jueves, 29 de junio de 2017

Melissa Carrasco y las raíces de la poesía


Foto: Marcelo Ramos


Melissa Carrasco (Santiago de Chile, 1987), es poeta y profesora de Lenguaje y Comunicación. En su oficio como correctora ha colaborado con diferentes editoriales de Valparaíso. Desde que vive en Mendoza dicta talleres de poesía y edición, además de ser una editora independiente. Fue finalista en 2015 del premio «Gabriela Mistral» y, en 2016, participó en el «IV Festival Internacional de Poesía de Mendoza», junto con Ignacio Martín Sánchez y Sabrina Barrego, para la mesa de poetas inéditos. Ese mismo año apareció Las Plantas, su primer libro donde concentra un poderoso grupo de poemas tan precisos como desbordantes de una luz extraña. En un comentario final, Gabriel Pérez nos dice que este poemario: «Pone en evidencia y a la vez denuncia, directa o indirectamente, la trágica verdad del mundo, vacío y procaz, en el que nos enfrentamos por estos días…». Tres preguntas, entonces, para entrar al mundo natural y poético de Carrasco.


1-EN ESTE MOMENTO

–En tu primer libro, Las Plantas (2016), hay una mirada extrañada sobre la infancia, ¿Cómo pensaste, desde la actualidad, los recuerdos convertidos en poemas?  

–La infancia para mí siempre fue tema crucial, creo que es la etapa en que nuestro lenguaje es poético en un estado más puro, intrínseco, sin las pretensiones que tenemos de adultos. Este libro lo escribí en Valparaíso hace unos tres años y busca acercarse (vanamente) a esa instancia, que ya no es la misma cuando la escribimos y en ocasiones a ese lenguaje, un total imposible. Finalmente, como expliqué alguna vez, lo que quise fue desenterrar los juguetes de la infancia, intentar ese juego y enterrarlos nuevamente. Para mí es un verdadero alivio que haya salido este libro, para olvidarme de él. Vendrán otros, igualmente dolorosos, pero diferentes.


2-EN ESTE LUGAR

–Sos una de las que coordina el ciclo Indeseables/Poesía Itinerante, contanos cuáles han sido sus actividades y cómo ves a los/las poetas de Mendoza.


–Indeseables/Poesía Itinerante es un movimiento cultural independiente, sin fines de lucro, que coordinamos junto a Paula Bilen. Armamos una agenda mensual con encuentros literarios, a veces temáticos, donde solemos exponer algunos estudios sobre literatura, hay música, ilustración, en ocasiones teatro, micrófono abierto y creación colectiva, siempre en distintos espacios de Mendoza. Además hacemos actividades de Poesía a la Calle, que incluye intervenciones públicas en espacios y medios urbanos, y muchas otras cosas que tenemos en mente. Todas las actividades son abiertas y contemplan una participación libre, desprejuiciada. Con respecto a los/las poetas de Mendoza, creo que hay menos de los que se cree, pero muy buenos. Hay una herencia importante que de a poco voy conociendo, a la que creo todos debiesen mirar un poco más. Hay varios poetas mendocinos, vivos o muertos, que admiro mucho. Aunque también advierto actualmente un clima muy autocomplaciente y sectario, que generalmente va de la mano con la falta de autocrítica y trabajo serio.

3-UNA REFLEXIÓN


–En uno de tus poemas decís: «cuando yo abro mi boca / también soy una ola…», ¿De qué maneras las mujeres que escriben poesía están haciendo oír su voz?


–Puedo hablar en mi caso y referido a las poetas que conozco: trabajando juntas, elaborando proyectos, abriendo espacios para todos y todas, llevando nuestra convicción poética a cada taller o exposición que realizamos, a cada libro que empujamos a salir, y sin permitir, en ningún caso, desvaloraciones paternalistas que no tengan que ver exclusivamente con nuestro trabajo.


Dos poemas de Las Plantas


Las últimas horas

Yo voy dibujando casas por el camino.
Tengo los nervios duros,
la boca hecha pasta,
cinco lápices en cada mano.

Tú quieres las casas en el papel.

Una casa de una puerta
y cuatro ventanas como la mía,
ofrece cuatro modos de beber el día,
sólo uno de vivirlo.

Una casa sin puertas
y sin ventanas es el mundo,
creo que en algún momento que no recordamos
hemos entrado en esta casa
y ya se nos hizo imposible salir.

Una casa con dos puertas, sin ventanas,
es donde pasan sus últimas horas las plantas,
ajenas de todo impulso, de toda aspiración.

Lugar donde entran
o salen
los enfermeros que las atienden,
quienes al salir sirven a la vida
y al entrar rinden culto a la muerte.

