viernes, 26 de febrero de 2016

La historia de un poema de Joaquín Valenzuela

 

por Joaquín Valenzuela (*)

Especial para El Desaguadero


Por cuestiones laborales suelo viajar bastante. Lo hago en colectivo (micro, ómnibus, le dicen en otros lugares). Es un buen momento para leer y sobre todo para escribir. La ventanilla es maravillosa. Muchos poemas han comenzado en esos viajes. El poema que he elegido fue escrito durante uno de ellos. Voy a contar las imágenes que lo fueron armando. Vamos a hacer la mochila, esperar el remis, ir a la terminal, subir al colectivo. La mayoría de las veces casi vacío. Otras, con pasajeros repartidos por acá y por allá.

Me gusta viajar del lado de la ventanilla, ver el campo, las rías, las tropillas pastando, caranchos, liebres, vacas. Y estaba en esas cuando le eché una mirada al resto de los pasajeros. Entonces me vi repartido y, en todo caso, sentí partes de mí repartidas en tantos viajes. Para ese entonces ya estaba escribiendo.
¿Y si todos los pasajeros fuesen yo en distintos tiempos? Ahí me dividí, me volví oreja, boca, partes de mí, cada cual en su butaca. Me volví nariz en el café, en el baño químico. Calculé los boletos que en algún momento supe guardar cuando significaban algún viaje en especial. Y enseguida recordé los pantalones lavados con boleto en los bolsillos, el papel desmenuzado, el polvo de las casas que he habitado, las pelusas en las ranuras de los pisos de parquet, el paso del tiempo, mientras el viaje continuaba. Yo iba a la ciudad de Dolores.

Cuando pasamos por el peaje varias hileras de balizas me llamaron la atención. Cónicas, anaranjadas, como bonetes con pequeñas esferas en la punta: eran como hileras de letras íes indicando el camino, ¿y si hubiera sido de noche? ¿y si era de noche y había de esos tachos con gasoil que a veces encienden para indicar los caminos?

Luego, la imagen del pobre pájaro en los últimos versos corresponde a otro viaje. Para el verso final, que también figura entre los primeros, no tengo explicación. Ese fue el verso que inició todo. Y llegó así porque sí.




6


pantanos satelitales estaba todo
igual de verde y negro que vía
satélite en el google earth yo pasaba
el viaje escribiendo pero más me iba
caballo viendo campo campo galopaba
más en los ojos que a pelo a mí
del corazón me salen papas pensaba
parecía este viaje una experiencia
como con drogas mixtecas
detrás iba yo en butacas
salteadas todos los viajes los bolsos
los pasajes rotos los papeles lavados
de los boletos desmenuzados el papel
no aguanta y menos un boleto común
de colectivo se habrían desintegrado
los boletos como uno año por año como
la arena es la pulpa del papel
el papel que se muere al polvo vuelve
a la pelusa y estábamos ahí restos
de mi atrás meta ida y vuelta no
polvo pero tantito muerto bajando multiplicado
subiendo la escalerilla del micro una pierna
una oreja un índice diciendo de mí no
no la nariz multiplicada oliéndole las tetas
al perfume del café químico del baño viajando
permanente i cono i cono i cono i cono el
peaje fuego en tachos de gasoil entre camiones i
cono i cono el parabrisas era el final
de sangre de los pájaros pensaba a mí
del corazón me salen papas


de Actividad Física (Ediciones en Danza, 2007)


(*)Joaquín Valenzuela Bellocq nació en Dolores, provincia de Buenos Aires, en 1971. Publicó los libros de poesía: Actividad Física (Ediciones en Danza, 2007); doméstico (Ediciones en Danza, 2009); Varamientos pampa (Ediciones en Danza, 2011); La casa del deshielo (Huesos de Jibia, 2013). Ha participado en antologías como Infancias -III Festival de Poesía en la Escuela- (añosluz, 2012) y Amor (Ediciones en Danza, 2015). En narrativa ha publicado la novela Mandarse a mudar (Ruinas Circulares, 2014). Su formación es interdisciplinaria: teatro, bellas artes, fotografía. Lleva el blog deanúmeros donde pueden leerse sus textos.

martes, 23 de febrero de 2016

La historia de un poema de Marcelo Dughetti

Marcelo Dughetti.

