viernes, 7 de octubre de 2016

La historia de un poema de María del Carmen Marengo

María del Carmen Marengo.


por María del Carmen Marengo (*)
Especial para El Desaguadero

Mi hijo nació prematuro, luego de un embarazo que, de muy placentero en los primeros meses se transformó sorpresivamente en uno de riesgo. Así supe que la experiencia de la maternidad y el nacimiento pueden estar muy lejos de la versión idealizada y edulcorada que concebimos socialmente.

Siendo sietemesino, nacido con un kilo y cuatrocientos gramos, mi niño pasó inmediatamente, en sus primeros minutos de vida, a incubadora. La sala de incubadoras corresponde a la terapia intensiva de los bebés, por eso los padres generalmente cuentan con un horario restringido de visita, que en nuestro caso era de unas dos horas al mediodía y de hora y media al atardecer. Algo tienen esas visitas de ritual, y de peregrinación: primero madres y padres formábamos una cola frente a la puerta del recinto (que nunca se abría a la misma hora), luego, una vez que ingresábamos, nos colocábamos las batas obligatorias, luego hacíamos otra fila para el lavabo y esperábamos pacientemente el turno para lavarnos las manos, así hasta que por fin cada uno accedía a su pequeño en su caja de cristal. Quienes han pasado por esa experiencia saben que los minutos que se comparten con un hijo en esa circunstancia están fuera del tiempo y que la actitud de recogimiento que uno ve en los otros padres es absolutamente conmovedora. Pero el tiempo se hace presente implacablemente y hay que retirarse y dejar a las criaturas en ese templo ajeno, en el que las luces no se apagan y la actividad no cesa.

Todo el que ha tenido un familiar, un ser querido en terapia intensiva, sabe lo doloroso que es tener que retirarse y dejarlo aunque solo sea por unas horas hasta el día siguiente. Esas horas son un vórtice que solo se viven a contrarreloj para llegar nuevamente al momento del día en que se pueda volver a verlo con vida. Porque, como me decía un amigo hace unos años, uno no quiere irse porque en el fondo de esa resistencia está el terror de que nuestro ser querido se nos muera en esas horas de ausencia. Ese desgarramiento, creo, es aun más fuerte en el caso de nuestros recién nacidos, que han sido esperados por meses para que estén con nosotros, a nuestro cuidado, y que son la encarnación misma de la fragilidad.

Allí quedan en manos de médicos y enfermeras. Ellas, estas últimas, son las «manos sabias» a las que alude el poema, las que realmente saben cómo mover a los pequeños con una pericia admirable. Son también las que utilizan el verbo «guardar» para referirse al hecho de volver a ponerlo en la incubadora (ya que, salvo en casos de gravedad los niños pasan el rato en brazos de sus padres). Terminado el tiempo, preguntan «¿lo guardamos?».

Luego de veintiséis días, nuestro bebé llegó por fin a casa. Tuve la suerte de tener una licencia de tres meses a partir del nacimiento, en los que estuve dedicada exclusivamente a su cuidado y a escribir mientras él dormía. En esos meses surgieron este poema y los que lo acompañan en la sección correspondiente del libro La vida numerosa. Fueron de los meses más lindos de mi vida.



El calor de nuestras manos...

El calor de nuestras manos
no alcanza
para protegerte.

Venimos hasta vos
a diario
para que tu cuerpo pequeñito
nos dé la vida
que nos falta,
y que nos concedas la gracia
de que el día,
que recién comienza
y ya termina,
vuelva a nacer
mañana.

Manos sabias
vuelven a guardarte.

Nos vamos
y el corazón
será una tierra de nadie
hasta que volvamos.
  

(del libro La vida numerosa) 


(*) María del Carmen Marengo nació en Balnearia (Prov. de Córdoba) en 1968. Ha publicado los libros de poemas El fuego invisible (Alción, 2001), El camino de los ángeles (Alción, 2003), El libro de los jardines y los abismos (Recoveco, 2007) y La vida numerosa (Cartografías, 2014), la nouvelle El legado (Alción, 2010) y los ensayos Geografías de la poesía: representación del espacio y formación del campo de la poesía argentina en la década del cincuenta (Municipalidad de Córdoba, 2006), por el que obtuvo el Premio Municipal Luis José de Tejeda en 2005, y Curiosos habitantes. La obra de Bustos Domecq y B. Suárez Lynch como discusión estética y cultural (Facultad de Filosofía y Humanidades, 2014). Poemas suyos han sido publicados en revistas nacionales e internacionales. Recibió el doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Maryland y es Licenciada en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba. Se desempeña como profesora en la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba y en nivel terciario.