*

Enredadera

Yo miro por si pasan mis árboles
por si alguien viene a buscarme

a coser este brazo que desencaja.

No veo más que tormenta,
la furia desenraizando los campos.

Nada hay que sobreviva a esta casa:
ni las lámparas ni los relojes ni las voces

ni la enredadera que colgué del techo
ni el poema clavado a la puerta.

La enredadera saldrá de este lugar,
pues no encontró luz dentro

ni encontrará
al romper el vidrio de la ventana.

Mis árboles han entrado en los torbellinos.
No vendrán a devolvérmelos.

Se pierden
como yo

diminuta
                en el fondo.


sábado, 10 de junio de 2017

La resistencia es inútil




por Hernán Schillagi

Sin duda, la poesía es desafío, es decir, la lectura de poemas propone (e impone, por qué no) una visión oblicua, una musicalidad desacostumbrada y una disposición del discurso que rompe con la prosa de la realidad de todos los días.

Cuentan que García Lorca escuchaba muy atentamente recitar a Rubén Darío y cuando este llegó al  verso: «que púberes canéforas te ofenden al acanto…»; el granadino dijo: «A ver, otra vez, por favor, que sólo he entendido el ‘que’…». Podríamos concluir que es la anécdota de dos atrevidos del idioma castellano, ya que solo basta con recordar algunos pasajes que asestó Federico en su libro  «Poeta en Nueva York» para equilibrar los tantos. Pero, por otro lado, ¿resultan tan desafiantes los poetas en la actualidad? ¿Lo fueron realmente alguna vez? Allá lejos quedó el deseo de Platón de expulsar a los vates de la polis griega por veleidosos y delirantes.

Si bien no existen muchos lectores dispuestos a entrar en el territorio poético (con malicia se ha dicho que un poema es un cuento flojo con muchos «enter»), el género hoy está asimilado: se leen poemas de compromiso en actos escolares, se perpetran frases edulcoradas de lirismo facilongo en los muros virtuales, se enseña como un fósil de museo en las universidades. Esa «asimilación» de la sociedad es como la que hacían los Borg, esos personajes de la Nueva Generación de Star Trek, que tomaban automáticamente y por la fuerza toda la información y vida de culturas diferentes, pero para hacerlas desaparecer adentro de un «colectivo» sin identidad propia. «La resistencia es inútil», decían en modo robot. Como inútil le resulta también a esta sociedad la poesía, por eso la tolera con aire perdonavidas como algo que tiene que estar presente en concursos oficiales, despedida de jubilados, o festejos civiles. Queda bien leer unos versos en algunas ocasiones, la gente aplaude con fuerza como si quisiera aplastar cada palabra amplificada por el micrófono.

Los poetas, además, ¿redactan textos para los que no son escritores de poemas? ¿Poesía solo para poetas? ¿Sueñan los poetoides con lectores eclécticos? Tengo la fantasía de salir a caminar por la ciudad y preguntarle de sopetón al que vende churros en la esquina, o a la que cobra el estacionamiento: «¿Te anda haciendo falta un poema?». La necesidad (poética) tiene cara de jefe.  Lo cotidiano, por otro lado, funciona al igual que un cerco ambivalente: apresa a la escritura tanto como la justifica. Aunque escribir no deja de ser una posibilidad de ir un poco más allá, correr los límites hasta ámbitos inusuales. María Negroni lo define como «El arte del error», donde plantea con lucidez: «La escritura busca siempre lo mismo: rebelarse contra el automatismo y las petrificaciones del discurso, que cancela el derecho a la duda, limitando a las criaturas el acceso a su propia inadecuación…».

Tal vez  por eso, el que habla en un poema se reconoce más en lo material que en lo visionario. Visualizar una frontera en concreto, darle un nombre y demarcar las limitaciones humanas (con sus defectos y virtudes) quizá sea el pulso necesario para que se dé ese quiebre o salto entre verso y verso, un abismo blanco en la página ante los ojos desprevenidos del que lee. Para llegar a un resultado tan sonoro como gráfico de una búsqueda sin contemplaciones, los registros en papel (y voz) de un cimbronazo que nadie advirtió, pero que dejó huellas reconocibles. En una palabra, incomodar. «No vine a divertir a tu familia / mientras el mundo se cae a pedazos…», decía Fito Páez en una canción. Porque el desafío, finalmente, es advertir que el poema verdadero está también afuera y no solo en las palabras. Aunque sin las palabras de un desatinado poema, la realidad quedaría a merced de ser nombrada por los que la quieren de un único e insoportable modo.