Doméstica bitácora del animalito en junio

por Marcelo Dughetti (*)
Especial para El Desaguadero

Fue en junio cuando el animalito del frío paseaba por la casa. Enrejaba la lluvia a los cuatro árboles que con mi hija habíamos plantado: un limonero de cuatro estaciones, un pino y dos algarrobos. Con la madre terminábamos un matrimonio de 12 años que nos había consumido y, a la manera del cuervo de Poe, graznaba su frase lacónica. El mundo se debatía en otra de sus guerras y el país en esas luchas intestinas que nos sobresaltan y enloquecen.

Había alquilado una pieza y un baño que compartía con primos. Mi casa, mi lar, quedaban atrás. En un Rastrojero había cargado mi bicicleta, dos bibliotecas breves, discos y ropa: nada más pediría. En la mudanza, entre los libros encontré un dibujo en papel verde que mi hija me hiciera. Allí me retrataba con mis anteojos, barba rala y una capa corta. Un superhéroe. La realidad no podía estar más distante. Esa fragilidad, ese precario sentimiento de no poder con nada construía ahora para mi criatura el símbolo de una caída.

Entonces, una vez instalado en aquella pieza y tapado con cobijas a falta de calefacción, agarrotadas las manos, comencé a escribir este poema que es ni más ni menos que la encarnación de toda la precariedad; de toda la impotencia que sentí ante el mundo abierto como una fruta podrida que cayera al suelo y estuviera a merced de todo tipo de alimañas. Aquel capullo familiar había reventado y colonias de insectos se repartían los despojos.

El poema tenía, de por sí otro final, pero en la mitad del aliento llamó mi hija y le dije que se calmara, que íbamos a estar juntos, que todo esto era parte de crecer. En fin, las estupideces que intentan explicar un naufragio que sabía seguro. Por eso es que llega hasta el llamado y cambia, y cae quizás en un simple «te extraño y que descanses».

Solos, los padres sabemos lo que esa primera noche hace con nosotros. Por eso es necesario, más que necesario esa primera noche, estar alejados de filos y alturas conmovedoras, aferrarse a fotos , pequeños dibujos, restos que fulguran.


hija
yo no puedo salvarte de nada
pero te prometo un paraguas roto
un poema a media mañana
la soledad de la única flor de la enredadera
la canción con la que te acuné
los feriados al sol leyéndote cuentos
la mamadera tibia 
los caramelos de menta
mi abrazo que es como la flor de esa enredadera
una oración
el arroz pasado con aceite normal según vos
cualquiera que no sea de oliva
las aceitunas de la pizza que pedimos los viernes
los automóviles con patentes impares
el color rojo
la lluvia en las mañanas del sábado
los grillos en la caja de fósforos
los caminos que siempre van a Roma
y los otros que nunca se sabe
bueno 
que duermas bien
te extraño 
mayo se ha perdido
junio es un animalito suelto en el patio.


[poema que integra el libro inédito Los galgos de sol]



(*) Marcelo Luis Dughetti nació en Villa María (Córdoba) en 1970. Publicó en poesía: La joroba de bronce (2003), Donde cayó esta muerta (2003), Los caballos de Isabel (2009), Hospital (2012), Los perros del loco Torriglia (2010), Sioux (2013) y Fui a cuidar los árboles (2014). En narrativa: La bicicleta roja (2007).

miércoles, 17 de febrero de 2016

La historia de un poema de Sebastián Miranda Brenes

Sebastián Miranda Brenes.


por Sebastián Miranda Brenes*
Especial para El Desaguadero

Ahí estoy de 15 años, en una tarde de vacaciones, tirado en la sala con mi hermano, seis años mayor que yo. No hablábamos nada relevante, nos ganaba el sonido de la radio y el silencio constante que se producía entre nosotros.

–¡Qué loco, Sebas! –empezó diciendo mi hermano– Muchos amigos y amigas mías ya son papás. No me imagino yo en esas. Me da miedo, la verdad.

–Yo tampoco –contesté–. De algo de lo que estoy seguro, es que no quiero tener hijos.

Mi hermano fue sorprendido por la seguridad con que lo dije y por un intenso rayo de sol que atravesaba la ventana. Vi en su cara la extrañeza por ese tono firme que poco me caracterizaba a esa edad; y por la claridad que llegó a encandilarlo. Sin embargo, se guardó todo cuestionamiento y sólo contestó que él tampoco quería ser papá en ningún momento.

