrapada en un zoológico de versos

La tarde del elefante y otros
poemas. 
Autor: Luis Benítez.
Sello: Buenos
Aires Poetry.
Buenos Aires, 2014.

por Fernando G. Toledo

«Los hombres crearon a los dioses a imagen y semejanza de los animales» escribe el español Gustavo Bueno para resumir su filosofía de la religión en una paráfrasis de Feuerbach.

La relación con los animales, la fascinación que en los «animales escribientes» ejercen y la invitación que provocan a reflexionar y poetizar se convierten en los epicentros de La tarde del elefante y otros poemas, el libro de ese gran poeta argentino que es Luis Benítez y que aparece por primera vez en nuestro país, luego de publicarse en Venezuela, en México y en una traducción italiana. La edición incluye un prólogo del poeta y editor inglés Neil Leadbeater.

Un poco a la manera de otros grandes poetas que han puesto a los animales en el centro de sus versos (Ted Hughes, Ángel Padilla, Olga Orozco, Teresa Arijón), Benítez los toma también para casi todos los textos de este libro, pero no necesariamente para describirlos o dialogar con ellos.

En todo caso, el autor de Fractal encuentra en un sapo, en un salmón o en el elefante del título más bien el camino y no el objetivo de sus poemas. Así, la imagen de una garza que hipnotiza con su belleza en el Jardín Japonés le permite descubrir que hay una sorpresa sangrienta a punto de estallar. En otro poema, al tiempo, el cadáver de un gato en el asfalto le resulta un residuo más de la muerte cotidiana.

Lejos de la escualidez de algunas corrientes poéticas en boga, Benítez escribe versos anchos y evade los poemas breves (con la probable excepción de un soneto y un texto final que es como un latigazo). Y esto obedece –nos lo dicen sus textos–, a diversas razones, pero puntualmente a dos: el poema debe tener un núcleo reflexivo; el poema debe tener un fondo rítmico y armónico.

Por eso, Benítez ofrece en sus versos ideas profundas y reveladoras que se despliegan con la misma belleza de una seda gigantesca que se descorre para mostrar verdades de esas que no siempre nos animamos a ver, quizá porque «una definitiva maldad camina entre las cosas».

En la línea cerebral de otro gran poeta como Joaquín O. Giannuzzi, sus textos están destinados a contar y a cantar a la vez. Pero si en aquel los poemas tenían la belleza y concisión de un Lied, en Benítez tienen la amplitud y cadencia de un cuarteto de cuerdas.

Admirado, traducido y publicado en diversos países y lengua, Benítez es un poeta al que los lectores argentinos le deben mayor atención. Quizá La tarde del elefante... sea la excusa perfecta para descubrir a un autor fundamental.

Luis Benítez participó en 2013 del Festival
Internacional de Poesía de Mendoza
(foto: Camila Toledo).



Dos poemas de La tarde del elefante
de Luis Benítez

Una garza en Buenos Aires

Algún pincel trazó una rápida letra S
delgada y blanca
sobre el agua castaña y allí estaba
de improviso la garza,
los turistas no la vieron
y ella sí vio todo y a todos, rápida
e inmóvil sobre el milagro del agua.
Un espejo en medio de la ciudad
negligente, pintado de transparente,
un ojal abierto que abrochó en un solo momento
toda la ropa vestida por el invierno.
Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas,
la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo,
en un decir mi equilibrio está hecho
de una perenne silueta
y de una manera perenne que no los reconoce.
Era un arpón paciente atento sólo al cálculo
entre el berrido juguetón de los patos domésticos,
solamente ella precisa como una diminuta guadaña
en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias,
con esa serenidad oriental que nada sabe
de los bruscos asesinatos de una garza con hambre.
Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada:
faltó un segundo entre las cosas, creí;
un instante en el instante siguiente
fue sanguinariamente salteado,
pero cuando la garza voló
otra vida que la suya en el estanque faltaba.


La tarde del elefante

A mi amigo, el poeta Nicholas Stix, 
en donde sea que esté.

¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?
tú estabas abrumado por el enésimo rechazo
que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos
te había propinado por teléfono
lo único que te daba desde hacía
entonces once años
al menos
cuando era soltera te lo decía en la cara
y estabas irritado de veras enojado
porque llegué una hora tarde
y te dejé solo en la enorme nueva york
por otra hora más entregado a ti mismo
ni mi taxi ni mis disculpas calmaron
tu rabia anglosajona
decias sólo se está solo en las grandes ciudades
¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?
muchas lluvias y nieves y pisadas
de zapatos italianos y de zapatos deportivos
pasaron por esa esquina del village
pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante
tú me sermoneabas en tu álgido inglés
sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado

y entonces esa enorme sombra

hablabas del tedio de las ciudades
del aburrimiento amarillo que se pone
al oeste del puente de tu brooklin
y de las mujeres jóvenes que cruzan solas
y en ómnibus los laberintos sedosos de central park
rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla

y entonces esas pisadas majestuosas

hablabas de que no te habían incluido en esa antología
y decías que el marido de ella era calvo
seseoso y que dibujaba historietas
el tonto de los cómics repetías
el tonto de los tebeos repetías
mientras la gente
siempre está alerta la gente
dejaba corriendo la acera
tumbaba las sillas
y olvidaba a los niños en su loca carrera
decías que la rutina es una vieja ciega
que mendiga monedas por bond street y por harlem
y que cada persona la recibe en su casa

entonces ese gordo la mole
se quedó parado cerca de nuestra mesa
en la esquina desierta mientras el cajero
temblando llamaba a la policía

cinco mil kilogramos de pacífica selva
aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris
de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa
con un dedo en la punta
que probaba las frutas de las mesas caídas
y revoleaba jugando los manteles manchados

aplastó en su huida de algún circo o del zoo
a esa vieja mendiga que a la gente oprimida
acongoja en su casa
nos miraba sin miedo como todas las cosas
que sonriendo repiten soy amigo del hombre