domingo, 19 de julio de 2015

La historia de un poema de Denise León

Denise León.

Poemas de Estambul

por Denise León (*)

Cercados por las palabras como vivimos, cada uno de nosotros habla su propia lengua. Una lengua que sólo puede traducirse parcialmente y que sentimos profundamente nuestra en sus inflexiones, en la música de determinadas palabras, en sus recuerdos privados y en sus ritmos propios. Así, todo territorio lingüístico contiene y delimita sus espacios sagrados, sus centros flotantes. En mi caso, uno de esos centros tiene que ver con el mundo familiar, con la infancia. Un orden poderoso y esquivo que tiene que ver sobre todo con las mujeres –con mi madre, con mis abuelas– y que voy buscando y voy perdiendo y voy recuperando y voy transformando en mis poemas. A partir de la existencia secreta y elusiva de esta casa en la que siempre estoy merodeando, voy tejiendo una maraña de citas, una maraña de notas al pie: el texto de mi vida.
En la cuadra en la que yo crecí no vivía ninguna niña, sólo había varones para jugar. Así que  tuve que lidiar con mis terrores y aprender a disparar rifles de aire comprimido, manejar la honda y jugar a la guerra de cascotes. Siempre admiré la aventura y sin embargo, como diría Barthes, la pasión de mi vida ha sido el miedo. Hay personas y poetas a los que les suceden cosas, a mí sólo me sucedieron las lecturas y la televisión.
Los poemas suelen aparecer ante el lector como algo acabado. Para el poeta, sin embargo, cada texto no es más que la estabilización transitoria de un proceso lleno de opacidades, lleno de temblores. Tal vez por esto, mi primer libro de poemas, Poemas de Estambul, despertó cierta curiosidad, cierta intriga. Siempre recuerdo que la persona que reseñó el libro para la Revista Aky Yerushalayim advertía con lucidez que «klaramente el ladino de estos poemas no es el ke se avla aktualmente en las komunidades sefaradis del Mediterraneo; se nota en el la influensa del espanyol avlado en Arjentina, lo ke es natural, siendo ke la autora nasio i se eduko en este paiz».
El ladino de mis poemas –en efecto– tiene un acento muy peculiar que difícilmente pueda encontrar un correlato geográfico específico, sencillamente porque es una lengua inventada, una lengua que no es de ninguna parte y que por eso tiene también algo de deliberado, de artificial, y de imposible. Una lengua que no tiene sombra, como el agua.
El poeta, el traductor y el exiliado saben que todo idioma es impuro, que no hay idioma que sea una isla, y que toda lengua contiene a otras lenguas.  Los idiomas se invaden entre sí y en mis oríges están mezcladas estas dos lenguas próximas y distantes al mismo tiempo. Una, se escribe de derecha a izquierda; la otra, de izquierda a derecha. El método poético consistirá entonces, sobre todo, en enumerar minuciosamente las pequeñas cosas, pegando la nariz a ellas hasta que estas nos entreguen sus historias, sus secretos, su saber sobre lo que las rodea. Trabajar con los restos del banquete, con las sobras, con las hebras de la nostalgia que siguen de alguna manera actuando, prolongándose en la lengua cotidiana, en la música precisa de algunas palabras. Mis Poemas de Estambul  son un pobre resto de algo grandioso, y también un homenaje que sólo es posible desde la modificación y la pérdida. Sólo podemos conservar aquello que modificamos hasta sentirlo como propio.

Uno de los Poemas de Estambul (Alción, 2008)
Denise León

La piedra minudika
del silensio.
La kamaretta de mi madre.
La llavedura blanka
ke mira a la kamaretta.
Los talones de mis pieses
ke desean
i no alliegan la ventana.
El empiezo de todas las kosas.
La palavra ke quita el miedo
i una boz
ke es la manyana.

*


La piedra pequeñita
del silencio.
La habitación de mi madre.
La cerradura blanca
que mira a la habitación.
Los talones de mis pies
que desean
pero no alcanzan la ventana.
El comienzo de todas las cosas.
La palabra que quita el miedo
y una voz
que es la mañana.



(*) Especial para El Desaguadero