–¿Y qué pensás hacer? –yo sí que no tuve reparo en cuestionarlo– ¿Te vas a operar?

–No es mala idea –contestó–, sólo que todavía no.

Yo también quedé meditando sobre dicha opción. Así que le lancé una propuesta.

–Yo estoy sumamente seguro de eso –empecé diciendo, mientras me acomodaba para que no me diera directamente el sol– pero digamos que existe la posibilidad de que algo o alguien me pueda hacer cambiar de parecer. Así que démosle tiempo a eso que llaman destino, y propongo que a mis veintiocho, si llegamos los dos sin hijos, nos operemos. ¿Qué te parece?

–Razonable... Me gusta la idea... Hagamos trato –sentenció mi hermano.

Eso fue lo último que hablamos esa tarde, al pacto nunca más lo volvimos a mencionar, pero la idea de la vasectomía siguió rebotándome por mucho tiempo. Tanto así que pasé el colegio, la universidad, las fiestas, las parejas y no había nada ni nadie aún que me hiciera cambiar de parecer. Sólo un susto con una de chica casi me tira abajo todo, cuando me dijo: «Sebas… tengo un atraso».«¡El destino, como le dije a mi hermano!», pensaba yo, cagado del susto. Pero luego todo volvía a la normalidad y me decía a mí mismo: «¡Cuando llegue a los veintiocho!».

En las reuniones de amigos, siempre era el desatino, cuando salía el tema a relucir y aparecían los futuros padres, orgullosos de dos o tres. Las futuras madres, de uno, máximo, pues dos son muchos. El otro que hablaba del deber de hacer patria. Las otras que decían que para llegar a realizarse como persona había que tener al menos uno. Y mientras yo y algún o alguna otra persona desentonando y creando controversia.

Igualmente no faltaba aquella señora que te decía: «cuánto tengás tus hijos, lo entenderás». O el escándalo que se formaba en la casa con la abuela, las tías, los tíos y mi madre, cuando salía el tema y uno declaraba abiertamente la idea. Entre el barullo sólo se alcanzaba a escuchar «pero, ¿cómo? Si los hijos son la mayor bendición…»; «no digas nada, que si Dios quiere, nada puede contra eso»; «te vas a perder un regalo maravilloso» y «cuando te casés, ¿no le vas a dar hijos a tu mujer?». Pero a pesar de todo esto, seguía empecinado.

Llegó diciembre de 2010 y con él, el aguinaldo. Tenía 27 y me faltaban escasos dos meses para llegar a la edad pactada. Mi hermano en ese tiempo seguía sin niños, pero se había ido del país y llevaba una vida muy distinta para preocuparse por hijos, por operaciones o pactos de los que nunca más recordamos. Así que me dije: «bueno, tengo la plata, no tengo hijos y dos meses no es nada. Digamos que tengo 28, y todo arreglado». Así fue como lo hice. Busqué doctor, saqué cita. Le comuniqué a mi pareja, quien estuvo muy feliz por la decisión, le dije a mi mamá (a quien le partí el corazón con la noticia), y un poquito antes de lo establecido, en otra tarde asoleada, cumplí el trato.

Un mes después de la operación tuve una sensación consoladora, un alivio que trajo la necesidad de hablarle a él o a ella. Explicarle al hijo que no iba a tener la razones del por qué de esa decisión. Esa seguridad desde antes de los 15. Era a la única persona que realmente merecía una detallada justificación. Y no hablo de arrepentimiento, ni culpa. Se trataba de tener un dialogo sobre por qué no quería que él llegara acá, a pesar de que entendía todo lo que no viviría. Así que comencé a escribirle un poema, transportándome hasta diferentes épocas de mi vida, y en cada una de estas etapas mis diferentes yo le escribieron una pequeña carta, que luego tomé y compilé en Cartas al hijo que no tuve.



Cartas al hijo que no tuve
«no tengo hijos, ¿acaso es un crimen?»
Juan Carlos Mestre



Diciembre 2010

Le di la espalda
a tu primer paso
a descubrir todo con tus ojos

me privé
de correr con vos
de tus preguntas

la risa por mis muecas
el beso de buenas noches
no existirá entre ambos

tus verdades serán ajenas
así como tus errores
tu ausencia
tu abrazo

Diciembre 2030

Camino solo
crecen los árboles

el parque se llena de risas

acumulo cariño como polvo


Diciembre 2040

Quise mantenerte lejos
del sol desnudo
de los animales llevados a lo extinto
de la multitud caminando sobre el llanto

deseé que fueras libre
que habitaras otro mundo
                                                

Diciembre 2050

Como acto de amor
me negué
              a que fueras terrestre
                             

(de Antimateria, colección Cuadernos AmerHispano, 2013 y Editorial Public Pervert 2014. México)


(*) Sebastián Miranda Brenes
Nace en San Pedro de Barva, Heredia (Costa Rica) en 1983. Estudió Química Industrial. Es escritor y Gestor Ambiental y Cultural. Es miembro fundador de la Asociación Cultural TanGente, proyecto que forma parte del Corredor Cultural TransPoesía, entre Argentina, México y Costa Rica. Ha participado en Festivales Internacionales de Poesía en Cuba, Guatemala, Nicaragua, México y Argentina. En 2013 publica su libro Antimateria, dentro de la Colección Cuadernos AmerHispanos, (en San Luis Potosí, México) y en 2014 por la editorial Public Pervert, Chiapas, México. 

viernes, 12 de febrero de 2016

La historia de un poema de Pablo Queralt



por Pablo Queralt*

Especial para El Desaguadero


Reterritorializar el campo de un poema no es tarea fácil, qué sentido o universo incorporal, como dice Guatari, dio lugar al poema. No lo recuerdo, no lo sé. Sí sé que estaba escuchando a Frank Sinatra, tal vez «Hello young lovers» o «My shining hour», que habíamos llegado recién de vacaciones en el mar con mi mujer y teníamos todo ese aire triunfal de sal y sol. Estábamos felices. Había terminado en esas vacaciones un poemario llamado Inside, todavía inédito, había leído a Cage y me encantó su postura de vida ante el arte y su estética. También, la novela de Martín Adán, algo de Lezama Lima y Wallace Stevens. Fue el verano del 2007. Estaba en living de casa –con una notebook nueva– con ese aire de la música y del atardecer de un día de marzo. Sí, eso lo recuerdo. Estaba mirando hacia la pared el puntillismo hipercromático del cuadro de Zuloaga, pintor uruguayo de Maldonado y amigo. Ya que no titulo los poemas, sino que corren uno atrás de otro como un continuo de un sensorio que sigue su instinto más allá de la idea original, denominé al poema con el primer verso como titulaba William Carlos Williams a sus poemas «Hundirse en las nubes más hermosas». Este poema dio inicio al libro Late que fue publicado al año siguiente por la editorial Huesos de Jibia. Fue el puntapié inicial que hizo rodar la pelota, la máquina que dio flujo al poemario: muy sanguíneo, visceral, los ritmos de lo que late. Esa estética de la experiencia era la que buscaba.

El poema iba saliendo solo. No sé si hice una pequeña corrección o no, y este, a su vez, iba generando al siguiente, y así casi todo el libro. Iba cambiando frases, ideas, rompiendo el pensamiento con algo leído, escuchado, visto, intuido, soñado, pero siguiendo un sentido: el del latido. Algo que expande y retrocede que busca y lleva algo, que es una sorpresa, algo que nos pone en situación de resolución. Así elegimos para allá o para acá. Ahí se define la felicidad.

Creo que el libro fue leído, circuló bien -según me dicen algunos poetas-, y me dio una alegría, ya que la poeta Gabriela Bejerman realizó una pequeña perfomance. Recitó varios poemas de Late en una lectura en la que me invitaron a leer el libro durante el ciclo organizado por la poeta Soledad Fernández Mouján (2008). Pude comprobar la distancia que había entre el poema y yo, y lo que el poema había recorrido. Ya era de otro.

Revisitar el poema desde la memoria de lo escrito: el cómo, el porqué, el para qué entre el deseo de escribir y lo escrito, abre paso a una libertad que es felicidad en acto.


*

Hundirse en las nubes más hermosas carecer de gravedad
hasta atrapar el vacío en las manos de papel de un tiempo
perdido en las estaciones de un tren sublunar corriendo de atrás
hasta tocar con la punta de los dedos del sol la alegría en la
niebla del hombre que espera el embarque de la sangre
y el vino, tu cuerpo.

Comprendimos todo al quedarnos despiertos en la canción
del sol en su mueca de mujer vencida
alguien que piensa que se burlan de él puede sentirse
amado,
vivir entre mentiras amar como aman
bandas de cenizas y gracia.


*Pablo Queralt es médico y poeta. Es curador de poesía de la biblioteca de San Isidro, colaborador del suplemento cultural del diario El pregón de Jujuy y diario Punto Uno de Salta. Publicó varios libros de poesía entre ellos Cansancio de lo escrito, La flecha de Agustín, Primer paso, Crack, Escribí mi nombre, Poema de la nieve, El padre, Late, Cocineros, Jazz, Perfume animal, La piscina, Ser y ser visto. Fue traducido al catalán y al italiano y figura en dos antologías de poetas de Buenos Aires y en la antología Brazuca editorial Niña Bonita de Zaragoza, España, con poemas de fútbol para el Mundial  2014. Su libro Coca y Laleblan fue publicado en España en Niña bonita cartonera y La Piscina en editorial Karakartón de Palma de Mayorca y Aves del Paraíso, Toulouse, Francia, 2014. En este año saldrá publicado por editorial Colectivo Semilla de Bahía Blanca el libro Biografía del trauma.

sábado, 6 de febrero de 2016

Un poema de Liliana Bodoc ante el espanto

Liliana Bodoc.

por Fernando G. Toledo

Las crónicas asépticas dicen que un cuerpo de Gendarmería Nacional ingresó el viernes 29 de enero de 2016 a las 21, a la Villa 1-11-14 en el Bajo Flores, Buenos Aires. Que los gendarmes informaron dos heridos de la fuerza y ese saldo fue repudiado por el Ministerio de Seguridad. Pero que, poco después, se conoció lo inexplicable: que en realidad, los gendarmes habían atacado con balas de goma y de plomo a una murga de la villa, llamada Los Auténticos Reyes del Ritmo, integrada por adultos, jóvenes y también niños. ¿Cómo defenderse ante el espanto? No hay muchas armas. Pero las pocas que existen están en alto.
Atenazada por ese espanto, la escritora Liliana Bodoc, cuya poesía se cuela página a página en sus maravillosas novelas (La saga de los confines, Memorias impuras, Tiempo de dragones, entre otras), decidió defenderse con la poesía. Y lo que hizo fue escribir, entonces, un poema que no se cobije en la prosa de uno de sus relatos o en la canción que entone alguno de sus personajes. Al parecer la mendocina ha creído que si la poesía es el mecanismo de defensa, debe ser blandido como tal. 
En EL DESAGUADERO ofrecemos este poema inédito de Liliana Bodoc, dedicado a las víctimas del espanto.





Los Auténticos Reyes de la Historia


por Liliana Bodoc


Me voy de carnaval
A murguear, a construir la fiesta.
¿Va a venir a escucharme? Yo soy de los que cantan.
«Vamos rojo al ritmo de la murga»
Me contaron que esto de la murga es viejo como usted.
¡No se me enoje!
Eso me hace feliz porque me da un pasado.
No un día sino muchos
Un pasado, ¿me entiende?
Un barrio como un mundo.
«Todos los domingos siempre voy a estar
Recordando siempre al que ya no está»
Me voy de carnaval, de redoblantes.
Burla para el infierno.
Me voy de mascarada a celebrar que somos los que fuimos.
Después pase un ratito y me saluda.
---------------
«Vamos rojo al ritmo de la murga»
Y de repente se rompió la risa.
Se deshizo la gracia.
¿Qué pasa?
¿Por qué duelen los cantos?
¿Quién golpea? ¿Quién corre?
Mi máscara chorrea por la frente.
¿Por qué, si estoy bailando?
-----------------
Mañana, cuando ya no tenga miedo
Voy a pensar despacio.
Mañana voy a entenderlo todo
Y que ¡Oh, dale oh!
No hay paliza más grande que una fiesta del pueblo.
¡Dale, oh! ¡Dale, oh!
Ellos van a pasar
Y la murga
Va a seguir calle arriba
Dale oh, dale oh                        
Hasta la vida.

(inédito)

jueves, 4 de febrero de 2016

Ashraf Fayadh: 10 poemas para ser condenado a muerte

Ashraf Fayadh.


Apóstata, exiliado, muerto en vida. Al poeta palestino Ashraf Fayadh (nacido en 1980) le cabe cualquiera de esos motes. En noviembre de 2015, el autor fue condenado a muerte, sin posibilidad de defenderse, por la corte de Arabia Saudí, el país en que reside, acusado de apostasía (renunciar al Islam) y «promover el ateísmo».
Al conocerse la noticia, que publicó el diario inglés The Guardian con grandes titulares, las protestas contra la sentencia y el apoyo internacional no se hicieron esperar. De algún modo, Fayadh tuvo suerte: la pena acaba de ser conmutada y reemplazada por 800 latigazos y ocho años de prisión. En 2015, más de 500 personas fueron ejecutadas por casos –similitudes más, diferencias menos– como el de él.
La activista y escritora árabe Mona Kareem, que lideró los reclamos por la liberación de Ashraf Fayadh, tradujo al inglés el año pasado algunos de los poemas «polémicos» que le hicieron al escritor ganarse la pena de muerte. De esa traducción surge, a su vez, esta versión al español. Es un camino complejo para llegar a los versos de Fayadh, y en ese camino de seguro muchas cosas se habrán perdido. Pero quizá haya que conformarse con lo que sigue latiendo a través de las lenguas, con la fuerza del remezón poético que esta lírica condenada a muerte es capaz de provocar.



Poemas prohibidos

de Ashraf Fayadh
Versión de Fernando G. Toledo

1

el petróleo es inocuo, excepto por la estela de pobreza que deja tras de sí

habrá un día en que las caras de los que encuentran otro pozo de petróleo se oscurezcan,
cuando le insuflen vida a tu corazón para extraer más petróleo de tu alma
para uso público
esa es la promesa del petróleo, una auténtica promesa

la final.


2

se dijo: pónganlo ahí
pero algunos de ustedes son enemigos de todo
así que déjenlo ya

véanse a ustedes mismos desde el fondo del río;
los de arriba tengan un poco de piedad con los de abajo…
los desplazados están indefensos,
¡como la sangre que nadie quiere comprar en el mercado del petróleo!


3

perdóname, discúlpame
por no ser capaz de extraer más lágrimas para ti
por no murmurar tu nombre en la nostalgia.
apunté mi rostro hacia el calor de tus brazos
no tengo otro amor más que a ti, nada más que a ti, ¡y soy el primero de tus pretendientes!


4

noche,
eres inexperta con el tiempo
escaso de gotas de lluvia
que podrían lavar todo lo que resta de tu pasado
y librarte de lo que llamas piedad…
de ese corazón capaz de amar,
de jugar,
y de cruzarse con tu obscena retirada de esa decadente religión
de ese falso Tanzeel [*]
de esos dioses que han perdido su orgullo.


5

eructas, más de lo normal
como los bares que bendicen a sus visitantes
con recitados y atractivas bailarinas

acompañado por el DJ
recitas tus alucinaciones
y dices tu alabanza por esos cuerpos que le danzan a los versos del exilio.


6

él no tiene derecho a caminar sin embargo
o a correr sin embargo o a llorar sin embargo.

él no tiene derecho a abrir las ventanas de su alma,
a renovar el aire, sus residuos y sus lágrimas

tú tiendes a olvidar que eres
un pedazo de pan.


7

en el día del destierro, ellos se quedan desnudos,
mientras tú nadas por las oxidadas tuberías del desagüe, descalzo…

esto podría ser saludable para los pies
pero no para la tierra


8

los profetas se han retirado
así que no esperes a que el tuyo venga a ti

y para ti,
para ti los supervisores traen sus informes diarios
y ganan sus altos sueldos…

cuán importante es el dinero
para una vida digna.


9

mi abuelo se queda desnudo todos los días
sin destierro, sin creación divina…
yo ya he sido resucitado sin un golpe piadoso a mi imagen
yo soy la experiencia del infierno en la tierra…

la tierra
es el infierno dispuesto para los refugiados.


10


tu sangre muda no hablará
mientras te enorgullezcas de la muerte
mientras sigas anunciando –en secreto– que has puesto el alma
en manos de aquellos que no saben nada

perder tu alma va a costarte tiempo,
bastante más de lo que te llevará consolar
a tus ojos, que han llorado lágrimas de petróleo


(*) Tanzeel es un nombre masculino, común en árabe. Significa «Revelación».